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Crítica de un concierto imaginario Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum.
Conversamos alegremente durante un rato sobre los más variados temas desembocando finalmente en la música, pues es bien conocido que los habitantes de los bosques imaginarios están muy relacionados con este tema. Las ninfas, contra todo pronóstico, accedieron a asistir con nosotros, un par de duendes picarones, a un concierto que se celebraba en un claro del bosque justo una semana después. Después de despedirnos de las bellas ninfas, continuamos con nuestro paseo nocturno alegrándonos de haber tenido tan feliz encuentro. Sin que nos diéramos cuenta, dos oscuras figuras nos habían estado observando desde el encuentro con las ninfas. El resto de la velada transcurrió sin nada digno de mención, fuimos de observadores al lago de las doce lunas para admirar la posible aparición de las hadas, pero aquella noche no se dignaron en aparecer. Nos despedimos hasta la semana que viene con la alegre promesa del concierto y las ninfas. Lo que no sospechábamos era que nuestros planes no iban a salir como nosotros esperábamos. La semana transcurrió sin que nada digno de mención nos sucediera a ninguno de los dos. Sin darnos cuenta la inquietante presencia que nos había estado espiando la noche de las ninfas (desde entonces se le dio ese nombre en nuestro calendario particular) había continuado su seguimiento especializándose en mi persona. Iba a por mí, como se suele decir. Un día antes del concierto hablamos mi amigo y yo para ultimar los detalles. Todo parecía salir según lo convenido, nada podía fallar. Pero falló. Cuando me dirigía hacia el punto de encuentro me asaltaron un grupo de horribles orcos que buscaban mi olla de monedas de oro. Intenté escapar, pero eran muchos y no conseguí escabullirme. Mientras me dirigía hacia el lugar donde escondía mi pequeño tesoro no paraba de pensar en el desplante que iba a sufrir mi amigo, aunque por otro lado iba a tener dos ninfas que le escoltarían. Intenté encontrar algún plan para escapar y llegar a tiempo al concierto, pero tales requisitos eran incompatibles ya que el lugar idóneo donde planeaba escaparme estaba demasiado lejos del claro del bosque donde habíamos quedado. En total eran seis orcos los que me rodeaban: dos delante, dos detrás y dos a los lados. Como es lógico pensar la única escapatoria posible era por arriba, por eso era necesario esperar al punto adecuado para realizar el intento de fuga. Esperaba llegar a un punto en el que las ramas de los árboles eran anormalmente bajas y me permitirían saltar y escapar de rama en rama cual mono titiritero. Cuando llegó el momento no dudé ni un segundo y salté con todas mis fuerzas para luego comenzar una escalada imparable que me llevó hasta la libertad. No paré de trepar hasta que no dejé de oír los horribles gritos de los orcos, la oscuridad de la noche que empezaba a caer me ayudó a camuflarme entre las frondosas ramas de los árboles. Esa misma oscuridad que me había ocultado era también la que me decía que el concierto ya había comenzado. No podía hacer nada. Ni siquiera podía llegar tarde. Cuando le conté lo sucedido a mi amigo comprendió que no pude hacer nada y no se enfadó conmigo. De hecho todo salió muy bien, se lo pasó en grande con las dos ninfas, incluso se dieron una serie de situaciones en las que yo debería haber estado pero que ahora no procede narrar. Desde aquí este duende solicita la clemencia de su amigo. Ahora que caigo en la cuenta, creo que esta es la única revista que conozco que tiene un duende como editor jefe. Espero que esto quede entre vosotros y yo, no quiero buscarme líos. P.D. Este artículo va dedicado a mi jugadora de baloncesto preferida, que se mejore de su rodilla, aunque como de todas formas pronto será médico se la podrá curar ella misma. A ver si jugamos un partidito dentro de poco.
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