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LULLY Y MOZART POR
WILLIAM CHRISTIE
Por Ignacio
Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.
Jean-Baptiste Lully, creador de numerosas obras para la escena, fue, entre
otras cosas, actor, bailarín, guitarrista y violinista. Aunque italiano
de nacimiento, pronto adaptó su nombre al francés y puso su talento al
servicio del Rey de Francia. Siguiendo los cánones de la época sus óperas
están basadas en temas mitológicos, con escenas bucólicas y pastoriles
y abundancia de dioses/as y pastores/as en las que se habla de amor y
dolor, juventud y pasión, venganza y muerte.
Con todo esto, no sólo se adaptó a los gustos del público sino que
estableció una tradición operística que pudiera con el tiempo rivalizar
con la predominancia de la italiana. Para ello necesitó hacer de la
lengua francesa un medio esencial para la ópera y lo consiguió por medio
del recitativo cuyo particular tratamiento pasa por ser una de sus mayores
contribuciones. Lully que era gran amante y conocedor del teatro francés
resolvió el problema imitando el estilo declamatorio del teatro francés
y transfiriéndolo al lenguaje musical. En sus manos el recitativo se
convirtió así en una herramienta para la expresión dramática. Lully
logró combinar elementos intrínsecamente franceses como el ballet y el
drama (Corneille, Racine, Molière) y crear la “tragedie lyrique”.
Por otro lado, confirió a la orquesta una importancia desconocida hasta
entonces. Además de cuerda, la orquesta de Lully incluía flautas, oboes,
trompetas y percusión. La orquesta se convirtió así en otro elemento
dramático más que ayudaba al espectáculo en su conjunto.
Algunas de sus obras más conocidas son: Thesée (1675), Atys
(1676), Psyché (1678), Phaëton (1683) y Armide et
Renaud (1686). Lully murió en París, siendo “Secrétaire du
Roi”, a causa de una gangrena tras clavarse en un pie el bastón con el
que marcaba el tempo a la orquesta. El primer caso conocido de
"director de orquesta muerto en servicio".
El norteamericano William Christie es un infatigable defensor del
patrimonio musical barroco francés. Sus grabaciones han acercado
compositores y obras (muchas nunca registradas antes) a aficionados de
medio mundo. Ni siquiera con el paso de los años -y la lógica aparición
de otras figuras de relieve en el panorama de la interpretación barroca-
su reinado se ha visto en peligro. Pero no sólo en el repertorio francés...
cuando se interesó por el inglés, los resultados fueron también
sorprendentes. Sin abandonar ninguno de sus modos y maneras, planteó un
Purcell como nadie lo había hecho antes, con lecturas rítmicamente
chispeantes que derrochaban musicalidad y teatralidad. Hay que
recordar el revulsivo que supuso, por ejemplo, su The Fairy
Queen (HM) frente a las algo rígidas lecturas historicistas inglesas.
El paso del tiempo no ha hecho la más mínima mella en cuanto al atrevido
concepto interpretativo que sigue siendo hoy tan actual como hace trece años.
“Afrancesadas” tacharon sus grabaciones
aquellos que siempre recurren al tópico fácil. Lo cierto es que sus
registros de Purcell fueron acogidos con entusiasmo y hasta los ingleses
tuvieron que admitir su sensacional vitalidad y fantasía. Su
Handel, aunque más discutido, está al nivel que se podía esperar de un
director de su talla. Sin ir más lejos, su Mesías entraría en el
puñado de versiones recomendables antes que, por ejemplo, la última del
también francés Minkowski (Archiv), arbitraria en cuanto a tempi,
caprichosa y provocativa como pocas y con un reparto con más sombras que
luces a excepción de Brian Asawa que, como se dice vulgarmente, está que
se sale.
Pero es, sin duda, en lo francés (y en parte también en lo italiano)
donde la estrella de Christie ha sabido brillar con más fulgor. Su interés
por rescatar del olvido obras de relieve, su imaginación y originalidad,
su talento, su riguroso trabajo con las voces y su particular sonido
siguen siendo hoy como ayer marcas de la casa. Si a esto le unimos su
regular trayectoria en todos sus trabajos y lo acotado de su repertorio
(salvo esporádicas incursiones en el período clásico) hacen que estemos
ante una de las grandes y verdaderas figuras de la interpretación
barroca. En su último trabajo, este “Americano en París” vuelve su
mirada hacia Lully, uno de los nombres claves de la ópera francesa.
Este nuevo disco titulado “Les Divertissements de Versailles” (ERATO
44655-2) es un viaje por el itinerario creativo de Lully durante sus años
al servicio de Luis XIV y nos ofrece varias escenas líricas de algunas de
sus obras más representativas. Como siempre, Christie resalta por encima
de todo el aspecto teatral de las partituras (no hay que olvidar que mucha
de esta música acompañaba representaciones teatrales de la época) y
aporta sofisticación, elegancia y un toque de pomposidad. Lo cierto es
que el disco no tiene desperdicio.
Podemos resaltar el gran recitativo del
acto II de Armide, su última tragedia lírica: la hechicera está
resuelta a matar al durmiente Renaud hasta reconocer que algo le impide
hacerlo. La orquesta introduce el recitativo con un tenso y compacto
preludio orquestal que sirve de entrada a la atormentada Armide, aquí en
la voz de Rinat Shaham que lo interpreta con convicción y sin sobrecarga
de expresividad. En el aria que le sigue, de gran belleza, nos muestra una
adecuación estilística extraordinaria. Una vez más se nota la acertada
elección de las voces por parte de William Christie: nuevos nombres pero
un mismo concepto interpretativo.
El disco se abre con un festivo y colorista “Prélude pour les
trompettes” de Psyché, obra que como recuerda Olivier Rouvière
en las notas interiores, duraba originalmente cinco horas, requería nueve
cambios de escena y representaba a todos los dioses del Olimpo además de
monstruos, demonios, y otras figuras mitológicas. (Parece que Wagner no
fue el primero en utilizar tiempos y medios aparentemente desmesurados.)
A lo largo del disco nos encontramos con varias sorpresas como la escena
del frío de Isis con el divertido “coro temblante” o la escena
de la forja de la misma ópera. Tenemos un interesante dúo de Isis
en el que Pan con sus invocaciones al Carpe Diem no es capaz de
convencer a Syrinx de la necesidad de disfrutar de sus encantos femeninos.
La escena está bien servida por Boris Grappe y Sophie Daneman en los
papeles protagonistas. Bellos y amables coros como “Chantons les
plaisirs charmants” de Psyché y también arias que invitan al
sosiego como “Trop indiscret Amour” con una Sophie Daneman que hace
una interpretación sentida y melancólica acompañada del violín obbligato
de Myriam Gevers, una delicia.
Seguidamente escuchamos a un bajo -aquí
Olivier Lallouette- como protagonista-héroe de la ópera Roland.
Su parte trasciende las dimensiones de un recitativo para convertirse en
un monólogo de gran exigencia vocal con un sensible acompañamiento de la
cuerda en la primera parte y un animado desenlace. Como apunta Rouvière,
la grandeza de esta pieza anticipa posteriores escenas para bajo de
Rameau, en concreto en el Hippolyte et Aricie, de la que Christie
tiene una grabación merecidamente premiada (Erato).
En definitiva, el disco es una muy apetecible introducción al Lully escénico
en particular, y a la ópera barroca francesa en general, que se escucha
con gusto y servida por el mayor especialista del género. Presentación
impecable con todos los textos cantados y ficha completa de artistas. Muy
recomendable.
Coincidiendo con la visita a España de William Christie y Les Arts
Florissants antes del verano, su compañía discográfica ha reeditado la
grabación de la Misa en do menor de Mozart grabada en la Abadía
de Lessay, Normandía, en 1999 (ERATO 26093-2). Después de probar suerte
con el Requiem a mediados de los noventa, era lógico pensar que
Christie se decidiría a grabar la misa más famosa y bella de Mozart
después del Requiem.
Esta
obra que Mozart dejara incompleta, deudora de Bach y sobre todo de Handel,
está prevista para coro, cuatro solistas (aunque sean ellas las que
llevan la voz cantante), dos trompetas, dos trompas, tres trombones,
timbales, flauta, dos oboes, dos fagotes, cuerda y órgano. Surgida como
agradecimiento a su matrimonio con Constanze, es de dimensiones
considerables, más que otras misas de Mozart, por lo que es fácil pensar
que la idea original era componer algo grande. Por razones no del todo
conocidas, llegado a un punto Mozart abandonó la partitura y nunca más
volvió a ella. La segunda parte del "Credo" y el "Agnus
Dei" no se llegaron a componer. De la primera parte del
"Credo" quedan fragmentos aunque suficientemente completos para
poder ser interpretados según las intenciones del compositor como, por
ejemplo, la famosa aria para soprano coloratura "Et incarnatus
est" (119 compases).
Después de esta Misa de 1783, Mozart no
compuso más música eclesiástica hasta el Ave Verum Corpus K.618
de 1791 aunque sus dos obras masónicas, Die Mauerfreude K.471 y Maurerische
Trauermusik K.477 sean música devocional. Curiosamente las dos
grandes obras corales de Mozart, Misa en do menor y el Requiem
final, quedaron incompletas dando pie a que los musicólogos se planteen
todo tipo de reconstrucciones, revisiones y versiones. Entre las muchas
grabaciones, existe una de Andrew Parrott (Denon) basada en la
reconstrucción de Maunder que va más allá, pues, plantea una recreación
litúrgica completa.
La versión utilizada por William Christie es la publicada por Peters según
la edición de H.C. Robbins Landon, la más utilizada en las versiones
actuales. El director americano se rodeó de dos excelentes sopranos: la
por entonces no muy conocida Patricia Petibon, ligera y de voz cristalina
pero capaz de llegar desahogada a las notas graves (escúchese el fantástico
"Christe" del "Kyrie") y la ya experimentada Lynne
Dawson, de mayor robustez vocal. Aunque las dos sean sopranos, Christie
tuvo muy en cuenta la tímbrica de ambas para asegurar el necesario
contraste en, por ejemplo, el "Domine Deum". Ambas voces se
funden a la perfección en los agudos finales hechos con pasmosa
facilidad. Sensacional está Lynne Dawson en el "Laudamus Te"
con una voz bien proyectada, sin ahogos, mostrando facilidad para la
coloratura aunque sin coronar con brillantez en las agilidades finales.
No es tan certero el "Et Incarnatus
est" a pesar del disfrute que supone la voz pura y juvenil de la
Petibon, que responde sin esfuerzo a las fioriture exigidas, pero
el ágil tempo marcado por la batuta no parece llegar al corazón de esta
música bien servida por cantantes (y versiones) tan diferentes como las
de María Stader (Fricsay, DG), Barbara Bonney (Abbado, Sony), Barbara
Hendricks (Karajan, DG) o Christiane Oelze (Herreweghe, HM). Poco se puede
decir sobre ellos, pues Mozart les da pocas opciones. El tenor Joseph
Cornwell en el trío y cuarteto está simplemente discreto. Mejor la
intervención del bajo, Alan Ewing, en el "Benedictus".
El disciplinado y flexible coro de Les Arts Florissants, reforzado para la
ocasión, canta a pleno pulmón en el "Credo" que suena
exultante y lleno de fervor en consonancia con el texto así como en el
"Qui tollis" de mayor recogimiento y sobriedad.
Christie descontextualiza la obra y presenta una obra coral de
monumentalidad sonora pero sin la espiritualidad a la que se asocia
normalmente anteponiendo el carácter dramático al religioso y sin ser
siempre muy mozartiano. Compárense las figuraciones de la cuerda en el
inicio del "Sanctus" con las de, por ejemplo, Abbado (Sony). Por
lo general, la dirección es vitalista, enérgica y detallista con voces y
orquesta (escúchese el regulador aplicado en la repetición del Laudamus
Te). Puede que sea la versión más rápida de todas las grabadas, lo cual
no es negativo pues, en ningún caso, rápido aquí es sinónimo de
superficial.
En una obra tan grabada como ésta no es fácil situar la versión de
Christie. No será una primera opción pero sí debemos admitir que es ágil
y refrescante, operística por momentos, se escucha con interés de
principio a fin, las dos sopranos están a gran nivel y el extraordinario
coro canta con las suficientes dosis de solemnidad. Aquél que busque una
lectura de profundidad religiosa, sin duda, se habrá equivocado. Como
versión alternativa, no defraudará. Excepcional toma de sonido y notas
interiores a cargo de Christoph Wolff.
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