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Número 25º - Febrero 2.002


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JOHANN SEBASTIAN BACH.
"Muerto, sigue hablando"

Por Paloma Socías Casquero. Profesora de piano del Conservatorio Superior de Málaga (España).

 
Johann Sebastian Bach

En el 2.000 celebramos el 250 aniversario de la muerte de Bach, acaecida el 28 de julio de 1750 en Leipzig (Alemania). Había nacido 65 años antes en Eisenach, en el seno de una familia de músicos numerosa, con un arraigado sentimiento de clan que les hacía defenderse con pasión, visitarse con frecuencia para compartir su música y hasta concertar los matrimonios, en lo posible, dentro de la familia. Una vez al año por lo menos se reunían todos los Bach para hacer música juntos. Empezaban por ejecutar un coral y se divertían improvisando y armonizando melodías divertidas y cantándolas a varias voces.

Este amor a la familia es una de las características más importantes de su biografía. Su profundo sentimiento religioso, el indudable virtuosismo en la interpretación, su incansable capacidad creadora en la composición y su carácter humilde a pesar de su grandeza, son, sin lugar a dudas, otros aspectos de este genio que iremos comentando.

El primer músico de la familia Bach se remonta al siglo XVI: un panadero y molinero llamado Vitus Bach (tatarabuelo de Johann Sebastian), que amenizaba sus horas de trabajo en el molino tocando una bandurria. Consultando el árbol genealógico de Bach se encuentran a lo largo de cinco generaciones cincuenta miembros de la familia que fueron músicos. Su padre, Johann Ambrosius, tocaba el violín y dio las primeras lecciones de éste a su hijo, y fue músico y organista de la Corte de Eisenach. De su tío Johann Christoph, compositor, aprendió a tocar y a amar el órgano.

Al año siguiente de morir su madre, cuando contaba con diez años, murió su padre, por lo que Johann Sebastian se traslada a vivir a Ohrdruf con su hermano Johann Christoph, quien se hizo cargo de su educación y lo inició en el clavecín, órgano y composición, y lo matriculó en el Instituto (donde estudió latín, griego y teología luterana) terminando los estudios dos años antes de lo que entonces se consideraba la edad normal. Tenía un don natural para tocar instrumentos, y de muy joven ya tocaba violín, viola, espineta, clavicordio, címbalo, viola pomposa (instrumento de cinco cuerdas, intermedio entre el violín y el violoncello, que él mismo inventó con diecisiete años) y, sobre todo, el órgano, su instrumento favorito. Por tener una bellísima voz de tiple fue admitido en el coro de la iglesia de Ohrdruf, cobrando por ello y ayudando económicamente a su hermano.

Creció en un ambiente muy religioso (luterano), en parte porque en Eisenach había estudiado y predicado el reformador Martín Lutero. Su talante religioso fue una constante en su vida y en su obra. Después de haber ocupado importantes cargos en Arnstadt, Mülhausen, Weimar y Cöthen, la plenitud de su carrera la alcanza en Leipzig, en la que fue nombrado en 1723 Cantor de la escuela de Santo Tomás, plaza más propicia para dedicarse a la composición de la música sagrada. El cargo de Cantor incluía, además, la enseñanza de música, latín y teología a los alumnos, la interpretación de motetes y cantatas en las celebraciones religiosas y el mantenimientos de los órganos de varias iglesias.

En Weimar se casó con su prima María Bárbara, con la que tuvo siete hijos. A la muerte de su esposa contrajo segundas nupcias con la soprano Ana Magdalena Wüllken, quince años menor que él, de cuyo matrimonio nacieron trece hijos. De sus veinte hijos, la mitad de los cuales murieron a edad temprana, siguieron su carrera musical tan sólo cinco, tres de su primer matrimonio (Wilhelm Friedmann, Karl Philipp Emanuel y Johann Gottfried Bernhard) y dos de su segundo (Johann Chistoph Friedrich y Johann Christian) pero todos sabían leer música, y Bach aseguraba con orgullo que todos sus hijos eran músicos de nacimiento. Lo primero que oían eran música, y los primero que veían eran instrumentos, pues cada vez había más, ya que a Bach le gustaban todos y nunca tenía bastantes (cuando murió tenía cinco clavecines y clavicordios, dos laúdes-clavecines, una espineta, dos violines, tres violas, dos violoncellos, una viola bajo, una viola da gamba y un laúd).

A medida que los hijos más pequeños iban creciendo, se unían a Johann Sebastian y a sus hermanos mayores en la interpretación instrumental, reuniéndose a menudo en su casa para tocar. A ellos se unía Ana Magdalena, a la que animaban a cantar.

Como profesor nada le hacía perder la paciencia con un alumno, salvo la falta de atención y la indiferencia. Era entusiasta, paciente especialmente con los perezosos, infatigable, y a sus ojos y oidos no se escapaba la menor falta ni toleraba la menor distracción. En algunos casos estallaba su carácter impetuoso y su mal genio, y cuenta su mujer en su Pequeña Crónica que en una ocasión le vió arrancarse la peluca y tirársela a la cabeza de un alumno llamándole "estafador del piano", pues no toleraba trampas de ninguna clase y éste había intentado producir un efecto deslumbrante sin base sólida para ello.

Cuando daba clases lo primero que hacía era instruir al alumno sobre la colocación de la mano y el movimiento de los dedos. Fue Bach el que inventó el método natural de cruzar el pulgar por debajo de los demás dedos, pues hasta entonces los pocos que lo usaban lo hacían por encima, lo que daba una impresión de torpeza. También fue él el primero que empleó todos los dedos para ejecutar trinos y adornos. No permitía a sus alumnos que pasasen a tocar nada sin estar fuertes en estos ejercicios, y por ello les escribió pequeñas piezas para que tuvieran ligereza en los dedos. Cuenta Ana Magdalena Bach que cuando su marido veía que un alumno tenía dificultad con una obra, componía sobre la marcha una pequeña invención que contenía dicha dificultad en la forma más agradable para resolverla. Para su hijo Friedmann escribió muchas de las Invenciones a dos y tres voces.

Sus alumnos vivían con él en su casa, a veces varios años, aprendiendo no sólo de su música sino de la grandeza de su persona. No sólo era hospitalario con sus discípulos; también numerosos músicos y grandes personalidades de la aristocracia iban a visitarle, y las puertas de su casa estaban siempre abiertas y su mesa preparada.

A pesar de ser un virtuoso del órgano y otros instrumentos, poseía una mezcla de grandeza y humildad que le llevaba a decirles a los alumnos que estudiando con constancia y dedicación, cualquiera podría llegar a tocar como él. "Todo consiste en poner el dedo convenientemente en la nota apropiada y en el momento preciso, lo demás lo hace el órgano". Sus manos eran grandes, muy anchas y de un alcance extraordinario en el teclado del clavicordio (abarcaba con la izquierda doce teclas y tocaba a la vez con los tres dedos centrales notas rápidas). Con la mayor naturalidad podía ejecutar trinos con cualquiera de los dedos de ambas manos y simultáneamente tocar los más complicados contrapuntos. Todo le parecía fácil, sin embargo, no sentía orgullo por su talento, pues lo consideraba como si no le perteneciera.

Nunca estaba ocioso; decía que el tiempo era uno de los grandes dones otorgados por Dios y que había que aprovecharlo al máximo. De ahí su infatigable dedicación como intérprete, compositor y maestro. Su tiempo de ocio lo dedicaba a su mujer y a sus hijos y a la lectura de libros de Teología escritos en latín.

 

Era serio, tranquilo, hablaba poco y sólo con los que le daban confianza. Su robustez. su altura y la expresión de su rostro le conferían un aspecto majestuoso e impresionante.

En su época, Johann Sebastian Bach fue reconocido como uno de los mejores músicos de Europa. El virtuosismo de sus interpretaciones y la majestuosidad de sus composiciones no tenían competidor. Sólo Haendel (a quien, a pesar de haber nacido en el mismo año en la misma región, no llegó a conocer aun después de varios intentos) tenía una fama comparable. Esta superioridad sobre sus semejantes se concreta, por ejemplo, en su remuneración: Bach siempre disfrutó de sueldos mucho mayores que los de sus coetáneos, y lo curioso es que nunca encontró dificultades ante sus elevadas pretensiones, lo que prueba la estima en que se le tenía. Así, como organista de Mülhausen pedía 85 gulden más los bienes en especie (trigo, leña, etc), mientras que a su antecesor le daban 66, y cuando un año después dejó el puesto, su sucesor volvió a cobrar 66. Lo mismo le había sucedido cuando pidió permiso para ir a Lübeck dejando a su primo de sustituto: éste solo cobró 40 gulden, menos de la mitad que Bach.

Pero su carácter modesto le impidió mayor gloria en vida, y su grandeza le hizo ser blanco de críticas y enemistades. En Leipzig, tuvo que padecer mucho por la envidia de cierta personas y por las innumerables discusiones que tuvo que sostener de palabra y por escrito. Aunque generalmente no solía hacer caso de esas cosas, las mentiras que sobre él se decían le irritaron tanto que rogó a un amigo que contestase por él públicamente en la prensa, pues no tenía ni tiempo ni ganas de separarse de su música para hacerlo personalmente.

Sin embargo, a medida que avanzaban los años, Bach se iba quedando solo musicalmente hablando. Durante los dos últimos decenios de su vida el gusto musical había comenzado a experimentar profundos cambios, a los que él se mostró insensible, manteniéndose fiel a sí mismo, y aunque se daba cuenta no quiso cambiar. En cierta ocasión le dijo a su mujer: "Como escribo para placer mío, no puedo enfadarme porque mi arte no guste a todos". Las preferencias del público se inclinaban por las composiciones de sus hijos Friedemann y K.P. Emanuel. Cuando Ana Magdalena Bach escribió su Pequeña Crónica en 1758 (ocho años tras la muerte del músico), la música de Bach estaba ya prácticamente olvidada. Fue gracias a Mendelsohnn, quien en 1829 con la dirección de la Pasión Según San Mateo, provocó el resurgimiento esplendoroso de la obra de Bach.

Es momento de recomendar la lectura de la obra citada de Ana Magdalena, una biografía que, aunque pueda adolecer de falta de objetividad, rezuma el profundo amor que la soprano sentía por su marido. "Pobre como soy y olvidada, y viviendo de las limosnas de la ciudad de Leipzig, y vieja -ayer cumplí los cincuenta y siete años-...no quisiera dejar de ser lo que soy ahora, si hubiese de comprar la más hermosa y honorable vejez al precio de no haber sido su compañera".

La vejez nubló los ojos grandes del maestro. Su mirada intensa y penetrante, que parecía estar siempre en profunda meditación, se enturbió a causa de una infección ocular que le llevó a la ceguera a pesar de varias intervenciones. Ya ciego y debilitado por los dolorosos tratamientos y las sangrías a las que se vio sometido, no dejaba de trabajar, pues dictaba a su antiguo discípulo y más tarde yerno -Johann Christoph Altkinol- composiciones nuevas o correcciones de algunas corales para órgano. "Cristóbal, trae papel, tengo música en la cabeza ¡Escríbela por mí!". Tras dictarle la última de las Dieciocho corales de Leipzig , "Ante Tu trono me presento", susurró. "Es la última música que compondré en este mundo".

Esperaba con ansia el momento de reunirse con el Señor. Por eso vivió sus últimos días con plena lucidez y una gran paz interior. El mismo día de su muerte llamó a su mujer, y ésta cuenta que, abriendo los ojos, recuperó por un momento la vista, pudiéndola ver a ella, a sus hijos y a su nieto, y que pidió que tocasen algo de música y que interpretaran una canción. Cantando a cuatro voces el coral "Todos los hombres tienen que morir", los compases de su vida llegaron a su fin.

Para mí ha sido muy interesante sumergirme en la vida de este gran músico y espero haber transmitido ese interés. Si en esta ocasión he escrito sobre su vida, dedicaré mis próxima intervención a que conozcáis su magnífica, extensa, y siempre actual obra, cuyo conocimiento es imprescindible para todo aquél que se considere músico. Quisiera cerrar con las palabras de su amantísima mujer quien en su ya citada Pequeña Crónica nos dice: "Los que le amamos podemos pronunciar las palabras divinas: Muerto, sigue hablando. Tengo la profunda convicción de que vivirá mientras viva su música. Ya sé que existen ahora nuevas corrientes musicales y que los jóvenes las siguen, como siguen todo lo nuevo; pero, cuando envejezcan, si son verdaderos músicos, volverán a Juan Sebastián".