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Número 23º - Diciembre 2.001


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IRREGULAR JUROWSKY, MAGNÍFICO CLARET

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum. 

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 9 de noviembre de 2001. Temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Lluis Claret, violonchelo. Michail Jurowsky, director. Obras de Sibelius, Shostakovich y Stravinsky.

La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla está desarrollando con acierto su decimosegunda temporada de abono. La abrió con quien es su flamante titular, Alain Lombard, la prosiguió con dos programas a cargo del cada día más apreciado Jesús López Cobos y acogió por enésima vez al sólido y eficaz Christian Badea. Estuvimos escuchando todo ellos, salvo el primero de los ofrecidos por el maestro zamorano. Pues bien, fueron a nuestro juicio muy buenos conciertos, algo que no podemos decir en la misma medida del que el pasado mes de noviembre nos ha ofrecido el prestigioso Michail Jurowsky, tan conocido por sus registros discográficos y conciertos trasmitidos por vía radiofónica.

Irregular es la palabra que mejor define, a juicio de quien suscribe, su labor al frente de la ROSS. En la primera parte de la velada nos ofreció una versión más bien discreta de la hermosísima Quinta Sinfonía de Sibelius, que en este mismo recinto escuchamos hace años a cargo nada menos que de Lorin Maazel, todo un especialista en el compositor. El ruso se esforzó por resaltar los valores melódicos de la partitura antes que por poner de relieve sus modernos aspectos tímbricos, rítmicos y armónicos -una opción muy respetable, por lo demás-, pero fracasó a la hora de exponer la obra con la suficiente coherencia y tensión interna. Faltaron claridad, contrastes y sentido del color. Al menos no cayó en la trampa de forzar a la orquesta para impresionar al respetable con efectismos.

Sin duda mejor, aunque nada del otro mundo, su dirección del Primer concierto para violonchelo de Dmitri Shostakovich, un compositor cuya obra conoce bien y aprecia en gran medida. Fue acertado el enfoque, a medio camino entre lo grotesco y lo dramático, si bien hubiera sido deseable que echara toda la carne en el asador. Donde sí triunfó Jurowsky fue en la suite de El Pájaro de fuego que cerraba el programa. Una obra bastante menos difícil de interpretar, todo hay que decirlo, en la que el maestro mostró un sentido del ritmo -tan importante en Stravinsky- y del color que hasta entonces se había reservado. No convencieron determinados detalles un tanto excéntricos, pero en conjunto fue una lectura sólida y emocionante que despertó cálidos aplausos.

Claro que lo mejor del concierto ya había pasado. Nos referimos a la antológica intervención del gran Lluis Claret en la obra de Shostakovich. Lo importante no es que hiciera gala de un virtuosismo fuera de toda duda y de una extraordinaria gama de recursos técnicos y -por ende- expresivos. Eso ya era esperable. Lo grande fue que se sumergió por completo en los abismos de la partitura, mucho menos inocente, más enrevesada y poliédrica de lo que parece, para ofrecernos una interpretación sincera, intensa y acongojante. Humor negro, doliente melancolía, rebeldía, desesperación y locura -la única vía de escape en el universo del compositor- se dieron la mano en una interpretación memorable. Un fuerte aplauso para el chelista.