Revista en Internet
Número 3º - Abril 2000


Secciones: 
Portada
Editorial
Quiénes somos
Entrevistas
Artículos
El lector opina
Crítica discos
Crítica musical
Web del mes
Midi del mes 
Tablón anuncios

LA SECCIÓN DEL APÓCRIFO

Por Antonio Pérez Vázquez

Allí estaba yo, un viernes por la tarde, con un frío que pela, delante del teatro. Mira que hacia frío, no recuerdo una tarde más fría en los días de mi vida. La verdad es que no sabía por que me había dejado embaucar para ir esa tarde a "ver" un concierto de música clásica. Encima el bellaco llegaba tarde. Mentalmente llevaba la cuenta de todas las cosas que le iba a decir cuando me lo echara a la cara. Veía que la gente comenzaba a entrar, quedaban cinco minutos para que comenzara el concierto y las entradas las traía el tardón.

Cuando por fin me veía camino de casa con un enfado impresionante, apareció el portador de las entradas casi sin resuello, todo colorado y con dos entradas en la mano. "Perdona, pero es que el tráfico esta fatal. He tenido que bajarme del taxi y llegar corriendo".

La verdad es que no soy nada rencoroso y el enfado se me había pasado. Entramos finalmente en el hall del teatro, mucho más calido que la calle, casi acogedor. Entregamos la entrada el acomodador y nos llevó hasta nuestros asientos. Por fin, sentaditos y calentitos, no sé qué más se le puede pedir a la vida. Pues sí que se le podía pedir algo más, y no me refiero a la morenaza que se nos sentó delante, sino al espectáculo que disfrutamos en la hora y media siguiente. No sabía que la música clásica en directo tuviera tanta fuerza; observas el rostro de la gente que te rodea y sientes que sienten lo mismo que estás sintiendo (y van tres). Es una experiencia colectiva más que gratificante, quizás a mi me resultó más impactante porque nunca antes la había sentido.

Para mí el teatro era un entorno que no conocía, había ido un par de veces, pero casi no me acordaba de él. En el descanso fuimos a recorrerlo de cabo a rabo. El bar, la zona de plateas, el hall (pero ahora sin correr), el patio de butacas,... Es de agradecer que al restaurarlo sigan respetando el estilo antiguo, las maderas, las molduras,...retroceder en el tiempo.

Comenzó la segunda parte del concierto, otra vez a volar (digo volar porque el techo del teatro estaba adornado con un fresco enorme que mostraba un cielo azul imponente, y con la altura a la que esta el paraíso...) con la misma tensión que antes del descanso.

Cuando aún estaba en la nube, le pregunté a mi amigo "¿Qué te ha parecido? Han tocado realmente bien". Ante esta última afirmación me respondió"Me reservo la opinión". Vaya por Dios, yo alucinando en colores con un concierto que no había sido interpretado de una forma totalmente correcta, adecuada o como quieran llamarlo. En ese momento recordé una frase de mi profesor de latín "La ignorancia es muy atrevida.". Y yo había sido muy atrevido.

Otra cosa a señalar de ese concierto fueron las anécdotas que se sucedieron. Una mujer que tocaba el arpa (¿arpista?) apareció en el escenario con unas zapatillas de andar por casa (sin duda los del patio de butacas no la veían, pero los del paraíso...) y el señor de los "tambores grandes" perdió uno de los palillos mientras tocaba (menos mal que tuvo la habilidad de coger uno de repuesto muy rápidamente).

Podría decirse que después del concierto me quedé realmente satisfecho de lo que había presenciado, lo que podría llamarse un buen sabor de boca. Por supuesto, después de ese concierto he ido a unos cuantos más.

 

NOTA: el teatro no me da comisión por el artículo, aunque no sería mala idea.