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ESPLÉNDIDO ONEGIN EN JEREZ
Jerez, Teatro Villamarta. 19 de abril de 2007. Tchaikovsky: Eugene Onegin. Vladimir Chernov, Irina Mateava, Ismael Jordi, Marina Pardo, Emilia Boteva, Mabel Perelstein, Felipe Bou, Joseph Ruiz, Miguel López Galindo, Joaquín M. Segovia, Juan José Guerrero. Coro del Teatro Villamarta. Orquesta Filarmónica de Málaga. Vladimir Ponkin, director musical. Horacio Rodríguez Aragón, director escénico. Producción escénica del Festival de Ópera de Oviedo. Por Fernando López Vargas-Machuca. Este Eugene Onegin en producción escénica del Festival de Ópera de Oviedo y musical del propio Villamarta ha sido de lo mejor en lo que al género lírico se refiere que hemos visto en el teatro jerezano desde su reinauguración en 1996. Admirable haber conseguido un resultado tan redondo y equilibrado con un presupuesto mínimo, sin duda un verdadero triunfo para el equipo de producción, pero también la constatación de que Jerez puede aspirar a este nivel y que no debemos bajar la guardia ante los resultados algo decepcionantes que en los últimos años se viene manifestando. Canceló Ainhoa Arteta de manera bastante sospechosa: presentó una baja médica demasiadas semanas antes del espectáculo, mientras que pocos días después de las funciones jerezanas se encontraba cantando tranquilamente en Barcelona. Mejor así, porque la joven Irina Mateava supo demostrar por qué el Chatelet le ha otorgado el premio al mejor artista del año 2003 por su Tatiana y la Ópera de Viena la tiene contratada para el mismo papel: solidez vocal -a pesar del exceso de metal en el agudo-, entrega expresiva, desenvoltura escénica y belleza física se dieron de la mano para ofrecer una estupenda encarnación del personaje que alcanzó su punto culminante en una escena de la carta para el recuerdo. La presencia de Vladimir Chernov fue un verdadero lujo para Jerez. Su voz se encuentra aún en relativamente buen estado, su dominio de las tablas es manifiesto y, sin ser el suyo un Onegin muy creativo ni personal, se entregó a fondo en un personaje bastante desagradecido tanto en lo canoro como en lo escénico, ofreciendo una convincente evolución psicológica del mismo sin necesidad de cargar las tintas en los momentos más dramáticos. Ni que decir tiene que estilo y vocalidad fueron perfectos. Ismael Jordi no cuenta con la voz -demasiado ligera- ni con la línea de canto apropiadas para su personaje, pero hizo lo mejor que podía hacer dadas las circunstancias: llevarlo a su terreno. Compuso así un Lensky de línea belcantista, bellísimamente fraseado y matizado con unas estremecedoras medias voces marca de la casa. Ahora bien, convenció mucho antes en su aria del primer acto, donde puso de relieve toda la ingenuidad, el lirismo y la ensoñación del desdichado joven, antes que en un “kuda, kuda” cantado con extraordinaria hermosura pero sin la congoja ni el dramatismo que requiere el momento. Esperemos que con el tiempo sepa enriquecer su ya admirable interpretación con una mayor variedad expresiva. Excepción hecha de la estupenda Madame Larina de Emilia Boteva, el resto del elenco era íntegramente español. Y funcionó bastante bien. Felipe Bou hizo un notable Gremin, pues al cantar con intención y muy buen gusto importó poco que no poseyera un instrumento de muchos quilates. La que sí tiene una gran voz es Marina Pardo, aunque no siempre la aproveche en los repertorios idóneos; aquí hizo una Olga estupenda en lo vocal y convincente en lo escénico. Fue suficiente la Filipievna de Mabel Perelstein a pesar de sus insuficiencias técnicas, y admirable Miguel López Galindo en su breve intervención en la escena del duelo. Sólo defraudó el Trinquet del veterano Josep Ruiz, notable artista cuya voz ya se encuentra comprensiblemente deteriorada. Vladimir Ponkin dirigió sin mucha atención a los cantantes y con cierta rigidez, pero llevó con buen pulso la obra y no cayó en la precipitación ni en la vulgaridad en que sí caen algunos “especialistas” del ayer y del hoy, y más vale no decir nombres. Lástima que tuviera a su frente a una Filarmónica de Málaga poco entregada en la que la buena calidad de las maderas no compensó la mediocridad de la cuerda: el primer violonchelo tuvo un solo particularmente desafortunado que dejó en evidencia el nivel de la formación. El Coro del Villamarta, con mucho esfuerzo y ninguna remuneración económica, realizó bajo la dirección de Antonio Martín una muy meritoria labor en un título con importantísima participación coral; convenció particularmente en el primer acto, si bien más adelante en la sección de sopranos hubo molestas estridencias. La producción escénica era algo pobretona pero resultaba hermosa a la vista, no tanto por la funcional escenografía de Jesús Ruiz como por el bello vestuario del propio artista cordobés, así como por una cuidada y sensual iluminación a cargo de Eduardo Bravo. Horacio Rodríguez Aragón ofreció una dirección escénica convencional y ortodoxa pero no vulgar, prestando admirable atención a las masas. No tanto a los solistas, pues alguno de ellos -por suerte ninguno de los dos protagonistas, admirables ambos- evidenció una manifiesta rigidez. Reparos menores a una noche de ópera sin el brillo de los alardes vocales que tanto entusiasman a los aficionados, pero sí con gran redondez canora y el imprescindible equilibrio entre lo musical y lo escénico que necesita Eugene Onegin. Justo lo que demandaba el propio Tchaikovsky.
ENLACES RECOMENDADOS Web del Villamarta: http://www.villamarta.com/ Web oficial de Vladimir Chernov: http://www.vchernov.com/ Web oficial de Ismael Jordi: http://www.ismaeljordi.net/ Web oficial de Marina Pardo: http://www.marinapardo.com/
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