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ABURRIDO RIGOLETTOJerez, Teatro Villamarta. 18 de noviembre de 2006. Verdi: Rigoletto. Carlos Almaguer, Elena de la Merced, Ismael Jordi, Stephano Palatchi, Juan Manuel Muruaga, David Rubiera. Orquesta Arsián Música. Enrique Patrón de Rueda, director musical. Francisco López, director escénico. Producción del Teatro Villamarta. Por Fernando López Vargas-Machuca.
La producción propia de Rigoletto, en la que es ya su tercera aparición en el Teatro Villamarta, sigue manteniendo sus extraordinarias virtudes. Y no nos referimos tanto a la vistosa labor de Jesús Ruiz, con unos suntuosísimos y espectaculares figurines en la escena inicial de la fiesta, como al inteligente planteamiento dramático de un Francisco López que pone de relieve tanto la mezquindad del Duque y sus cortesanos, aquí siniestros funcionarios y despreciables camisas negras de la Italia fascista de Saló, como las contradicciones internas de Rigoletto y su hija. Incluso casi, casi logra superar las debilidades dramáticas del original haciendo que el tenor reciba una felación de su rubia secretaria justo antes de su bellísima aria “Parmi veder le lagrime”, absolutamente inapropiada para tan despreciable personaje, y que juegue despreocupadamente al billar en la subsiguiente cabaletta “Possente amor”. Por lo demás, y como es habitual en López, los personajes se encuentran bien en lo psicológico y los movimientos de masas están estudiados al detalle. Un trabajo redondo, sin la menor duda. Enrique Patrón de Rueda, por fortuna ya uno de los directores habituales de la casa, ofreció como casi siempre una briosa, dramática, cálida, contrastada y muy teatral dirección, en la que no obstante sobró más de una contundencia y se echaron en falta un tratamiento más refinado de las texturas y una mayor atención al detalle. Logró en todo caso hacer sonar a la muy floja Orquesta Arsián Música de manera aceptable e incluso sacar buen partido de algunos solistas de la formación, si bien otros de los primeros atriles, por el contrario, dejaron mucho que desear frente a las exigentes demandas de Verdi en esta partitura. El coro vivió una de sus mejores noches de los tiempos recientes, no sabemos si por las aportaciones de su nuevo director, por lo muy rodado que tiene este título o porque en Rigoletto las voces femeninas -punto débil de la formación jerezana- tienen menos peso. Si hasta aquí todo funcionó más o menos bien, ¿de dónde vino el aburrimiento al que hace referencia nuestro titular? Obviamente de las voces. El reparto fue homogéneo y cumplidor, que duda cabe, y sin duda alcanzó un más que digno nivel para un teatro de un presupuesto tan exiguo como el Villamarta que no puede contratar grandes figuras ni dedicar mucho tiempo a ensayos. Pero no terminó de convencer, empezando por el rol principal. Carlos Almaguer deslumbró con una voz de bajo-barítono realmente espectacular, rotunda y poderosa, amén de con una dicción irreprochable; el problema es que mover semejante instrumenta le resulta difícil, sobre todo a la hora de apianar, por lo que a su encarnación del jorobado se le escaparon todos los imprescindibles matices expresivos. El resultado, una interpretación plana y monocorde. En escena además dejó bastante que desear. Debutando en el rol y con una voz que corre con facilidad por toda la sala pero no siempre adecuada para una parte tan exigente, Elena de la Merced ofreció una Gilda con momentos muy buenos aunque también algo anticuada en estilo, un tanto en la línea de soubrette algo sosa. Debe sin duda trabajar la coloratura -lo pasó mal en el “Caro nome”- y reservar los sobreagudos no escritos sólo para cuando logre darlos sin estridencias. En todo caso ofreció una interesante recreación donde brillaron su hermoso y sentido “Tutte le feste” y el dúo que le sigue, donde el barítono mexicano supo por única vez en la velada ofrecer medias voces e insuflar de acentos poéticos a su vocal y psicológicamente complicado personaje.
Ismael Jordi regresaba a casa después de un monumental triunfo en París con la opereta El Cantor de México, que acaba de grabar en DVD. La expectación era mucha, pero hizo el Duca que puede hacer un tenor aún más ligero que lírico, con una voz tan preciosa como poco adecuada para cantar a Verdi -incluso este Verdi- y bastante ajeno al estilo del de Busetto. Se quedó así muy corto en el “Questa o quella”, donde ya empezaron sus dificultades para hacerse oír, se mostró elegantísimo en el dúo con la soprano, ofreció frases muy bellas en la temible aria del segundo acto, remató con un agudo poco convincente y demasiado preparado la cabaletta y cumplió con dignidad en “la donna e mobile” y el cuarteto, echando mano de sus bellísimas medias voces para compensar las insuficiencias. No está mal para ser un debut, pero globalmente no ha sido uno de los grandes logros del tenor jerezano. El resto de las voces alcanzó un estupendo nivel: Stefano Patatchi fue un excelente Sparafucile, Cristina Faus una Magdalena de voz pequeña pero muy sensual, David Rubiera un magnífico Marullo, Lorenzo Moncloa un buen Borsa e Inmaculada Salmoral una irreprochable Condesa de Ceprano; sólo decepcionó Juan Manuel Muruaga, contratado a última hora como Monterone para sustituir a Pedro Farrés. El respetable aplaudió con el calor habitual en el Villamarta, pero con menos intensidad que en otros espectáculos operísticos. Como confirmaban los comentarios en los pasillos, se notaba que en lo musical el espectáculo no acababa de convencer. Lógico: Verdi es mucho Verdi.
Fotografías: Francisco Valenzuela
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