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EL TRIUNFO DE LA CREATIVIDADPor Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Sevilla, Teatro de la Maestranza. 27 de enero. W.
A. Mozart: La flauta mágica. R.
Sacca, O. Sala, M. Goerne, V. Esposito, S. Milling, E. Sánchez, S.
Fontana, B. Lanza, C. Subrido, S. Pondjiclis, A. Salvan, F. Santiago, M.
de Diego. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza. Tolzer Knabenchor.
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. J. Pons, director musical. J. Font
(Els Comediants), director escénico. Una
auténtica gozada la Flauta Mágica que ha ofrecido el Teatro de la
Maestranza. Y lo ha sido no sólo por su notable nivel musical, sino
fundamentalmente por la fascinante labor escénica de Joan Font, es decir,
de Els Comediants.
Estaba cantado que esta originalísima producción del Liceo tenía que
verse, tarde o temprano, en la ciudad de la Giralda. Los sevillanos han
quedado encantados, al tiempo que ha vuelto a evidenciarse que el trabajo,
la imaginación, la coherencia y el buen gusto son los auténticos valores
de una gran puesta en escena, mucho antes que el despliegue de medios técnicos
o el seguimiento de todas y cada una de las indicaciones del libreto. Claro
que, habiendo originalidad y creatividad a raudales, no se puede hablar
aquí de trasgresión pensada para “epatar a la burguesía”, ni de
narcisismo, ni de ataque al espíritu de la obra, ni de ninguno de esos
vicios de algunos directores de escena que presumen de modernos. Por otra
parte, y tratándose de una propuesta que parece incidir en la vertiente
naif y popular de la obra mozartiana, el resultado no ha sido en absoluto
superficial. Antes al contrario, los aspectos reflexivos, filosóficos si
se quiere, salen a flote sin necesidad de forzarlos merced al gran cuidado
a la hora de definir personajes y situaciones. Aunque algunos sigan
pensando lo contrario, con una puesta en escena llamativa como ésta la
obra original no sólo pierde protagonismo, sino que adquiere una dimensión
más amplia. Mozart se va visto perfectamente servido. No
vamos a entrar en detalles sobre la propuesta de Font, inteligentísima en
lo conceptual. Tampoco sobre su plasmación material, aunque se lo merezca
la bellísima labor de Joan Guillén. El lector, si lo desea, puede
consultar haciendo clic en este enlace
el extenso análisis que nuestro compañero Ángel Riego realizara en el número
17 de Filomúsica. Más interesa ahora señalar que Els
Comediants
afrontan un nuevo reto operístico este verano en el Festival de Peralada
con Orfeo y Eurídice de Gluck. Sería un enorme acierto por parte
del coliseo hispalense apuntarse, desde ahora mismo, el tanto de
vincularse a esta nueva producción. Por
lo que a la vertiente musical respecta, si tenemos bien presente que es éste
un título particularmente difícil -hacen faltan más mimbres vocales de
primera que en la mayoría de los títulos de repertorio-, hemos de
concluir que el Maestranza ha alcanzado un estupendo nivel vocal. Eso sí,
no siempre las grandes estrellas han sido las más brillantes. Por
ejemplo, ese magnífico liederista que es Matthias Goerne ofreció un
Papageno de muy escaso interés. Cantó estupendamente, como era de
esperar en un divo de semejante categoría; sin embargo, su estilo
mozartiano resulta discutible y su identificación con el personaje, de la
que presumió en la rueda de prensa -con él triunfó en Salzburgo-, se
nos antoja inexistente. La conocida aria de entrada, bajo mínimos
expresivos. El
triunfo vocal fue para la joven soprano valenciana Ofelia Sala, una Pamina
magníficamente cantada, de exquisita musicalidad e intensamente sentida:
nueva demostración de que no hace falta contar con nombres de campanillas
para montar un buen Mozart. Roberto Sacca (éste sí, una estrella
internacional) es dueño de una voz bella y poderosa, conoce bien el
estilo y se entrega de manera verdaderamente encomiable. El aria del
retrato le salió regular -la voz tendía a abrírsele-, pero la mayor
parte de sus intervenciones fueron admirables por su sinceridad y arrojo
expresivo, componiendo un notabilísimo Tamino. Valeria
Espósito se estrelló irremisiblemente contra las endiabladas agilidades
de la Reina de la Noche. Por contra, resultó muy estimable el Sarastro de
Stephen Milling, si bien a veces le costaba trabajo mover su magnífico
instrumento. Estupendo Emilio Sánchez en un papel, el de Monostatos, que
se conoce al dedillo. Desequilibrado el conjunto de las tres damas, un
tanto decepcionantes los tres muchachos para proceder del prestigioso Tölzer
Knabenchor, y
bien en esta ocasión el coro de la Asociación de Amigos del Maestranza.
Señalemos finalmente el lujo de contar con Beatriz Lanza para Papagena,
aunque estuviese en lo canoro por debajo de su nivel habitual (en lo escénico,
divina). En definitiva, un elenco escogido en general con gran acierto. La
dirección musical, sólida y funcional, resultó correcta sin más. Hubo
brío, incisividad y claridad de texturas, pero no terminó de convencer.
El problema no fue que Josep Pons se centrara más en los aspectos lúdicos
que en los “filosóficos”, sino que su Mozart careció de la
flexibilidad, la calidez de fraseo y la elegancia que son consustanciales
a la música del salzburgués. Más bien resultó rígido y plano. Además,
los desajustes fueron numerosos, sobre todo en el primer acto. Quizá con
otra batuta se podía haber sacado más provecho de la espléndida Sinfónica
de Sevilla. ¿Porqué no se contó con ese excelente mozartiano que es Ros
Marbá? ¿Y nadie pensó en Juan Luis Pérez, que tanto trabaja con la
ROSS? El maestro jerezano ofreció no hace mucho en su ciudad una Flauta
más interesante que la del director catalán. Sea
como fuere, el Maestranza ha revalidado el monumental éxito del Andrea
Chénier. A ver si la Electra alcanza este mismo nivel. Pero
antes, en “formato reducido”, tenemos una cita del mayor interés: Lo
Speziale
de Haydn. Ya les contaremos.
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