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LA POLIFONÍA AL RITMO DE NOTRE DAME Por Elisa Ramos. Lee su curriculum.
Durante los siglos XII y XIII la polifonía continuó
su andadura tras los significativos avances aportados por las escuelas de
San Marcial de Limoges y Santiago de Compostela. París recogía el guante
y, a la par que emergía el estilo gótico de su catedral, se convertía
en el gran núcleo polifónico de la época. En 1163, bajo los auspicios
del obispo Maurice de Sully, se iniciaba la construcción de la Catedral
de Notre Dame. Sobre la planta de una iglesia románica, el empuje de su
elevada nave central descansaría
sobre el nuevo sistema gótico de arbotantes y contrafuertes. La música
avanzaba también hacia las formas monumentales con nuevos procedimientos
que dieron soporte a
composiciones de mayor complejidad y extensión. La utilización de los
modos rítmicos y nuevas formas de hacer polifonía abrieron nuevos
caminos. Europa comenzó a moverse al ritmo que marcaba el estilo
parisino. Hacia finales del siglo XIII un estudiante inglés de
la Universidad de París recogía sus impresiones sobre la música
religiosa de su tiempo y nos legaba interesantes noticias de la vida
musical de Notre Dame. En su tratado, conocido como Anónimo
VI (ed. Coussemaker), nombraba a los se han considerado como los
primeros compositores de la música occidental. Es curioso que la música
de autor - que tan honda raigambre adquiriría- iniciara su andadura con
Leonin y Perotin de la mano de un autor anónimo. Sus anotaciones,
recogidas varias generaciones después de la actividad musical de estos
'primeros autores', indican que la música a ellos atribuida sonaba todavía
en las festividades religiosas de la catedral de París. Música cuya
existencia anterior también parecen confirmar los decretos del obispo Odo
de Sully cuando, en 1198, dictaba los criterios que debían regir para la
interpretación de polifonía en el templo y hacía referencia a
composiciones similares a las descritas en el tratado. Tampoco en ellos,
ni en las fuentes musicales que se conservan, aparecen los nombres de
nuestros dos primeros compositores. Leonin es una especie de figura fantasmagórica del
que poco se sabe y del que nada puede concretarse. A parecer, Magister
Leoninus era conocido como
optimo organista y creador del Magnus
Liber Organi (Gran Libro de Organa). Es decir, como gran compositor de
organa y creador del libro que
recogía las piezas del repertorio para uso de las fiestas religiosas. Una
antología, para expresarnos en términos actuales, de un ciclo completo
de graduales, aleluyas y responsorios de canto llano que, tratados polifónicamente,
daban magnificencia musical a determinadas celebraciones del Calendario
Litúrgico. Se supone que fue un
monje de la catedral de Notre Dame que inició la fase 'creativa' de la música
religiosa con un nuevo estilo organal. A su sucesor, Magister Perotinus, se le atribuye la
abreviación del repertorio aunque con una mayor elaboración del mismo.
Trabajando sobre determinadas
piezas, habría compuesto organa a dos, tres y cuatro voces y numerosas cláusulas sustitutorias. Se le califica también
como Perotinus magnus y optimus discantur, adjetivo que podemos tomar en sus dos acepciones:
gran intérprete y compositor de discantus. Composiciones cuyo tratamiento
dieron mucho juego al desarrollo de la polifonía. Recordemos que en este
estilo se mantiene una sola nota ( a veces dos o tres), en lugar de
desarrollar un melisma, por cada nota del tenor gregoriano. Por otra parte, en los manuscritos que se conservan en las bibliotecas Medicea-Laurentiana de Florencia (Pluteus 29.1), Ducal de Wolfenbütel (677 y 1206) y Nacional de Madrid ( 20468 ), las cuatro fuentes más importantes de referencia de la Escuela de Notre Dame, tampoco aparecen los nombres de Leonin y Perotin. Pero los estudios realizados sobre la música que contienen y la coincidencia con las descripciones del anónimo estudiante, conceden a éste el rigor con el que se aplicó para manifestar su testimonio como cronista musical de su tiempo. Así pues, es plausible la existencia y creatividad de ambos compositores aunque no hayan podido datarse con exactitud sus filiaciones, fechas de nacimiento y muerte, ni demostrarse totalmente la autoría de sus composiciones. Es muy probable que bajo su dirección intervinieran otros muchos compositores anónimos - de la catedral parisina y otros entornos próximos- que no tuvieron la fortuna de pasar a los anales de la historia. Si bien música y literatura pueden compartir varias analogías, por entonces aún no compartían la costumbre de que los autores firmaran las obras musicales. En este caso la letra escrita tampoco fue rubricada, pero otorgó firma a dos de los protagonistas de la música. La Escuela de Notre Dame (1160-1230-50) debe
entenderse como una sucesión de varias generaciones de músicos que
-junto a las usuales prácticas de improvisación- aunaron las facetas de
intérpretes, teóricos y compositores con significativas aportaciones que
incidirían en el futuro de la música occidental. Podemos definirla como
la primera escuela de creación estilística que ligando praxis y teoría
superaba el mundo de la experimentalidad de los tratadistas y lo transfería a la realidad creativa. Ciertos atisbos de intuición se
separaban de la sistematización rigurosa de siglos anteriores y se
vislumbraban lo que podríamos denominar pseudoformas. Había ya una voluntad de concepción formal al
organizar la elaboración de las piezas musicales. El discanto era cada
vez menos improvisado, más pensado, y trabajado con intencionalidad de
ser escrito: aunque el mayor interés residía en el tratamiento rítmico
se utilizaban ya incipientes progresiones melódicas que, relacionando las
voces entre sí, apuntaban a la organización de la totalidad de la
composición. El estilo organal se liberaba hasta cierto punto de la
dependencia del texto al dar mayor protagonismo a la elaboración musical.
Pero la contribución más significativa fue el paso de la arritmia del
canto llano a la rítmica modal. La aplicación del ritmo, basado en los
pies métricos de la poesía, y el desarrollo de la notación modal
posibilitaban la pervivencia y difusión del repertorio al tiempo que abrían
nuevas posibilidades de escritura musical. El canto llano discurría con un ritmo libre e
irregular sometido a los
modos rítmicos griegos. La duración de los signos de la notación se
basaba en la pronunciación exacta del texto condicionando que el discurso
musical fluyera a través de la simbiosis de música y palabra. En
consecuencia, estaba sujeto a los acentos de las sílabas, las tendencias
entre átonas y tónicas -con su diferente duración- y algunos signos de
acentuación -colocados sobre los neumas gregorianos- que subrayaban algunas sílabas o
palabras para enfatizar determinados pasajes. Por tanto era un ritmo elástico,
que podía alargarse o acelerarse, pero que musicalmente no indicaba
relaciones de valores entre las figuras. Esa elasticidad, que dotaba de gran expresividad al
canto gregoriano, entraba en conflicto al simultanear varias líneas vocales con independencia melódica. Los
cantores necesitaban un ritmo que sincronizara las partes individuales en
una intervención conjunta. Ante la mayor complejidad de la música la
polifonía demandaba un sistema que sirviera de guía: los valores de las
figuras comenzaron a ser 'medidos' y combinados en varios patrones
denominados modos rítmicos. Se añadía a la dimensión espacial del
sonido (altura) la temporal (medida) y entraba en juego otro factor
relevante al estructurar las composiciones musicales: el uso consciente
del silencio y su notación musical. Todo ello influyó en el desarrollo de la notación
pues la mayor elaboración acrecentaba la dificultad de retener en la
memoria una música más compleja. Fue siendo cada vez mas necesario fijar
por escrito las estructuras que mediante signos debían convertirse en
sonido. Se avanzaba por tanto también hacia una codificación escrita que
se distanciaba de la tradición oral y la improvisación. Comenzaban a
gestarse nuestro moderno concepto de compás y se daba un paso más hacia
el futuro sistema codificado del solfeo. Parece que la herencia del tratado De
Música de San Agustín (354-430)
habría servido de base para la estructura y desarrollo de los
modos rítmicos. Por analogía
gramatical con la duración de sílabas largas y breves , dos figuras
musicales, longa y brevis
se relacionaban en tiempos de doble o mitad. En la equivalencia de nuestra
notación moderna una negra (larga) que podía dividirse en dos corcheas
(breves). Una cuestión simplemente cuantitativa que aún no consideraba
la acentuación de tiempos fuertes y débiles de nuestro compás moderno.
Aunque estas divisiones indicaban tiempos pares, en realidad un pie rítmico
completo da como resultado unidades de tres. Número perfecto para el
pensamiento medieval, en alusión a la Santísima Trinidad, como base de
la rítmica modal. El orden en que se alternaron y agruparon estos dos
valores conformó los diferentes modos rítmicos. Los modelos se fueron
desarrollando en un largo proceso que tuvo su reflejo en la teoría mucho
después de su puesta en práctica. Cuando fueron descritos por los teóricos,
a finales del siglo XIII, el estilo organal de Notre Dame se seguía
interpretando, pero perdía ya vigencia en el terreno compositivo: la
monumentalidad de los organa a tres y cuatro voces cedería el
protagonismo a composiciones más pequeñas como el motete. Aunque tomaron
los nombres de los pies poéticos, citar su numeración era suficiente
para hacer referencia a un determinado patrón rítmico. La simple inversión originaría el segundo a partir
del primero. En el caso del sexto parece que las prácticas de ornamentación
sobre los dos primeros
provocaron el uso normalizado de un patrón rítmico que terminó siendo
clasificado como modo. Los valores más largos de los modos 3, 4 y 5, son
en realidad la conjunción de dos pies rítmicos simples en un modo. Un
apellido diferenciaba la distinta duración de dos longas : una larga
'original o correcta' se
llamaba longa
recta y equivalía a dos tiempos; una larga de mayor duración tomaba
el nombre de longa
ultra mesuran, se medía en tres tiempos y equivale a nuestra moderna
negra con puntillo. Puntillo que surge de la duplicación de la segunda
breve de una larga en dos breves. Esta breve añadida tomó el nombre de
brevis altera. En
definitiva se buscaba la división plena entre lo par y lo impar en la
cual longa y brevis,
se mezclaban en una división de tiempos que creaba una rítmica. No podemos sin embargo, hablar aún de música
mensural. Las largas notas del tenor no se veían afectadas por la rítmica
modal, que se aplicaba a las voces superiores, y la notación de una misma
figura podía significar diferente valor métrico. Uno de lo mayores
problemas para identificar los modos en el curso de una pieza estriba en
la falta de diferenciación de una misma figura para indicar su valor
binario o ternario. Cada nota por si misma no indicaba exactamente su
valor, sino en razón del contexto en que se hallaba escrita. Los
compositores de Notre Dame tomaron de la notación gregoriana la forma en
que las notas se agrupaban en neumas y la
adaptaron a su sistema: el enlace entre
varias notas en determinados tipos de melismas fueron aplicados a
los patrones de los modos asignándoles un valor rítmico. Pero ni los
melismas, ni las figuras simples del canto llano tenían significado
mensural: dos figuras diferentes podían indicar simplemente distinta
altura de sonido. Por si eran pocos los problemas, parece que los
amanuenses no se destacaban por un excesivo celo al escribirlas. El trazo
que prolonga la cabeza de una longa, y la diferencia de una brevis,
no siempre era anotado. Aunque lo fuera, no indicaba claramente si su
valor era binario o ternario. En consecuencia a una misma figura podían
corresponderle, tres, dos, o un solo tiempo, dependiendo de su inserción
en un pasaje musical. En otras palabras podría tomarse como larga
perfecta, como larga imperfecta o como
breve. A pesar de las deficiencias de
la notación modal se instauraba una forma de medir la música que
abría nuevas puertas. Combinando estas herramientas, los compositores de
Notre Dame inventaron el concepto de compás y consiguieron alargar
enormemente la duración de sus composiciones. Estas pequeñas unidades rítmicas
actuaban como células con las que construir fragmentos de mayor duración.
Con la repetición esquemática prefijada de un determinado patrón rítmico
se conseguía un fragmento musical, a semejanza de la construcción de un
verso poético, que se delimitaba o cerraba con un silencio. Lo que ahora
llamaríamos una frase musical tomó
el nombre de ordo. La sucesión
de varios ordines posibilitaba
una alternancia que estructuraba la pieza musical en secciones diferentes
con diversos tratamientos rítmicos. Para dar más variedad, los modos rítmicos
podían modificarse subdividiendo o aumentando sus valores. Una larga y
una breve podían agruparse en una sola larga, equivalente a tres breves
del mismo modo que una larga podía dividirse en dos breves y una breve en
dos semibreves. El sistema no era aún lo suficientemente útil, pero
la notación modal y sus efectos rítmicos iniciaban el camino hacia la
notación mensural de Franco de Colonia, quien, hacia 1260, en su tratado Ars
cantus mensurabilis, sistematizaba la forma en que se debían escribir
las notas e interpretar la medida de sus valores. En él aludía a la
ausencia de ritmo en el canto gregoriano, a las deficiencias rítmicas de
la música modal defendiendo sus criterios para una mayor exactitud en la
notación e interpretación de las figuras musicales. Ciertamente, no le
faltaban razones. Cuando se sucedía un grupo de figuras diferentes era
relativamente sencillo asociarlas con una relación de valores entre ellas
cuyo patrón rítmico se circunscribía a un determinado modo. Pero si se
repetían sucesivamente figuras iguales podía perderse fácilmente esa
referencia. Si además se aplicaba la extensio
modi o fractio modi ( doblar
o fraccionar valores para dar mayor variedad rítmica) el patrón se
desdibujaba y con él la relación de medidas entre las notas. En este
tipo de disyuntiva, la transcripción a notación moderna ha planteado
problemas que han tenido que solventarse aproximándose a la forma lógica
en la que deberían encajar las voces. Franco de Colonia clamaba por una notación exacta en
la que las figuras sugirieran los modos y no al contrario. Tal vez unos párrafos
extraídos de su tratado ilustren con mayor claridad algunos de los
problemas a los que se enfrentaba la notación modal. No podemos negarle
la lógica con la que acometió su tarea y su sentido del humor para
reclamar la independencia de lo recto: La longa
perfecta es llamada primera y principal, pues todas las demás están
incluidas en ella y a ella se reducen las restantes. Se dice que es
perfecta porque se mide en tres tiempos; (...) Su figura es cuadrada, con
plica descendente en la parte derecha, mediante la que se representa la
duración. (...) Es cierto que la longa imperfecta aparece con figuración
de perfecta, pero sólo vale dos tiempos. La cual sin la añadidura
de la breve que la preceda o le siga, no puede de ninguna manera
descubrirse. De lo que se deduce que yerran quienes la llaman
recta, cuando lo que es recto se tiene por sí mismo.[1] Hay que reconocerle también el orden y claridad con
la que su exposición progresa a lo largo del tratado. Antes de entrar a
explicar su método sienta en los primeros capítulos la definición de
los conceptos rítmicos que se venían aplicando en la práctica. (...) Tiempo es la medida, tanto en la sucesión de la voz, como en lo contrario de esto, cuando se omite la voz, lo que comúnmente se llana pausa. Digo, pues, que la pausa ha de ser medida en el tiempo, porque de lo contrario, dos voces diversas no podrían ser llevadas a la vez y proporcionadamente (...) La música mensural se divide en música medida y en música parcialmente medida. La simplemente medida es el discanto, del que cada una de sus partes ha de medirse en el tiempo. La parcialmente medida se conoce como “organum” porque no ha de medirse en todas sus partes. (...) Consideramos “organum”, en sentido propio, al “organum doble”, que también se llama “organum purum”. Se considera “organum” en la acepción común, a cualquier canto eclesiástico medido en el tiempo. (...) Discanto es la recíproca adecuación de las diversas voces en la que estas diversas voces, gracias a las longas, breves y semibreves, se igualan entre sí y son señaladas en la escritura mediante las debidas figuras. (...) Modo es el conocimiento del sonido medido en valores largos y breves. Los modos son enumerados y ordenados de forma diferente según los diversos autores (...) Nosotros solo reconocemos cinco, porque todos los demás son reducibles a estos cinco (...) Como las voces son causa y principio de estos modos, y las notas son signos de ellas, es evidente que ahora hay que tratar de las notas o –lo que es igual- de las figuras. A partir de ahí se lanza a dejar bien sentadas con
numerosos ejemplos las reglas de la notación mensural. Su definición
sobre el término discanto hace
referencia a la técnica de nota contra nota que ya se aplicaba en la
Escuela de Notre Dame con la rítmica modal. El número de voces definía la denominación del
tipo de organum: Duplum, Triplum
y Cuadruplum. Denominaciones que, en general, se correspondían con el
nombre que éstas tomaron según su posición a partir del tenor. Así, la voz inmediatamente por encima es el duplum,
también llamado cantus o discantus; la
siguiente el triplum
y la superior el cuadruplum o duplex
discantus. Así pues, en un Organum
Duplum de este periodo se puede reconocer una estructura interna que
lo diferencia de los anteriores y ejerce su influencia en el resultado
sonoro. La voz principal o tenor,
es el material gregoriano preexistente que se dispone abajo en valores
largos. Como cantus firmus
(melodía fija) actúa de base o cimiento que sustenta la composición.
Cada nota del mismo puede mantenerse largamente mientras la voz superior
desarrolla la rítmica modal según el modo elegido: es en ella donde más
se percibe el patrón rítmico de referencia. No en vano, entre otras, el
organum había nacido con intencionalidad instrumental. Una manera de
acompañar al canto llano como una nota pedal sostenida, a la usanza del
órgano bizantino. Ciertamente, la voz inferior mantenida suena con
connotaciones más instrumentales que humanas. A la luz de experiencia actual, la polifonía de
Notre Dame puede parecer poco interesante y rudimentaria. Las largas notas
sostenidas y el ritmo
repetitivo pueden resultar baladí en comparación con las complejas
elaboraciones posteriores que alcanzaría la música occidental. Sin
embargo, tengamos en cuenta la relativa facilidad con que ahora podemos
recorrer ese camino. En aquellos momentos el efecto sonoro del ritmo sobre
varias melodías simultáneas, otros efectos derivados de la disposición
de las voces –de los que trataremos en una segunda parte- y la enorme
longitud que alcanzaron las composiciones tuvieron que causar gran sensación.
Nosotros, ante la imposibilidad de un retorno en el tiempo, habremos de
conformarnos con escuchar las posibles recreaciones de tan lejana y
atractiva sonoridad. [1] MEDINA, Angel: Franco de Colonia. Tratado de Canto mensural. Ed. Angel Medina. Oviedo, Universidad [Ethos Música, serie Académica nº 1], 1988 pp.43 El subrayado es mío. Imágenes:
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