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SUOR CRISTINAPor Fernando López Vargas-Machuca.
Jerez, Teatro Villamarta. 14 de octubre de 2005. Falla: El amor brujo. Marina Rodríguez Cusí, mezzosoprano. Puccini: Suor Angelica (versión de concierto). Cristina Gallardo-Domas, Marina Rodríguez-Cusí, Emelina López, Leticia Rodríguez, Inmaculada Salmoral, María del Carmen Cordón, Charo Rendón. Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Enrique Patrón de Rueda, director. H ace un año ofrecía Cristina Gallardo-Domas en el Villamarta la que parece ser la última Violetta de su trayectoria artística, y ahora ha vuelto al teatro jerezano con el personaje con que ha alcanzado mayor reconocimiento, por encima incluso de Butterfly o de la citada heroína verdiana: la Sor Angélica de Puccini. Ahí queda su portentosa grabación oficial con Pappano (EMI), que en su momento le diera un impulso importantísimo a su carrera, aunque luego se hayan podido conocer otras tomas videográficas o radiofónicas (entre ellas una dirigida con inesperada inspiración por el irregular Thielemann) que dan buena cuenta de su compenetración con el personaje, hasta el punto de que se puede afirmar que la chilena es la intérprete oficial del rol en los últimos diez años, y desde luego una de las más grandes jamás escuchadas. Ahora bien, ¿cómo estuvo en Jerez? Pues depende de lo que el aficionado vaya buscando. Si lo que se valora es la perfección canora el saldo no resulta del todo positivo. Y no ya porque el instrumento de la soprano no tenga la suficiente holgura en el grave, que de hecho nunca la ha tenido, sino porque su tendencia a quebrar los agudos en pianísimo resultó en esta ocasión especialmente inoportuna al dar al traste con dos de los momentos clave de la partitura; entre ellos el mágico final del aria, que cuando nuestra artista consigue apianar en condiciones resulta de una belleza estremecedora. Pero si lo que uno busca es la autenticidad de las emociones y la transmisión de las mismas a través del puro canto, está claro que su encarnación de la desdichada monja no puede calificarse sino de referencial: la belleza de su timbre, la plena sintonía con el estilo, la morbidez de su fraseo, la inteligente utilización de los reguladores y la desgarradora brillantez de esos magníficos agudos emitidos a plena voz fueron las mejores armas de una artista que se cree lo que hace hasta al punto de llorar a lágrima viva -fui testigo sentado en primera fila- en los momentos más dramáticos de la obra. ¡Y eso que era en versión de concierto! Su identificación con el personaje es total y absoluta, y no sólo en su faceta más tierna, delicada y e introvertida sino también en su imprescindible rebeldía a la hora de enfrentarse a la Zía Princippesa y en el angustiado desgarro de la escena final. La emoción más sincera e intensa estuvo en sus labios en todo momento. Memorable. El Villamarta ha sabido reunir un elenco sólido para rodear a la estrella. Es el caso de la más que notable Zía Princippesa de la valenciana Marina Rodríguez-Cusí, una voz bella y homogénea manejada con tan admirable técnica y exquisito gusto que resulta incomprensible que esta espléndida mezzo no esté más aprovechada en los escenarios de nuestra tierra. Y una voz que va a dar muchísimo que hablar es la muy potente y hermosa que posee la jovencísima Leticia Rodríguez, que además parece ser una artista de primer orden, aunque aquí como la celadora no se lució tanto como lo hiciera en la Giannetta del Elixir d'amore. En el rol de la abadesa la veterana Emelina López aún pudo lucir la pastosidad de su oscuro y poderoso instrumento, mientras que Inmaculada Salmoral se mostró bastante voluntariosa, a pesar de sus tiranteces y desigualdades, encarnando a Sor Genovieva. El resto de las monjitas salieron del propio coro del teatro, que se mostró en esta ocasión más empastado y menos gritó de lo que acostumbra. Claro que quien galvanizó el resultado fue el director Enrique Patrón de Rueda. Excepción hecha de su estilísticamente muy desenfocada Manon de hace dos temporadas, la del maestro mexicano puede considerarse como la mejor batuta de foso que ha pasado por el Villamarta, pues es el único que sabe al mismo tiempo cuidar a los cantantes y mantener la intensidad dramática de la partitura. Por descontado que no pudo hacer milagros con la Filarmónica de Málaga ni atender a todos los detalles de la prodigiosa orquestación pucciniana, y menos aún con el escasísimo tiempo con que contó para trabajar con la formación malagueña, pero al menos logró mantener el puso firme a lo largo de la velada y ofrecer un Puccini tan inspirado y sincero como alejado de la sensiblería. Nada que ver con la aplastante vulgaridad de los directores que ciertos divos pasados de moda (Carlos Álvarez, Raina Kabaivanska) han impuesto y siguen imponiendo a la misma orquesta. En el Amor Brujo ofrecido en la primera parte Patrón de Rueda hizo gala de su temperamento a un tiempo fogoso y equilibrado, pero aquí la clamorosa falta de ensayos se hizo patente en numerosos desajustes de los propios músicos y de la solista, una Marina Rodríguez-Cusí no especialmente apasionada pero admirable en su equilibrio entre lo "culto" y lo "racial". Lamentable el programa de mano. La penuria económica del Villamarta podrá justificar la sensible reducción del número de páginas, pero no la ausencia de un resumen del argumento que le permitiera al público entender lo que allí estaba pasando, por mucho que la sobretitulación a cargo de Julio Lozano fuera, como siempre, excelente. Terminemos ofreciendo un par de recomendaciones para disfrutar de esta aún hoy menospreciada obra maestra que es Il Trittico pucciniano. En primer lugar, el DVD en versión concierto con Riccardo Chailly y la Orquesta del Concertgebouw, referencia absoluta en lo que al plano orquestal se refiere y muy notable en su nivel canoro: Juan Pons, Stephanie Friede y José Cura en Il tabarro, la propia Gallardo-Domas y Jane Henschel en el título central y Bruno de Simone, Elisabetta Scano y Daniela Barcellona en ese prodigio llamado Gianni Schicchi. El DVD no se distribuye en España, pero puede adquirirse a buen precio en determinadas páginas web de Holanda. En segundo lugar recomendamos vivamente buscar alguna copia de las retrasmisiones televisivas vía satélite de unas representaciones de 1996 de la Ópera de Hamburgo bajo la correcta batuta de Gerd Albrecht, pues la producción escénica de Harry Kupfer es excepcional: un áspero Tabarro, una rabiosamente anticlerical Suor Angelica (de nuevo con la portentosa soprano chilena) y un descacharrante Schicchi que quien suscribe no duda en calificar como la mejor puesta en escena operística que haya visto en su vida.
Web de Cristina Gallardo-Domas: http://www.gallardo-domas.com/
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