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TRIUNFO EN LA CUERDA FLOJASevilla, Teatro de la Maestranza. 11
y 12 de noviembre. XV Encuentro Internacional de Música de Cine.
Conciertos a cargo de Claude Bolling y Michael Nyman. Por Juan José Roldán Valdés. Lee su curriculum. La
historia de los Encuentros Internacionales de Música de Cine de
Sevilla ha estado plagada de incidencias y modificaciones. Pasó de
ser un forum de músicos y aficionados a las bandas sonoras donde,
acompañados de conciertos y proyecciones, discutir y aprender sobre
ese fascinante mundo capaz de combinar melómanos y cinéfilos, a
consistir en una mera sucesión de atractivos conciertos con algunos
de los más grandes compositores del celuloide. Vino luego a
denominarse Encuentros de Música Cinematográfica y Escénica, con el
fin de incluir conciertos dedicados a otras manifestaciones musicales
identificadas con el espectáculo, hasta llegar hoy a recuperar su temática
estrictamente cinematográfica, así como a ofrecer seminarios
dedicados a figuras o movimientos directamente relacionados con los
programas elegidos cada año. Éste
podía ser “grosso modo” el resumen de la trayectoria de quince años
de conciertos de cine en la capital andaluza. Recorrido que comenzó
en 1986 con Georges Delerue, para continuar luego en el 89 con
Morricone, y ya después puntualmente cada año con compositores como
Jerry Goldsmith, Elmer Bernstein, Gabriel Yared, Maurice Jarre, José
Nieto o Howard Shore dirigiendo su propia música. Esta
introducción nos será muy útil para comprender las dificultades y
sinsabores por los que han tenido que atravesar Carlos Colón y su
equipo organizador para hacer realidad este decimoquinto Encuentro.
Acostumbrados a contar en cada edición con al menos una figura de
primera categoría en el ámbito de las bandas sonoras, y con una
retrospectiva dedicada a algún compositor de cine clásico, como
Tiomkin, Steiner, Herrmann o Rózsa (este año se hablaba de Alfred
Newman y Victor Young), en la presente ocasión la falta de
presupuesto ha imposibilitado ambos objetivos. Tengamos en cuenta que
la puesta en pie de un concierto retrospectivo requiere la recuperación
de partituras casi perdidas y una formación orquestal de gran tamaño
-generalmente la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla-, y que todo eso
cuesta mucho dinero. Un
suicida Festival de Cine y Deporte planteado como experiencia faraónica
y orientado a servir como gran escaparate para el nombramiento de
Sevilla como capital de unos improbables Juegos Olímpicos, ha
absorbido todos los haberes de las arcas públicas, esas que nos
encargamos de engordar todos los contribuyentes y que nuestros
dirigentes tan mal administran. Como consecuencia inmediata los
Encuentros de música de cine de este año no se presentaban muy
felices, y desde luego el cartel no era ni con mucho atractivo. Pero
las osadías se pagan, y mientras el citado Festival ha constituido un
rotundo fracaso (lo que no impedirá que haya una segunda edición, ¡faltaría
más!), los Encuentros han confirmado que una afición se hace;
efectivamente, el público sevillano parece haberse aficionado al
sonido de la pantalla, y lo ha demostrado llenando el Teatro de la
Maestranza en sus dos ofertas de este año, a pesar de ese supuesto
poco atractivo programa doble. Y
es que traer al músico francés Claude Bolling, únicamente conocido
a escala mundial por ser el autor del pegadizo tema del film de
Jacques Deray Borsalino (protagonizado por Jean-Paul Belmondo y
Alain Delon) y cuya tímida incursión en Hollywood se limitó a la
comedia del recientemente desaparecido Herbert Ross California
Suite, y a Michael Nyman, que prácticamente visita nuestro país
cada año -a veces en varias ocasiones-, no parecía la mejor de las
bazas para mantener el certamen en pie. Se trataba de cubrir cuota y
esperar al próximo año a que las cosas fuesen mejor. Pero lo que en
principio parecía que no iba a despertar gran interés ni entusiasmo
acabó en todo lo contrario. No
recordábamos un concierto más divertido en los Encuentros desde el
que ofrecieran Paul Christ y la Orquesta London Arts en 1991, dedicado
a Gershwin y Leonard Bernstein. Entonces alguien me susurró que sólo
faltaban en el escenario Ginger Rogers y Fred Astaire deleitándonos
con unos pasos de baile. Algo parecido nos regaló Claude Bolling y su
magnífica Big Band de veteranos, competentes y simpáticos maestros,
que convirtieron el Maestranza en el Cotton Club, reproduciendo las
melodías de Duke Ellington inmortalizadas en el clásico de Francis
Coppola, más al estilo años 40 que propiamente el de los 30, pero
con alérgico ritmo y sentimiento. Versionaron standards como As
time goes by de Casablanca, Laura y Stormy
Weather con la estimulante y cálida voz de Fabienne Medina, así
como Singin’ in the Rain y Old Devil Moon (de El
valle del arco iris, precisamente de Coppola), con la entonada voz
de Marc Thomas. El
protagonista de la noche fue el Jazz (“del Cotton Club a los campos
Elíseos” era su leitmotiv),
si bien para ser rigurosos un programa en el que se hubieran incluido,
entre otras, partituras como Ascensor para el cadalso, Anatomía
de un asesinato o Blow Up, se habría ajustado mejor a la
propuesta, si bien se habría necesitado una formación más pura, con
menos swing y más “pureza”. Sin restarle méritos a los músicos
de Bolling, lo que se nos ofreció la noche del 11 de noviembre fue más
desenfadado y sin duda más espectacular. En algún momento incluso
parecieron recobrar vida leyendas como Gene Krupa, Harry James o Count
Basie -por ejemplo en el Sing, Sing, Sing (with a Swing) de Hollywood
Hotel-. El “pseudojazz” europeo llegó de la mano de Michel
Legrand (Las señoritas de Rochefort) y Francis Lai (Un
hombre y una mujer) además del propio Bolling y su Borsalino.
En definitiva, el jazz y el musical genuinamente americanos se dieron
la mano en un concierto que mereció la ovación de un público
enfervorizado al que se respondió con hasta cuatro bises. Menos
interesante resultó el concierto ofrecido por el cada vez más engreído
Michael Nyman (aún insiste en ser autor del término
“minimalismo” que tan bien define su música). Pero ya se sabe que
este señor cuenta con una buena plantilla de seguidores, así que se
consiguió llenar el teatro-auditorio. Eso sí, sólo con la afición
local, pues nadie se desplazó a Sevilla para gozar de uno de sus ídolos,
algo que en anteriores ocasiones y debido a lo insólito de los
invitados -Morricone, Goldsmith- sí ocurría (claro que hoy la afición
también puede desplazarse a Barcelona, donde parece haberse recogido
el testigo de esta iniciativa, seguramente por ser la ciudad de España
donde más amantes de la música de cine parece haber). Nyman ofreció en su primera parte una selección de bandas sonoras de corte romántico, que sustancialmente sonaban igual y eran perfectamente intercambiables. Nadie va a discutir que la música de Wonderland y The Claim de Michael Winterbottom, o El final del romance de Neil Jordan no sean partituras hermosas, pero sin duda son también monótonas, y en concierto la muestra acabó resultando algo lánguida y repetitiva. El piano, auténtico “best-seller” de las bandas sonoras, inauguró la segunda parte, cuyo protagonismo lo ostentó el director Peter Greenaway, con quien el compositor colaboró durante más de diez años. Es en las partituras para este director inglés donde el estilo Nyman se presenta más perceptible, donde su música para el cine y su música de concierto y escénica se confunden –la pasada temporada se representó precisamente en el Maestranza su ópera (¡!) Facing Goya, de la que él parece sentirse muy orgulloso-, es decir, donde trabaja con más libertad. Para sus composiciones románticas contó con el refuerzo de algunos miembros de la Orquesta de Cámara Andaluza, con Michael Thomas -antiguo líder del cuarteto Brodsky- al frente, mientras que para Greenaway (Los libros de Próspero, El contrato del dibujante, Conspiración de mujeres y el bis Zoo) se bastó con su habitual banda, que demostró sin duda su profesionalidad y virtuosismo, algo que también lució Nyman al piano. Lástima que el público no supiera muy bien cuándo aplaudir, debido a que de cada partitura se interpretó un número no especificado de temas, lo que produjo cierta sensación de pérdida entre quienes no conocían la obra del autor en profundidad. Entre lo interpretado se echó en falta Gattaca, sin duda una de las mejores incursiones del compositor en el cine (la selección la hizo personalmente el propio Nyman, sin admitir sugerencias, otra muestra de su “divismo”). Baste, por tanto, decir que los Encuentros han respondido, han convencido y han aprobado con nota la función de servir de puente para los del próximo año, que serán sin duda más acordes a lo que nos tienen acostumbrados y a la filosofía de esta cita.
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