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EL DOCTOR MAAZEL Y MISTER HYDE
Sevilla, Teatro de la Maestranza. Festival "Sevilla entre culturas". 29 de diciembre de 2006. Rossini: Obertura de El barbero de Sevilla. Mendelssohn: Sinfonía nº 4 “Italiana”. Strauss: Don Juan. Respighi: Pinos de Roma. Symphonica Toscanini. Lorin Maazel, director. Por Fernando López Vargas-Machuca.
La mayor parte de la crítica lo ha repetido una y otra vez: Lorin Maazel es el director más irregular que jamás se ha conocido, dotado sin duda de una técnica de batuta prodigiosa y de un olfato musical de primer orden, pero capaz de pasar de lo deplorable a lo genial en menos que canta un gallo. En Sevilla ya lo había demostrado hace tiempo: una horripilante Novena de Beethoven, unas magníficas Segunda y Novena de Mahler, una muy buena Quinta de Sibelius, una inspirada e idiomática Cuarta de Brahms… Tras años de ausencia ha vuelto a la ciudad de la Giralda, en esta ocasión al frente de la deplorable Orquesta Sinfónica Toscanini -de la que es titular desde el pasado mayo-, para volver a demostrarnos la existencia de al menos dos Maazel posibles. En la primera parte apareció su yo siniestro, el Mister Hyde que se encuentra agazapado tras el director genial. Y es que su deslavazada Obertura de El Barbero de Sevilla no sólo careció de la chispa, la fluidez, la cantabilidad y el refinamiento indispensables en la música de Rossini, sino que tuvo detalles -como unos disparatadísimos ritenuti- de lo más caprichoso y hortera. Peor aún la Sinfonía Italiana, plomiza y sin luminosidad alguna en el primer movimiento, flácida y con insoportables detalles de blandura en el segundo y más bien prosaica en el tercero; el saltarello sí que estuvo dicho con ganas, pero aquí la orquesta se mostró más insuficiente que nunca para ofrecer el virtuosismo y la transparencia que demanda la bellísima partitura de Mendelssohn. Hubo ciertamente detalles -determinadas líneas melódicas que rara vez se escuchan- que dejaron entrever la técnica excepcional de quien se encontraba sobre el podio, y no en balde la formación italiana respondía automáticamente a la menor indicación del maestro, pero la ejecución debía haber estado mucho mejor planificada de antemano. ¿Un bolo? Sin duda. En la segunda parte la orquesta siguió siendo insuficiente, pero aquí apareció el mejor Maazel posible. Y no sólo porque la articulación de planos sonoros y la planificación horizontal estuvieron muchísimo más cuidadas, sino porque sobre todo porque el maestro nos deslumbró con un Don Juan brillante y elocuente, lírico y evocador, de prodigioso sentido del color y absolutamente idiomático en su refinamiento tímbrico y su opulencia que bordea pero nunca roza lo decadente. Incluso los solos de violín adquirieron un tono lacerante de lo más adecuado. Excepcional la sección lírica central, cuya poderosa concentración interior desplegó una poesía tan hermosa como trágica; habría que ir a grabaciones como la de Celibidache con la Radio Sueca o la recién publicada de Karl Böhm con la Filarmónica de Viena para encontrar en ese pasaje concreto -y dejando al lado la orquesta- algo superior. Soberbia también la labor de Maazel en los Pinos de Roma: adecuadamente joviales y estridentes los de Villa Borghese, grandiosos y solemnes pero no pesadotes los de la catacumba, de asombrosa plasticidad y poesía sin amaneramientos los del Gianicolo y muy brillantes aunque algo precipitados los de la Vía Apia, a los que como en sus grabaciones discográficas (cuatro, de desigual fortuna) les faltó cierto carácter ominoso. En cualquier caso fue una versión espléndidamente dirigida -la partitura tampoco es que sea muy enjundiosa- en la que se echó mucho de menos una buena orquesta para materializar todos prodigios de la batuta. Lástima.
ENLACES RECOMENDADOS Web oficial de la Sinfónica Toscanini: http://www.symphonicatoscanini.com/ Web oficial de Lorin Maazel: http://www.maestromaazel.com/
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