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A LA ANTIGUA USANZAPor Fernando López Vargas-Machuca. Sevilla, Teatro de la Maestranza. 25 de octubre. G.
Verdi: Il Trovatore. D.
Volonté, Z. Vassileva, R. Frontali, L. D’Intino, A. Zanazzo. Coro de
la A. A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla. M. Arena, director musical. A. Fassini, director escénico. El
Teatro de la Maestranza había cerrado su anterior temporada operística
con una memorable producción de Los Cuentos de Hoffmann, sin
duda el hito más importante en los diez años de vida del coliseo
hispalense. Fue un modelo ejemplar de lo que es –o al menos debería
ser- la ópera en la actualidad: el trabajo conjunto de una serie de
magníficos cantantes-actores (Aquiles Machado, María Bayo, Ruggiero
Raimondi) proyectando su personalidad dentro de los parámetros marcados
por un director musical centrado y sensible (Patrick Fournillier) y por
un director de escena arriesgado, con cosas nuevas que decir, pero
alejado del divismo (Gian Carlo del Monaco). Para abrir su undécima
temporada nos ha ofrecido un Trovatore conceptualmente opuesto:
una producción en todos los sentidos chapada a la antigua. El
resultado, nos tememos, ha sido también muy diferente. Cuando
escribimos “producción a la antigua” queremos decir que responde a
ese pensamiento tan extendido aún hoy en ciertos círculos de melómanos
según el cual “lo que importa son las voces, lo demás es
secundario”. Aquí se buscaron cantantes de los que gustan a semejante
tipo de público, es decir, dotados de instrumentos poderosos y/o
propensos a exhibir agudos, y se encomendaron las direcciones musical y
escénica a dos de esos artesanos que presuntamente se limitan a servir
con respeto la voluntad del compositor, procurando no adquirir ningún
protagonismo que “distrajese” de lo puramente canoro. Y pasó lo que
tenía que pasar. Alberto
Fassini, otrora estrecho colaborador de Luchino Visconti, había
mostrado su desacuerdo con aquellos que trasladan la cronología de la
acción. En su dirección escénica no hubo ninguna ocurrencia en ese
sentido. Lo malo es que tampoco la hubo en ningún otro: tan
convencional y tópica que llegó a caer en el ridículo. De la
coreografía mejor no hablar. Sí convenció la escenografía de Mauro
Carosi, más en unos cuadros –el campamento de gitanos- que en otros
–el monasterio-; también lo hizo el vestuario, a pesar de algunos
elementos chirriantes. Con todo, esta
producción de la Ópera de Roma resultó de lo más rancio e
inoperante. ¿Dónde está aquí el cacareado respeto a Verdi? Mauricio
Arena pasa por ser uno de esos directores de foso cuya principal virtud
es prestar apoyo a los cantantes. ¡Si al menos hubiera servido para
eso!
Él solito se “cargó” musicalmente este Trovatore: no
sólo no moldeó las voces, sino que las tuvo con la lengua fuera y atacó
directamente al corazón de la música con su dirección rapidísima,
machacona e insensible. De la cantabilitá italiana, y más
concretamente verdiana, ni rastro. Lo que más duele es que ya en el
Maestranza se sabía de las maneras de hacer de este señor por sus
intervenciones en Nabucco y Norma. ¿Por qué se ha vuelto
a contar con él? Luchando
contra los tempi impuestos por Arena, poco pudieron hacer los cantantes
congregados. Entre ellos podemos distinguir dos grupos: Luciana D’Intino
por un lado, y los demás por otro. La mezzo friulana tal vez no se
encuentre en su mejor momento vocal, pero es una cantante verdiana de
pura raza. Su instrumento es robusto y hermoso, su talante
interpretativo admirable, su línea perfectamente centrada en el estilo
y sus dotes escénicas muy importantes. Su Azucena fue lo mejor (¿lo único?)
de la velada. Se ganó muy justamente los más cálidos aplausos. De
Darío Volonté no voy a opinar, ya que el tenor argentino reprochó
duramente en la rueda de prensa a los críticos que escriben sin saber
de técnica vocal tanto como un cantante profesional. Me limitaré a señalar
que llevó a la práctica ese componente circense que para él tiene el
papel de Manrico montando el numerito en una Pira más que
ardiente, infernal. Semejante exhibición de potencia viril (“yo lo
tengo –el agudo- más largo que ningún otro”) le valió numerosas
ovaciones por parte de un sector del público que no evitaron algún
insulto desde el gallinero. La
joven soprano búlgara Zvetelina Vassileva es sensible y muy musical,
pero el terrible papel de Leonora le viene grande a sus actuales
posibilidades, que no son pocas. Roberto Frontali logró cálidos
aplausos merced a su instrumento –aunque no muy extenso sí hermoso y
poderosísimo-, pero estuvo fuera de estilo y del personaje; su bellísima
escena del segundo acto, sin legato alguno, resultó fría como un témpano.
El coro intervino por debajo de su nivel habitual, es decir, menos que
regular. En
definitiva, una producción a la antigua usanza, enfocada más al
lucimiento de las voces que a ofrecer de manera coherente y equilibrada
la obra imaginada por el compositor. Una opción a nuestro juicio
desacertada, pues no sólo no se ha contado con los mimbres vocales que
demanda una ópera de dificultad extrema como ésta, sino que se han
desatendido gravemente las direcciones musicales y escénica. Por suerte
el resto de la temporada se nos presenta prometedora: en la próxima
cita, Andrea Chénier, se volverá a contar con la presencia del
gran Gian Carlo del Monaco. Ya les contaremos. |