|
|
MÚSICA EN CÓRDOBA (ARGENTINA)
«MISATANGO» DE PALMERI EN CÓRDOBA Martín
Palmeri: “Misatango”. Solistas: Silvia Lallana
(soprano), Pedro Martos (bandoneón). Coro de Cámara de Córdoba,
Orquesta de Música Ciudadana de Córdoba. Director: Carlos Flores. Obras
de Rodolfo Mederos, Julián Plaza, Astor Piazzolla y Horacio Salgán.
Intérpretes: Román Carballo (guitarra), Octavio Brunetti (piano),
Coro de Cámara de Córdoba (director: Carlos Flores).
Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 24
de noviembre de 2001. El
Teatro del Libertador de Córdoba, que bajo la guía del profesor
Carlos del Franco, su director general, viene programando
meritoriamente óperas, ballets y conciertos siempre con un nivel de
calidad muy alto (y muy inusual, hasta sólo un par de años atrás)
hizo un acto de estricta justicia artística al presentar al público
cordobés la “Misatango” de Palmeri. El
maestro Martín Palmeri es un joven compositor, pianista y director
coral argentino. Sus obras, generalmente muy influenciadas por el
estilo del célebre Astor Piazzolla, son sumamente meritorias y ya han
sido escuchadas en numerosos centros musicales de nuestro país y aún
del exterior (San Petersburgo, Matera y próximamente Palermo). La
“Misatango” o “Misa a Buenos Aires” (estrenada en el año
1996) es una magnífica pieza, finamente escrita y de un melodismo que
no deja de sorprender al oyente; el orgánico vocal e instrumental
para el que está compuesta prevé una cantante solista, coro polifónico
y un grupo orquestal que incluye piano, tres bandoneones y cuerdas. La
versión que se escuchó en el Libertador, sin llegar al nivel de
calidad que tuvieron en su momento las interpretaciones de los
directores argentinos Benzecry y Álvarez (que, según hemos visto, la
llevó al disco en una
grabación realizada en Europa y editada en la Argentina por
ConArte de Buenos Aires), fue más que digna. El
Coro de Cámara de Córdoba es un conjunto suficientemente afiatado y
la Orquesta de Música Ciudadana de la Provincia – cuyo titular es
el maestro Carlos Nieto – viene demostrando hace tiempo que es un
ensamble de referencia a la hora de interpretar el tango argentino.
Carlos
Flores, quien es el actual director titular del Coro de Cámara, en
esta oportunidad empuñó también la batuta de director de orquesta y
brindó una pulcra lectura de la obra, demostrando una vez más que no
es necesario recurrir a maestros foráneos para dirigir en el primer
coliseo de Córdoba. Por el contrario, el desempeño apenas correcto
del primer bandoneonista, Pedro Martos, despertó nuestro deseo de ver
a otro músico en el primer atril. Lo
más criticable de la velada fue la elección de la soprano Silvia
Lallana para intervenir como solista vocal; atroz y peremnemente
desafinada, con un estilo más cercano al de una balada popular que al
adecuado para lo que, en definitiva, es una obra sacra, Lallana hechó
a perder sin remedio todos los fragmentos en los que le tocó
intervenir. Ojalá no se repita. En
la primera parte del programa, y a modo de informal “festival”
(otra decisión artística más que criticable), algunos intérpretes
locales se alternaron en la interpretación de breves obras de
compositores de tango. El
Coro interpretó - muy meritoriamente, por cierto - “No habrá sino
recuerdos” de Mederos y “Milonga de marfil negro” de Plaza.
Luego fue el turno del correcto guitarrista Román Carballo, que tocó
“Veraño porteño” de Piazzolla, y del pianista Octavio Brunetti,
que brindó una excelente versión de “Grillito” de Salgán. En resumen, una muy interesante velada que nos deja con el deseo de escuchar en Córdoba más obras de Martín Palmeri, sin duda uno de los mejores y más promisorios compositores argentinos de la nueva generación. «REQUIEM»
DE VERDI EN CÓRDOBA Giuseppe
Verdi: “Messa da Requiem”. Solistas: Patricia
Gutiérrez (soprano), Alejandra Malvino (mediosoprano), Arturo
Valencia (tenor), Gui Gallardo (bajo-barítono). Coro Polifónico de
Córdoba (director: Gustavo Maldino), Coro Polifónico de Río Cuarto
(director: Jorge Di Renzo), Coro de Cámara de Córdoba (director:
Carlos Flores). Orquesta Sinfónica de Córdoba. Director: Francisco
Rettig. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina), 9 y 11 de
noviembre de 2001. El
Teatro del Libertador de Córdoba (que viene llevando a cabo una
entusiasmante temporada lírica internacional, con grandes éxitos
como los de “Rigoletto” con Marcelo Álvarez, “Aurora” de
Panizza con Darío Volonté, “La traviata” con Eteri Lamoris y
próximamente “Il trovatore” con la dirección del maestro
Fernando Álvarez) tocó su punto más bajo del año con esta versión
de la Misa de Requiem de Giuseppe Verdi. El
cuarteto de solistas vocales convocados pareció interesante, aunque
no puede decirse que los cantantes que intervinieron posean “voces
verdianas” en el sentido más estricto del término. El eslabón
más frágil pareció la soprano Patricia Gutiérrez, artista
argentina muy meritoria y de buena voz, pero de emisión poco franca y
centros carentes de “squillo”. Los
argentinos Alejandra Malvino y Gui Gallardo cumplieron con una
correcta labor. Malvino posee una notable voz, algo acontraltada, que
emite con destreza y ductilidad; Gallardo, veterano cantante de amplia
trayectoria internacional, aportó su fraseo noble e inspirado y su
voz aún sonora. El
mexicano Arturo Valencia cubrió la parte de tenor solista. De
meritorios antecedentes artísticos, pareciera que su voz (brillante y
de bellísimo timbre) es más apta para Donizetti, Bellini y el
Puccini más lírico, que para las obras de Verdi, que requieren un
peso vocal que este artista aún no posee. Nos gustaría escucharlo en
una obra que haga más justicia a sus medios. Los
coros oficiales de la Provincia de Córdoba hicieron lo que pudieron.
Se trata de voces en su mayoría no operísticas y por ende poco
habituadas a las exigencias extremas de tesitura y dinámica que Verdi
requiere a los cantantes. El sonido que provenía de la masa coral,
musicalmente bien preparada por los maestros Maldino, Di Renzo y
Flores, era siempre claro, chato, mal apoyado y poco incisivo; en
otras palabras, nada verdiano. Sin
embargo, el problema mayor de esta versión fue la orquesta y, más
aún, el director invitado en esta oportunidad para hacerse cargo del
Requiem: el chileno Francisco Rettig. Siempre correcto a la hora de
dirigir cierto
repertorio sinfónico, sorprende lo lejano que se encuentra el
maestro Rettig de la estética de la música vocal italiana. Con
“tempi” singularmente poco adecuados y matices que parecían
pertenecer más a Brahms que a Verdi, Rettig dirigió una versión
apagada, sin vuelo, carente de dramatismo y, nos atreveríamos a
decir, de emoción alguna. Más ocupado por obtener claridad en los
ataques orquestales que por infundir a los solistas y coreutas algún
tipo de intención interpretativa, Rettig logró que esta obra maestra
sonara aburrida e intrascendente. Nos
preguntamos: ¿qué necesidad hay de exponer a un artista profesional
y respetable como Rettig a un repertorio que no domina en lo absoluto
y que, en todo caso, no hace más que poner en evidencia sus límites
como director y su falta de frecuentación de la música vocal
italiana? Creemos que respetar a nuestros intérpretes musicales
implica también permitirles mostrarse en el repertorio que mejor
manejan. «IL TROVATORE» DE VERDI EN CÓRDOBA Giuseppe Verdi: “Il trovatore”. Elenco:
Darío Volonté (Manrico), Silvia Ranalli (Leonora), Leonardo López
Linares (Luna), Vera Cirkovic (Azucena), Nino Meneghetti (Ferrando),
Claudia Cugnini (Ines), Gerardo Martínez (Ruiz), Marcos Nicastro
(Gitano), Andrés Perotti (Mensajero). Coro Polifónico de Córdoba
(director: Gustavo Maldino), Orquesta Sinfónica de Córdoba. Régie:
Eduardo Rodríguez Arguibel, Escenografía: Roberto Montes, Vestuario:
Teatro Colón, Iluminación: Francisco Sarmiento. Director Musical:
Fernando Álvarez. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina),
23, 25 y 27 de noviembre
de 2001. El
Teatro del Libertador de Córdoba, luego del lamentable traspié
cualitativo que significó la mediocre versión de la Misa de Requiem
de Giuseppe Verdi, cerró magníficamente su temporada lírica 2001
con “Il trovatore”, ópera del genio de Busseto. La versión fue,
a todas luces, muy interesante. La
puesta en escena de Eduardo Rodríguez Arguibel subrayó los aspectos
más trágicos y violentos de la historia y contó con un buen marco
escenográfico, provisto por Roberto Montes, con el vestuario cedido
por el Teatro Colón de Buenos Aires y con la excelente iluminación
de Francisco Sarmiento, formidable profesional cordobés. Irónicamente,
lo que debía ser el principal atractivo de la velada, el Manrico de
Darío Volonté (que ya cantó el rol en Italia, Holanda, Estados
Unidos, Japón y en otros teatros de la Argentina) fue su punto más
débil. Nunca escuchamos peor a Volonté: áfono, destimbrado,
calante, pudo cantar el aria y llevar a término su cometido sólo
gracias a su notable resistencia física. Es
evidente que este artista, dotado de buen material vocal y de cierto
carisma, debe revisar su técnica de emisión y el repertorio que
aborda, si desea continuar cantando con provecho en años sucesivos.
De cualquier forma, el público cordobés no notó la pobreza de su
“performance” o decidió perdonarlo, porque premió al tenor con
prolongados aplausos (sin perjuicio de lo antedicho, la noche del
estreno se escucharon algunos abucheos, provenientes de las
localidades altas). La
soprano convocada para cubrir el arduo rol de Leonora, la italiana
Silvia Ranalli, fue indudablemente la mejor voz de la noche. Dueña de
un instrumento seductor que maneja con una perfección técnica
asombrosa, Ranalli supo frasear y actuar impecablemente, haciendo
honor a las dos grandes cantantes con las que ha estudiado este
repertorio: Renata Tebaldi y Antonietta Stella. Su registro agudo es
de rara belleza. El
joven argentino Leonardo López Linares asumió el papel del Conde de
Luna. Este cantante tiene indudablemente una hermosa y opulenta voz de
barítono verdiano y sabe como convencer en este repertorio (si
olvidamos algún problema de estilo), en el que evidentemente se
siente muy a gusto. Con
todo, su interpretación nos deja sólo parcialmente satisfechos, en
parte por la pobreza de su actuación teatral (una limitada serie de
gestos rudimentarios y grandilocuentes) y en parte porque resulta
evidente que su voz no ha encontrado aún una colocación
suficientemente “alta” como para cantar con parejo nivel de brillo
y “squillo” adecuado durante toda la noche (la cadencia de “Il
balen del suo sorriso” sonó harto problemática). La
francesa Vera Cirkovic, a quien conocíamos como soprano, asumió el
rol de Azucena. Pese a que su canto es notoriamente desparejo y su voz
nos sigue pareciendo la de una soprano dramática, Cirkovic supo
convencer al publico merced a sus notables condiciones teatrales y a
la sonoridad casi salvaje de su registro agudo (notable su “do”,
emitido con gran soltura). En
el rol de Ferrando, secuaz del Conde de Luna, hacía su presentación
en Córdoba un veterano (ronda los ochenta años de edad, según nos
informaron) del Teatro Colón, el italiano Nino Meneghetti. Con voz
asombrosamente fresca y sonora, este bajo cantó y actuó un
correctísimo Ferrando, dando pruebas de envidiable vitalidad
artística. Los
comprimarios masculinos cumplieron bien con sus breves cometidos; son
voces agradables y bien timbradas, por lo que puede esperarse de ellos
que en el futuro puedan abordar cometidos más importantes. No
pareció en el mismo nivel la soprano cordobesa Claudia Cugnini como
Ines, sobre todo por su estereotipada actuación escénica y por su
pésima dicción italiana. Verdadero
triunfador de la noche, el joven maestro argentino Fernando Álvarez
(de trascendente actuación en escenarios europeos) dirigió y
concertó con mano segura, enorme musicalidad y auténtico estilo
verdiano. Bajo su atenta mirada, solistas, coro y orquesta dieron lo
mejor de sí; nos atreveríamos a decir que pocas veces hemos
escuchado a los cuerpos estables del Teatro del Libertador en este
estado de gracia. Operista
de estirpe, Álvarez parece llevar esta música en la sangre y es uno
de los pocos maestros concertadores y directores de orquesta que logra
hacer tocar con genuino dramatismo lírico a las usualmente anémicas
orquestas argentinas. No en balde ha triunfado allí donde parecería
imposible hacerlo: dirigiendo ópera en la misma patria del género,
Italia. Resumiendo:
un excelente espectáculo que cierra una hermosa temporada lírica. No
queda sino esperar que el próximo año traiga más propuestas
operísticas de este nivel y que los artistas que han
demostrado sobradas condiciones para el género sean convocados
nuevamente para asumir otros compromisos de los que puedan salir
igualmente airosos. «LA TRAVIATA» DE VERDI EN CÓRDOBA Giuseppe
Verdi: “La traviata”. Elenco:
Eteri Lamoris (Violetta), Gustavo Porta (Alfredo), Vassily Gerello
(Germont), Juan Barrile (Grenvil), Sebastiano De Filippi (Douphol),
Alejandra Tortosa (Flora), Gerardo Martínez (Gastone), Claudia
Cugnini (Annina), Evert Formento (Obigny), Ricardo Martínez
(Giuseppe), Jorge Coria (Mensajero), Ariel Seras (Criado). Ballet
Oficial de Córdoba (director: Augusto Flores), Coro Polifónico de
Córdoba (director: Gustavo Maldino), Orquesta Sinfónica de Córdoba.
Régie: Alejandro Cervera, Escenografía: Rafael Reyeros, Vestuario:
Teatro Colón, Iluminación: Francisco Sarmiento. Director Musical:
Giuseppe Cataldo. Teatro del Libertador de Córdoba (Argentina),
21, 23 y 25 de septiembre
de 2001.
Hacía ya diez años que el público de la segunda ciudad argentina no
escuchaba “La traviata” en su primer coliseo provincial; la
última oportunidad, en efecto, se dio en la temporada 1991, con una
versión apenas correcta, dirigida por el maestro Carlos Giraudo y con
los cantantes locales Lola Forte, Augusto Paltrinieri y Vicente
Romero. Afortunadamente,
en esta oportunidad la cosa fue mucho mejor, sobre todo gracias a un
elenco internacional de cantantes-actores verdaderamente
excepcionales. Como es sabido, no hay “Traviata” sin una Violetta
de categoría; pues la tuvimos en la persona de la joven soprano
georgiana Eteri Lamoris, dotada de voz y técnica realmente
sorprendentes. Sólo
puede reprochársele cierta tendencia a sobre-actuar (tanto en lo
vocal como en lo actoral) en los momentos más intensos del drama: sus
largas pausas en los recitativos y las risas que creyó oportuno
agregar en la escena de la lectura de la carta nos parecieron
francamente fuera de lugar. En
un nivel aún superior se ubicó Vassily Gerello, barítono del Kírov
de San Petersburgo que actúa usualmente en la Scala de Milán, el
Covent Garden de Londres, el Metropolitan de Nueva York y demás
primeros teatros del mundo, que interpretó un Germont sencillamente
de antología. Todo estaba allí: vocalidad, fraseo, histrionismo,
buen gusto... una actuación difícil de superar que quedará en
nuestra memoria por muchos años. ¡Que vuelva! El
tenor de esta producción, si bien correcto y de meritorio desempeño,
no pudo alcanzar a sus dos co-protagonistas: el cordobés (radicado en
Italia, en donde está desarrollando una promisoria actividad
operística) Gustavo Porta hizo lo que pudo con el ingrato papel de
Alfredo y fue muy aplaudido. Los
roles de carácter tuvieron un relieve especial, empezando por el
sonoro Grenvil de Juan Barrile, bajo del Teatro Colón, y continuando
con el jovencísimo barítono Sebastiano De Filippi, también de
Buenos Aires, que aportó incisividad vocal y notable presencia
actoral a su Douphol. Entre
los cordobeses, merecen una mención especial dos elementos muy
talentosos: Alejandra Tortosa y Gerardo Martínez,
respectivamente una chismosa Flora y un simpático Gastone.
Excesivamente petulante la Annina de Claudia Cugnini y sencillamente
insoportable (tanto en lo musical como en lo visual) el Marqués de
Evert Formento. Muy correctos Ricardo Martínez, Jorge Coria y Ariel
Seras en sus brevísimos cometidos. Alejandro
Cervera, coreógrafo bien conocido por sus trabajos tanto en Buenos
Aires como en Córdoba y en el exterior, hizo su debut como régisseur
con esta producción. Su trabajo nos pareció correcto, dentro de una
puesta tradicional que se manejó en un espacio escénico despojado y
enriquecido por las efectivas luces de Francisco Sarmiento. La
dirección musical corrió por cuenta del italiano Giuseppe Cataldo,
artista de significativos antecedentes. Su prestación no alcanzó a
cubrir las expectativas que su reseña biográfica hacía esperar,
prueba de que a veces es mejor confiar en el arte de nuestros propios
directores de orquesta, algunos muy talentosos y que quizás no
valoremos aún en su justa medida. Desteñido
resultó el aporte del Ballet Oficial (las coreografías pertenecían
al mismo Cervera) y muy sólido, por el contrario, pareció el trabajo
del Coro Polifónico, bien preparado por el maestro Gustavo Maldino. «ERNANI» DE VERDI EN AVELLANEDA Giuseppe
Verdi: “Ernani”. Elenco: Oscar Imhoff / Gerardo
Marandino (Ernani), Patricia Gutiérrez / Marcela Paturlanne (Elvira),
Luis Gaeta / Federico Sanguinetti / Omar Carrión (Carlo), Ariel Cazes
/ Alejandro Di Nardo (Silva), Silvina Martino / Vanesa Tomás / Laura
Bruno (Giovanna), Luis Cejas / Martín Lira / Norberto Lara
(Riccardo), Claudio Rotella / Marcelo Benetti (Jago). Coro del Teatro
Roma (director: Roberto Luvini), Orquesta Sinfónica Municipal de
Avellaneda. Régie: Daniel Suárez Marzal, Escenografía: Horacio
Pigozzi, Vestuario: Mini Zuccheri, Iluminación: Nicolás Trovato.
Director Musical: Mario De Rose. Teatro Roma de Avellaneda
(Argentina), 20, 21, 26, 27 y 28 de octubre de 2001. El
simpático Teatro Roma, situado en la modesta localidad bonaerense de
Avellaneda, está, a nuestro juicio, perseverando en un error. Este
coliseo, que dispone de una pequeña sala, escasos recursos
económicos y limitadas posibilidades artísticas, en vez de programar
óperas de cámara o títulos del barroco y del clasicismo, se obstina
en montar los grandes melodramas de los operistas románticos (“Don
Carlo”, “Il corsaro”, “I puritani”, etcétera); hasta ahora,
con pobres resultados. Si
nuestro Teatro Colón no ha logrado ofrecer títulos de Verdi con
elenco argentino, no vemos como un centro musical de tan limitada
entidad pueda triunfar allí donde otros han fracasado. Programar una
ópera como “Ernani” es, en este contexto, un acto de soberbia (o
de ignorancia lisa y llana, ¿quién sabe?) que resulta difícil
entender. El mayor problema de esta producción fue el elenco que,
salvo excepciones, no alcanzó a cubrir las expectativas. Y convocar a
una cantidad de cantantes uruguayos – nueva costumbre que Avellaneda
está intentando imponer – no mejoró la situación. Para
cubrir el arduo rol del título se convocó a Oscar Imhoff y a Gerardo
Marandino. Imhoff, cantante del Colón de muy buenos antecedentes e
indudable talento, no alcanzó a convencernos. De cualquier forma, su
prestación fue infinitamente más digna que la del uruguayo Gerardo
Marandino, un “tenorino” que está destruyendo su patrimonio vocal
cantando Verdi; sería hora que este joven buscara asesoramiento. Patricia
Gutiérrez, también artista del Colón, cantó Elvira con la
solvencia musical a la que nos tiene acostumbrados; de cualquier
forma, la opacidad de sus centros y la escasez de real brillo vocal
son difícilmente perdonables en este repertorio. Aún así, su
interpretación superó ampliamente a la de Marcela Paturlanne,
elemento bisoño que, aún teniendo buen material vocal, no llega a
parecernos una artista profesional. Hubo
tres barítonos para el rol de Carlo. Luis Gaeta, otro elemento del
Colón, fue indudablemente el mejor; las limitadas dimensiones del
Roma lo favorecen. Federico Sanguinetti, un joven uruguayo, forzó a
más no poder y de alguna forma logró llegar al final de la ópera;
le recomendamos dedicarse por ahora a Cimarosa o Paisiello y refinar
su actuación escénica. Omar Carrión, pese a su profesionalidad y
excelente fraseo, no es un barítono verdiano... inclusive nos
preguntamos si es un barítono. Entre
tanta medianía, resultó grato escuchar a Ariel Cazes en el papel de
Silva. Cazes posee una buena voz de bajo cantante, razonablemente
timbrada y emitida, además de una excelente presencia en el
escenario; fue, indudablemente, el mejor elemento de esta producción.
Alejandro Di Nardo, por su parte, nos pareció muy inmaduro para este
repertorio: buen material, el suyo, pero necesitado de más y mejor
apoyo técnico. El
Roma nos acostumbró, a lo largo de esta temporada, a escuchar
pésimos comprimarios, provenientes del exiguo Coro del Teatro, pero
con este “Ernani” se ha tocado el punto más bajo: los señores
Cejas, Lira, Lara, Rotella y Benetti no pudieron con sus brevísimas
frases y nos preguntamos con qué criterio se los seleccionó. No así
las damas, señoras Martino, Tomás y Bruno, que se desempeñaron
honorablemente. La
presentación escénica de Daniel Suárez Marzal y Horacio Pigozzi nos
pareció sobria y acertada, sobre todo teniendo en cuenta los
disparates que veníamos de ver en “Alzira” e “I Capuleti e i
Montecchi”, títulos en los que Fernanda Ramondo y Alejandro Ullúa
destruyeron la ya escasa credibilidad de sus respectivos libretos. Los
cuerpos artísticos intervinientes, no es novedad, son de singular
modestia profesional. El pequeño Coro del Teatro, instruido por el
empeñoso Roberto Luvini, pareció nada más que correcto. La Orquesta
de Avellaneda, bajo la dirección de su maestro estable, Mario De
Rose, resultó apenas eficaz (notoriamente destemplados y desafinados
los sonidos que provenían de los violines primeros y de los
violonchelos). Con
todo, persiste la impresión de De Rose es un excelente director
sinfónico y de banda que
se acerca a la ópera como quien está de paso por territorio
ajeno. No nos explicamos, de otra forma, porqué insistir con
“tempi” tan difíciles para los solistas que, para peor, deben
acometer odiosas “versiones integrales” de estos grandes títulos,
cuando la verdad es que en la Argentina casi no se dispone de
cantantes que puedan hacer honor a la ardua escritura de los
compositores del romanticismo italiano. Parecería casi que se intenta
emular, desde el subdesarrollo, a Riccardo Muti. En
resumen: este “Ernani” fue otro modesto fruto de la singular (e
incomprensible) política artística que está llevando adelante este
entrañable teatro de provincia, que debería tomar conciencia de una
vez de sus exiguas posibilidades, además de asumir criterios de
programación más realistas y pergeñados por profesionales de la
ópera, no por aficionados entusiastas devenidos en director
artísticos. «MAVRA» Y «GIANNI SCHICCHI» EN BUENOS AIRES Igor
Stravinsky: “Mavra”. Elenco: Armando Noguera (Vassily),
Graciela Oddone (Parasha), Mariana Rewerski (Vecina), Susana Moncayo
(Madre). Orquesta Juventus Lyrica. Régie: Horacio Pigozzi,
Escenografía: Horacio Pigozzi, Vestuario: Mercedes Colombo,
Iluminación: Luis Pereiro. Director Musical: Emiliano Greizerstein. Giacomo Puccini: “Gianni
Schicchi”.
Elenco: Gui Gallardo (Schicchi), Enrique Folger / Marcos Padilla
(Rinuccio), María Daneri / Virginia Tola (Lauretta), Marta Cullerés
(Zita), Vanesa Mautner (Ciesca), Gisela Barok (Nella), Ricardo
González Dorrego / Saulo García Diepa (Gherardo), Sebastián
Sorarrain (Marco), Leonardo Estévez (Betto), Alejandro Di Nardo /
Leonardo Palma (Simone), Mirko Tomas / Sebastiano De Filippi
(Amantio), Fernando Núñez / Sebastiano De Filippi (Spinelloccio),
Sebastiano De Filippi / Mirko Tomas (Pinellino), Fernando Núñez /
Carlos Trujillo (Guccio), Matías Zayas (Gherardino). Orquesta
Juventus Lyrica. Régie: Florencia Sanguinetti, Escenografía: Luis
Martínez, Vestuario: Mercedes Colombo, Iluminación: Luis Pereiro.
Director Musical: Emiliano Greizerstein. Teatro Avenida de Buenos
Aires (Argentina), 18, 20 y 21 de octubre de 2001. La
asociación Juventus Lyrica, que se dedica a organizar temporadas de
ópera recurriendo a elencos integrados por jóvenes artistas
argentinos, acertó en ofrecer en una única función dos comedias muy
dispares pero igualmente deliciosas: “Mavra” de Stravinsky y
“Gianni Schicchi” de Puccini. Ambas fueron digiridas con mano
segura y buen sentido del estilo por el jovencísimo maestro Emiliano
Greizerstein. “Mavra”
contó con una inteligente puesta de Horacio Pigozzi y con un elenco
muy meritorio, empezando por el correntino Armando Noguera, que
debutó en estas funciones como tenor (venía cantando partes de
barítono) con todo éxito. También excelentes estuvieron Graciela
Oddone, una soprano salida de las filas del Colón y ahora radicada en
Europa, y Mariana Rewerski, artista que une a su notable caudal vocal
un atractivo físico muy bienvenido. Lo
más débil del reparto fue Susana Moncayo. Por empezar, Moncayo no
posee la voz de contralto que requiere la parte. Pero lo más
criticable es su emisión, notoriamente fija y estridente; nos
recordó a algunas malas intérpretes de música antigua que creen que
es apropiado hacer que la voz cantada se asemeje a un “silbato”. Tras
un breve intervalo pudo disfrutarse “Gianni Schicchi”, la genial
obra pucciniana, en una ajustadísima puesta de Florencia Sanguinetti,
que no dejó nada librado al azar. Protagonista de esta ópera fue el
veterano Gui Gallardo, quien – más allá de alguna nota tirante y
de algún traspié musical – cumplió con una buena actuación
(hubiera sido difícil ver a un barítono demasiado joven en este
rol). Tuvimos
dos sopranos para la parte de Lauretta, ambas de rendimiento
desparejo. María Daneri cumplió con corrección; sería bueno que
desterrara el molesto vicio que tiene de “entubar” su bonita voz,
cantando todo con una “o”. Virginia Tola, de ascendente carrera
internacional (inexplicablemente relegada al segundo elenco), estuvo
mejor, pero sin descollar; su “Oh mio babbino caro” fue cantado a
un “tempo” inusualmente rápido y sin el mínimo “rubato”
pucciniano. Nos preguntamos si acaso esté atravesando un momento
vocal no demasiado afortunado. Dos
también fueron los tenores. Enrique Folger ofreció buen fraseo,
dicción incisiva y grata presencia escénica, pero parece no tener
idea de qué hacer con su voz; pudo superar los escollos de su aguda
romanza a pura fuerza muscular, sin preocuparse mínimamente por
cantar “sul fiato”. Marcos Padilla pareció la otra cara de la
medalla: buena voz, emisión franca, efectivos agudos, pero ninguna
interpretación ni arte. El
grupo de los parientes de Buoso Donati actuó y cantó en forma
afiatada, aunque se notaron desniveles en lo vocal. En un plano de
excelencia se situaron Barok, González Dorrego y Di Nardo
(respectivamente Nella, Gherardo y Simone), con voces de buen timbre y
bien proyectadas. Más dificultades tuvieron Cullerés (al borde del
“gallo” en los agudos), Mautner (voz escasamente timbrada),
García Diepa (siquiera parece un solista de ópera) y Sorarrain (voz
minúscula y nada baritonal). Párrafo
aparte merecen el Betto de Leonardo Estévez y el Simone de Leonardo
Palma; voces privilegiadas por volumen y color, ambas necesitan de
mayor cuidado técnico: la excelente voz baritonal de Estévez suena
pavorosamente “engolada” y la de bajo profundo de Palma no se
pliega al menor matiz y es peligrosamente calante. Los
personajes de carácter estuvieron bastante bien “servidos”. Mirko
Tomas fue un buen Amantio de Nicolao (el notario), aunque su dicción
deba ser perfeccionada. Fernando Núñez compone un histriónico
doctor Spinelloccio; con todo, su voz de bari-tenor no es precisamente
lo ideal para un rol de bajo “buffo”. En otras funciones,
Sebastiano De Filippi se hizo cargo de ambos roles y demostró
excelente “vis comica” y un material baritonal interesante pero
aún inmaduro. «NABUCCO» DE VERDI EN ROSARIO Giuseppe
Verdi: “Nabucco”. Elenco: Leonardo López Linares
(Nabucco), Adelaida Negri (Abigaille), Ariel Cazes (Zaccaria), Gerardo
Marandino (Ismaele), Gabriela Cipriani Zec (Fenena), Sandra López
(Anna), Gerardo Constantini (Abdallo), Edgardo Rinaldi (Sacerdote).
Coro Lírico “Pía Malagoli” (director: Rubén Coria), Orquesta de
la Ópera de Rosario. Régie: Rubén Berasain, Escenografía: Rubén
Berasain, Vestuario: Teatro Colón, Iluminación: Héctor Aguilera.
Director Musical: Luis Gorelik. Teatro del Círculo de Rosario
(Argentina), 7 y 9 de diciembre 2001. La
asociación Ópera de Rosario, meritoria entidad independiente que
para este año verdiano ha logrado montar esta muy digna versión de
“Nabucodonosor” en el bello ámbito del Teatro del Círculo,
concretó con esta presentación el único espectáculo lírico que la
ciudad de Rosario ha podido disfrutar durante el año 2001. Los
organizadores rosarinos han convocado a un elenco interesante, aunque
algo dispar, de voces rioplatenses y a Rubén Berasain, personalidad
ligada al Teatro Colón de Buenos Aires que se hizo cargo de la puesta
en escena de la ópera, aportando asimismo elementos de escenografía
y vestuario pertenecientes al primer coliseo argentino, con resultados
estéticos más que plausibles. El
protagonista, el joven Leonardo López Linares, parece estar
atravesando un buen momento artístico y nos sorprendió por la
solidez de su prestación vocal, que incluyó un sonoro “la bemol”
sobre-agudo con el que coronó su “cabaletta”. En lo que nos
parece una de las actuaciones más parejas que le hemos visto, Linares
satisfizo las exigencias de su rol con sus generosos medios vocales.
Sólo puede lamentarse cierta superficialidad interpretativa y su
limitadísima capacidad actoral. Adelaida
Negri, figura bien conocida aún en Europa, estuvo en su salsa. En un
rol que conviene perfectamente a sus medios de “soprano sfogato”,
Negri cantó con mucha garra y actuó en forma efectiva. En este
repertorio – y particularmente en papeles como el de Abigaille o
Lady Macbeth – ciertas desigualdades y estridencias de su ampulosa
voz no molestan demasiado y son fácilmente perdonadas. Lamentamos
notar que el uruguayo Ariel Cazes ha dado un paso en falso en su
ascendente trayectoria sudamericana. Dotado de muy apreciables medios
vocales (una voz de bajo cantante gratamente timbrada) y de
impresionante estampa, Cazes no logró superar las tremendas
dificultades de la escritura de su papel y se vio obligado a cantar a
la octava baja algunos de los pasajes más arduos de su música; lo
antedicho fue en “Come notte a sol fulgente” y en “Niuna pietra
ove sorse l’altera Babilonia”. Gerardo
Marandino, otro uruguayo, sigue obstinado en abordar un repertorio que
está muy lejos de sus condiciones naturales (lo decimos sin tapujos:
¡debería cantar el Ernesto de “Don Pasquale” y no Verdi!) y de
su escuela (o falta de escuela). La forma en que este joven tenor
empuja y fuerza su bonita voz, unida a la forma harto accidentada en
la que emite su registro agudo – siempre abierto, chato y estridente
– está perjudicando su fisiología en forma evidente. La
mezzosoprano Gabriela Cipriani Zec se reivindicó – aunque más no
fuera parcialmente – de la pobre actuación que le cupo cuando
cantó “I Capuleti e i Montecchi” en el pequeño Teatro Roma de
Avellaneda. Claro que el papel de Fenena no ofrece tantas dificultades
vocales como el del Romeo belliniano... Entre
los comprimarios (todos rosarinos, según hemos entendido), se
destacó por su corrección Sandra López. Hubiéramos esperado más
autoridad en el Gran Sacerdote
de Edgardo Rinaldi y en el Abdallo de Gerardo Constantini; con
todo, ambos lograron resolver sus breves cometidos con dignidad. Los
mayores problemas de esta versión, pues, no pasaron por el elenco,
sino por las limitaciones del coro y de la orquesta. Ello no puede
extrañar: el Teatro del Círculo no es un teatro de ópera con una
temporada oficial, por lo que no cuenta con cuerpos artísticos
estables, ni con talleres que puedan manufacturar sus propias
producciones escénicas, ni con un semillero de voces líricas
suficientemente cultivado. El
Coro Lírico “Pia Malagoli” cantó en forma admirable, pero no
deja de ser una empeñosa agrupación de aficionados; por supuesto, el
hecho de que se trate de casi cien aficionados hace que el elevado
número de coreutas supla, de alguna manera, a la escasa preparación
técnica de los integrantes del grupo. La
Orquesta de la Ópera de Rosario, más allá de su promisoria
denominación, es un conjunto escasamente efectivo, reunido
especialmente para la ocasión y constituído por apenas cuarenta
músicos (decididamente pocos para esta ópera: el pobre sonido de las
cuerdas nos recordó este hecho desde el primer compás y hasta el
final de la ópera). La sección más débil de este conjunto pareció
ser la de las maderas. No
ayudó demasiado la concertación de Luis Gorelik, maestro argentino
radicado en Israel y actualmente residente en Chile. Gorelik, que
viene construyéndose cierto prestigio como director de conciertos, no
alcanza a convencer como concertador operístico. Entiéndase bien, el
maestro logró redondear una versión bastante correcta; sin embargo,
faltó auténtico estilo verdiano, fraseo encendido, ritmo marcial y
esa peculiar sensibilidad musical que permite al director
“respirar” con el cantante. Gorelik
nos sorprendió con “tempi” excesivamente rápidos, que en
ocasiones ponían en riesgo la concertación del palco escénico con
el foso orquestal y, en todos los casos, dificultaban la articulación
del texto y la proyección de las frases por parte de los solistas
principales que – no lo olvidemos – estaban embarcados en un
“tour de force” no menor, pues tanto el barítono como la soprano
y el bajo deben lidiar con largas arias y enérgicos conjuntos,
escritos en tesituras endemoniadamente agudas. El
gesto de Gorelik, no siempre claro a la hora de llevar a buen puerto
algunos de los fragmentos musicalmente más complejos, tampoco supo
transmitir a la orquesta y al coro el enérgico pulso que Verdi
requiere a la hora de acompañar a los solistas en sus feroces
“cabalette di forza”. En fin, confesamos no sin alguna tristeza
que en más de un momento hubiéramos deseado tener a una batuta más
autorizada y avezada en el
repertorio lírico al frente de las huestes musicales de este
“Nabucco”. De
cualquier manera, se trató de un esfuerzo artístico más que
apreciable e indudablemente meritorio, del que sólo cabe lamentar que
sea aislado.
|