Revista mensual de publicación en Internet
Número 83º - Abril, mayo y junio 2.007


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ESTRENO ESTATAL DE BOULEVARD SOLITUDE

Por Ovidi Cobacho Closa, Historiador del arte (Catalunya). 

 

  • BOULEVARD SOLITUDE: Drama lírico en siete escenas, música de Hans Werner Henze sobre libreto de Grete Weil basado en Boulevard Solitude de Walter Jockisch. Laura Aikin (Manon Lescaut), Pär Lindskog (Armand Des Grieux), Tom Fox (Lescaut), Marc Canturri (Francis), Hubert Delamboye (Lilaque padre), David Menéndez (Lilaque hijo), Basil Patton (Criado de Lilaque hijo); Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana, Cor Vivaldi, Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Zoltán Peskó. Dirección escénica: Nikolaus Lehnhoff. Gran Teatre del Liceu, Barcelona, 11 – III- 2007.

 Siguiendo la política de pasadas ediciones, el Gran Teatro del Liceu volvió a presentar esta temporada un nuevo estreno estatal, en este caso de un compositor contemporáneo que además, cosa casi inaudita en nuestros tiempos, pudo asistir a la primera de las representaciones de este estreno. Una iniciativa como ésta solo cabe saludarla con incondicional aplauso, puesto que, y no vayamos a engañarnos con revisionismos escénicos, exhumaciones o reinterpretaciones de lo más variopintas, el único síntoma de vitalidad de cualquier género artístico es la creación y la presentación de obras de nueva creación. Y fíjense en lo que estamos, aplaudiendo como novedad el estreno de una ópera compuesta hace más de cincuenta años (!). 

Dicho esto, cabe añadir seguidamente que la representación volvió a confirmarnos el porqué de la escasa programación de nuevos títulos, pues a pesar de poder ver y escuchar un espectáculo bien elaborado,  con un lenguaje musical personal e inspirado que bebe de escuelas varias (pinceladas de jazz, apuntes dodecafónicos, revisión de la tradición tonal), un sugerente sentido dramático y un moderado expresionismo en la concepción vocal e instrumental, a pesar de todo ello, la emotividad, el calado afectivo del discurso musical, brilló por su ausencia. Absoluta frialdad y escasa emoción, apenas apuntada en algún pasaje lírico reservado a la protagonista, que vuelven a reafirmar el apego del público mayoritario, y eminentemente no versado en conocimientos musicales, al repertorio tradicional, concebido en su momento no tan solo para contentar el espíritu mesiánico de sus creadores sino también, y sobretodo, para complacer y conmover al público que llenaba los teatros. Que no se engañe nadie, la evolución del teatro musical, y del arte en general, viene marcada y determinada fundamentalmente por la aprobación y la oscilación de los gustos estéticos de mecenas, patronos y consumidores de lo más variopintos, no a la inversa.  

Volviendo pero a la representación que nos ocupa, cabe destacar, en el plano interpretativo, la excelente labor del conjunto del reparto. Laura Aikin fue una Manon atrevida y sensual en lo escénico (convertida en esta revisión de la clásica novela de Prévost en una auténtica femme fatale), a lo que aunó una intuitiva prestación canora, exquisita en algunos de los pasajes de la partitura de mayor vuelo melódico. El Armand de Pär Lindskog fue entrando en el personaje a medida que avanzó la representación, acabando por rubricar una más que notable interpretación. Tom Fox fue un Lescaut siempre elegante, soberbio en lo vocal y con autoridad escénica. Lilaque padre tuvo en Hubert Delamboye un actor de primera fila y un cantante versado y siempre correcto, aunque su timbre no este dotado de excepcional belleza. David Menéndez brilló tanto en lo vocal como en lo escénico, así como también el joven barítono Marc Canturri en el breve papel de Francis. Correcto también el criado de Basil Patton. La prestación de los coros fue siempre ajustada y la orquestra titular del teatro demostró haber trabajado a fondo la partitura bajo la precisa batuta de Zoltán Peskó. La dirección escénica estuvo impecable en el movimiento de los intérpretes, así como también en la creación de los ambientes dramáticos de las distintas escenas. Bellísima, ágil y sugerente la escenografía (Tobias Hoheisel)  y exquisita la iluminación (Paul Pyant), a partir del marco de fondo de una estación. Lástima que el tren musical no lograra reflotar el reencuentro emotivo entre foso y platea.