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Sencillez y frescura en la ópera
Por
Víctor Pliego de Andrés. Lee su
curriculum.
Così fan tutte. Ópera bufa en dos actos. Música de Wolfgang Amadeus Mozart. Libreto de Lorenzo da Ponte. Primer reparto: María Rey Joly (Fiordiligi); Teresa Cullen (Dorabella); Mark Milhofer (Ferrando); Nicolas Rivenq (Guglielmo); Janet Perry (Despina); Alexander Malta (Don Alfonso). Coro della Fondaziones Lirico Sinfónica Petruzzelli e Teatri di Bari. Orquesta-Escuela de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Director musical: Arnold Bosman. Director de escena: Carlo Battistoni. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Sqarciapino. Puesta en escena: Giorgio Strehler. Teatro Español de Madrid, del 18 al 27 de julio de 2004. Frente a tantas producciones pretenciosas de este y otros títulos geniales de la ópera, la puesta en escena que Giorgio Strehler realizó en sus últimos días para Così fan tutte es, por su sencillez, un chorro de aire fresco. Las obras maestras necesitan maestros que las pongan en pie y siempre dejan en mayor evidencia que otras piezas menores la mediocridad de quienes se acercan. Strehler fue un maestro capaz de conversar sobre el escenario con esos dos gigantes que fueron Mozart y Da Ponte sin necesidad de subirse a una escalera. La aproximación a está ópera no podría ser más honesta y sencilla: se fundamente, simplemente, en leer con atención el texto y la música, para subrayar toda su gracia sin interferencias ni añadidos extraños. El resultado está lleno de magia, de ligereza y de vida. La puesta en escena colabora eficazmente con la música y texto, alcanzando una sublime naturalidad. La dirección de escena revela todas las virtudes y gracias de esta joya de la lírica, estableciendo una comunicación directa con el público y aludiendo, sin ninguna pedantería, a los viejos trucos de la Comedia del Arte. Las funciones celebradas en el Teatro Española de Madrid han sido un éxito de público, no solo por el lleno, sino también por la variedad. Cuando la ópera está bien hecha llega y divierte a los públicos más variopintos, como aquí se ha comprobado. El Teatro Español se ha renovado “por fuera y por dentro” (lo dijo Martirio en su recital con Chano Domínguez) y está consiguiendo rejuvenecer y ampliar a su afición, que asiste confiando en sus propuestas. En ópera pudimos ver a un público más popular, menos encorbatado y formal que el del Teatro Real; un público más relajado que siguió con alborozo todo el enredo, riendo las gracias y aplaudiendo espontáneamente las diversas suertes. No recuerdo haber visto otras óperas en el Teatro Español, de modo que abrir este escenario a un género tan difícil e injustamente acusado de elitismo tiene doble mérito. La Orquesta-Escuela de la Orquesta Sinfónica de Madrid hizo una encomiable labor. No tuvo sitio suficiente en el foso y los vientos se repartieron en los palcos de proscenio complicando un trabajo de empaste que, sin embargo, desempeñaron muy bien. Todos los cantantes estuvieron igualmente entregados y ofrecieron unas interpretaciones con arte, credibilidad y gracia. La dirección musical fue viva y atenta a la acción; la puesta en escena exquisita. Queda probado que no hacen falta grandes divos ni grandes escenarios para hacer óperas con éxito. Ya lo demostró hace años el desaparecido Festival Mozart de Madrid, que inevitablemente vino a la memoria durante este magnífico espectáculo de Teatro Español.
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