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Número 18º - Julio 2.001


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ARTE: CREACIÓN. Dos creadores: dos intérpretes. Nicolo Paganini y Franz Liszt

Por Paula Coronas Valle. Lee su curriculum.


Paganini visto por Delacroix

Vivimos para crear. O al menos así lo entiende el artista que a través de su propia expresión canta a la vida con ilusión o amargura, risa o llanto, esperanza o desaliento.

Son muchos los motivos que originan una obra maestra, pero un solo corazón es el que vive tras ella.

El creador ilumina y embellece un camino que a veces nos resulta monótono y aburrido. Es por tanto la creación algo tan vital como el aire que respiramos.

A menudo disfrutamos contemplando un cuadro, una figura; nos maravilla observar egregios edificios, nos evade canturrear la canción de moda, o simplemente escuchar un buen concierto de música clásica.

Pero es quizás la música, esta sorprendente rama del arte llena de encanto, la que transmite mediante el sonido unos sentimientos inigualables que ponen de manifiesto la capacidad sugestiva del ser humano.

Es indudable el efecto causado en el hombre por cualquier obra (literaria, pictórica, escultórica, arquitectónica, ...) pero ese impacto directo que produce en el oyente la melodía de cualquier obra musical desborda por completo la sensibilidad que posee toda persona.

Es muy interesante destacar cuáles son los elementos que integran esta comunicación sonora. En una determinada época, el creador, en este caso el compositor, alumbra una pieza musical que queda impresa en la partitura a través de la cual el intérprete se convierte en verdadero interlocutor entre compositor y oyente siendo fiel lector de grafías y al mismo tiempo respetuoso con el carácter y mensaje de la obra.

La figura del intérprete es realmente apasionante. Su magia reside en encarnar un doble papel:

- De un lado es el encargado de investigar hasta la saciedad de la obra de arte, por supuesto sirviéndose de una eficaz y amplia técnica que le lleva a la profundización de elementos interrelacionados con el hecho musical (contexto histórico-compositivo, circunstancias anímicas del creador).

- De otro, es también en el más amplio sentido de la palabra, un creador. El intérprete recibe una serie de datos que incorpora a su dominio mecánico para poner todo este conjunto de medios al servicio del Arte.

Es precisamente en este momento en el que el intérprete crea, dando vida a su propia obra. Es entonces, pienso, cuando se apodera de la obra, la atrapa y la siente como algo inseparable de su ser. Esto ocurre de forma tan intensa que configura al auténtico artista, al que no sólo le afecta una mera indicación, o un simple detalle escrito por el propio autor, sino a aquél que va más allá del texto, al que imagina, sueña, sufre y hasta vive por y para esa creación.

No creo se pueda pedir mucho más al sentido que tiene vivir. Vivir para construir y seguir dando vida musical a tantísimas obras maestras que nos legaron los grandes compositores de todos los tiempos.

A veces, el intérprete se complace tan solo con pensar en la inmensa cantidad de piezas que existen todavía desconocidas para él, para su forma de sentir, para su propia personalidad creativa. Esta circunstancia es tan enriquecedora y a la vez tan infinita que atrae de manera absoluta.

Y ahora demos paso al otro elemento indispensable de la cadena sonora: El oyente.

Sin este destinatario, la creación moriría. Porque el oyente, cuando recibe belleza estética a través del sonido, crea en su mente nuevas imágenes y sensaciones de un mundo de fantasías, que le traslada hasta límites insospechados. Por lo tanto, cuando la obra llega a él, es de nuevo recreada en su imaginación para alimentar así éste proceso que engendra la obra de ARTE.

El carácter cíclico queda de este modo demostrado en este esquema que representa la capacidad creadora de todo ser humano.

 

NICOLO PAGANINI

Niccolo Paganini, este es el nombre de un genial músico italiano nacido en Génova hacia 1782. Su infancia puede asemejarse a la de otro niño prodigio dominado por un padre con aspiraciones excesivas: La del compositor austriaco Wolfang Amadeus Mozart. En efecto, sus primeros años de vida transcurren bajo el duro sometimiento al estudio prolongado y diario del violín. Después de esta dedicación exclusiva al instrumento, consigue dominarlo por entero y con tan sólo 13 años alcanza una inmejorable técnica y brillantez que rebasaban los límites del virtuosismo. Su carrera concertística es imparable ya una vez lejos del yugo paterno. A partir de ahí el artista despliega una intensa actividad de giras europeas que eran vividas como verdaderos acontecimientos culturales. El efecto que causaba entre el público era tan asombroso que llegaba a impresionar no sólo a melómanos sino también a músicos ya consolidados de la época tales como Chopin, Schumann, Schubert o Liszt.

Al parecer no era únicamente su dominio técnico o interpretativo lo que sorprendía sino toda una serie de gestos y maneras que transformaban al violinista durante su actuación. Prueba de este magnetismo tan evidente era toda una puesta en escena que él mismo creaba para dar color a sus peculiares recitales. Así, en este contexto, encontramos la interesante cita de Heinrich Heinne (en "Noches Florentinas") que sirven de manifiesto para acercarnos a este mito del violín: "los sonidos del violín se hicieron cada vez más tempestuosos y osados, en los ojos del espantoso intérprete brillaba un ansia de destrucción tan burlona, y sus delgados labios se movían de modo tan lúgubremente agitado, que parecía como si murmurara antiquísimas y malvadas palabras mágicas para conjurar la tempestad y desencadenar los espíritus malignos que yacen atrapados en las profundidades abismales del mar".

Hay que considerar muy especialmente su visión nueva sobre el violín: A través de esta explosión de recursos técnicos y melódicos llenos de brío y energía busca una imitación de la más amplia gama de sonidos naturales. Es decir, el fin es el Arte, y con estos medios circenses de que a veces se sirve, intenta plasmar la esencia de su creación, de su verdad musical.

No debemos olvidar parcelas relacionadas con la música de cámara, a la que Paganini se siente tan íntimamente ligado (cuartetos de Haydn, Mozart, Beethoven....).

En 1849, este personaje legendario dice adiós al mundo, tras una larga enfermedad motivada por un problema de laringe que le provoca una existencia muy penosa ya al final de sus días.

Era tanto su personalidad creativa y artística, y tan descomunal su poderío sobre el instrumento, que se ha creído ver en él la imagen del mismísimo demonio. En torno a ello han circulado varias leyendas de carácter diabólico así como opiniones tan válidas como las del propio Goethe: "En Paganini se revela en grado extremo el demonismo".

Lo que sí es perfectamente demostrable, al margen de la mera opinión, es el sentido revolucionario con que irrumpe en el campo instrumental de la Historia de la Música, con todo lo que ello conlleva en el terreno interpretativo y emocional. Se podría establecer sin vacilar un antes y un después con relación al músico italiano. Las salas de concierto vibraron con su calor humano. El público llegaba a conectar directamente con la música que emanaba de su relevante carisma y sentido musical. Entonces, la interpretación triunfaba plenamente en toda la extensión de su palabra produciendo en el oyente la catarsis.

En cuanto a su aportación a la mecánica del violín, es bastante significativa, destacando su exploración en el campo de los armónicos, de las dobles cuerdas, pizzicatti de la mano izquierda, amplia paleta de staccatti y otras innovaciones que incluso van más allá de la escuela tradicional. En conclusión, Paganini desarrolló globalmente las posibilidades polifónicas de dicho instrumento.

Todos estos hallazgos son plasmados en su interesante y valiosa producción. Así destacan sus famosos 24 Caprichos para violín solo Op.1, su densa integral de conciertos y las diversas colecciones de sonatas donde el talento y el ingenio creativos protagonizan sin temor.

A través de este breve repaso a la figura de Nicolo Paganini, nadie puede poner en tela de juicio su celebridad como músico y divo del violín, ni tampoco dudar sobre el papel que desempeña el intérprete como eslabón imprescindible en la cadena sonora.

 

FRANZ LISZT

LISZT, EL MAGO: Sin duda, hasta su venida al mundo el día 22 de Ocbure de 1811, parece estar marcada por el signo de lo mágico o misterioso.

Como una premonición el nacimiento de Franz Liszt, al parecer, fue anunciado por la visión de un cometa de larga caballera luminosa. Así, su aspecto arrogante, de perfil afilado, mirada inteligente y largo cabello fino, define a este joven músico húngaro que irrumpe con fuerza en el firmamento romántico atravesando el umbral del s. XX y dejando atrás una gloriosa estela de admiradores y detractores.

Siendo discípulo de Czerny y Salieri, viaja a París donde ampliará estudios con Reicha y Paër. Pero dos influencias poderosas van a marcar la trayectoria artística de Liszt: Berlioz y sobre todo Paganini, el otro gran revolucionario de la época. Cuentan que éste recibió una fuerte impresión cuando oyó a Liszt tocando uno de sus "Caprichos" adaptados al piano: "Desde hoy tendré que ser más modesto", murmuró Paganini.

Sus coetáneos Thablerg y Moscheles lo admiran profundamente a pesar de la posible rivalidad existente entre ellos. Sin duda, era único. Su técnica interpretativa asombró a la Europa de entonces con su inteligencia creadora: Novedades en el uso de los recursos propios del piano, diseños estructurales muy virtuosos siempre adecuados a la comodidad de la mano, gusto por el color y la sonoridad. En definitiva, una técnica adaptada al piano moderno.

En plena efervescencia como concertista-intérprete-improvisador, descubre su necesidad de componer, y en este momento da paso libre a sus ideas creadoras.

Hay algunas mujeres en su vida, que ayudan a consolidar esta naciente inspiración de Liszt: Carolina Wittaenstein y la Condesa D’Agoult. En estos mismos años es nombrado maestro de capilla en Weimar, y es allí donde el compositor puede dirigir y estrenar obras muy diversas, entre ellas, un sinfín de óperas, que enriquecen su visión sobre la creación musical. Así, consciente de su calidad y prestigioso nombre entre los músicos en boga, Liszt arrastra a todo un público maravillado ante su energía y fuerza interpretativa. Nadie de la época alcanzaba a tocar sus obras con la flexibilidad y complexión física que requerían.

No por ello su expresión abandona el tono reflexivo o íntimo que muchas de sus piezas encierran profundamente. Pero hay algo muy peculiar en su lenguaje compositivo, y es el nuevo tratamiento que hace del piano, atribuyéndole una nueva función o papel dentro de la esencia musical.

Transcribía cualquier cosa al piano (Beethoven, Berlioz, ...) por lo que puede considerarse divulgador de gran cantidad de música que sin él nunca hubiera sido escuchada (no hay que olvidar la escasez de orquestas sinfónicas en la época).

Se advierte una simbiosis perfecta entre el piano Lisztiano y el actor que recita en un papel declamatorio: Por tanto estamos ya muy lejos del salón. En conclusión, asistimos a un compositor que explota de manera inaudita todos los recursos del teclado, creando así toda una escuela de pianistas de concierto y reuniendo al compositor y al intérprete creador en una idéntica trayectoria.

De su prolífica composición pueden reseñarse sus famosos Estudios Trascendentales, Variaciones Brillantes, Rapsodias, Funerales y Leyendas, su épica sonata en Si menor, Fantasías, la grandilocuente colección de Años de Peregrinaje, y una importante música religiosa entre la que destaca su Misa de Gran, y oratorios Santa Isabel y Christus.

Esta etapa creadora corresponde a la última época de su vida en la que tomará las órdenes sagradas menores y su vocación espiritual cobrará forma.

Franz Liszt muere en Bayreuth la noche del 31 de Julio al 1 de Agosto de 1886.