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IRREGULAR JUROWSKY, MAGNÍFICO CLARETPor Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9 de noviembre de 2001. Temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Lluis Claret, violonchelo. Michail Jurowsky, director. Obras de Sibelius, Shostakovich y Stravinsky. La
Real Orquesta Sinfónica de Sevilla está desarrollando con acierto su
decimosegunda temporada de abono. La abrió con quien es su flamante
titular, Alain Lombard, la prosiguió con dos programas a cargo del
cada día más apreciado Jesús López Cobos y acogió por enésima
vez al sólido y eficaz Christian Badea. Estuvimos escuchando todo
ellos, salvo el primero de los ofrecidos por el maestro zamorano. Pues
bien, fueron a nuestro juicio muy buenos conciertos, algo que no
podemos decir en la misma medida del que el pasado mes de noviembre
nos ha ofrecido el prestigioso Michail Jurowsky, tan conocido por sus
registros discográficos y conciertos trasmitidos por vía radiofónica. Irregular
es la palabra que mejor define, a juicio de quien suscribe, su labor
al frente de la ROSS. En la primera parte de la velada nos ofreció
una versión más bien discreta de la hermosísima Quinta Sinfonía
de Sibelius, que en este mismo recinto escuchamos hace años a cargo
nada menos que de Lorin Maazel, todo un especialista en el compositor.
El ruso se esforzó por resaltar los valores melódicos de la
partitura antes que por poner de relieve sus modernos aspectos tímbricos,
rítmicos y armónicos -una opción muy respetable, por lo demás-,
pero fracasó a la hora de exponer la obra con la suficiente
coherencia y tensión interna. Faltaron claridad, contrastes y sentido
del color. Al menos no cayó en la trampa de forzar a la orquesta para
impresionar al respetable con efectismos. Sin
duda mejor, aunque nada del otro mundo, su dirección del Primer
concierto para violonchelo de Dmitri Shostakovich, un compositor
cuya obra conoce bien y aprecia en gran medida. Fue acertado el
enfoque, a medio camino entre lo grotesco y lo dramático, si bien
hubiera sido deseable que echara toda la carne en el asador. Donde sí
triunfó Jurowsky fue en la suite de El Pájaro de fuego que
cerraba el programa. Una obra bastante menos difícil de interpretar,
todo hay que decirlo, en la que el maestro mostró un sentido del
ritmo -tan importante en Stravinsky- y del color que hasta entonces se
había reservado. No convencieron determinados detalles un tanto excéntricos,
pero en conjunto fue una lectura sólida y emocionante que despertó cálidos
aplausos. Claro
que lo mejor del concierto ya había pasado. Nos referimos a la antológica
intervención del gran Lluis
Claret
en la obra de Shostakovich. Lo importante no es que hiciera gala de un
virtuosismo fuera de toda duda y de una extraordinaria gama de
recursos técnicos y -por ende- expresivos. Eso ya era esperable. Lo
grande fue que se sumergió por completo en los abismos de la
partitura, mucho menos inocente, más enrevesada y poliédrica de lo
que parece, para ofrecernos una interpretación sincera, intensa y
acongojante. Humor negro, doliente melancolía, rebeldía, desesperación
y locura -la única vía de escape en el universo del compositor- se
dieron la mano en una interpretación memorable. Un fuerte aplauso
para el chelista.
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