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LA
“TERCERA” DE PROKOFIEV:
MUCHO MÁS QUE RUIDO
Por Fernando López Vargas-Machuca.
Hace poco tuve
la oportunidad de acudir a Londres para escuchar a mi orquesta favorita,
la Sinfónica de Chicago, bajo la dirección de uno de los pocos directores
realmente grandes de la actualidad, el ya veterano Riccardo Muti. En los
atriles se encontraba una partitura que adoro especialmente, la gótica y
expresionista Tercera Sinfonía de Prokofiev, que es en gran medida
una suite sinfónica de su perturbadora ópera El ángel de fuego, que
el compositor nunca pudo estrenar en vida. Semanas antes había podido
escuchar, asimismo en Londres, a Valery Gergiev interpretando la
Séptima Sinfonía, y por las mismas fechas me pude hacer con la
integral sinfónica del autor que el director ruso ha registrado
recientemente para Philips. La diferencia entre los criterios
interpretativos de las dos batutas me lleva a realizar algunas
reflexiones.
Gergiev ofrece el Prokofiev más tópico y vulgar, el del puro espectáculo
sonoro. Cierto es que Prokofiev absorbió plenamente el espíritu de la
vanguardia de la época, tanto la francesa como la soviética, y de ahí que
haya en su música mucho del ruido, la fuerza bruta, el mecanicismo y la
rítmica implacable del Futurismo, como también de la extrema tensión
interna, la deformación grotesca, la crispación y las disonancias del
Expresionismo; la influencia de -entre otros- un Stravinsky resulta más
que evidente. Pero nuestro autor es asimismo, y en no poca medida, un
heredero del Romanticismo ruso, de su cantabilidad melódica, de su vuelo
lírico y de sus sonoridades opulentas, oscuras y aterciopeladas. Sobre
tales ingredientes, Prokofiev construye un universo sonoro en el que una
de las principales señas de identidad es una dosis de ironía y mordacidad,
de comicidad a veces rayana con el humor negro, que intenta disimular la
fuerte melancolía puramente “romántica” que subyace en el fondo de su
espíritu, y que sale a flote muy especialmente en su genial Romeo y
Julieta, quizá la música para ballet más bella jamás compuesta, o en
sinfonías como la Séptima.
Es precisamente en dicha obra en la que más se le ve el plumero a
Gergiev: como aquí no hay mucho ruido que meter, el director moscovita
intenta parecer lírico y sensible edulcorando la interpretación y
ofreciendo sonoridades lánguidas y evanescentes. En vano, claro. Su
insinceridad se nota tanto como su incapacidad para construir
correctamente el edificio sonoro. El resultado es profundamente aburrido,
y me refiero tanto a su registro discográfico como a la interpretación que
le pude escuchar este verano en los Proms, en ambos casos con una
desaprovechada Sinfónica de Londres a su servicio. En la Tercera sí
que da el pego, porque ahí destapa la caja de los truenos y, dejando a un
lado aspectos tales como la claridad en la ejecución o la creación de
atmósferas, se dedica a lanzar cañonazos a diestro y siniestro para epatar
al personal, con una batuta nerviosa y agitada que, eso sí, sabe ser
brillante y espectacular como pocas.
Pero hete aquí que Muti nos enseña que esta partitura es otra cosa. O
mejor dicho, que es mucho más que ruido, frenesí y descargas de
adrenalina. Lo hizo ya en su excepcional grabación con la Orquesta de
Philadelphia realizada para Philips en 1991, hoy bochornosamente
descatalogada, y lo volvió hacer en 2003 frente a la Orquesta de la Radio
Bávara, en una toma televisiva que de tarde en tarde se puede pillar en
algún canal alemán vía satélite. Claro que en la interpretación que le
pude escuchar en el renovado Royal Festival Hall -ahora con excelente
acústica, por cierto- el pasado seis de octubre, el maestro milanés va aún
más allá. Ha perdido quizá un poco de la extraordinaria fiereza e
incisividad de su registro discográfico, pero ahora la partitura está más
minuciosamente analizada aún, hasta el punto de que nunca se había
escuchado con semejante claridad el complejísimo entramado orquestal de
esta partitura; un milagro que sólo se explica por la prodigiosa técnica
de la batuta y por el extremo virtuosismo de la orquesta norteamericana.
Pero Muti no desatiende en absoluto la fuerza expresiva. Lo que ocurre
es que, al contrario que Gergiev, entiende que ella no reside tanto en el
contraste entre masas sonoras y en la radicalización de las dinámicas,
como en la construcción progresiva de tensiones mediante un minucioso
trabajo de planificación previa y de control durante la ejecución. El
resultado es así menos vistoso, pero a la postre resulta mucho más
implacable e irresistible. Atiende además a un aspecto tan fundamental
como el de la textura sonora, que a ratos ha de ser aristada, pero también
mórbida e “impresionista” en determinados momentos. Como además nuestro
director sabe hacer volar las melodías como buen italiano que es, consigue
momentos realmente fantasmagóricos, de atmósfera enrarecida y no poco
sensual, que enriquecen esta compleja partitura y recrean bien las
ensoñaciones místico-eróticas de Renata -desdichada protagonista de la
ópera- y el turbio aire que se respira en el convento al que ésta va a
parar.
Fue sin duda este de Muti con la Sinfónica de Chicago (interpretaron
asimismo la suite nº 2 de El sombrero de tres picos, la Rapsodia
Española y el Bolero de Ravel) un concierto no sólo memorable
sino también revelador de cómo se puede sacar partido a un compositor que
alberga en su seno muchas más posibilidades expresivas de lo que los
tópicos hacen pensar. Ojalá que al sello de la CSO se le ocurra editar
alguno de estos conciertos con Muti. Mientras tanto, resulta
imprescindible que la grabación de Philips se reedite cuanto antes. Por
desgracia, no hay muchas realizaciones discográficas a la misma altura que
nos sirvan para conocer el auténtico, poliédrico y fascinante rostro de
las sinfonías del autor. Realicemos en cualquier caso un breve repaso de
las integrales que se encuentran o han estado alguna vez disponibles en
formado de CD, por si al lector le pudiera servir esta información.
De las nueve que, si no nos fallan las cuentas, han circulado por el
mercado, la más recomendable es la de Rostropovich (Erato). La Nacional de
Francia no es la mejor de las orquestas posibles, ni el mítico chelista
posee la capacidad analítica ni el sentido del color de las batutas
realmente grandes, pero es él quien más sabe descubrir el contenido
expresivo que subyace tras los a veces muy aparatosos ropajes sonoros que
despliega el compositor. En este sentido, las sinfonías Cuarta (en
su segunda versión: la original no le sale tan bien) y Séptima son
en sus manos verdaderos descubrimientos, sin duda referencias absolutas
por su emoción y sinceridad. La integral de Seiji Ozawa (DG) es otra gran
opción: menos profunda que la de su amigo Rostropovich, también menos
cálida y comunicativa, pero increíblemente bien tocada, de gran claridad y
refinamiento, y dotada de un sentido del color admirable. El bache de una
floja Quinta no es mancha demasiado grave en una integral que se
beneficia del virtuosismo de la Filarmónica de Berlín. Estas dos
integrales están hoy disponibles a muy buen precio.
De Gergiev (Philips) ya hemos hablado: aparatosidad, violencia gratuita,
superficialidad y brocha gorda son sus señas de identidad, alcanzando el
punto más bajo en las dos versiones de la Cuarta. Por si fuera poco
no está del todo bien grabada. En absoluto recomendable, pues, como
tampoco lo es la plana, flácida y aburridísima de Walter Weller (Decca).
Más interés tiene la irregular de Jean Martinon (Vox), bien intencionada
aunque no siempre llevada a buen puerto, siendo francamente flojas
Primera y Tercera. La de Järvi (Chandos) sigue estando muy bien
valorada por parte de la crítica, pero a mí las interpretaciones que
conozco -Tercera, Sexta y Séptima- me parecen primas
hermanas de las de Gergiev: mucho ruido y pocas nueces. Puro tópico en el
que también cae Rozhdestvensky (Melodiya), aunque en este caso el gran
talento del director para ofrecer tensión, garra, incisividad e ironía son
una gran baza a su favor y consigue resultados admirables en una sinfonía
muy adecuada a tales características como es la Segunda; una
lástima que orquesta y grabación dejen que desear. Ojalá llevara al disco
estas sinfonías otra vez -y de paso también las de Shostakovich-, pero el
horno discográfico no está para bollos. Las integrales de Kosler
(Supraphon) y Kuchar (Naxos) no las conozco. En el próximo número
ofreceremos algunas recomendaciones de versiones sueltas para ahondar aún
más en estas siete obras maestras.
ENLACES RECOMENDADOS
The Prokofiev page:
http://www.prokofiev.org/
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