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DUDAMEL CHIN-PÚNSevilla, Teatro de la Maestranza. Festival "Sevilla entre culturas". 30 de diciembre de 2006. Bartók: Concierto para orquesta. Ravel: La valse. Falla: El sombrero de tres picos (suite nº 2), “Danza” de La vida breve. Revuelvas: Sensemayá. Pérez Prado: Mambo nº 5. Bernstein: “Mambo” de West Side Story. Ginastera: “Malambo” de Estancia. Orquesta Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar. Gustavo Dudamel, director. Por Fernando López Vargas-Machuca.
Nació en Venezuela en 1981. Comenzó sus estudios de dirección orquestal en 1996. En 2006 graba para Deutsche Grammphon las sinfonías Quinta y Séptima de Beethoven, dirige Don Giovanni en La Scala y es anunciado como nuevo titular de la Sinfónica de Gotemburgo. Llega a Sevilla al frente de su orquesta juvenil Simón Bolívar en compañía de Claudio Abbado, uno de sus grandes mentores. Rattle, Barenboim y Mehta también se han desecho en elogios sobre él. Difícilmente se haya conocido una trayectoria tan fulgurante en la dirección de orquesta como la de Gustavo Dudamel. ¿Hay para tanto? El autor de estas líneas le había escuchado varias tomas radiofónicas. No dudo en calificar de magnífico su trabajo en el referido Don Giovanni. Su Tercera de Mahler al frente de la formación milanesa resulta cálida y juvenil, pero la Quinta del mismo autor presenta evidentes desigualdades y no está nada bien tocada por los señores de la Scala. Además de esto lo único que conozco es un Egmont y una Quinta de Beethoven, versiones corpulentas y encendidas pero con algunas soluciones discutibles, en esta ocasión al frente de la orquesta venezolana. Orquesta enorme, por cierto: cincuenta violines y doce contrabajos, para que se hagan ustedes una idea. Enorme pero no muy buena, ni en lo que se refiere a su sonido global -el empaste es casi imposible- ni en la calidad de algunos de sus solistas. En Sevilla Dudamel mostró todas sus insuficiencias. Superficial, flácido, plano y aburrido el Concierto para Orquesta, amén de un disparate estilístico por su blandura generalizada, su ausencia de aristas y sus texturas algo espesas y mucho más cercanas al universo de Ravel que al de Bartók. Dudamel se limitó a exponer la obra buscando los contrastes de grandes masas sonoras -cosa fácil dado el mastodonte que tenía a su servicio- pero sin desarrollar ni su vertiente humorística ni la dramática, que de todo hay en esta genial partitura en la que con enfoques tan diferentes como los de un Solti, un Celibidache o un Chailly se pueden obtener resultados de lo más extraordinario. Las intervenciones solistas debieron haber estado más matizadas. Ya en la segunda parte su versión de La Valse fue mucho más convincente, alcanzando un buen punto de equilibrio entre brumas impresionistas y brillantez sinfónica, aunque aquí de nuevo se echara de menos mayor transparencia y sobrara algún exceso. Muy dignas la Danza de los vecinos y la Farruca de El sombrero de tres picos, dichas con entusiasmo y brillantez, pero la precipitadísima jota final fue el colmo de los excesos decibélicos y la vulgaridad. Bombo y platillo en estado puro. A partir de aquí todo fue a peor: que los chicos y su director se pusieran una camiseta con la bandera venezolana podría quizá entenderse (¿qué pensaríamos aquí si los de la JONDE hicieran lo propio cuando salen de gira?), el bailoteo del personal sobre el escenario es muy lógico en vísperas del Fin de Año, pero lo que no se puede perdonar es que las interpretaciones siguieron siendo tan malas como la de la jota de Falla. Sensemayá tuvo mucho sentido del ritmo y el color, pero todo sonaba de forte para arriba sin el menor matiz: a Enrique García Asensio y nuestra ONE se la hemos escuchado mil veces mejor. La danza de La vida breve fue puro efectismo y tópico de la peor clase, con unos trombones desmadrados y un pesante ma con fuoco de lo más hortera en el que parecía hacer su aparición Darth Vader en persona. El Mambo de Pérez Prado -excelente música incluida con acierto en el programa- estuvo dicha con desenfado y muchísimo sentido del swing pero tocada con brocha gorda, más gruesa aún en el irreconocible Mambo de Leonard Bernstein que le siguió. Que ser popular y festivo a tope no significa caer en la vulgaridad se comprueba escuchando lo que con Malambo de Ginastera hizo Barenboim al frente de la Filarmónica de Berlín hace unos años (un concierto al aire libre editado en DVD); la lectura ofrecida por los venezolanos fue ruidosa y tosca a más no poder. De propina, un final de la obertura de Guillermo Tell mucho más transparente y cuidadoso de lo que se podía esperar a tenor de lo hasta entonces escuchado. La formación venezolana interpretó sin batuta esta pieza toda vez que Dudamel, copiando al pie de la letra una idea de Simon Rattle en sus conciertos berlineses, se fue a tocar la percusión con los chicos de la orquesta. Chin-pún, chin-pún.
ENLACES RECOMENDADOS Web oficial de Gustavo Dudamel: http://www.gustavodudamel.com/artistmicrosite/DUDGU/es/index.htms
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