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ORQUESTAS JÓVENES: UN RETO PARA EL DIRECTOR Por
Margarita Lorenzo de Reizábal. Leer su
curriculum.
Palabras clave/Keywords: Joven orquesta, Director de
orquesta, Orquesta profesional Hoy en día, “navegar” satisfactoriamente a través de la música requiere un arte altamente especializado que, si hablamos del repertorio orquestal, debe serlo aún más, porque uno no surca los mares musicales solo sino con toda una tripulación a las órdenes de un capitán. Para llegar a buen puerto no puede haber amotinamientos, todo el engranaje físico del barco ha de funcionar, cada marinero debe saber hacer su trabajo y realizarlo cuando se le ordena, la bodega ha de estar bien aprovisionada de víveres... y el capitán, un auténtico lobo de mar, debe manejar muy bien las cartas marinas y el sextante; reconocer, oteando el firmamento, las estrellas y el horizonte, la venida de las marejadas, de las tempestades o de las calmas chicha. Pero, sobre todo, lo que hace que el buque llegue a puerto sin contratiempos tiene que ver con la convivencia de toda la tripulación durante la travesía, la ilusión de todos en la empresa, el gusto por surcar los mares e impregnarse del salitre que empapa el aire y la confianza en el patrón. Pues bien, el símil anterior sirve para
ilustrar de un modo gráfico la tarea de dirigir una orquesta. Ahora bien,
si se trata de una orquesta formada por jóvenes, el símil toma
significados todavía más específicos, que iremos desgranando a lo largo de
este artículo.
Curiosamente, en los sueños de los directores recién graduados no aparecen orquestas llenas de caras jóvenes; en realidad, no aparecen caras, sino instrumentos y posiciones en el escenario, obviando que esos instrumentos son personas, músicos, con mayor o menor talento, con diferentes grados de competencias instrumentales y distintos niveles de experiencia. Es cierto que las premisas básicas para dirigir son las mismas en todos los casos, pero no es menos cierto que el modo en que uno dirige (o puede dirigir) depende en gran medida del colectivo humano que tiene delante. Y esto, desafortunadamente, no se suele enseñar a los estudiantes de dirección. Cualquier director de orquesta, especialmente si está bien cualificado, aspira a dirigir una orquesta profesional, entendiendo por tal no sólo el estatus laboral de sus miembros, sino la trayectoria amplia y experimentada del conjunto. Puede parecer que dirigir una orquesta joven es una tarea de principiantes, y que estar al frente de una de ellas es sinónimo de no disponer de un nivel artístico suficiente para estar al frente de una orquesta “de verdad”. Nada más lejos de la realidad. No olvidemos que la preparación
instrumental de nuestros jóvenes ha dado un salto cualitativo muy
importante en la última década y la destreza técnica y la formación
musical de muchos de ellos es altamente cualificada a pesar de su
juventud, por no hablar del alto grado de competitividad que existe entre
el colectivo de jóvenes que aspiran a formar parte de una orquesta joven.
Es cierto, por un lado, que les falta experiencia de atril y maduración
personal, que va inevitablemente ligada a la maduración musical, pero, por
otro lado, destilan entusiasmo y energía, cuestiones éstas que son
imprescindibles para hacer música y que desafortunadamente están ausentes
en algunas orquestas profesionales. Por tanto, dirigir una joven orquesta
no debe constituir una frustración para las ambiciones profesionales de un
director, sino más bien un estímulo para sus aspiraciones, sabiendo que va
a tener delante un grupo que le va a seguir con ilusión y con ganas de
hacer música dando lo mejor de sí mismos.
Es importante no confundir conceptos: no
existe repertorio fácil o difícil, en términos generales, porque cualquier
música que se interprete puede ser lo uno o lo otro, en función del grado
de profundización que uno esté dispuesto a realizar en el texto musical.
Lo importante, en último término, es ser capaz de extraer de la partitura
todos los detalles relevantes (y los que no lo son tanto, también) y esto
siempre es difícil. Así pues, el director de una orquesta joven es posible
que tenga que renunciar a ciertas obras en su programación, pero nunca
renunciar a lo que debe ser su máxima ambición: hacer de cada obra, por
pequeña que sea, una interpretación artística y musical de altura.
Al comienzo, el director de una joven orquesta necesita explicar lo que quiere e incluso indicar cómo lo va a mostrar gestualmente. No se puede obviar el hecho de que parte de la labor que se realiza con este tipo de agrupaciones tiene una componente pedagógica y formativa importante. No está de más, por tanto, explicarles todo aquello que les sea de utilidad, tanto en lo referente a la música como al modo en que se espera que respondan ante determinados gestos. Cuando se está frente a una orquesta de
jóvenes ansiosos por saber, por demostrar sus capacidades, por aprender,
en definitiva, es importante estar bien preparado para poder fundamentar
nuestras actuaciones y persuadir cuando sea necesario sobre la
conveniencia de interpretar un pasaje de una determinada manera. Podríamos decir que dirigir una orquesta joven es, en cierto modo, más complicado que dirigir una orquesta profesional. Todo está por hacer con ellos y cualquier logro es celebrado por todos. No se puede experimentar una satisfacción íntima mayor que la de conseguir que durante la presentación en público de un programa salgan bien todas aquellas cosas que, por pequeñas que puedan parecer, han llevado mucho tiempo de ensayo (una entrada bien conjuntada después de una cesura, una buena afinación en un pasaje en octavas de la madera, por poner algunos ejemplos). Realmente se producen en esos momentos auténticos guiños de complicidad entre director y músicos y, aunque no son visibles desde el exterior, son los que ayudan a mantener al grupo cohesionado y preparado para afrontar cualquier reto musical futuro. Y estos son solo algunos de los momentos felices que brinda el dirigir una orquesta joven. Por último, otro de los aspectos más
relevantes y enriquecedores para un director al frente de una orquesta
joven lo constituye el continuo feedback que recibe de los músicos y que
le obliga a replantearse de manera crítica y constante algunas cuestiones.
Los jóvenes pueden no tener experiencia, pero son extremadamente sensibles
e intuitivos. Es posible aprender con ellos a entender una obra de
diferente manera y, a través de sus respuestas sonoras, replantearse los
tempi, las dinámicas...Se aprende con ellos y se abre una miríada de
posibilidades interpretativas, enriqueciendo las experiencias sensibles
vividas hasta el momento y mostrándonos una visión caleidoscópica de la
música, exenta de convenciones y tradicionalismos obsoletos: en
definitiva, nos ayuda a hacer una música fresca, directa y abierta al
mundo.
Sin duda esta es una de las razones
fundamentales para su existencia, pero la creencia de que ésta es la única
función de una orquesta de jóvenes debe ser cuestionada. Debemos reconocer
la aportación musical que, sin duda, ofrecen este tipo de agrupaciones
jóvenes al panorama musical de nuestro entorno. Las orquestas jóvenes
ofrecen la posibilidad de comunicar ideas y emociones profundas a través
de las interpretaciones frescas, inocentes si se quiere, pero honestas, de
un repertorio que en ocasiones se enmohece por convenciones
interpretativas tradicionales, a las que pueden dar lustre destacando
sutilezas que sólo pueden ser puestas de relieve al ser interpretadas
desde los ojos de una generación emergente. Esta generación es el futuro
de nuestras orquestas profesionales. Merece la pena mimarla.
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