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CINE
Y MUSICA: VERDI EN LA OBRA DE BERTOLUCCI (Primera parte)
Por Angel
Riego Cue. Lee su Curriculum.
Una de las formas
más bellas y originales de fechar la época en que
transcurre una película la encontramos al comienzo de
"Novecento", de Bernardo Bertolucci. Tras un
primer episodio que se desarrolla el 25 de abril de 1945,
día de la caída del fascismo en la región italiana de
la Emilia Romagna, donde transcurre toda la historia del
film, la acción retrocede a "Muchos años
antes"... ¿Cuántos? Pues, como si de una
aparición se tratara, surge un jorobado vestido como el
papel titular de "Rigoletto" (y acompañado por
la música de la obertura de esta ópera) y anuncia a
voces "¡Giuseppe Verdi ha muerto!". Tal parece
como si el que se lamentara fuera el propio personaje
operístico, conmovido por la muerte de su creador.
En realidad se trata de un personaje de carne y hueso, a
quien debido a su joroba se le conoce precisamente como
"Rigoletto", pero eso no es lo que importa
ahora, sino que estamos hablando de finales de enero de
1901. Ahora que van a cumplirse cien años desde el
acontecimiento que marcaba el inicio de
"Novecento" (título que se puede traducir por
"1900" o por "Siglo XX"), y cuando en
todo el mundo se prepara la conmemoración del centenario
de la muerte de Verdi, hemos pensado rendirle también
nuestro pequeño homenaje desde esta sección, recordando
tres películas de Bertolucci en las que su música
está, de un modo u otro, presente. Aunque ya en la
temprana "Antes de la Revolución" (1964) -una
historia de incesto entre tía y sobrino ambientada en
1962- se utilizaban fragmentos de "Macbeth",
nuestro análisis quedará reducido a "La estrategia
de la araña" (1970), "Novecento" (1976) y
"La luna" (1979).
La trama de "La estrategia de la araña" está
basada en el relato de Borges "Tema del traidor y
del héroe", incluido en el volumen
"Ficciones", donde se nos presenta el asesinato
en un teatro de un revolucionario irlandés del siglo
XIX, la víspera de la sublevación contra Inglaterra (lo
que le ha convertido en un mito popular), y la
investigación que realiza su bisnieto cien años
después, descubriendo la sorprendente verdad.
En la versión de Bertolucci, a finales de los años 60
llega al pueblo italiano de Tara Athos Magnani, hijo del
héroe de la lucha antifascista del mismo nombre,
asesinado en 1936; siempre se ha creído que fueron los
fascistas, cuyo jefe local, Becaccia, aún vive; pero
nunca se identificó a su asesino. Athos comienza a
recibir presiones para que se marche, incluso es
golpeado, lo que le fuerza más aún en su interés por
averiguar quién mató a su padre, tarea en la que es
ayudado por Draifa, la que fue en su día amante del
héroe. Becaccia echa de mala manera a Athos hijo de su
casa, y posiblemente esté detrás de las agresiones,
pero termina por decirle que "desgraciadamente"
ellos no fueron quienes mataron a su padre, pero que no
desea que se resucite el tema porque siempre le echarán
la culpa a él.
Pero hay algunas cosas que no encajan: a Athos padre se
le encontró, después de muerto, una carta sin abrir que
profetizaba que le matarían (igual que a Julio César);
también una gitana se lo había profetizado (como las
brujas de Macbeth); finalmente, su muerte fue pública y
espectacular, asesinado a tiros en el teatro local
durante una representación de "Rigoletto" de
Verdi, al final del acto I, cuando Rigoletto exclama
"Ah, la maledizione".
Tres antiguos amigos de Athos padre (Gaibazzi, Costa y
Rasori) se ponen en contacto con el hijo y le desvelan
algunos secretos: en 1936, Mussolini planeaba visitar
Tara para inaugurar el teatro local con una función de
"Rigoletto". Athos propuso aprovechar el acto
para matar al Duce desde el escenario, infiltrándose
entre los extras. Sin embargo, dijo, el disparo no era
infalible, lo mejor sería una carga explosiva. La bomba
estaba siendo preparada en una cabaña abandonada, pero
(a pesar de que sólo ellos cuatro conocían el secreto)
la policía la descubrió y los detuvo; como no
confesaron nada, quedaron libres por falta de pruebas.
La conclusión es sorprendente: tanta coincidencia entre
el escenario previsto para matar a Mussolini y lo que
realmente ocurrió en la muerte de Athos es inverosímil,
tanto más como que el plan inicial sólo lo sabían él
y sus tres amigos. Por tanto, debieron matarle ellos.
¿Por qué? Pues ellos mismos se lo cuentan al hijo: su
padre era un traidor, fue quien les denunció. Pero su
traición no se podía descubrir sin que cundiera el
desánimo entre sus seguidores, sin que fuera fatal para
su causa. Mejor que muriera como un héroe aquel gallardo
joven que se atrevía a marcarse en público unos pasos
de tango con la música del himno fascista
"Giovinezza": así, su recuerdo sería
imborrable, y daría fuerza a los antifascistas para
seguir luchando; así, se montó la farsa.
Al igual que el investigador del relato de Borges al
descubrir la traición de su bisabuelo, y la farsa que se
montó para hacerle morir como un héroe, también Athos
hijo piensa primero en revelar la verdad; pero más
tarde, al ver la veneración que sigue despertando su
padre (estatuas, lápidas, placas conmemorativas) opta
por hacer la alabanza usual del héroe. El fondo de la
película parece estar en un famoso diálogo del
"Galileo Galilei" de Brecht, donde Bertolucci
parece dudar entre dar la razón a Andrea Sarti
("Desgraciada es la tierra que no tiene
héroes") o la réplica de Galileo ("No.
Desgraciada es la tierra que necesita héroes").
"La estrategia de la araña" se rodó en el
verano de 1969 en una pequeña ciudad renacentista,
Sabionetta, situada entre Mantua y la Parma natal de
Bertolucci, con temperaturas de 38 grados a la sombra y
entre el constante zumbido de los mosquitos del valle del
Po. En esta modesta producción de la RAI, casi todos los
actores no eran profesionales, sino campesinos de la zona
a los que el director había conocido en su infancia, y a
los que convenció para que participaran en el film: las
únicas "estrellas" eran el protagonista,
Giulio Brogi, en el doble papel de Athos Magnani hijo, y
en el de su padre 30 años atrás, y Alida Valli, la
espectacular protagonista en su día de "El tercer
hombre", en el papel de Draifa. La fotografía,
tomada casi siempre al atardecer, fue obra de un amigo
personal de Bertolucci, que con el tiempo se revelaría
uno de los genios de la dirección moderna de
fotografía, Vittorio Storaro.
La música del "Rigoletto" de Verdi se halla,
lógicamente, muy presente en la trama, y en la escena en
que Athos hijo va al teatro y allí "revive" lo
ocurrido 30 años antes, podemos escuchar alguna de las
más célebres páginas del acto I, como la Obertura, el
aria del Duque "Questa o quella", o el primer
Dúo de Rigoletto y Gilda; también, por supuesto, la
conclusión del acto I, momento en que debía producirse
el atentado "convenido". En otros momentos de
la película suena más Verdi: el "Miserere" de
"Il Trovatore" tiene un empleo digamos
humorístico, para cantar la muerte de un león, y hay un
momento en que a uno de los amigos de Athos padre se le
escucha entonar el "Eri tu" del "Ballo in
maschera", un aria donde se habla de odio y venganza
hacia un traidor.
La historia de "Novecento" se inicia el mismo
día que se conoce la muerte de Verdi, cuando nacen a la
vez dos niños: Alfredo Berlinghieri, nieto del hacendado
del mismo nombre, e hijo de Giovanni Berlinghieri,
llamado a heredar las posesiones de su familia; y Olmo
Dalcó, nieto del campesino Leo Dalcó e hijo de no se
sabe quién, pues su madre lleva cuatro años viuda, pero
cuyo padre debe ser alguien de la familia, ya que viven
todos apiñados. La coincidencia de nacimientos hará que
aparezca una amistad entre los dos niños, que se
mantendrá con el paso del tiempo, pese a la diferencia
de clases y las convulsiones sociales y políticas que va
a atravesar Italia.
Los niños crecen, las generaciones se van sucediendo. El
abuelo Alfredo se ahorcará en el establo, un día que ve
un baile de los campesinos y comprende que su mundo ya se
ha ido, que le ha llegado la peor maldición:
"cuando no se te levanta". Su muerte será
lamentada por el pequeño Alfredo, pues su padre es mucho
más tiránico; el heredero de las propiedades debería
ser Ottavio, el hermano mayor de Giovanni, que vive lejos
una existencia bohemia, y aparece poco por la finca, pero
Giovanni falsifica el testamento del abuelo montando una
farsa en la que imita, ante un notario, la voz de su
padre muerto como si aún viviese. Por su parte, Leo
morirá a la sombra de un árbol, feliz porque tras 73
años por fin ha conseguido ver trabajar a un patrón: en
efecto, la Liga ha decretado la primera huelga de
"brazos caídos" en el campo, y al no haber
quién recoja la cosecha, han tenido que hacerlo los
ricos.
Dando un salto temporal desde la época de aquella
primera huelga (1908), con Olmo y Alfredo niños,
llegamos a la Primera Guerra Mundial (para Italia,
1915-18) en la que los dos protagonistas ya tienen edad
para participar, aun habiendo nacido en 1901. Olmo
volverá del frente y se encontrará que Alfredo se ha
quedado en la retaguardia, con rango de oficial, gracias
a las influencias de papá. A su regreso se encuentra con
un nuevo e inquietante personaje, Attila, el
administrador de la finca. También conoce a Anita, una
maestra con ideas revolucionarias que se convertirá en
su mujer (sin pasar por el juzgado ni la iglesia). Anita
morirá al dar a luz a una niña, que se llamará
también Anita, y será también maestra y
revolucionaria, como su madre. Por su parte, Alfredo se
casará con Ada, una mujer elegante y "chic"
que conduce automóviles y escribe poesías futuristas.
La evolución de Ada es una muestra de cómo están
tratados los personajes de "Novecento" que,
siendo reales como la propia vida, al mismo tiempo
parecen arquetipos esculpidos en piedra, como los mitos
griegos. Desde unos comienzos de frivolidad total, hoy
diríamos "pijismo" (pero, eso sí,
manteniéndose virgen, que es lo más importante) hasta
la progresiva concienciación de la realidad, ante el
itinerario hacia el horror que supone convivir con el
fascismo en casa (Attila es jefe local de los
"camisas negras" y los fascistas en las
películas de Bertolucci ya se sabe que siempre serán
malos-malísimos). Empieza el día de su propia boda
(estamos en la época de la "Marcha sobre
Roma", 1922), en una conversación secreta de Attila
con su pareja Regina (prima de Alfredo, rechazada por
este), donde él amenazacon que los fascistas se
vengarán también de los ricos. Esto es oído por el
pequeño Patrizio, lo que al niño le costará ser
sodomizado y asesinado, y de su muerte se culpará
hipócritamente a Olmo. Más tarde, en las Navidades de
1934, la señora Pioppi, una viuda cuya casa está
hipotecada, será asesinada por Attila, que desea un
hogar para él y Regina. Finalmente, ya en la época de
la guerra, los fascistas hacen una matanza para vengarse
del día en que a Attila lo han cubierto, literalmente,
de mierda. (Curiosamente, no se ve que los partisanos
izquierdistas maten a nadie antes del fin de la guerra;
tras la liberación, sólo Attila será -con todo
merecimiento, pero sin juicio previo- ajusticiado).
La degradación moral que ve a su alrededor lleva a Ada a
refugiarse en la bebida, y terminará por abandonar a su
marido pese a que, en cuanto a bienes materiales, lo
tiene todo. La escena en la que regala a su criada, antes
de marchar, todos los símbolos del lujo que le ha dado
su vida de "señora del patrón" (raquetas de
tenis, botas de montar...) se nos antoja una de las dos
escenas del cine que recordamos que expresen mejor que el
dinero, por sí solo, no da la felicidad. La otra es la
de Charles Kane (Orson Welles), destrozando costosas
obras de arte para desahogarse ante el abandono de su
esposa, pero sintiendo respeto ante una simple bolita de
cristal con copos de nieve.
No sólo los personajes de "Novecento" tienen
la solidez que les da su carácter de símbolos (Attila
es "el fascismo"; Alfredo es "la
oligarquía"; cuando despide, demasiado tarde, a su
administrador es como el Rey de Italia cuando prescinde
de Mussolini, ya en 1943); también las situaciones
poseen una grandeza épica, con escenas inolvidables, que
prenden en el espectador, como las que presentan el
nacimiento y desarrollo del movimiento sindical. Como la
llegada de Olmo, aún niño, a Génova, en un tren
organizado por el Socorro Rojo, para que los niños de
los campesinos tengan qué comer en época de huelga,
entre teatro de títeres de contenido considerado
"subversivo" por las autoridades (y disuelto
por los carabineros) y un acordeón que interpreta
"La Internacional". O, años más tarde,
aquella sentada de los campesinos ante un escuadrón de
caballería, que detuvo el deshaucio (ilegal, según el
contrato) de un campesino comprometido con el movimiento
sindical; este fracaso represivo será lo que convenza a
los ricos que hace falta una respuesta más contundente a
los obreros, algo como el fascismo. Y el fascismo será
fundado en una iglesia (otra imagen impactante),
recaudando fondos en una colecta, pasando el cepillo:
aquí el comunista Bertolucci sigue al pie de la letra la
definición oficial de fascismo que dio la URSS de
Stalin, que negaba su carácter de movimiento de masas.
En realidad, "Novecento" no parece querer hacer
historia, sino crear el mito popular, que se transmita de
generación en generación. Y la fuerza del mito está en
que se confunda con la vida misma; de ahí el que las
escenas eróticas, enormemente audaces para su época,
sobre todo considerando los nombres de prestigio que
trabajaban en el reparto, no llamen la atención, están
perfectamente integradas en la trama como algo
"natural"; de ahí también la ambientación
realista de la vida campesina, en la que tienen su
importancia desde las canciones populares de la región,
hasta escenas como la de la matanza del cerdo, convertida
en un rito casi religioso.
Dentro de este ambiente, las óperas de Verdi parecen un
elemento más del paisaje, que forman parte de la
naturaleza de la región, tal como los ríos o los
montes; al menos, en lo que respecta a la clase
"instruida". Y a nadie extrañará que cuando
el abuelo Alfredo saque vino de la bodega para celebrar
el nacimiento de su nieto, el cura exalte al patrón
canturreando el aria de Renato del "Ballo",
"Alla vita che t'arride" (diciendo cosas como
"Perdiéndote, dónde va la patria"); o que el
abuelo, poco antes de su suicidio, aún musite el aria
del enamorado Conde de Luna en "Il trovatore",
"Il balen del suo sorriso"; o que para celebrar
por todo lo alto la boda de Alfredo y Ada, una soprano
interprete el "D'amor sull'ali rosee", también
del "Trovatore".
Pero más que el empleo de determinadas arias de Verdi en
la acción, es en el propio argumento de la película
donde podemos notar la relación con el mundo de Verdi,
que justifica la elección del momento de su muerte y de
la música de "Rigoletto" como punto de
arranque de la acción. En efecto, el argumento de
"Novecento" puede tomarse como un
"Rigoletto" al revés. En la ópera de Verdi
encontramos a un bufón que sueña poder vengarse del
poderoso duque que ha deshonrado a su hija. ¡Pobre
infeliz! Al igual que a quien escupe al cielo le cae
encima el escupitajo, Rigoletto sólo conseguirá
llevarse en un saco el cuerpo agonizante de su hija,
mientras el Duque, ileso, continúa cantando a lo lejos
su "Donna è mobile". Ya se sabe, siempre ha
sido así, los señores son intocables. Pues bien,
"Novecento" es la historia del día en que se
dio la vuelta a la tortilla, del día que los de abajo
subieron arriba, el día que se cumplió lo que anuncia
el himno de aquellos movimientos obreros, "el mundo
va a cambiar de base/ los nada de hoy todo han de
ser".
Y, se preguntará el lector, ¿cuándo ha ocurrido tal
cosa? Pues en Italia, y en el siglo XX, lugar y fecha
donde se desarrolla la acción, nunca ha sido derribado
el capitalismo, ni siquiera cuando el fascismo cayó.
Pero Bertolucci se permite una "licencia
poética": desde la huida de las autoridades
fascistas hasta la llegada de las nuevas autoridades
democráticas de Italia, hubo un paréntesis, unas horas
al menos, en que el poder estuvo en manos de comités
populares de cada aldea, hubo unas horas de comunismo. Y
ese poder se utilizó para hacer un juicio al patrón,
echándole en cara las injusticias del sistema,
incluyendo su complicidad con el fascismo, para terminar
condenándolo a muerte de una forma puramente
"simbólica". Un final falsísimo y
mentirosísimo donde los haya, pues tal juicio al sistema
capitalista no se produjo nunca, y en los casos de
venganzas contra personas comprometidas con el fascismo,
la condena a muerte no parece que se quedara en lo
"simbólico". La película dividió en su día
a la propia izquierda por este motivo, y Bertolucci
llegó a explicar que el "25 de abril de 1945"
debía interpretarse como una proyección hacia el
futuro, y no como una historia del pasado; finalmente, el
criterio que prevaleció fue el de Enrico Berlinguer,
secretario general del PCI, quien proclamó que cuando
los hijos y nietos de sus camaradas les pregunten por la
lucha obrera del siglo XX, les podrán enseñar
"Novecento".
Esta película, la de mayor duración y presupuesto hecha
en Italia, que tardó un año entero en rodarse, mostró
la paradoja de cómo el capital de las grandes
multinacionales puede ser utilizado para hacer propaganda
en contra del capitalismo. La versión exhibida en Europa
se estrenó dividida en dos partes de dos horas y media
cada una, y las cinco horas pasan como un suspiro; para
América, Bertolucci preparó un montaje de algo más de
4 horas. En el reparto, encontramos a grandes estrellas
del cine internacional como Robert de Niro, en el papel
de Alfredo, Gerard Depardieu como Olmo, Burt Lancaster
(en un papel que parece una caricatura del suyo en
"El Gatopardo" de Visconti) como el abuelo
Alfredo, Sterling Hayden como Leo Dalcó, y un
psicopático Donald Sutherland como el fascista Attila.
No sería justo olvidar a algunos actores italianos
habituales en el cine de Bertolucci, como Alida Valli en
el papel de la señora Pioppi, Stefania Sandrelli como
Anita (madre) o Laura Betti como la odiosa Regina.
Tampoco se puede olvidar otro magistral trabajo de
Vittorio Storaro en la fotografía, ni la excepcional
banda sonora compuesta por Ennio Morricone, con ciertas
reminiscencias (cómo no) de Verdi, concretamente de la
obertura de las "Vísperas Sicilianas", que
pueden oírse en los títulos de crédito sobre la imagen
del cuadro "El Cuarto Estado" de Pelizza da
Volpedo. Todo ello ayudó a que "Novecento"
pueda considerarse hoy una de las cimas del cine de los
años 70, y una de las mejores películas de Bernardo
Bertolucci, junto a "El último tango en
París" y "El conformista".
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