Revista mensual de publicación en Internet
Número 31º - Agosto de 2.002


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MÚSICA PARA LA PAZ

DANIEL BARENBOIM y el
WEST - EASTERN - DIVAN

 

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

 

Éxito rotundo el que ha alcanzado la cuarta edición del West Eastern Divan, proyecto de colaboración entre jóvenes músicos de religión hebrea e islámica procedentes de Oriente Medio que Daniel Barenboim y el catedrático de literatura Edward W. Said -actualmente muy enfermo- han venido organizando con extraordinario entusiasmo y esfuerzo, y que este año ha contado con el patrocinio de la Fundación Tres Culturas, la Junta de Andalucía y la Federación de Cajas de Ahorros de Andalucía. De ahí que los participantes hayan trabajado y residido en el antiguo seminario de Pilas, en la comarca del Aljafare, y que los conciertos ofrecidos como materialización sonora del mismo tuvieran lugar en Ronda y Sevilla. De ahí también que numerosos instrumentistas españoles y -en menor cuantía- marroquíes se sumaran en esta ocasión al evento.

Éxito rotundo, decimos, y en diferentes planos de lectura: político, humano y musical. Con respecto al primero, hemos de destacar un dato tan revelador como el apoyo por parte de la UE que Javier Solana se comprometió, minutos antes del concierto en el Teatro de la Maestranza, a ofrecer en las próximas ediciones del taller. En un terreno mucho más cercano, otros hechos nos hablan del triunfo del proyecto. Así, en el día que se nos ofreció pasar en Pilas pudimos apreciar personalmente los lazos de amistad establecidos entre los participantes, algunos de los cuales -lo recordaba el propio Barenboim- habían perdido familiares y amigos en los sangrientos hechos de los últimos meses. Y es que gracias a este taller musical, desde el 8 de agosto han tenido la oportunidad de trabajar, comer, darse un chapuzón en la piscina, retozar en la hierba, bailar en una discoteca cercana y dormir juntos (las habitaciones, dobles, se asignaron mediante sorteo); incluso han surgido varios romances entre chicos y chicas de los bandos ahora tan salvajemente enfrentados.

A pesar de la belleza de semejantes circunstancias, hay quienes se han mofado de este proyecto, poniendo en entredicho la validez del mismo y la oportunidad de su celebración en Andalucía. A ellos, recordarles un par de cosas. Primera, que para la cuenta corriente de Barenboim hubiera sido mucho más provechoso dirigir grandes orquestas y ofrecer recitales pianísticos en lugar de haber trabajado duramente con estos jóvenes entre el 13 y el 24 de agosto. Segundo, que este granito de arena para construir la paz entre los pueblos es más, mucho más, que lo que aportan quienes se limitan a ofrecer una mueca sarcástica acomodados en la cómoda poltrona de su muy burgués domicilio.

 

Ensayos agotadores

Con respecto al apartado musical sólo caben elogios. Lo menos importante es el estupendo nivel alcanzado en los conciertos. Porque lo que va a perdurar es la formación que han recibido estos chavales de Barenboim y de los tres profesores de la Sinfónica de Chicago y los diez de la Staatskapelle de Berlín congregados por el argentino, entre ellos nada menos que el director Sebastián Weigle, uno de los pesos pesados de la Deutsche Staatsoper.

Un aprendizaje del que -no lo olvidemos- no sólo se han beneficiado los chicos de Oriente Medio, sino también un buen número de integrantes de la Orquesta Joven de Andalucía, convocados para participar en el taller. Con un horario de ensayos verdaderamente agotador (desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche, salvando las horas de las comidas), tuvieron que preparar tanto el programa sinfónico como un extenso recital de cámara. Y todo ello con notabilísimos resultados.

Memorable el concierto del 24 de agosto en el Maestranza, ofrecido un día antes en Ronda a manera de ensayo general. Lo fue por la calidez política y humana del evento: hubo mucha, muchísima emoción en la sala. Al propio director, visiblemente turbado, le costó trabajo expresarse cuando se dirigió al respetable para mostrar verbalmente su agradecimiento, y tras sus muy sentidas palabras, una cerrada ovación del público, puesto en pie, manifestaba su admiración y entusiasmo ante el proyecto.

Pero también lo fue por los resultados interpretativos. En contra de ciertos pronósticos, esta orquesta de jovencitos que llevaba trabajando apenas tres semanas sonó estupendamente. Que en Mozart no alcanzara la tersura de la English Chamber ni en Beethoven la densidad de la Staatskapelle de Berlín o la brillantez de la Sinfónica de Chicago era inevitable. Que hubiera algunos instrumentistas con problemas, o que en muy contados momentos se diera algún despiste general, no debe importar demasiado. Porque el conjunto funcionó de manera admirable: empastado, equilibrado en todas sus secciones, flexible en su sonido para adecuarse a compositores tan distintos como Mozart y Beethoven, atentísimo a la menor indicación del maestro y engalanado por algunos solistas formidables.

Barenboim, por su parte, volvió a confirmar que es una de las mayores batutas de nuestro tiempo. Lo menos extraordinario fue la Leonora III, dicha con honda poesía, trufada de momentos mágicos -impresionante la introducción-, pero carente de la brillantez y el frenesí visionario que el propio artista ha alcanzado en disco y en directo. El Concierto para tres pianos de Mozart lo dirigió de manera portentosa, con una cantabilidad y transparencia admirables, alcanzando el adecuado equilibrio entre gracia rococó y melancolía prerromántica. Más que solvente la intervención de los dos pianistas israelíes, el palestino Saleem Abboud Ashkar y el judío Shai Wosner, aunque lógicamente muy por debajo de lo que en disco y video, con Sir Georg Solti, hicieran András Schiff y el propio Barenboim, quien en esta ocasión se reservó el tercer y mucho más sencillo tercer piano.

 

Un Beethoven genial

La Quinta del sordo de Bonn, ejecutada de manera muy notable por la orquesta, resultó magistral de principio a fin merced a la genialidad de la batuta. Difícilmente se puede escuchar en disco una dirección globalmente superior a la que ofreció Barenboim, equiparable a cualquiera de las grandes realizaciones fonográficas que todos tenemos en mente, trátese de Klemperer, Karajan, Böhm, Jochum, Kleiber o Solti.

Claro está, a quien más nos recordó es a su admirado Furtwängler: un Beethoven basado en el conflicto sonoro y emocional, apasionadísimo, rebelde y desesperado hasta el extremo, pleno de grandeza al tiempo que alejado de cualquier retórica triunfalista, profundo y cargado de significación. El muy centroeuropeo color que obtuvo de la orquesta fue de lo más adecuado, la claridad estuvo garantizada en todo momento, y las observaciones dinámicas -reguladas con minuciosidad desde el podio- obtuvieron un resultado ejemplar. Versión de primerísima categoría, pues, que como en su versión discográfica fue de menos a más, culminando en un cuarto movimiento absolutamente magistral.

No quedó ahí la cosa. El Intermedio de Rosamunda de Schubert, primera propina, fue dicho con una exquisitez y una trasparencia difíciles de alcanzar en este autor sin caer en la flacidez o la cursilería. Pero lo más sorprendente vino con la obertura de El Barbero de Sevilla. La ejecución no resultó memorable. La interpretación, sí: pocas veces se habrá escuchado esta página dicha con mayor gracia, desparpajo e intensidad. ¡Ojalá Barenboim se adentrara de una vez por todas en el mundo de Rossini! El gesto de abandonar el podio en la sección final de la página y dejar a los jóvenes tocar solos, lejos de resultar gratuito, estuvo plagado de significación.

 

Música de cámara

El lunes 26, a los pies de la portada mudéjar del palacio de Pedro I en los Reales Alcázares de Sevilla -un lugar plagado de connotaciones históricas-, se nos ofreció un recital de música de cámara a cargo de diferentes agrupaciones instrumentales del Diván (diez en total, más la intervención de un piano solista). Pudimos allí escuchar páginas de Dukas, G. Gabrielli, Ravel, Beethoven, Brahms, Mozart, Prokofiev, Dvorák, Schumann, Chopin y Mendelssohn, conformando un programa excesivamente largo pero que permitió apreciar la destreza y musicalidad de los jóvenes integrantes del taller en un terreno mucho más peliagudo que el sinfónico.

Hubo, como era de esperar, algunos instrumentistas que no dieron la talla y terminaron desequilibrando peligrosamente el diálogo camerístico, pero la mayor parte de las interpretaciones resultaron muy satisfactorias. Señalemos, en todo caso, que la madera rindió en general mejor que la cuerda -entre la que se encontraba el hijo menor de Barenboim-, y que Saleem Abboud Ashkar y Shai Wosner estuvieron tan acertados en la versión para dos pianos de La Valse como dos días antes en el concierto de Mozart. No obstante, quien obtuvo mayores aplausos fue Karim Said, sobrino de Edward: a sus trece años, y con mucho aún por desarrollarse en lo técnico y lo interpretativo, exhibió detalles de gran músico que hacen esperar una carrera prometedora.

 

Esa noche Barenboim se encontraba ya en Berlín, pero su huella -calidez expresiva, tensión dramática- estuvo presente. De hecho, puede decirse que fue él quién dirigió a los jóvenes músicos, algo que quien esto suscribe había tenido la oportunidad de comprobar en Pilas unos días antes: entre las dos y las siete de la tarde el maestro estuvo (sin descanso alguno, pertrechado de varias piezas de fruta) trabajando con cada uno de los grupos, matizando con asombroso conocimiento de las partituras las interpretaciones que se iban modelando a lo largo de cada jornada en los diferentes talleres liderados por los profesores de Berlín y Chicago. Un gran trabajo de equipo.

El futuro

No todo resultó positivo en esta cuarta edición del West Eastern Divan. Hubo diferentes fallos organizativos, bastante sonados en lo que al concierto de cámara se refiere. Así, no sólo no se dio a conocer el programa hasta la propia celebración del recital, sino que además en ningún momento se aclaró que Barenboim no intervendría en el mismo, lo que supuso la decepción de no pocos melómanos allí congregados. Una grave omisión, también, que en ningún momento se hiciera saber al respetable el nombre de quien dirigió a dos de los grupos instrumentales y -esto sólo lo sabemos unos pocos- había hecho de excelente maestro repetidor en los ensayos orquestales: se trataba del director y compositor Cliff Colnot, asistente de Barenboim en Chicago, y productor, arreglista y batuta de su famoso disco Tribute to Ellington.

Hemos de lamentarnos, asimismo, por la desigual atención a la prensa: se nos ofrecieron las mayores facilidades para deambular por Pilas y asistir a los ensayos, pero el acceso al gran protagonista del evento resultó, en contra de lo previamente anunciado, de lo más restringido, salvo para algunos privilegiados. Tampoco el Teatro de la Maestranza ofreció facilidades a la "prensa común". Que la agenda de Barenboim fuera -damos fe de ello- de los más apretada y que él mismo no estuviera muy dispuesto a dedicar su escaso tiempo libre a quienes personalmente le solicitamos una entrevista no parece que justifique semejantes circunstancias.

Hemos ahora de preguntarnos por el futuro. Los conciertos que entre finales de agosto y principios de septiembre tienen lugar en Lübeck, Berlín y Estrasburgo (concretamente en el Parlamento Europeo), ponen punto y final a esta edición del West Eastern Divan, que según ha manifestado el propio Barenboim marca el final de un primer ciclo. A partir de ahora, ha señalado el músico, es necesario buscar una formulación diferente y más estable, en la que quizá desempeñe un relevante papel la UE -mediando Javier Solana- y posiblemente lo seguirá teniendo la Junta de Andalucía; el presidente socialista Manuel Cháves parece interesado en la continuidad. ¿Se podría implicar el gobierno español, a pesar de su diferente signo político? Sería lo más recomendable. De momento, felicitamos a todos los que han apoyado este tan maravilloso -desde el punto de vista político, humano y musical- proyecto, y guardamos la esperanza de que Barenboim encuentre en la tierra andaluza, tan fertilizada a lo largo de los siglos por culturas diferentes y hasta opuestas, sede estable del West Eastern Divan

 

Fotos: Anna Elías.