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Ponchielli y La Gioconda seducen el Liceu Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya).
Después de varios años sin aparecer en el Gran Teatre del Liceu, La Gioconda volvió a hacer acto de presencia en el escenario de las Ramblas con un reparto de lujo. Estimable ópera del sabio Amilcare Ponchielli, maestro de futuros compositores veristas como Puccini y Mascagni, fue estrenada en 1876 con gran éxito, consiguiendo ser uno de los grandes títulos que ha superado el paso del tiempo, aun a pesar de su formato de grand opéra (con ideas, pasajes y una estructura que recuerda el precedente de la Aida de Verdi en más de una ocasión) y de la enorme exigencia vocal de los papeles protagonistas. Para esta ocasión, y como estreno de la temporada 2005-2006, el Liceu no quiso ahorrar esfuerzos, contratando un reparto integrado por grandes voces del momento y firmando una coproducción con el Teatro Real y La Arena di Verona, con dirección escénica del prestigioso director italiano Pier Luigi Pizzi. Éste situó la acción en una Venecia reducida a la mínima expresión de dos puentes y algunas góndolas, una ciudad metafísica en blanco y negro, con grandes espacios que cuando desaparecen figurantes, coros y bailarines resulta excesivamente frío y abierto para con el drama íntimo de los solistas. A pesar de ello, el conjunto escénico, con unos vestidos en todas las gamas de grises en contraste con el rojo carnavalero, era de una lograda plasticidad y efectividad. En los papeles solistas, Deborah Voigt encarna una Gioconda de gran fuerza y sentido dramático, con una voz poderosa en toda su extensión y una línea de canto de gran nobleza al servicio de la expresión. Elisabetta Fiorillo lució también toda la belleza de su instrumento y Ewa Podlés demostró nuevamente al público lo milagroso de su voz, firmando un “Voce di donna o d’angelo” que le valió la máxima ovación en el turno de aplausos. En las tesituras masculinas, destacó notablemente el Barnaba de Carlo Guelfi, con una voz poderosa y bella, aunque su autoridad escénica no acabara de cuajar todos los repliegues del siniestro personaje. Tampoco acabó de transmitir todo su empuje el Enzo de Margison, a pesar de lucir un canto elegante y capaz en el registro agudo. Carlo Colombo, a pesar de anunciar al inicio del tercer acto cierta afección vocal, cumplió sobradamente su papel con toda dignidad. Espectacular y de gran plasticidad el cuerpo de baile en el célebre ballet de la “Danza de la horas”, con un Ángel Corella y una Leticia Giuliani realmente sobresalientes. La dirección del maestro Callegari, mucho más afortunada que la del pasado Elisir, puso todo su empeño en destacar la belleza de la partitura, atento a los matices y a las dinámicas, aunque con ello no consiguiera reflotar toda su riqueza expresiva, secundado por una correcta ejecución de la orquesta – especialmente lucida en la sección de maderas- y la excelente labor de los coros. Así pues, una lograda producción que avala y garantiza la pervivencia de esta ópera dentro del gran repertorio del coliseo.
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