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Número 22º - Noviembre 2.001


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REFLEXIONES PARA DOS VOCES Y UN OYENTE

Por Jesús Robles. 


Vaduva y Jordi

 

Jerez de la Frontera, Teatro Villamarta. 27 de octubre de 2001. Recital de Leontina Vaduva e Ismael Jordi. Obras de Mozart, Bellini, Tosti, Gounod, Verdi, J. Guerrero, Rossini, Soutullo, Vert y Donizetti. Leontina Vaduva, soprano. Ismael Jordi, tenor. Patricia Barton, piano. Aforo: tres cuartos de entrada.

Reconozco que no me gusta la palabra crítico; prefiero decir que soy un oyente que tiene la suerte de poder expresar su opinión en un medio accesible a muchos otros aficionados que raramente gozan de esta posibilidad. Es por eso que voy a aprovechar esta reseña del recital que inauguró el sábado la temporada lírica del Teatro Villamarta para reflexionar un poco acerca de las voces jóvenes que se asoman a los escenarios, en una suerte de relevo generacional inevitable.

Porque jóvenes son ambas voces, la de la soprano rumana Leontina Vaduva y la del tenor jerezano Ismael Jordi. Ambos cantantes se encuentran aún en la treintena, su carreras son breves (brevísima en el caso masculino) y, sin embargo, la situación vocal de ambos difiere de manera notable. Los que esperábamos ver a una de las promesas de la cuerda de soprano lírica, la hermosa cultivadora del repertorio francés (Mireille, Juliette, Leila) y pucciniano (ahí está su Mimì en el Teatro Real) quedamos pasmados ante el cambio vocal operado en la artista: una voz carente de brillo, envejecida, con ostensibles carencias en los extremos del pentagrama, pronta a enturbiarse y sostenida por un fiato muy mermado. ¿Qué había pasado?

Voces aquí y allá decían de la escasa preparación técnica de la rumana, de su rápido ascenso a la fama como protegida de Plácido Domingo, y de su pronto ocaso (no es nombre que aparezca últimamente mucho por los cartellone de los teatro más afamados, aunque los haya pisado todos). Una verdadera lástima, y un riesgo de contagio para muchos artista jóvenes que se lanzan, quizás empujados por la ambición, quizás faltos de paciencia, a carreras rápidas y desordenadas, acumulando roles que no llegan a madurar y que muchas veces resultan inadecuados o peligrosos para sus condiciones naturales. Vaduva ha sido víctima de esta falta de previsión y de su recital únicamente puede resaltarse su simpatía y desparpajo escénico y su interpretación de las muy líricas canciones de Bellini incluidas en un programa que demostraba que la inteligencia musical no acompaña a esta cantante, al programar piezas como el bolero de “I vespri siciliani” de Verdi o “La regata veneciana” de Rossini, en las que se hundió por sus débiles agilidades y su falta de estilo.

Un caso diferente lo tuvimos en la actuación de Ismael Jordi. El tenor jerezano, pese a algunas inflexiones deudoras en exceso de su maestro Alfredo Kraus, posee una elegancia natural en sus recreaciones, con un cuidadísimo legato y un fiato amplio, que le permitió sostener sin desmayos la terrible aria “Il mio tesoro” del mozartiano Don Ottavio. Un repertorio el del salburgués que es sin duda el más proclive al temperamento de Jordi, o habría que decir a la falta de éste, pues en su inhibición del carácter dramático de las páginas que interpreta está su por ahora única laguna, que un mayor bagaje y unos buenos maestros (le esperan Flotats y López Cobos en el Real) sin duda rellenarán pronto.

Por lo demás, y pese a esta carencia, la voz de Jordi sigue siendo un regalo para el oído, y la exquisitez y el cuido de su emisión y su fraseo, más que cantado paladeado, una rara avis en estos tiempos de tenores de altanera y descuidada traducción de las partituras que caen en sus manos. No cabe duda de que este cantante escapa a la tendencia general apuntada más arriba, y no es de dudar que su carrera se prolongue hasta alcanzar un buen puñado de años si, como hasta ahora, está regida por la inteligencia y la honradez musical.  Las recreaciones que de Nemorino o Enrique de “El útimo romántico” realizara en su ciudad natal en el recital que nos ocupa son un buen botón de muestra de lo mucho que tiene que ofrecer.

Para terminar destacar la buena labor acompañatoria de Patricia Barton al piano y señalar la extraña propina elegida: el brindis de “La Traviata”, página brillante asociada a Leontina Vaduva, pero nada adecuada para un recital con piano y sin coro.  Un nuevo ejemplo de despiste musical. Y en la cuenta de la soprano van...