|
|
SONY CLASSICAL, Por "Don Profondo".
Los tres discos que
presentamos son muy representativos de la tendencia del mercado a
explotar con mayor intensidad el campo del “crossover”, esa tierra
de nadie donde lo clásico y lo no clásico se encuentran y
funden/confunden de manera harto provechosa para las casas discográficas,
que encuentran aquí un filón para hacer frente a la profunda crisis de
ventas. Sony Classical es quizá la que más decididamente se ha
decidido por tal opción, hasta el punto de que actualmente son más
numerosos sus lanzamientos en este campo que en el propiamente clásico.
La cara negativa de tal circunstancia es obvia, pero posee también un
lado positivo: este tipo de productos pueden crear nuevos aficionados,
lo que a la postre es beneficioso para todos. Por
ejemplo, serán muchos amantes del jazz o del pop los que compren Creation
atraídos por su intérprete, el excepcional saxofonista Branford
Marsalis, hermano del no menos soberbio trompetista Wynton y colaborador
habitual de figuras tan diversas como Sting o el cinematográfico Jerry
Goldsmith (memorable su labor en el filme La Casa Rusia). Para
que piquen, se incluyen los inevitables arreglos de la Gymnopedia nº
3 y de la Pavana para una infanta difunta, pues de un monográfico
en torno al impresionismo y postimpresionismo francés se trata. Pero
claro, ahí también están, ejerciendo una irresistible seducción
hacia lo puramente clásico, el Concertino da camera de Ibert, o
la suite Scaramouche y La Création du monde de Milhaud en
sus versiones originales para saxofón y orquesta: músicas no de
primera pero sí muy interesantes, genialmente interpretadas. Por ello
es éste un disco mucho más acertado que el anterior de Marsalis para
el mismo sello, Romances for saxophone (1986), pues aquél
-siendo muy hermoso- se limitaba a presentar arreglos de páginas
conocidas. La Orquesta
de Cámara Orpheus, de la que se tiene muy pocas noticias desde que
Deustche Grammophon dejara de interesarse por ella, está fantástica
tanto en sus acompañamientos como en las piezas “de relleno” que
aborda sola. Una asombrosa toma de sonido termina de redondear un
compacto altamente recomendable para todos. El siguiente disco entra más propiamente en el
“crossover” que el anterior, muy clásico en el fondo. West
Side Story Suite es su título, y en la carpetilla encontramos
numerosas fotos del joven violinista Joshua Bell, una de las nuevas
figures de la casa, luciendo un atractivo físico en plan
“joven-rebelde-pero-formal”. Puro marketing. La gracia está en que
el producto es, con ciertos reparos, muy bueno. Los arreglos realizados
por William David Brohn del citado musical y de dos páginas de On
The Town (Un día en Nueva York, para entendernos) son
francamente originales, presentando una construcción orgánica que se
apartan de la habitual yuxtaposición de melodías. Por el contrario, el
de John Corigliano para “Make our garden grow” de Candide
resulta algo pretencioso: tiene que notarse que es un “gran
compositor”, para algo estrenó una ópera en el Met y ganó un oscar
por El violín rojo. Y la Serenade, que ocupa la mitad del
compacto, es una página de relativa importancia dentro de la producción
de Bernstein, que escuchada en una gran versión no sólo no aburre -a
Lenny nunca se le dio bien el género “serio”- sino que llega a
enganchar. Es el caso. En su habitual nivel la Philarmonia e
irreprochable la labor de David Zinman, que parece servir lo mismo para
un roto que para un descosido. De nuevo toma sonora de lujo. Y llegamos al último y menos clásico de los tres discos que presentamos. Se trata del mayor éxito de Broadway de los últimos tiempos: The producers, con música y libreto de... Mel Brooks. Sí, el director de El jovencito Frankenstein ha remontado el bache de sus últimos años -pocas y muy malas películas, a decir verdad- reelaborando su primer largometraje, Los Productores (1968). No es la primera vez que sale un musical de un filme: recordemos el caso de Gigí, o, mucho más recientemente, Victor/Victoria. Sin embargo, no es tan usual que la obra de origen no fuera musical; el caso más famoso es quizá Chicago, basada en Roxie Hart, una antigua comedia con Ginger Rogers. Sea como fuere, lo que convierte esta obra en algo excepcional es haber acaparado nada menos que doce (sí, doce) premios Tony. Todo un logro, ya que hasta ahora el record lo ostentaba Hello, Dolly! con diez. Retomando tres canciones que compusiera
para la antigua película -que, insistimos, no era musical-, siguiendo
fielmente la trama de la misma y cayendo sólo puntualmente en su
habitual sal gorda, Brooks ha creado una obra amena, divertida y de gratísima
escucha, si bien no especialmente inspirada. Entonces, ¿dónde reside
la clave para tanto premio? Bueno, aquí no podemos juzgar la vertiente
escénica, pero por lo que se escucha sospechamos que lo que la ha hecho
triunfar haya sido su sincero y rendido homenaje al musical clásico de
Broadway. A los musicales clásicos, habría que añadir, pues aquí hay
un poco de todo. Matthew Broderick canta de manera aceptable y en
escena, probablemente, superará al Gene Wilder de la película. Nathan
Lane, por su parte, es un actor casi con tanto gancho como Zero Mostel,
que allí bordaba el papel. Fantásticos los secundarios. Excelentes
arreglos, sonido sensacional. Espectacular página
web. ¿Un disco para la historia? Ni idea, pero yo me lo he pasado
en grande escuchándolo y lo recomiendo vivamente. Lástima que el
libreto esté sólo en inglés. Satie: Gymnopédie nº 3 The
Producers,
Original Broadway Cast Recording.
|