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Riley
en Madrid Por Víctor Pliego de Andrés. Lee su curriculum. “Músicas
de hoy. La escena imaginaria”. Improvisaciones y partes de diversas
obras. Terry Riley (teclados y voz). Stefano Scodanibbio (contrabajo). Auditorio
Nacional de Madrid, 30 y 31 de mayo de 2002. Terry Riley es ya un clásico. Su nombre ha pasado a la historia de la música por su contribución a la renovación de las vanguardias desde el minimalismo. Sus propuestas rompieron fronteras y aún hoy lo siguen haciendo. A pesar de su enorme trascendencia, sus actuaciones en Madrid han atraído a un público escaso, selecto y alternativo muy diferente del que habitualmente asiste a los conciertos “clásicos”, pero también muy distinto del público de música “contemporánea”, “étnica” o de “jazz”. La música de Riley es muy personal, pero contiene muchos elementos de géneros distintos. Aún sin pretenderlo y con ya casi setenta años (que no se aparentan) sigue rompiendo esquemas. Sus recitales en el Auditorio Nacional de Madrid han sido un chorro de aire fresco. Su presencia y su forma de trocar transmiten una gran serenidad y una quieta emoción. Toca todo de memoria, sin partituras, pasando de obras propias, al jazz o a ragas con una absoluta naturalidad y dominio. La música nace con facilidad, prácticamente a partir de la nada, con motivos aparentemente pueriles que van cobrando forma y acaban por crear un clima mágico y emotivo. El sonido adquiere una especial calidad, con resonancias sorprendentes, muy sutilmente reforzadas por una amplificación. Fue particularmente sugestiva la pieza de Scondanibbio que el propio contrabajista interpretó sacando armónicos de las cuerdas al aire, con un gesto casi inopinado. Riley sorprendió como intérprete, por su dominio del teclado, del y del sitar y de una voz emocionante. Su capacidad de acompañarse parecía cosa de intérpretes diferentes. Los dos recitales, el primero a dúo y el segundo como solista, fueron muy diferentes y variados. En ambos destacó el rigor en una manera especial de hacer las cosas, con tranquilidad, modestia y perfección. Riley hizo desde la música una respetuosa invitación, con cierta distancia, melancolía y escepticismo. Todos los asistentes respondieron al reto con entusiasmo. Algunos remansos están llenos a sorpresas y en sus profundidades se adivinan corrientes poderosas.
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