|
|
TÉCNICA
Y ARTE
Por
Fernando López
Vargas-Machuca. Sevilla,
Sala Joaquín Turina. 7 de noviembre. Recital de María Bayo (soprano),
con Véronique Werklé, piano. Obras de Mozart, Strauss, Granados y
Toldrá. La
recoleta Sala Joaquín Turina, en pleno corazón de Sevilla,
ha logrado convertirse en sólo dos años en un referente
indiscutible de la vida musical hispalense al ofrecer aquellos espectáculos
que, por ser del gusto de un público minoritario o por simple
inadecuación física, apenas tienen cabida en el Teatro de la
Maestranza: lieder, solistas instrumentales
y formaciones de cámara. El nivel de los artistas congregados
(hemos visto desfilar a Teresa Berganza, Il Giardino Armonico, el
Cuarteto de Tokio o Alicia de Larrocha, por citar unos pocos nombres
significativos) se mantiene en esta tercera temporada, que acaba de
presentar como gran hito en lo vocal a la fabulosa María Bayo. La
soprano de Fitero es muy querida en Sevilla. Hace años ofreció un
recital en el Maestranza que quien esto suscribe atesora en su memoria
como una de sus más emocionantes experiencias musicales, y el pasado
marzo encarnó con justificadísimo éxito a los cuatro personajes
femeninos de Los Cuentos de Hoffmann en la portentosa recreación
de Gian Carlo del Monaco. Su retorno, como era de esperar, ha sido
acogido por el público con cariño y entusiasmo, aplaudiendo a rabiar
al finalizar una velada en la que demostró ser una voz verdaderamente
privilegiada, pero también una intérprete más adecuada para unas
cosas que para otra, algo lógico y natural. Convenció
ante todo su voz, mejor dicho, su extraordinario instrumento (bellísimo,
poderoso, extenso, muy esmaltado) y su pasmosa técnica. En este
sentido, hizo gala de un interminable despliegue de medios -agudos
firmes y penetrantes, acariciantes medias voces, solidísima coloratura,
dicción ejemplar- que nos hizo recordar cuántas cantantes de hoy en día
descuidan este aspecto tan fundamental, hundiendo irremisiblemente sus
carreras a los pocos años de haber alcanzado el estrellato. Escuchar a
la Bayo fue (es) un auténtico placer para los sentidos. Ahora
bien, hay repertorios en los que no termina de convencer, ya sea por
inadecuación instrumental o por falta de afinidad al mismo. Ahí está
el ejemplo de su reciente Mimì en el Liceo, que pudimos escuchar en
retrasmisión radiofónica. Las seis bellísimas canciones de Richard
Strauss que nos ofreció en Sevilla (entre ellas las inevitables Morgen,
Zueingnung y Cäecilie)
estuvieron estupendamente cantadas, pero nos dejaron fríos. A la Bayo
le faltó adecuación estilística y, sobre todo, sinceridad expresiva.
Bastante mejor, aunque tampoco convencieran del todo, las cuatro
canciones y arietas de Mozart con las que había abierto la velada, en
las que optó por un enfoque extravertido y luminoso antes que por la
melancolía y el lirismo íntimo que caracterizan la música del
salzburgués. Aunque ella sostenga lo contrario, quizá sea más Despina
que Fiordiligi Como
era de esperar, en la segunda parte destapó el frasco de las esencias y
nos ofreció lo mejor de sí misma. Las cuatro Tonadillas de
Granados, directamente vinculadas a su ópera Goyescas, nos
devolvieron a la Bayo sincera y artista, es decir, a la que opta por
plegar sus medios a la intencionalidad expresiva antes que por convertir
aquellos en un fin en sí mismo. Técnica y arte, por fin de la mano.
Española hasta la médula, elegante al tiempo que pícara y seductora
-quizá un tanto forzada en su gestualidad-, triunfó por todo lo alto
con las Seis canciones de Eduardo Toldrá que cerraban el
recital, dichas con naturalidad y desparpajo admirables. Ya fuera de
programa, corroboró su condición de excepcional intérprete del
repertorio español con Cantares del sevillano Joaquín Turina y Punto
de habanera de Montsalvage. Tras la apoteosis, fuegos
artificiales: una pirotécnica Una voce poco fa con la que se
quitó su particular espinita de no haber cantado Rosina en el
Maestranza. |