Revista mensual de publicación en Internet
Número 72º - Enero 2.006


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SEVILLA ENTRE CULTURAS (II)

Por Fernando López Vargas-Machuca. 

Sevilla, Teatro de la Maestranza. Festival "Sevilla entre culturas". 7 de enero de 2006. Shostakovich: Obertura festiva. Rachmaninov: Concierto para piano nº 3. Lecuona: Malagueña. Albéniz: Tres piezas de la suite Iberia. Revueltas: Sensemayá. Márquez: Danzón nº 2. Moncayo: Huapango. Falla: Intermedio de "La vida breve". Farruca de "El sombrero de tres picos". Liszt: Rapsodia húngara nº 2. Giménez: Intermedio de "La boda de Luis Alonso". Leonel Morales, piano. 8 de enero de 2006. Buxtehude-Chávez: Chacona en Mi Menor. Sibelius: Concierto para violín. Paganini: Variaciones Le streghe. Granados: Tres danzas españolas. Villa-Lobos: Bachiana Brasileira nº 4. Chávez: Sinfonía nº 2 "India". Falla: Jota de "El sombrero de tres picos". Granados: Intermedio de "Goyescas". Giovanni Angeleri, violín. Orquesta Sinfónica del Estado de México. Enrique Bátiz, director. 

En el número anterior comentamos los tres primeros conciertos sinfónicos del festival "Sevilla entre culturas" que para las fechas navideñas organizara, con desigual fortuna, el ayuntamiento hispalense. Nos toca ahora hablar de los dos últimos, ofrecidos por la Sinfónica del Estado de México con Enrique Bátiz a su frente los días 7 y 8 del pasado enero. La formación mexicana exhibió un nivel mucho más que notable, desde luego abiertamente superior a cualquiera de las agrupaciones madrileñas y equiparable a las mejores que hay en España. Siendo particularmente sólida y brillante su sección de metales, sólo hay que reprocharle la impersonalidad de la cuerda -de los chelos sobre todo- y la mera discreción de buena parte de las maderas. Por lo demás, la orquesta se ajusta como un guante al despliegue de brillantez propuesto por la batuta de su fundador, quien abordó los dos largos y variados programas diseñados para Sevilla -con interminables propinas- desde una misma óptica: versiones mucho antes coloristas y extrovertidas que profundas y matizadas, lo que le funcionó mejor en unas obras que en otras, claro está, aunque por lo general la garra y la convicción de sus lecturas terminaran ganando la partida.

Lo peor fueron las tres páginas de Iberia ofrecidas en las orquestaciones ruidosas y horteras de Fernández Arbós, que bajo la batuta de Bátiz sonaron... ¡aun más ruidosas y horteras! (El Corpus en Sevilla parecía literalmente la Obertura 1812). Resultaron más bien desvaídas y rutinarias las interpretaciones de Villa-Lobos y de Buxtehude-Chávez, mientras que convencieron bastante más sus muy vistosas aunque algo toscas lecturas de Falla, Giménez y Liszt. El intermedio de Goyescas fue expuesto con intensidad y gran vuelo lírico, si bien orquesta y director dieron lo mejor de sí mismos en sendas sensacionales versiones de esas magníficas músicas que son Sensemayá de Revueltas y la Sinfonía nº 2 de Chavéz, coloreadas por una tímbrica rica e incisiva e impregnadas por un irresistible vigor rítmico, virtud a la que que no es ajena la excelencia de la percusión. Por su parte, las páginas tópicamente mexicanas de Márquez y Moncayo parecía más adecuadas para un concierto de tipo "pops" que para uno clásico, pero estuvieron formidablemente interpretadas y nos hicieron a todos pasar un rato ameno y diferente.

El hilo hispano-americano que en principio conducía las dos veladas sevillanas se veía roto por la inclusión de otras tantas obras concertantes del más puro repertorio: el Concierto para piano nº 3 de Rachmaninov y el Concierto para violín de Sibelius. En el primero Leonel Morales deslumbró por su virtuosismo digital -apenas empañado por algunos deslices perfectamente perdonables en obra tan difícil-, pero no terminó de convencer en lo expresivo, pues aunque no se permite el menor devaneo sonoro carece de la calidez e imaginación que demandan los pentagramas. Su Malagueña de Lecuona ofrecida como propina le confirmó antes como virtuoso que como comunicador. Justo al contrario ocurrió con Giovanni Angeleri: su destreza al violín no es especialmente memorable (aunque "puede" con obra tan peliaguda), pero interpreta con sensibilidad y sabe descubrir el profundo dolor escondido entre las notas. Enrique Bátiz acompañó siempre con solvencia, ya que no con gran personalidad, y redondeó en ambos casos dignas y muy disfrutables versiones de las dos citadas partituras.

Sería para celebrarlo si la próxima temporada tuviésemos una nueva edición de "Sevilla entre culturas", pero desde luego resultaría imprescindible que el Ayuntamiento organizase los eventos con mucha mayor coherencia, con más tiempo de preparación y con una mucho mejor comunicación con el público. Porque esta primera, independientemente de unos resultados globales a nivel artístico que pueden ser considerados como satisfactorios, ha sido un desastre a nivel organizativo. Al menos en lo que a estos cinco conciertos se refiere. Si de lo que se trataba era de atraer a un turismo "de calidad", como dijeron en su momento, no parece haberse logrado. Y si la intención era ofrecer buenas veladas sinfónicas a precios populares para atraer a nuevos públicos, pues tampoco, porque fueron muchos los sevillanos que ni se enteraron de su celebración, y menos aún -por increíble que parezca resultaba dificilísimo encontrarlos- de los programas que se iban a interpretar cada noche. También nos gustaría recomendar a su máximo responsable, Juan Carlos Marset, que para evitar la maledicencia de las lenguas viperinas recordase para próximas ocasiones que existen muchas más agencias musicales que Musiespaña, a la que pertenecían Asier Polo, Leonel Morales, Carlos Kalmar y Pedro Halffter, músico por cierto al que el munícipe sevillano puso al frente de la ROSS y del Maestranza, y agencia cuyos artistas tienen esta temporada una amplísima representación en la Sinfónica de Sevilla. Lo dicho: no se den argumentos a las malas lenguas. Por el bien de todos.