Revista mensual de publicación en Internet
Número 69º - Octubre 2.005


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Ponchielli y La Gioconda  seducen el Liceu  

Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya). 

  • LA GIOCONDA; música de Amilcare Ponchielli, sobre libreto de Arraigo Boito. Deborah Voight (Gioconda), Elisabetta Fiorillo (Laura), Carlo Colombara (Alvise), Ewa Podlés (La Ciega), Richard Margison (Enzo), Carlo Guelfi (Barnaba), entre otros. Dirección musical de Daniele Callegari y dirección escénica y escenografía de Pier Luigi Pizzi; Orquestra Simfònica y Cor del Gran Teatre del Liceu, Cor Vivaldi: Petits Cantors de Catalunya. Ángel Corella y Leticia Giuliani (bailarines principales invitados).

  Después de varios años sin aparecer en el Gran Teatre del Liceu, La Gioconda volvió a hacer acto de presencia en el escenario de las Ramblas con un reparto de lujo. Estimable ópera del sabio Amilcare Ponchielli, maestro de futuros compositores veristas como Puccini y Mascagni, fue estrenada en 1876 con gran éxito, consiguiendo ser uno de los grandes títulos que ha superado el paso del tiempo, aun a pesar de su formato de grand opéra (con ideas, pasajes y una estructura que recuerda el precedente de la Aida de Verdi en más de una ocasión) y de la enorme exigencia vocal de los papeles protagonistas. Para esta ocasión, y como estreno de la temporada 2005-2006, el Liceu no quiso ahorrar esfuerzos, contratando un reparto integrado por grandes voces del momento y firmando una coproducción con el Teatro Real y La Arena di Verona, con dirección escénica del prestigioso director italiano Pier Luigi Pizzi.

 Éste situó la acción en una Venecia reducida a la mínima expresión de dos puentes y algunas góndolas, una ciudad metafísica en blanco y negro, con grandes espacios que cuando desaparecen figurantes, coros y bailarines resulta excesivamente frío y abierto para con el drama íntimo de los solistas. A pesar de ello, el conjunto escénico, con unos vestidos en todas las gamas de grises en contraste con el rojo carnavalero, era de una lograda plasticidad y  efectividad. En los papeles solistas, Deborah Voigt encarna una Gioconda de gran fuerza y sentido dramático, con una voz poderosa en toda su extensión y una línea de canto de gran nobleza al servicio de la expresión. Elisabetta Fiorillo lució también toda la belleza de su instrumento y Ewa Podlés demostró nuevamente al público lo milagroso de su voz, firmando un “Voce di donna o d’angelo” que le valió la máxima ovación en el turno de aplausos. En las tesituras masculinas, destacó notablemente el Barnaba de Carlo Guelfi, con una voz poderosa y bella, aunque su autoridad escénica no acabara de cuajar todos los repliegues del siniestro personaje. Tampoco acabó de transmitir todo su empuje el Enzo de Margison, a pesar de lucir un canto elegante y capaz en el registro agudo. Carlo Colombo, a pesar de anunciar al inicio del tercer acto cierta afección vocal, cumplió sobradamente su papel con toda dignidad.

 Espectacular y de gran plasticidad el cuerpo de baile en el célebre ballet de la “Danza de la horas”, con un Ángel Corella y una Leticia Giuliani realmente sobresalientes. La dirección del maestro Callegari,  mucho más afortunada que la del pasado Elisir, puso todo su empeño en destacar la belleza de la partitura, atento a los matices y a las dinámicas, aunque con ello no consiguiera reflotar toda su riqueza expresiva, secundado por una correcta ejecución de la orquesta – especialmente lucida en la sección de maderas- y la excelente labor de los coros. Así pues, una lograda producción que avala y garantiza la pervivencia de esta ópera dentro del gran repertorio del coliseo.