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EL VOLUMEN DE LA GUITARRA Por Rafael Serrallet Gómez. Concertista de guitarra clásica.
Cuando escuché por primera vez el Concierto de Aranjuez en vivo, me llevé una gran desilusión al comprobar que la guitarra apenas lograba escucharse entre el entramado orquestal. Lo que aquel día estaba oyendo, en nada se parecía a las grabaciones a las que yo había tenido acceso. El guitarrista desesperaba con las escalas y lo único que lograba era hacer ver cómo sus dedos se desplazaban por el mástil a una velocidad vertiginosa pero sin que el sonido lograse alcanzar el auditorio, siendo la guitarra, prácticamente en todo momento, totalmente ensombrecida por la orquesta. El sonido de la guitarra, tan lleno de magia y belleza, se enfrenta al gran inconveniente del volumen. En nuestros días, donde estamos rodeados de decenas de decibelios y donde nos hemos acostumbrado a músicas que suenan con miles de watios de potencia de sonido, la levedad de la guitarra la hace tan frágil que no resulta extraño que los compositores no se hayan preocupado poco por el instrumento, atraídos más bien por otros instrumentos o formaciones de una mayor sonoridad y potencia. Como bien afirma el Dr. Jaime Llinares, “ciertamente, el hábito de escuchar música grabada de calidad nos ha hecho mucho más exigentes en la audición lo que se traduce en un aumento de las expectativas del oyente que asiste a un concierto en directo[1]”. El problema, viene de lejos, sirva como ejemplo, el testimonio de Joaquín Rodrigo; Una de las grandes preocupaciones del saguntino cuando compuso su primer concierto de guitarra, fue si el instrumento concertante, se oiría en el conjunto de su composición. La producción para orquesta con guitarra no era muy común y Rodrigo ni siquiera conocía los referentes de los quintetos de Bocherini, así que su trabajo no fue nada fácil. Existe una anécdota acerca de este concierto, a la que ya hemos hecho referencia anteriormente, pero que recordamos de nuevo. Rodrigo cuenta que mientras iban en el tren de Madrid a Barcelona, la noche antes del estreno, Sainz de la Maza despertó al maestro y nervioso le espetó que estaba asustado, pues se preguntaba qué pasaría si no se oía la guitarra. Rodrigo le tranquilizó diciendo que no se preocupara, que sí que se oiría, y fue entonces el saguntino el que se desveló el resto de la noche. Obviamente, el concierto no está pensado para orquesta y guitarra con amplificación, pero desde luego, las mejores versiones que he escuchado de Aranjuez, han sido grabadas en disco. Lo que se escucha en vivo, incluso estando la guitarra amplificada, se parece poco a lo que se logra en una grabación. El balance irreal de un disco creo que nos ofrece el instrumento que Rodrigo imaginaba, y que él definía como “alma de guitarra, cola de piano y alas de arpa”. Así es como considera Rodrigo, que era el instrumento que flotaba en el pensamiento de los compositores españoles. Así es como considera que sonaba la música en las mentes de Albéniz, Falla, e incluso Scarlatti o Soler. Y así debía de sonar Aranjuez en su cabeza. El volumen irreal de la guitarra que flotaba en la mente del compositor, se esfumaba como espejismo al escuchar el resultado sonoro de la guitarra junto a la orquesta. Y sin embargo, la belleza mágica y pura del sonido de la guitarra, se camuflaba si se escuchaba a través de un amplificador (sobre todo si pensamos que la tecnología del sonido en los años 40, no reproducía precisamente con alta fidelidad). Por eso, sin duda, es a través del estudio de grabación, donde podemos oír el verdadero instrumento que Rodrigo «escuchó» durante su estancia en París. Algo parecido debió de sucederle a Manuel Palau con el Concierto Levantino. La imagen sonora que el compositor guarda en su mente, no suele coincidir con la realidad. Cualquier composición para guitarra y orquesta tiene ese gran inconveniente y hallar el equilibrio entre el instrumento concertante y el resto de la formación supone el primordial inconveniente que todo compositor debe de superar. Y a la hora de la interpretación surge un debate fundamental que, hoy más que nunca es planteable, pues en los momentos en que se conciben los conciertos de Rodrigo (1939) y Palau (1947), la técnica del tratamiento del sonido no alcanza los niveles de desarrollo que encontramos hoy en día y por lo tanto, aunque cabía la posibilidad de tocar amplificado, no era desde luego una opción que pudiera valorarse. Hoy en día sin embargo, la técnica ha elaborado aparatos con una fidelidad altísima, que sin embargo los guitarristas, o al menos parte de ellos siguen empeñados en no utilizar. Probablemente influenciados por la opinión de Andrés Segovia quien siempre se negó en redondo a amplificar su sonido; “La guitarra no suena poco, sino lejos”, acostumbraba a decir. Pero algunos guitarristas sí que han utilizado la amplificación, desoyendo los consejos del patriarca de la guitarra y siendo tachados durante mucho tiempo de poco ortodoxos. Se ha establecido pues un debate, a veces polémico que intento explicar a continuación y en el que aunque no queden resueltas ningunas de las cuestiones expuestas, al menos servirá al lector a tener una idea más cercana a la realidad. Ya quiero anticipar que en este capítulo, no pretendo dar una respuesta al dilema planteado, sino ofrecer una versión de una realidad, a veces un tanto olvidada, de una faceta de las interpretaciones musicales importantísima, que acontece a diario y que en pocos lugares se discute. la amplificación: ¿una solución posible? En las ocasiones que he tenido oportunidad de participar en concierto junto a una orquesta, he tenido ocasión de tocar con y sin amplificación. El director es quien, normalmente, tiene la última palabra al respecto, sobre él pesa la responsabilidad de tomar todas las decisiones que afectan al resultado final sonoro. En ocasiones, si la sala en cuestión, no disponía de equipo de amplificación no ha habido posibilidad y he tocado con el volumen de la guitarra. El maestro ha de jugar en ese momento un papel fundamental para controlar perfectamente todas las secciones de la orquesta y conseguir que se logre el equilibrio. La guitarra es un instrumento limitado, y no tener en cuenta esas limitaciones puede tener consecuencias funestas para la audición musical. Si para conseguir una buena audición, bien sea tocando con orquesta o solos, empleando palabras del profesor Llinares debemos de ser cautos con el tema, pues “ya que es difícil conseguir una buena audición sin recurrir a la sonorización... ...cabe preguntarse si no es preferible quedarse en casa escuchando un buen equipo musical[2]”. Para poder corroborar mis tesis me puse en contacto con diferentes guitarristas, para que me dieran ellos sus diferentes versiones sobre el tema, y cuál fue mi sorpresa al encontrar las opiniones divididas a ambos lados de la balanza y con la misma encarecida defensa de sus argumentos. Guitarristas que estaban totalmente a favor y otros que por el contrario se oponían rotundamente al uso de la amplificación artificial estuvieron defendiendo y comentándome sus tesis, a través de un interesantísimo intercambio de opiniones que voy a ir citando en lo sucesivo. Lo que sí parece obvio es que la realidad sonora de la guitarra es una y que a pesar de los avances que el mundo de la lutería pueda ir incorporando en la construcción de sus instrumentos, la guitarra siempre tendrá un volumen limitado, pero puede que precisamente la belleza del instrumento resida en su delicadeza, ese sonido tan frágil que parece vaya a quebrarse en cualquier momento, pero que sin embargo puede lograr sorprendernos con unos rasgueados poderosos que despertarían al instrumento del letargo en que en ocasiones parece sumido. El sonido del ocho sonoro[3], es incomparable dulce, sencillo, cálido... Sin embargo la desventaja con la que se juega en cuestión de volumen, ante cualquier otro instrumento orquestal, y no digamos ya, al hablar de todo el conjunto sinfónico, nos hace plantearnos de manera muy seria la amplificación del instrumento a la hora de abordar repertorio, como el Concierto Levantino, que el compositor crea para nuestro instrumento y la orquesta. Pero muchos guitarristas y aficionados, consideran que con la amplificación se le hace una gran ofensa al instrumento, pues el hecho de aumentar volumen de forma artificial, resta parte de la magia del sonido de las seis cuerdas. Para otros músicos, se trata de una necesidad ineludible y a la que no tienen más remedio que sumirse. Y la realidad es que en muchas ocasiones, es el público quien acostumbrado a poder subir el volumen del reproductor de discos a su antojo, queda un poco sorprendido al descubrir el verdadero volumen de la guitarra[4]. Pero en este campo que tratamos, todos tienen algo que decir, los compositores, los intérpretes y por supuesto los oyentes. La acústica de una sala nos condiciona la audición, proporcionándonos unas valoraciones subjetivas, pero que son las que muestran nuestra realidad musical del hecho sonoro y del hecho musical[5]. ¿Es pues, la amplificación, la solución al volumen reducido, no existe ninguna otra salida posible, es aceptable estéticamente? Ningún otro instrumento, tocando en condiciones normales usa nunca amplificación, y eso nos situaría en una posición de «guitarristas» contra el resto de los músicos. El uso de la misma, nos coloca en el punto de mira de los otros instrumentistas. El guitarrista argentino Ernesto Méndez[6] me decía: “Yo también he asistido a conciertos amplificados de armónica”, pero creo que este ejemplo no es de mucho consuelo. Si para el resto de nuestros colegas «sinfónicos», los guitarristas no estamos muy bien reconocidos, los intérpretes de armónica, ni cuentan. Al menos en España, no tienen ni siquiera una formación reglada en los conservatorios. Con la disertación con la que continúo, reitero, que no pretendo obtener una respuesta determinada a la cuestión abordada. Probablemente habrán tantas respuestas como guitarristas. Es más, son los directores los que muchas veces imponen sus criterios. Y si seguimos en esta línea, podemos añadir que cada uno de los miembros de la orquesta y cada una de las personas que asisten a los auditorios tienen algo que decir al respecto y las opiniones, todas son respetables. Por eso no pretendo dar una solución infalible a lo que aquí se plantea sino que más bien he pretendido plasmar las ideas que considero pueden ir ayudando a moldear una imagen más exacta de lo que significa la amplificación. Comentaba anteriormente, que en cuanto amplificación se refiere, la figura del técnico es imprescindible: una guitarra mal amplificada será un mal instrumento y desde luego resultará incapaz de transmitir la magia del instrumento. Los músicos de formación clásica, solemos tener un gran desconocimiento de las técnicas de amplificación, lo que también supone un problema. ¿Cómo se supone que vamos a amplificar si no tenemos los conocimientos para ello? El guitarrista Patricio Murphy[7] considera que somos los propios concertistas quienes debemos de conocer el mundo de la amplificación, para no caer en manos de personas ajenas al mundo de la música clásica[8]. Sin embargo, en la formación académica del guitarrista en España, no se plantea ningún área de conocimiento que alcance a estos menesteres. Para algunos, amplificar parece ser la única solución al problema del volumen. Puede tener poca importancia en el caso de la guitarra solista en algunos contextos, pues aunque soluciona algunos problemas, agrega otros. Para amplificar de manera adecuada una guitarra se requiere una inversión muy importante de tiempo y dinero y la inmersión en una nueva área del que los músicos clásicos no solemos tener dominio. También, se debe adaptar la manera de tocar al nuevo instrumento, pues la guitarra amplificada es un instrumento lo suficientemente diferente como para dar problemas si nunca nos hemos enfrentado a él. Pero la amplificación, aunque trae diversas soluciones, genera otro tipo de problemas. Escuché un comentario de un chelista que decía ver en la amplificación de su instrumento la negación misma de los años de trabajo en lograr un buen sonido. En cierto modo puedo entender su postura, pero también he podido intercambiar opiniones con otros guitarristas que consideran que la amplificación del sonido no traiciona el espíritu del buen sonido, logrado naturalmente por el músico y por el instrumento (otro debate que nos podría ocupar folios y folios). Es curioso, que no se cuestione lo mismo ningún artista a la hora de grabar, que es, en esencia, el mismo proceso. la amplificación: un mal menor Lamentablemente un concierto para guitarra y una agrupación de cámara (o aún más complicado, una orquesta) necesita en la mayoría de los casos de la amplificación por parte del solista. Este hecho comienza a ser asumido por la mayoría de los intérpretes que se enfrentan a le ejecución solista junto a una orquesta, pero algo que es mucho menos aceptado, es la amplificación de la guitarra española solista en auditorios de unas dimensiones cuya capacidad no supere las 200 personas. Se sacrifica a menudo la calidad sonora y la riqueza tímbrica a favor del volumen[9] sin llegar a darnos cuenta de que el volumen no es lo primordial en música. Hoy por hoy se han asimilado como normales una serie de conceptos que no lo son. Mucha gente conoce nuestro instrumento a través de grabaciones discográficas, donde con tan sólo girar el control del volumen, conseguimos que el número de decibelios aumente o disminuya considerablemente sin ningún esfuerzo por parte de los ejecutantes, sin ninguna variación interpretativa. La cantidad de ruido con la que vivimos normalmente es altísima... ¿O acaso no nos hemos dado cuenta de la paz que se respira cuando nuestro ordenador se desconecta? Nos hemos acostumbrado a vivir con el ruido de fondo de los automóviles, las maquinarias... Estoy convencido de que si la guitarra posee esa magia tan especial, se debe entre otras cosas a su calidad y es a ese volumen en el que se percibe esa sensación y no a otro. Como los pequeños detalles de los retablos barrocos, como las dimensiones de las pinturas, aumentar en tamaño no incrementa el valor de la obra de arte. [1] LLINARES, Jaime: Salas para la música en Publicacions – Quadern nº 8. Conservatori Superior de Música de Castelló. Castellón, Junio de 2001, p. 21. [2] Ibíd.. [3] “Ocho sonoro, donde el aire respira...” es el comienzo de una poesía de Salvador Madariaga dedicada a Andrés Segovia y una manera poética de referirse a la guitarra. [4] En algunos de mis conciertos, los organizadores han insistido en que era necesario amplificar. En alguna ocasión preferí no hacerlo, pues consideraba que no era imprescindible y muchas veces, sin embargo, recibo los comentarios de algunas personas del público sobre la conveniencia de amplificar para futuras ocasiones ante la dificultad para la audición. Esto sólo me ha ocurrido cuando he tocado en salas muy grandes, o especialmente, poco acondicionadas para la audición musical, o como ya he anticipado, de parte de algunas personas que sólo han tenido un contacto con la guitarra a través de las grabaciones discográficas, que pueden ser aumentadas en decibelios, tanto en el estudio, como en casa, de manera artificial, tan sólo girando el mando de nuestra cadena Hi-Fi. [5] “El oyente reacciona ante la acústica de una sala opinando que suena con aspereza o plenitud, con claridad o confusa, etc. En especial el melómano suele irse en su juicio, de un extremo a otro. El músico profesional, con la sensibilidad que en general exige esta profesión, suele tener sus «preferencias». El crítico musical se caracteriza también por su falta de ponderación. Todo ello, unido a la propia naturaleza de la música como arte, hacen de su valoración una tarea algo incierta, sin unas referencias claras y precisas para su aproximación, aunque siempre atractiva.
En inauguraciones
de algunas de las salas en las que nuestro grupo ha tenido la ocasión
de participar, se han pasado encuestas entre profesionales sobre su
calidad de audición. Recibiendo, en ocasiones sobre la misma sala,
calificativos desde caótica a sublime o excelente, sin motivo aparente
para ello. Es un hecho por tanto, que el límite entre la excelencia y
el caos acústicos constituye una banda estrecha y a veces difusa que
exige la colaboración de expertos en Acústica y en Música”. [6] Guitarrista argentino discípulo de Eduardo Isaac. [7] Guitarrista argentino de formación clásica, pero con especialidad en la música moderna y folclórica.
[8]“Para
amplificar correctamente un instrumento, debería de ser el músico el
responsable de proveer los medios (micrófonos, preamplificadores, etc)
que le posibiliten el proceso.
[9]
“Este es el punto
que me gustaría considerar... ...he notado que se sacrifica
innecesariamente la riqueza tímbrica natural del instrumento por darle
al oyente un volumen que esté en un mismo rango de intensidad que un
cello, un violín, etc”.
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