|
LAS BODAS DE FÍGARO
VUELVEN A OVIEDO
Oviedo, Teatro Campoamor. 13 de noviembre de 2004. Mozart: Las Bodas de
Fígaro. S. Orfila, O. Sala, M. Lanza, A. Ibarra, A. Rivas, S. Cardoso, C.
Varela, B. Alberdi, J. Plazaola, M. López Galindo, F. J. Jiménez, M.
Fernández López, M. Acuña Aller. Coro de la Asociación Asturiana de Amigos
de la Ópera. Orquesta Sinfónica Ciudad de Oviedo (OSCO). Dir. musical:
Paul Goodwin. Dir. de escena: Emilio Sagi.
Es de agradecer que las óperas de Mozart se incorporen al repertorio del
Teatro Campoamor como algo habitual, al mismo nivel que puedan estar las
de Verdi o Donizetti, y no como una "rareza", pues "tan sólo" habían
pasado siete años desde que se había dado por última vez Le nozze di
Figaro (y para la vez anterior habría que retroceder 31 años más);
cuando uno recuerda la polémica que hubo entonces sobre la inclusión de
las obras de Mozart en el repertorio (polémica en la que participó un
importante crítico asturiano ya fallecido y que trascendió hasta la prensa
especializada nacional), siente un poco de vergüenza ajena ante el
aldeanismo demostrado por los que supuestamente deberían ser los sectores
más ilustrados del panorama musical asturiano.
Afortunadamente, todas esas polémicas parecen ya, como efectivamente son,
propias del siglo pasado, y hoy día las óperas de Mozart se imponen entre
el público ovetense sin necesitar más razones que su propia belleza; no en
vano alguien llamó a Las Bodas de Fígaro "la ópera más bella del
mundo", y ciertamente no andaba muy descaminado.
La producción que se pudo contemplar en Oviedo demostró que es posible
lograr un espectáculo de gran calidad, que no tenga nada que envidiar a
los de los mejores coliseos, sin necesidad de recurrir a grandes nombres
"de importación", sino basándose únicamente en cantantes españoles. Con
todo, obtuvo un éxito de los mayores que se recuerdan en el Campoamor, al
menos en las últimas temporadas.
Si hubiera que destacar un cantante dentro del alto y homogéneo nivel del
reparto, tendría que ser el barítono Simón Orfila, que dio vida a un
Fígaro prácticamente ideal: una voz rotunda, "de una pieza", sin presentar
fisuras en la zona aguda ni en la grave, y un artista que sabe extraer
matices a su personaje dentro de una concepción más noble y menos bufa de
lo que muchas veces se escucha (en ese sentido me recordó a Cesare Siepi),
pero que jamás carece por ello de "chispa" y sentido del humor. Puede
recordarse su aria del acto 4º, "Aprite un po' quegli occhi" como el
momento más memorable de esta representación.
A su lado, la Susana de Ofelia Sala, sin poder ponerle prácticamente
ningún pero (una voz dulce, tímbricamente muy agradable, y que cantaba con
muy buen gusto y matizaba bien su interpretación), con todo se podría
echar en falta algo del "poso humanista" que apreciamos en esta obra los
que nos la hemos aprendido en la vieja grabación de Erich Kleiber. La voz
de la soprano valenciana puede sonar un poco ligera para el personaje de
Susana, de hecho si la viéramos en algún teatro haciendo de Barbarina no
nos extrañaríamos (sería una Barbarina de lujo, por supuesto). Cierto es
que, visto el nivel de voces que hay actualmente, este reparo puede sonar
a pedir demasiado, y que a la cantante aún le queda mucha carrera por
delante en la cual seguir perfeccionando un personaje que hoy es ya mucho
más que satisfactorio.
Si la Susana de Ofelia Sala parecía cantada con voz de Barbarina, por el
contrario la Condesa de Ana Iborra tuvo un vozarrón de soprano dramática
que parecía casi propio de una Norma. La idea de usar una voz más pesada
de lo normal como Condesa podría parecer arriesgada a los que sólo oyeran
la función, pero al ver a ambas mujeres en escena las dudas quedaban
disipadas por el efecto conseguido en el teatro, el fuerte contraste entre
dos mujeres (Susana y la Condesa) que pertenecen a dos clases sociales
distintas, y que muchas veces llegan a confundirse, lo que no debería
ocurrir. Aquí el contraste no pudo ser más notorio: Susana era bajita, con
voz más aguda, corriendo rauda de un sitio a otro, y la Condesa todo un
monumento de mujer, alta y majestuosa, moviéndose con parsimonia y con una
voz que evocaba su rango.
El resto del reparto estuvo bien, aunque a casi todos se les podría poner
algún reparo: al Conde de Manuel Lanza, una voz de menor calibre que la de
Orfila (también su papel es musicalmente menos importante), le salvó con
creces su apariencia escénica, realmente parecía el Conde por antonomasia
(aún joven y atractivo, y por tanto con posibilidades de lograr seducir a
Susana); al Cherubino de Alexandra Rivas quizá se le podría reprochar que
quisiera hacer creíble escénicamente a una mujer cantando un papel de
hombre por medio de acentuar la agresividad "masculina" de su personaje
(en mi opinión personal, no me molesta que se note que quien canta a
Cherubino es una mujer); al Bartolo de Celestino Varela, un cantante
asturiano bien conocido del público ovetense, puede rescatársele por lo
gracioso que resultaba en escena, aunque vocalmente fue el menos
afortunado del reparto (de hecho la voz no le llegaba para acabar su aria
de la "vendetta"); graciosísismos, realmente impagables, la Marzellina de
la soprano Begoña Alberdi y el jardinero Antonio de Miguel López Galindo,
ambos sin ningún reproche en lo vocal, aunque a ella (pese a ser soprano y
no mezzo) se le cortó su aria "Il capro e la capretta". Irreprochables
también el Basilio de Jon Plazaola (asimismo privado de su aria), la
Barbarina de Soledad Cardoso y correctos el resto.
El coro de la AAAO no defraudó, cumpliendo con creces su cometido, y la
OSCO sonó ideal para la obra, llevada por la mano experta de Paul Goodwin,
director perteneciente a llamado "movimiento historicista" que se recuerda
mucho a Gardiner, no sólo en el gesto o en los tempi elegidos, sino
incluso facialmente. La dirección de Goodwin fue ligera, ágil,
humorística, hizo que la obra no pesara nunca, hasta los pasajes de
recitativos transcurrieron en un suspiro; eso sí, no encontraremos en él
el humanismo mozartiano antes citado pero eso ¡ay! ya no se encuentra en
nadie.
Queda por hablar de la puesta en escena, firmada por un nombre tan
importante como Emilio Sagi. Con colores alegres, luminosos, con vitalidad
y optimismo en todos los personajes (todos ellos interpretados por
cantantes aún muy jóvenes), con frecuentes "gags" que provocaban las
carcajadas del público (esto sí que es ir a la ópera a disfrutar), más de
una vez nos recordó a escenas de la película Amadeus de Milos
Forman; de hecho el personaje de Cherubino estaba caracterizado como un
pequeño "Amadeus". La contribución de la escena no puede desdeñarse a la
hora de analizar las causas del éxito de esta producción que, a falta de
dos títulos, podría quedar como lo mejor visto en la temporada 2004-2005.
|