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VILLAMARTA 10, CABALLÉ 50Jerez, Teatro Villamarta. 21 de noviembre de 2006. Gala X Aniversario. Recital de Montserrat Caballé. Obras de Haendel, Scarlatti, Cimarosa, Nicolai, Obradors, Turina y otros. Romanzas de zarzuela. Manuel Burguesas, piano. Por Fernando López Vargas-Machuca. Esta crítica sobra. Y sobra porque el recital ofrecido por Montserrat Caballé para conmemorar los diez años justos de la feliz reapertura del teatro jerezano -entonces fue Alfredo Kraus el encargado de hacer los honores- respondió exactamente a lo que puede esperarse de una de las más grandes sopranos del siglo XX, lo que quiere decir también el de una cantante que cumplió muy pocos días antes cincuenta años sobre la escena. Aun así, y obviando lo que es evidente, hemos de congratularnos porque el timbre aún conserva gran parte de su abrumadora belleza, porque el fiato hace tiempo milagroso a veces -sólo a veces- sigue permitiéndole alguna que otra exhibición, porque conserva aún algunos agudos deslumbrantes y, sobre todo, porque ese legato sensualísimo y refinado hace que la Caballé siga siendo la Caballé. El recital no presentaba un programa particularmente atractivo, sino más bien el esperable, esto es, el compuesto por obras en general poco conocidas que se adaptan bien a las actuales condiciones de la artista. No podíamos pedir otra cosa. En cualquier caso hubiera sido preferible que no cantara a Haendel ni a Scarlatti, porque estilísticamente la soprano se mostró en otra galaxia, y eso que de cuestiones técnicas hemos decidido no hablar. También hubiera sido oportuno que la Caballé anunciara los numerosos cambios en el programa, porque el despiste era generalizado en medio de tanta página semidesconocida. Lo que sí fue un acierto rotundo fue la presencia de Manuel Burgueras, artista excepcional que no sólo toca estupendamente el piano -cosa infrecuente en quienes suelen acompañar las divas-, sino que además revela una y otra vez una musicalidad de primerísimo orden por su capacidad para cantar las melodías, para extraer colores y para matizar expresivamente cada uno de los sonidos. El público aplaudió con intensidad, pero -como en el caso del Rigoletto que comentamos en estas mismas páginas- se notaba que era más por cariño que por entusiasmo ante lo escuchado: el cansancio del respetable y de la propia soprano, que había cantado las últimas romanzas de zarzuela aguantando su propia tos, hizo que los aplausos acabaran pronto, no sin que antes la Caballé se marcara unos pasos por sevillanas. Desde luego este recital no pasará a la historia, pero ahí quedan los diez magníficos años del teatro jerezano y los cincuenta de una de las más grandes cantantes que se han conocido. No hace falta decir más.
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