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Número 22º - Noviembre 2.001


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Alta temperatura costarricense: calidad sinfónica y magia de trombones

Por Elisa Ramos. Lee su curriculum.

Salamanca, 28 de Octubre de 2001. Palacio de Congresos de Castilla y León. Ciclo A de la Sociedad de Conciertos de Salamanca. A. Ginastera: Suite Estancia en Do mayor. V.A. Meza: Cuarteto para cuarteto de trombones y orquesta P. I. Chaikovsky: Sinfonía nº 4 en Fa menor, op. 36. Orquesta Nacional de Costa Rica: Irwin Hoffman, director. Cuarteto de Trombones de Costa Rica: Alejandro Gutiérrez, Martín Bonilla y Leonel Rodríguez , trombón tenor; Iván Chinchilla, trombón bajo.

La Sociedad de Conciertos de Salamanca inició brillantemente su temporada  con la Orquesta Nacional de Costa Rica y el Cuarteto de Trombones. No me refiero solamente al brillo de los metales, que lo hubo, sino a la altura que los intérpretes alcanzaron, a la insólita maravilla de los solistas y a la eficiente, elegante y comedida batuta gestual de su director titular. A ello se añadió la oportunidad de disfrutar con una excelente  obra del joven y polifacético músico costarricense Vinicio Meza.

Irwin Hoffman dirigió firme, pero sin aspavientos. A pesar de la energía implícita de las obras del programa no hubo ningún gesto superfluo para arrancar a la orquesta desde el piano más delicado al forte más potente. Demostró que la compostura, elegancia y sobriedad no están reñidas con la eficacia musical para dirigir con decisión. Con más razón cuando una endiablada rítmica y una amplia sección de percusión protagonizaron muchos fragmentos del concierto. En ningún momento se le descompuso la figura, ni se desmelenó en los pasajes más apoteósicos.

Méritos que, por supuesto, también habrá que achacar a la buena formación, entrega y sensibilidad musical de los integrantes de la orquesta. De sus instrumentos emergieron con expresividad, en una espléndida riqueza de contrastes sonoros,  la dulzura melódica, los trepidantes ritmos percutientes  y el protagonismo de instrumentos o secciones solistas junto al vigor de enérgicos tutti. Mención especial se merece la increíble sección de percusión que domina un amplio abanico de instrumentos. Confieso que me tenía hipnotizada la envidiable versatilidad y aparente facilidad de sus componentes jugando con el ritmo.

La Suite Estancia se paseó por el imaginario rancho argentino y la evocación de sus sonoridades nacionales populares. Color local cuyo ‘nacionalismo objetivo’, tal como el mismo compositor bautizó a su primera etapa, se adereza con acentos stravinskianos. Ginastera hace uso aquí de elementos populares y folklóricos para describir varias escenas de la vida rural argentina con el gaucho como personaje central. Se omitió el  tercer número Los peones de hacienda aunque se mantuvo el espíritu expresivo general de la obra. La orquesta transmitió el carácter belicoso del primer movimiento (Los trabajadores agrícolas), con sus ritmos fuertemente percutidos que remiten al primitivo enfrentamiento de razas y culturas. El lírico contraste,  sensual y melódico, de la Danza del trigo  transcurrió con delicado, brillante y equilibrado colorido instrumental y un destacable acompañamiento en el pizzicato de las cuerdas. La fiesta frenética de Malambo, expresiva danza final asociada a las ‘justas’ de los gauchos, disparó de nuevo los resortes con su vigoroso y rápido ritmo sincopado que, a modo de tocata, conduce al triunfo final. El carácter de la partitura, la magnifica escritura de Ginastera en la percusión y su habilidad para explotar los registros tímbricos fueron bien administrados y resueltos. El dominio del ritmo acentuó el carácter percusivo sin descuidar la expresividad y el lirismo de los tranquilos pasajes melódicos evocadores de estampas pamperas.

En la obra de Vinicio Meza se aprecia un compositor de estupenda factura y un cuarteto solista de increíble altura. La partitura, compuesta para el Cuarteto de Trombones de Costa Rica, concede en su versión orquestal idéntica importancia al cuarteto solista y a la  orquesta. La obra, en cuya interpretación participa el propio compositor como clarinetista de la orquesta, transmitió la mixtura de la música latinoamericana con la europea. Junto a armonías tradicionales y melodías románticas, acentos populares del continente sudamericano, ritmos africanos, melodías pentatónicas, armonías modales y acentos españoles impregnaron el ambiente. Una rica  y fresca sonoridad que evidencia la excelente formación de Meza en la música académica de tradición europea. Academicismo en el que tiene cabida la diversidad de otras tradiciones musicales, la inspiración melódica, el dominio del lenguaje armónico y el excelente tratamiento del ritmo, en complicada polirritmia, junto a la capacidad de  colarse de rondón  en el sentimiento. 

El Cuarteto de Trombones de Costa Rica hace gala de una técnica excelente adornada con una magnifica expresividad. Asombra la soltura y agilidad que alcanzan, la comunión que logran como cuarteto, su perfecta integración con la orquesta, los increíbles matices en delicado pianísimo a velocidades insospechadas y, por si fuera poco, la comunicación expresiva que transmiten. Una experiencia auditiva de las que dejan poso en la memoria y provocan el deseo de volver a escucharlos en directo. Los encendidos aplausos del público les obligaron a interpretar en solitario varias propinas, en las que demostraron su versatilidad para abordar un amplio repertorio estilístico. Entre piezas de música clásica pusieron el toque festivo con un Mambazo, también de Meza, que incitaba a bailar en la butaca.

Menos brillante resultó la segunda parte del concierto. La interpretación de la  Sinfonía nº 4 en Fa menor de  Chaikovsky fue correcta pero el hilo conductor parecía hilvanado en una sucesión de temas cuyo fraseo restaba intensidad dramática a la obra. Técnicamente  respondieron con idéntica calidad a la ofrecida en la primera parte. Los diálogos solistas de las maderas,  acompañados por la orquesta, permitieron escuchar con claridad el tema de la desesperanza del primer movimiento. El Andantino in modo di canzona transcurrió de forma similar con el protagonismo de oboe, violonchelo y fagot, y el Scherzo fue bien acompañado con el característico pizzicato de las cuerdas. Solos y secciones  funcionaron efectivamente pero, a pesar del excesivo volumen en las cumbres,  se echó en falta una mejor dirección sonora que mantuviera la tensión expresiva. El Finale  resulto abrumador en  un ardiente  fuocco de excesivos decibelios. Faltó un poco de esa chispa que transforma la interpretación de una obra de buena en excelente. Tal vez las cotas alcanzadas en las dos obras anteriores pusieron el listón demasiado alto. Quizá los músicos se identificaron menos con Chaikovsky o, acaso,  referencias a alguna otra lectura de la obra jugaron una mala pasada a mi percepción auditiva. 

Fue en suma un concierto memorable. Excelente comienzo de  una temporada musical, cuya variada programación augura el disfrute de otras interesantes veladas musicales.