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Robert King y una ‘Sinfónica’ con ‘recorte presupuestario’ Por Elisa Ramos. Lee su curriculum. Salamanca, 21 de
Noviembre de 2001. Palacio de Congresos de Castilla y León. Sociedad de
Conciertos de Salamanca. Ciclo A3.
G. F. Händel: The
Ocasional Oratorio (Overture). F. Geminiani: Concierto
grosso en mi menor, op. 3, núm 3. G.P.Telemann:
Obertura en Do mayor Wassermusik
Hamburger Ebb und Flut. Bach: Concierto
de Brandemburgo núm. 3 BWV 1048 Vivaldi: Concierto
para fagot, continuo y cuerdas,
núm. 7 F.VIII. Händel: Mr. Händel’s
Warlike Pieces (arr. Robert King) . Orquesta Sinfónica de Castilla
y León. Director:
Robert King. Intrigados
estábamos algunos ante el resultado que podía deparar la interpretación
de este repertorio en manos de nuestra representativa orquesta autonómica
bajo la batuta de Robert King. Habituados a escucharla como sinfónica
en sus pródigas visitas a Salamanca nos preguntábamos: ¿qué hará
con una música como ésta?, ¿será capaz el rey de convertirse en el
mago de la corte? Que
conste que no estoy en contra de que cualquier música pueda ser
recreada desde las más amplias perspectivas. Para eso es un arte que
vive y se realiza en el tiempo. Sólo que, si se trata de hacer una
interpretación ajustada a la época, hay que tener en cuenta
los criterios musicales que aproximan a la música al momento en
que fue creada. En este sentido contábamos con un director sobradamente
preparado para aplicarlos, pero no con una orquesta de características
barrocas. Si se trata de interpretar unas obras con una formación y un
director no especializados en un determinado estilo musical, puede
gustar más o menos, aunque tampoco es para rasgarse las vestiduras. Aquí
nos enfrentábamos a una mixtura de ambas cosas, licita también, que a
priori provocaba una cierta dosis de curiosidad. Para
rematar la intriga, en la programación general aparecía Hindemith,
cual intruso sin invitación, en medio del banquete barroco. Esta duda
fue disuelta en los instantes previos al inicio del concierto, por obra
y gracia del programa de mano, en el que la Sinfonía en Mi bemol del compositor había desaparecido, gracias a
las mágicas artes de la imprenta. Otro
atisbo de lo que podía suceder se nos metió en el alma al entrar en la
sala y ver que la Orquesta Sinfónica de Castilla y León se había
reconvertido en una reducida orquesta integrada sólo por una parte de
sus componentes. Más nos alegró todavía la visión de un clave en el
escenario. Aquello tomaba tintes de un color esperanzador. Con un
director especialista en música antigua, y la presencia de un
instrumento de época, era posible suponer que algo más se aproximaría
el resultado del concierto al contexto histórico de las obras
programadas. Claro
que nuestro vecino de butaca se preguntaba cuales serían los motivos
para que la orquesta anduviera tan mermada y se barruntaba que los
pobres músicos debían estar en situación de recorte presupuestario.
Intercambiando opiniones con su acompañante a lo largo del concierto
terminó diagnosticando que seguramente la
mitad que faltaba estaría cumpliendo compromisos en alguna otra
ciudad castellana. Vaya
por delante que el resultado global fue bastante mejor del esperado, al
margen de los detalles insalvables ya apuntados. King se empleó a fondo
seduciendo a orquesta y público con un sonido ‘made in barroco’ a
pesar de todos los pesares de la instrumentación moderna. Resultado que
invita a la reflexión sobre la incidencia de la función y visión de
un director, más allá de que se cumplan todas las premisas que en teoría
se requieren, para situar a una música en su época. Sonriente, dinámico,
animador incansable, dirigió disfrutando de su labor, intercambiando
gestos -altamente expresivos- de complicidad y parabienes con los
instrumentistas. Su forma de dirigir y su efusivo comportamiento en el
escenario resulta a veces demasiado espectacular, pero se le perdonan fácilmente
los excesos en aras del resultado musical. Logró con el respaldo de un
magnífico continuo que la orquesta respondiera en general, aunque no
siempre, a sus requerimientos. Logró también que los instrumentistas
disfrutaran con él en el mágico acto de hacer música y que esa
sensación pudiera percibirse y trasladarse a las butacas del auditorio. La
obertura de Händel inauguró la velada con una Introducción
en la que la orquesta respondió a la acentuación, ritmo,
contrastes, fraseo y los silenciosos silencios expresivos demandados por
el director. Respuesta que tuvo su eco en la destacable intervención
solista del oboe en un delicado Adagio
de largo aliento, muy bien puntuado, y magníficamente acompañado por
el continuo. Estupendo también el contraste de la Marcha
final atacada con brío por el tutti orquestal. La actitud de la orquesta continuó presente en la obra de Geminiani. Los diálogos de tutti y solistas en cuarteto tuvieron sentido y claridad mostrando el equilibrio entre el contrapunto, las líneas melódicas y el carácter contrastante de la pieza. Viveza y claridad en los movimientos rápidos y la suficiente ligereza en los lentos, manteniendo el tempo sin que resultaran pesantes. Las cotas de mayor expresividad vinieron con la interpretación de Telemann. La descriptiva música acuática de Hamburgo fluyó y refluyó de unos a otros solistas como corrientes naturales desembocando en el río de la orquesta. Destacable fue el logrado contraste general que la obra exige con su variedad de movimientos, excelente el trabajo de los instrumentistas solistas, los matices dinámicos de los violines y el desarrollo del continuo. Musicalidad en suma, llena de intencionalidad, con delicadas entradas desplegadas en elocuentes reguladores resumidos en un excelente fraseo que redundó en la magnifica expresividad de la obra. La
peor parte fue para Bach. El concierto de Brandemburgo
resultó un poco descafeinado, más mecánico, y puso en
evidencia algunas carencias de la sección de cuerda. Aquí, el fraseo
de los violines estuvo mucho menos coordinado, aunque violonchelos y
contrabajos cumplieron con efectividad su papel. El clave volvió a
mostrar la excelencia que mantuvo en todo momento erigiéndose en un
magnifico soporte de la orquesta. Vivaldi
sonó acertadamente en general, con algunas imprecisiones orquestales, y
magníficamente en el fagot solista. David Tomás Realp nos deleitó con
una brillante interpretación plena de sonido, agilidad, acentuación y
dirección sonora. En el andante
molto el clave volvió a hacer de las suyas subrayando, acompañando
y respondiendo estupendamente el elegante, claro y expresivo fraseo del
fagot. La
solemnidad pomposa de las marchas de Mr.
Händel con los arreglos de King, cerraron la velada dejando en el
aire acertados acentos barrocos y oyentes satisfechos. Disfrutamos en
resumen del concierto y comprobamos que todo puede ser posible en el frágil
arte de la música. No
restamos ni un ápice de méritos a la orquesta, que los tuvo.
Muchos hay que adjudicar a King al conseguir transmitir sus
intenciones, impregnarla de carácter y extraer de ella una sonoridad de
época con instrumentos modernos. Así parecieron entenderlo también
los músicos que se resistieron y tardaron en
levantarse de sus asientos para recibir los aplausos finales.
Ante las insistentes indicaciones del director, respondían con
sonrisas, se sumaban a la ovación del público y homenajeaban a quien
les había conducido por los intrincados caminos musicales del barroco. El
examen concluyó pues con bastante más que un aprobado. Esperemos que
la recortada sinfónica castellano-leonesa continúe con clases de este
tipo y progrese adecuadamente. Después de todo, se me ocurre que mi
vecino de butaca puede tener parte de razón en el asunto de los
recortes presupuestarios. Sería deseable que la financiación de la
orquesta diera para que los músicos pudieran alternar sus modernos
instrumentos con otros más barrocos.
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