|
|
IL CHISCIOTTE DI SIVIGLIA, O SIA, L'INUTILE RECUPERAZIONEPor Fernando López Vargas-Machuca. Historiador. Sevilla, Teatro de la Maestranza. 7 de abril de 2006. Manuel García: Don Chisciotte, ópera bufa en dos actos. Ángel Rodríguez, Javier Galán, Cristina Obregón, José Julián Frontal, Jon Plazaola, Dora Rodríguez, Cecilia Lavilla Berganza, Juan Pedro García Marqués, Pedro Farrés, Aurelio Puente, Tomeu Bibiloni. Coro Intermezzo. Orquesta de Cámara Gallega. Juan de Udaeta, director musical. Gustavo Tambascio, director escénico. Producción de K.L. Ópera.
Cuando en octubre de 1998 el Teatro de la Maestranza recuperó Alahor in Granata de Donizetti saltaron a la palestra firmas de prestigio -entre ellas, como es lógico, las de los propios impulsores del rescate- que defendieron a capa y espada las presuntas bondades de la partitura. Pero también hubo sin embargo algunos -o muchos- aficionados que opinamos que nos encontrábamos ante una mediocridad que no merecía ser llevada a escena, por mucho que la producción escénica fuera suntuosa y que entre los cantantes hubiese un jovencito prometedor llamado Juan Diego Flórez. El Don Chisciotte de Manuel García -como es bien sabido prestigioso cantante que tuviera la fortuna de ser el primer Almaviva rossiniano, amén de reputado pedagogo, infatigable empresario y esforzado compositor- ha encontrado asimismo sus particulares quijotes que lo defiendan (por ejemplo en las excelentes notas del libreto editado por el Maestranza) en este rescate realizado al hilo del centenario de la inmortal obra cervantina. La historia se repite: con todos los respetos a las eruditas, documentadas y sesudas argumentaciones científicas de estos especialistas, a algunos -o quizá de nuevo a muchos, aunque no todos se atrevan a decirlo- la partitura exhumada nos ha parecido una castaña. Que la obra está compuesta con buen oficio, no sólo en lo que se refiere al tratamiento de las voces sino también al tejido orquestal, queda fuera de toda duda. Que si determinadas fórmulas de algunas obras de García pudieran influir en Rossini y hasta en el mismísimo Barbero lo dejamos de momento para los musicólogos, a la espera de que buenas grabaciones de sus partituras nos permitan conocer si eso es realmente así a todos los aficionados. Pero lo que está clarísimo es que entre el de Sevilla y el de Pésaro, que por mucho que se argumente en arameo es su clarísima fuente de inspiración y en algunos momentos bastante más que eso, la distancia que media es la que hay entre un compositor de tercera fila al que el tiempo ha dejado en el olvido y un genio cuya inmensa figura se acrecienta más y más con el paso de los años. La escasa inspiración melódica de la partitura -interminable, y eso que a Sevilla llegaba en versión recortada con respecto a su estreno en Tomelloso- viene acompañada de un libreto anónimo, atribuible al parecer quizá al propio García, que resulta bastante mediocre. Centrado en las dobles relaciones amorosas entre Dorotea, Fernando, Cardenio y Lucinda para propiciar el despliegue lírico imprescindible aun en una ópera bufa, se elimina toda la grandeza -patética y ridícula pero llena nobleza humana- del personaje cervantino original para reducir al pobre Don Quijote a un mero pelele más o menos gracioso que con sus no muy abundantes apariciones ofrezca un cierto hilo conductor sobre el que vayan interviniendo el resto de los personajes, no sólo los jóvenes amantes citados, sino también otros propiamente cómicos como pueden ser el barbero, el bachiller, el ventero y su esposa. A pesar de todo lo dicho es comprensible y justificable que el Maestranza sevillano se haya sumado -aun oliéndose la tostada y mostrando por ello alguna reticencia, pues de hecho las tres funciones inicialmente previstas han quedado reducidas a dos y estuvieron a punto de no ser ninguna- a la recuperación de Don Chisciotte. Al fin y al cabo no está mal que en la cuna de García se conozca su producción y, mediante la grabación que editará la Junta de Andalucía, quede un testimonio sonoro que nos permita acercarnos a esta música. Desdichadamente esta exhumación, independientemente de la discutible calidad intrínseca de la obra, ha terminado resultando inútil por una sencilla razón: el elenco congregado ha sido el peor de la breve historia del Teatro de la Maestranza, circunstancia tan evidente que no creo que haya pasado por alto para nadie que haya acudido con regularidad a las temporadas líricas sevillanas. No es una partitura fácil de cantar, y eso dejó al descubierto las graves insuficiencias de casi todos los integrantes del equipo congregado por K.L. Ópera, responsable artístico de esta producción. Únicamente podríamos destacar la Dorotea de la soprano Cristina Obregón, voz de timbre cremoso, homogénea en su tesitura, en manos de una intérprete sensible que cuenta con una hermosa línea de canto. Todos los demás, empezando por el tenor protagonista, estuvieron francamente mal, unos por su manifiesta incapacidad para hacer frente a las exigentes demandas técnicas de la escritura rossiniana -pues de eso y no otra cosa se trata- a pesar de ser buenos cantantes, y otros porque sencillamente la naturaleza nos les ha dotado para el mundo de la lírica por mucho que lo lleven en los genes. No hace falta decir más. Discretito el Coro Intermezzo, en el que dicho sea de paso -es inútil desentenderse de la circunstancia- se encontraba Sonsoles Espinosa, la mujer del presidente Zapatero, quien se dejaría ver en el Maestranza en la segunda función. Sí que estuvo muy decente la Orquesta de Cámara Gallega, un conjunto sólido en todas sus familias y bien empastado, que funcionó notablemente bajo la batuta entregada y sensible de Juan de Udaeta, a la sazón principal impulsor del proyecto, quien firmó un notable y musical trabajo al que, nos obstante, le faltó incisividad, chispa y contraste en el foso y le sobró más de una grave descoordinación con la escena. ¿Faltaron ensayos? No sabemos, pero de cara a una grabación estas cosas hay que cuidarlas mucho más.
Las escena la firmaba el argentino Gustavo Tambascio. Como era de esperar, exhibió solvencia y profesionalidad por los cuatro costados al servicio de un concepto que se acercaba con frecuencia a lo pretencioso y lo ridículo. Por otra parte su idea de situar la acción en el barco que transportaba a la familia García hacia Nueva York, con el compositor convertido en Don Quijote y el resto de los pasajeros en los diferentes personajes de la trama, resultaba tan original como inteligente, pero no ayudaba precisamente a clarificar la acción. Afortunadamente fue precioso el diseño de luces realizado por Rafael Mojas, y tan imaginativo, vistoso y sugerente como siempre el riquísimo vestuario de Jesús Ruiz, aunque cuando se junta con Tambascio parece mostrar cierta tendencia a la cursilería. Punto y aparte merece la mal rodada e impresentablemente escrita película proyectada al principio de la representación y protagonizada por Teresa Berganza ("Tiene los ojos negros y la sonrisa blanca. Su vocación es la música; su designio el canto", afirmaba el currículo del programa). Además de autoproclamarse heredera de García, la mezzo madrileña se transformaba primero en Isabel Preysler en el anuncio de Ferrero Rocher, con serviciales criados a sus pies, y luego en Kate Winslet en aquella ridícula escena de Titanic -literalmente plagiada aquí- en la que despliega gozosa sus brazos frente al azul del mar sintiéndose la reina del universo. En este caso "Libélula", autor/a del film, añadía delfines en el océano y sustituía la pegajosa musiquilla de James Horner por la tan bien escrita como insulsa obertura de Manuel García para una obra que no pasará a la Historia por sus cualidades musicales, y menos aún a través de una grabación de las funciones ofrecidas por un Maestranza que ha tocado aquí el punto más bajo de su trayectoria lírica. Una cosa más todavía. Los responsables del teatro decidieron incluir las dos funciones de Don Chisciotte como "Ópera para todos los públicos", a las seis de la tarde, con precios populares y mayoritaria presencia de familias con niños pequeños. Craso error: la ópera de García es belcanto puro, no precisamente de la mejor calidad, y la puesta en escena hacía el seguimiento de la acción ininteligible incluso para los adultos. Ni que decir tiene que los llantos, los cuchicheos y las golosinas amenizaron constantemente la velada y que las deserciones tras el primer acto no fueron escasas. Al final se aplaudió a rabiar, pero de la misma manera en la que el público no habitual de los conciertos aplaude con entusiasmo detrás de cada movimiento de una sinfonía. Los tiernos infantes quedarían, eso sí, traumatizados: dudo que nunca vuelvan a acercarse a un teatro de ópera si su primer acercamiento al género ha sido éste. Angelitos.
Web del Maestranza: http://www.teatromaestranza.com
|