La compañía de Alvin Ailey es una leyenda viva. Aunque su fundador murió en 1989 y su repertorio tiene varias décadas de antigüedad, el conjunto goza de una enorme vitalidad y frescura. Así lo confirmó en su esperada y exitosa visita al Teatro Real de Madrid. Las creaciones de Alvin Ailey ocupan un reconocido lugar en la historia del arte y de la danza. Sus propuestas, híbridas y mestizas, están fundadas en la técnica clásica pero con incorporaciones de las danzas tribales, americanas, de salón, tradicionales, racionales y de todo tipo. Ya no asombran, pero siguen vigentes por su alto valor intrínseco. Su alegría nos remonta a unos tiempos en los que un relámpago de ilusión y alegría impregnaba todas las manifestaciones del arte. La fluidez, la elasticidad, la expresividad y la técnica son los rasgos de este conjunto, cuyo entusiasmo es contagioso. El movimiento frenético e incesante requiere un enorme esfuerzo que se despliega con una naturalidad y energía sobrada. Los cuerpos de los bailarines y de las bailarinas son sólidos y musculosos, mucho más atléticos de lo que suele ser habitual en el ballet clásico. Son divinidades materializadas con peso y curvas. Los artistas del Alvin Ailey American Dance Theater trabajaban con una seguridad basada en la combinación de fuerza y destreza, unida a unas hondas convicciones ideológicas. Hay espectáculo pero también una militancia que no arremete contra nadie pero que es bien clara en su testimonio artístico y profesional: todos los componentes son negros y la directora de orquesta es además una mujer. Que yo sepa, esta ha sido la primera producción que ha puesto una mujer en el foso de Teatro Real desde que se reinauguró en su nueva etapa hace cinco años. Es algo más que una anécdota, es un acontecimiento que merece reseñarse en los anales. El arte y la calidad no están reñidos con el compromiso, aunque hoy las modas apuntan otras disposiciones. El público del Teatro Real valoró el arte sin mucho entusiasmo y menos el mensaje. Las cuatro coreografías presentadas corresponden al trabajo de cuatro lustros de trabajo iniciados hace cuarenta años. De todas ellas, la más emotiva y auténtica fue sin duda la que cerraba el espectáculo, Revelations, de 1960, basada en cantos espirituales tradicionales que creaban un clima intenso, cargado de contenidos metafísicos. Es una de las obras más representativas de Ailey y se considera una de las grandes obras maestras de la danza moderna norteamericana. Las otras coreografías, con música de Duke Ellington, son posteriores y más mundanas. Night Creature, de 1974, es tal vez más original, inspirada en los movimientos instintivos de los habitantes de la noche y en fantásticos rituales secretos. The River, de 1974, es una celebración metafórica de la vida y Pas de Duke, 1976, es un ejercicio de estilo que traduce al lenguaje moderno la tradición clásica, en una propuesta rebosante de energía y originalmente concebida para Judith Jamison y Baryshnikov. Ha sido un gran comienzo de temporada.

(Fotografía de Javier del Real)

Próximos espectáculos del Teatro Real:
18 a 28 de julio 2 a 15 de octubre Simon Boccanegra. Nueva producción del Teatro Real.
1 a 18 de noviembre Giulio Cesare. Coproducción del Teatro Real con el Teatro Comunale de Bolonia