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Idomeneo terrorista en el Liceu Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya).
Esperadas eran, en el coliseo de Les Rambles, estas representaciones del Idomeneo dentro de este año de conmemoraciones mozartianas. Hacía más de una década que no se escuchaba en el Liceu esta ópera que marca la entrada al período de madurez creativa del compositor salzburgués y no podía haber mejor ocasión para ello que la celebración del 250 aniversario de su nacimiento. Pero no de este modo, ni a este precio. Basta consultar la correspondencia del compositor con su padre durante el período de gestación de la obra, para darse cuenta del empeño y el cuidado que puso Mozart en prever hasta el último detalle de la composición y los aspectos dramáticos de la partitura, su libreto y su puesta en escena. Un material de estimable valor a la hora de abordar esta monumental ópera y que en ningún caso parece haber asistido al caótico montaje que se nos ofreció en el Liceu. Lluvia de ideas inconexas y sin desarrollo sobre un fondo de conflicto bélico, la dramaturgia de Nicolas Brieger no logró suscitar más que escenas incoherentes salpicadas de ocurrencias sin ningún tipo de efecto dramático (guerrilleros, encapuchados y terroristas suicidas mezclados con escenas de coronación y personajes a la moda dieciochesca), solo salvadas a ratos por la excelente iluminación de Alexander Koppelmann. Nada más alejado de lo que concibió Mozart en su momento. Aún a pesar de ello, la función fue abrazada cálidamente por el auditorio gracias a la labor de los solistas vocales y de Sebastian Weigle en el foso. Bruce Ford sorteó con empeño y entrega el difícil papel de Idomeneo, que en la versión ofrecida en el Liceu (la de Munich) cuenta con la escabrosa aria “Fuor del mar”, resuelta dignamente por el tenor estadounidense. Kristine Jepson sorprendió gratamente en su debut liceísta en el papel de Idamante, con una voz dúctil, bien timbrada y homogénea en toda su extensión. La Ilia de María Bayo fue sin duda la estrella del reparto, con exquisito sentido del canto y veracidad semántica y retórica en los recitativos, a lo que cabe sumar un espléndido trabajo escénico. Alexandra Deshorties, también debutante en este escenario, vino a sustituir a la anunciada Regina Schörg en el papel de Elettra, demostrando poseer una bella voz y un notable sentido dramático, cosa que le valió el aplauso del público después de su enérgica intervención en la penúltima escena del tercer acto. El Arbace de Francisco Vas cumplió con corrección su nada fácil cometido, aunque algo falto de asimilación estilística. Con corrección pero sin brillo, el Gran Sacerdote de Eduardo Santamaría, así como también la voz en registro del oráculo. El coro cumplió con irregularidad y cierta falta de intensidad en algunas escenas. La lectura orquestal de Sebastian Weigle supo imprimir matiz, efecto y detalle al conjunto de la obra, con un rendimiento de la orquesta que, dentro de las posibilidades de la formación (para nada prodigiosas), logró superar las expectativas a que nos tiene acostumbrados.
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