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TRISTÁN EN OVIEDO
Por
Angel Riego
Cue. Lee su
Curriculum.
Oviedo, Teatro Campoamor. 23 de septiembre de 2007. Wagner: Tristán e
Isolda. J.F. West, J. Casselman, A. Greenan, C. Robertson, L. Braun, E.
Sánchez Ramos, G. Hernando, J. Rodríguez-Norton. Coro de la Ópera de
Oviedo. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA). Dir.
musical: Maximiano Valdés. Dir. de escena: Alfred Kirchner.
La temporada de Ópera de Oviedo 2007-2008 comenzó con lo que en otros
teatros sería normalidad y aquí es un verdadero acontecimiento, como es la
representación del Tristán e Isolda de Wagner. No era estreno
absoluto, pues la obra se representó en el Campoamor en 1921, siendo
Tristán en aquella ocasión el famoso tenor Walther Kirchhoff, pero como si
lo fuera: ni los más viejos del lugar debían conservar el recuerdo de unas
funciones de hace 86 años. Por tanto, independientemente del resultado
artístico de estas funciones, el solo hecho de que se programe Tristán
es ya un motivo para felicitarse.
Para estar a la altura de las circunstancias, la dirección del teatro
buscó a dos protagonistas de renombre, Jon Frederic West y Jane Eaglen,
ambos con su papel grabado y editado comercialmente en DVD (él en Munich
con Mehta y ella en el Met con Levine); sin embargo, la Eaglen canceló y
hubo de ser sustituida por la soprano norteamericana Jayne Casselman. En
cuanto a West, a quien sí escuchamos, es un tenor heroico "a la antigua";
la voz puede sonar algo "leñosa" al gusto actual, pero su interpretación
fue irreprochable e incluso llega sobrado vocalmente al final del tercer
acto, lo que es difícil recordar cuándo fue la última vez que había
ocurrido en un Tristán. Sin duda fue el triunfador de la velada, aunque
junto a él es de justicia destacar a la ejemplar Brangäne de Lioba Braun
como lo mejor de la función.
El resto del reparto al menos no desmereció: Jayne Casselman es una
soprano con capacidad para lo dramático, y así su mejor acto fue el
primero, el de la Isolda rencorosa y vengativa; la voz en algunas
ocasiones (pocas) llegaba al grito en la zona aguda. Se le dio menos bien
la Isolda dulce del segundo acto y la "Muerte de amor" del tercero, aunque
en conjunto está por ver que la Eaglen lo hubiese hecho mejor. Christopher
Robertson fue un Kurwenal algo apurado por arriba, pero en conjunto a muy
buen nivel, con una interpretación de su personaje como "fanfarrón" que
parecía seguir los pasos de la clásica grabación de Fischer-Dieskau.
Andrew Greenan, que al parecer defraudó en la primera función, compuso un
Rey Marke paternal y doliente, como debe ser; vocalmente tampoco andaba
sobrado, los graves eran bien poco rotundos, pero en escena cumplió bien.
Guzmán Hernando defraudó un tanto como Marinero pero curiosamente hizo
bien su papel de Pastor. Correcto el Melot de Enrique Sánchez Ramos, y
bien el Coro de la Ópera de Oviedo en su intervención del pimer acto.
La dirección de Max Valdés al frente de la OSPA, de la que en general
obtuvo un buen rendimiento, fue profesional y explicó la obra con
claridad, sin llegar a ese punto de lo excepcional que habría quizás
evitado que a la salida se oyese el comentario de que había resultado
"demasiado larga" (a pesar del corte tradicional que se hizo en el dúo del
segundo acto). Dado el tamaño del foso del Campoamor, hubo que reducir la
orquesta hasta (al parecer) 67 músicos, lo que se notó en la falta de un
sonido más envolvente de la cuerda (el grupo más prejudicado en la
reducción) y en que algunos pasajes sonaran, con excesiva predominancia
del metal, un tanto charangueros, como el final del primer acto (donde
además no hubo trompetas y trombones sobre el escenario, como manda
Wagner, sino que sus partes se tocaron desde el foso).
Queda por hablar de la escena de Alfred Kirchner, el conocido regista del
Anillo que dirigió Levine en Bayreuth, un ejemplo de cómo también los
grandes nombres se avienen a firmar producciones de bajo presupuesto. La
escena, muy simple, representaba en el primer acto la proa de un barco (a
alguno le pudo recordar a la película "Titanic"), en el segundo
los aposentos de Isolda y el tercero los acantilados de Kareol, y tenía
una abertura central por la que entraban o salían los personajes, y por la
que entraba la luz al final del segundo acto tras la noche de amor en
oscuridad de los dos amantes. En conjunto fue una escena que sirvió
eficazmente a la trama. El aspecto más discutible puede ser el haber
desdoblado los personajes de Tristán e Isolda, pues además de los
cantantes aparecían dos mimos (de la Escuela Superior de Arte Dramático)
cuyo significado no está claro: al ir vestidos de blanco y descalzos
podría pensarse que representaban las almas de los dos enamorados, que en
el tercer acto intentan encontrarse cuando Isolda aún no ha llegado a la
presencia de Tristán, y tras la muerte de ambos se alejan cogidos de la
mano. En los dos primeros actos, los mimos actúan mientras Tristán e
Isolda están separados, y desaparecen cuando se juntan.
En resumen, con sus aspectos discutibles, que siempre los hay, el Teatro
Campoamor ha dado un paso de gigante en la normalización de su repertorio
al poner en escena este Tristán. A ver cuándo es el próximo
Wagner que
podemos contemplar en Oviedo.
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