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Número 23º - Diciembre 2.001


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ÓPERA EN OVIEDO: ERNANI

Por Angel Riego Cue. Lee su Curriculum.

Oviedo, Teatro Campoamor. 11 de noviembre de 2001. Verdi: Ernani.  P. Giuliacci, C. Persson, A. Papi, M. Crider, A. L.Espinosa, P. González, M. Moncloa. Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), Coro de la Asociación Asturiana de Amigos de la Ópera,  Ballet Karel del Principado de Asturias. Dir. musical: G.Carella. Dir. de escena: C. Bacchi.

Había cierta prevención en contra de este Ernani representado en el Teatro Campoamor de Oviedo (y que supone la primera reseña que aparece en esta revista de una representación en el coliseo ovetense) debido a las cancelaciones de última hora del famoso barítono malagueño Carlos Álvarez y del tenor Kaludi Kaludov, aparte de la del inicialmente previsto Miguel Ángel Zapater. Antes de comenzar la función se oían voces de espectadores que preveían un posible desastre, con comentarios del tipo: "Si los cantantes no dan la talla, nos vamos". Afortunadamente, las cosas no sucedieron así y se consiguió, no ya una gran una representación, pero sí una lo bastante digna como para merecer un discreto aprobado, al menos en la función a la que asistí (la última, que es la que suele transcurrir con menos fallos).

Hubo, por supuesto, sus más y sus menos, que detallamos a continuación. Entre los más, sin duda el gran triunfador de la noche fue el bajo Andrea Papi, como el viejo Silva (en realidad el cantante es más joven que sus dos rivales, pero estas cosas en la ópera suelen ocurrir). No sólo cantó impecablemente su parte, sino que su prestancia escénica es impagable, con un punto de histrionismo de "villano del cine mudo" que le hace caer aún más simpático; en el último acto casi le caía bien al público que fuera él quien derotara a Ernani. Fue el único del reparto que cosechó bravos al final. Por contra, el público pateó al barítono Carry Persson, lo que se me antoja algo injusto, pues aunque la voz efectivamente estuvo algo calante, el caudal es suficiente, en general no cantó mal, y daba bien el tipo "majestuoso" de Carlos V, pese a su edad (se supone que el personaje debe tener 19 años); su aria ante la tumba de Carlomagno quedó muy bien resuelta.

En cuanto a la pareja protagonista, la soprano Michèle Crider (a la que algunos aficionados recordarán como la Leonora del Trovatore madrileño con José Cura, el del “discurso” al final) posee un buen caudal de voz, y su interpretación fue de menos a más durante la función; en su aria del acto I, "Ernani, involami" tuvo ciertos fallos (desafinaciones, agudos gritados, incluso en algún momento del primer acto tuvo errores en el texto) pero en el resto su Elvira fue muy aceptable. En el papel titular, el tenor Piero Giuliacci demostró poder mantener una línea de canto al menos aceptable con unos medios vocales más bien escasos; hubo desafinaciones en su aria de entrada, pero también fue de menos a más durante la función.

Una mención especial ha de hacerse a los conjuntos, que compartieron con el bajo el triunfo de la velada. Teniendo el coro un protagonismo tan grande en esta obra, es de agradecer que esa parte haya sido tan cuidada en esta producción, con una interpretación magnífica de uno de los coros más famosos que escribiera Verdi, "Si ridesti il leon di Castiglia". La orquesta cumplió a buen nivel (aparte de algunas desafinaciones endémicas de los vientos en la obertura), en lo que se ve la mano profesional del director, Giuliano Carella, quien dio prioridad a los elementos de "forza" de esta obra sobre los líricos, lo que es una opción perfectamente válida. También fue merecidamente aclamado por el público al final de una representación que, como se ha ido diciendo, en lo musical fue, cuanto menos, digna.

Queda hablar del aspecto escénico. De todos es conocido que la temporada de Ópera de Oviedo se mantiene con un presupuesto muy escaso en comparación con las de otros teatros españoles. Y no por ello se renuncia a la presencia de divos, como el anunciado en esta ocasión Carlos Álvarez. La contrapartida es tener que ahorrar en las puestas en escena, algo que todos los aficionados a la ópera solemos aceptar de buen grado. Al menos a Oviedo no ha llegado la tiranía de los directores de escena, que hace poco denunciaba Edita Gruberova en una entrevista, y no seré yo quien añore ver en escena las actuales "transgresiones". Sin embargo, todo tiene un límite, y ante puestas en escena tan "cutres" como la que vimos el pasado 11 de noviembre es obligatorio hacer algunas observaciones.

La dirección escénica tuvo fallos clamorosos, que no se solucionan con tener más presupuesto, simplemente con querer hacer las cosas bien: por poner dos ejemplos, cuando el heraldo real Riccardo se inclina ante Carlos, descubriendo a todos que es el Rey, en la escena se inclinaba a más de 5 metros de distancia de Carlos; el Rey podría ser tanto él como cualquier otro de los presentes. También, cuando Carlos V aparece con las insignias imperiales ante los conspiradores, que le toman por Carlomagno redivivo, su aparición queda oculta ante la mayoría de los espectadores, que ven a los conspiradores asombrarse ante nada.

Luego, en los decorados, había elementos que no se sabía a qué venían a cuento, como el pozo del acto IV, que parecían reciclados de una puesta en escena anterior de otro título. Aunque en ese sentido la palma se la llevó el interior del palacio de Silva, sugerido con una galería de cuadros que se supone representarían a sus antepasados, y donde el espectador que conociese algo de historia de España reconocería a figuras históricas de la época de los Austrias como el Duque de Alba (gobernador de los Países Bajos), Don Juan de Austria (hijo bastardo de Carlos V), Don Juan José de Austria (idem de Felipe IV), Isabel de Valois (tercera esposa de Felipe II), Isabel Clara Eugenia (hija de esta última y Felipe II), etc. la mayoría de las cuales no habían nacido en la época en que se desarrolla la acción. Dados los personajes que aparecen en los retratos, podría pensarse que este material proviene del reciclaje de una escenografía de Don Carlo.

Por último, una mención al Ballet Karel, que nos amenizó los comienzos de cada acto con indudable profesionalidad, pero que padeció los mismos defectos que le hemos achacado a la puesta en escena: véase el coro inicial del acto 1, con las chicas bailando descalzas y con un vestuario que parece reciclado de una función del Trovatore, acto 2: ¿Dónde se ha dicho que los bandoleros de Ernani sean gitanos?