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CINE Y MUSICA: STANLEY KUBRICK
(2) LA NARANJA MECÁNICA
Por Angel
Riego Cue. Lee su Curriculum.
En 1962 se publicó en
Inglaterra una novela que se convirtió en objeto de culto entre las
vanguardias "pop" de Londres en aquella época, pero cuya fama
mundial llegaría una década más tarde, al ser llevada al cine. Se
llamaba La naranja mecánica; su autor, Anthony Burgess, la había
escrito el año anterior junto a otras cuatro novelas, en un frenesí
creativo originado por la creencia de que padecía un tumor cerebral, y
debía dejar antes de morir una producción que le asegurase a su mujer
algún dinero en concepto de derechos de autor. Así puede explicarse el
tono casi teológico, del libro, una disertación sobre el libre albedrío
(tema muy grato a los autores católicos), la forma como es alterado por
el estado, la caída del ser humano y su posterior redención.
El tratamiento de tan espinosas cuestiones morales lo narró Burgess
mediante la historia de un adolescente de 14 años, llamado Alex DeLarge,
que campa a sus anchas por la ciudad con un grupo de "colegas",
robando, violando y asesinando a quien se le antoja. Será por fin
detenido por la policía y sometido a un tratamiento de
"condicionamiento" contra la violencia, que le hará sentir náuseas
por todo lo que recuerde a su actividad anterior, hasta el punto de
incapacitarle para repetirla. Pero con ello ha perdido la capacidad de
decisión, el libre albedrío, el condicionamiento ha hecho de él una máquina,
y el mensaje de Burgess es que este remedio es peor que la enfermedad, que
el privar al ser humano de su libertad de elección entre el bien y el mal
es mucho más terrible que el mal que pudiera elegir. Un tema este que
viene de muy antiguo, de cuando los teólogos discutían el problema del
Mal en el mundo: ¿Cómo Dios, si es infinitamente bueno, permite la
existencia del Mal? La respuesta habitual que se le daba era: Si no lo
permitiera sería arrancando la libertad de decisión humana, y eso sería
una tragedia mucho mayor que las desgracias que conlleva hacer uso de esa
libertad; algo que suele expresarse diciendo que vivimos en "el mejor
de los mundos posibles".
Para que su novela pareciera hablar al lector de cualquier época sobre un
posible futuro a no muy largo plazo, Burgess pensó en utilizar un
lenguaje que con paso del tiempo no sonara envejecido. De ahí la primera
característica que llama la atención de la obra, el uso de una jerga
especial que suena a "futurista", bautizada como "nadsat".
Un individuo era un "cheloveco", una chica era una "debochka"
o una "ptitsa", los amigos de Alex eran sus "drugos";
la cabeza era la "golova", la voz era la "golosa",
"rota" era boca, "ruca", mano y "noga",
pierna; los policías eran "militsos", el sacerdote era "chaplino"
y "Bogo" era Dios. La propia palabra "nasdat"
significa "adolescente". Burgess, que conocía media docena de
lenguas, se basó principalmente en el ruso para crear esta terminología
(hay excepciones, como "golova" que en el original es "gulliver",
por el libro de Swift), llegando a decir que la lectura ordenada de su
libro equivale a un curso de ruso cuidadosamente programado.
Una vez publicada la novela, Burgess se enteró de que el supuesto tumor
era en realidad una falsa alarma, y tendió a contemplar su libro como una
"obra de encargo"; no le importó que, a petición del editor,
se quitara el último capítulo, un "final feliz" donde Alex se
reinserta en la sociedad y elige libremente el bien. Esta supresión tendría
su importancia diez años más tarde, al rodarse la película, pues con
ese final no se habría visto en ella una apología del crimen. De
momento, la novela, tal y como quedó, se convirtió en un punto de
referencia de la cultura "pop" de la época: hubo incluso un
proyecto de llevarla el cine con el rockero Mick Jagger en el papel
protagonista, que se frustró por falta de tiempo libre del líder de los
Rolling Stones. Otro rockero, Elvis Costello, coleccionaba ejemplares de
la primera edición del libro y el batería de los Sex Pistols, Paul Cook,
llegó a decir que uno de los dos libros que había leído en su vida era La
naranja mecánica.
Kubrick estaba rodando su Dr. Strangelove en Londres cuando Terry
Southern, un escritor tejano que trabajaba en el guión de la película,
le pasó la novela, pensando que le podría interesar. La primera reación
de Kubrick sería de rechazo: "nadie entiende ese lenguaje". Sin
embargo, Southern estaba interesado en el proyecto, compró los derechos
de adaptación al cine y llegó a escribir un guión, que no encontró
financiación. Finalmente, vendería los derechos a su propio abogado, Si
Litvinoff (que fue quien intentaría rodarla con Mick Jagger); mientras
tanto, Kubrick rodaba 2001 y tras finalizarla se embarcaba en su
gran sueño frustrado, una película sobre Napoleón Bonaparte. Durante un
año, Kubrick contrató asesores históricos, envió a sus ayudantes a
recorrer Europa reuniendo material sobre Napoleón, llegó incluso a
escribir un guión completo que remitió a la Metro-Goldwyn-Meyer en 1969;
pero para entonces la MGM, en números rojos, estaba a punto de dejar de
producir películas y de lo que menos quería oír hablar era de otra
superproducción sobre Napoleón después del estrepitoso fracaso de
taquilla del Waterloo producido por Dino de Laurentiis y dirigido
por Sergei Bondarchuk.
Pero Kubrick estaba siempre atento a las nuevas tendencias, y una característica
que siempre le acompañaría sería el olfato comercial. En 1969 el éxito
de Easy Rider, de Dennis Hopper, había hecho atraído la atención
sobre el "cine para jóvenes": una película marginal, de escaso
presupuesto, que había costado solamente 400.000 dólares, recaudaba 16
millones. Pronto las grandes compañías percibieron el negocio que se abría
con más películas de ese género, y este factor disipó los escrúpulos
morales que pudieran surgir ante escenas de desnudos, sexo, violencia,
sacrilegio o protesta política. Por otro lado, el propio Kubrick, ya
cuarentón, sentía la necesidad de llegar a los jóvenes, de no ser
contemplado como un "dinosaurio" del cine; una figura, sí, muy
respetada pero que a la juventud no le dijera nada. De ahí que a finales
de 1969, Southern recibiera en Nueva York una llamada desde Londres: era
Kubrick que preguntaba: "¿Recuerdas aquel libro de Anthony Burgess
que me enseñaste?"
La contestación de Southern era que los derechos los tenía actualmente
Litvinoff; Kubrick le pidió que se enterara de por cuánto dinero los
pensaba vender, pero advirtiendo que se debía mantener el secreto de quién
era el interesado en ellos pues, si sospechaba que era Kubrick, subiría
el precio. Sin embargo, Litvinoff se enteró e hizo un negocio redondo,
vendiendo los derechos de la novela por 200.000 dólares más el 5% de los
beneficios. Esta cantidad sería pagada por la nueva compañía que producía
las películas de Kubrick tras la quiebra de MGM, es decir, la Warner
Communication.
El "matrimonio" entre Kubrick y la Warner se prolongaría el
resto de la vida del director, e incluiría cláusulas de las que prácticamente
no gozaba ningún cineasta del mundo, desde el 40% de los beneficios de
taquilla hasta el control total de la película, incluyendo el derecho a
retirarla de las pantallas si lo estimaba oportuno. Pero los comienzos
fueron más bien modestos: como se temía que las escenas previstas de
sexo y violencia harían que la película recibiera entonces la calificación
"X", lo que limitaría considerablemente la taquilla, la Warner
no quiso gastar en ella más de 2 millones de dólares. Y como 200.000 se
habían gastado ya en los derechos de la novela, hubo que ahorrar en el
resto: reparto, guión, etc.
En lugar de contratar a un guionista profesional, Kubrick optó por
"improvisar": les daba a leer a los actores el pasaje de la
novela que iban a rodar ese día y preguntaba "¿cómo lo haríais?"
Tras todo un día de ensayos y una toma única al final, Kubrick pasaba a
limpio el resultado final y eso era "el guión", que firmaba el
propio Kubrick. Aunque este método tenía ciertos peligros, era el que ya
había usado en 2001, y no cabe duda que el resultado final, en
el caso de la La naranja mecánica, fue brillante.
Ya el primer plano de la película ha dejado su huella en la iconografía
popular del siglo XX: la cara de Alex, con una pestaña postiza, mirándonos
con una expresión a medio camino entre la burla y la locura. La cámara
se va alejando y descubrimos, por lo que nos narra en "off" la
voz del propio Alex, que está en el "Bar Lácteo Korova", en
compañía de sus "drugos", Pete, Georgie y Dim (Lerdo), todos
ellos vestidos de blanco con sombrero y botas militares negras, y tomándose
todos su ración de "Leche Plus" (o "Moloco vellocet")
para disponerse a una sesión de ultraviolencia. Y la "ultraviolencia"
comienza cuando a la salida ven a un viejo mendigo borracho, cantando
canciones de su tierra irlandesa y lo apalean entre los cuatro. Poco después
se oyen gritos en el interior de un teatro abandonado: la banda rival de
Billyboy ha secuestrado a una mujer, la desnudan a la fuerza y se disponen
a violarla entre todos; pero aparecen Alex y sus "drugos"
buscando pelea, y con sus bastones derrotan a los secuaces de Billyboy, más
numerosos y armados con navajas, y los siguen apaleando hasta que deben
huir porque llega la policía.
No satisfechos aún, los "drugos" van a hacer una de sus
"visitas sopresa" a una casa de las afueras, con un letrero
luminoso que pone "Hogar". Allí vive con su mujer un escritor
que está tecleando su último libro. Un desconocido llama a la puerta
afirmando que su amigo está desangrándose y que necesita llamar a un médico.
Cuando les abren, es la banda de Alex que penetra en la casa, llevando
todos máscaras con narices al estilo Pinocho. Destrozan todo lo que
encuentran, violan a la mujer y propinan una paliza al escritor; mientras
le daba patadas a él y desgarraba el vestido de ella, Alex acompañaba su
"coreografía" entonando la canción Singin' in the Rain
(Cantando bajo la lluvia). Para terminar la jornada, vuelven al Korova
donde una mujer de unos cercanos estudios de TV se pone a cantar el Himno
a la Alegría, que pertenece a la música favorita de Alex, la Novena
Sinfonía de "Ludwig Van" (Beethoven). Ante la burla del
Lerdo, Alex le golpea; eso hace que estalle la primera fricción en el
grupo, debido a los métodos autoritarios de Alex.
Alex regresa a casa de sus padres a dormir, guarda el dinero
"recaudado" en el cajón de su mesita junto a su serpiente, y
para completar adecuadamente el día escucha un poco de la Novena
Sinfonía del "divino, divino, Ludwig Van". Con ella entra
en éxtasis (parece que además se ayuda masturbándose) y ve "imágenes
maravillosas", sangre, explosiones, asesinatos, etc. A la mañana
siguiente, su madre le llama para ir a clase, pero él alega que le duele
la cabeza; en realidad, no ha ido en toda la semana. Cuando por fin se
levanta a quien encuentra es al "Asesor Postcorrectivo" P. R.
Deltoid, un tutor que asigna el Estado a los jóvenes que hayan estado en
el reformatorio para intentar evitar que reincidan. Deltoid se muestra
"muy amigable" con Alex, llegando en sus toqueteos casi a la
insinuación, al tiempo que le dice que quiere lo mejor para él, que la
policía sospecha de él como causante de los incidentes de la noche
pasada, y que la próxima vez ya no irá a un correccional sino a la cárcel.
Alex hace protestas de inocencia. Cuando por fin se va Deltoid, Alex se
viste de mariscal de campo y acude a la tienda de discos a preguntar por
un encargo; allí encuentra a dos chicas lamiendo helados, a las que
invita a oír música en su casa. Las lleva a casa de sus padres y realiza
el acto sexual con ambas, una detrás de otra, una relación cuya
trivialidad está subrayada por el rodaje a cámara rápida. A su salida
de casa tras su "hazaña" ve que junto a la escalera le esperan
sus tres "drugos", que desean un cambio en las reglas de
jefatura. Se quejan de que Alex es muy autoritario, les da poco del
producto de sus robos (otras bandas en cambio "colocan" lo que
roban y obtienen pingües beneficios)... Alex les contesta que lo tienen
todo, si les gusta un coche lo roban, si les gusta una mujer la violan,
pueden sentirse los amos del mundo.
Pero algo se huele en el ambiente de una rebelión contra él, y decide
imponer su autoridad. Durante un paseo por el muelle, el sonido de una música
que sale por una ventana procedente de un "estéreo" (cadena de
música) le da la idea de atacar por sorpresa a los disidentes; Georgie y
el Lerdo acaban en el agua, este último con un navajazo en la mano que le
propina Alex "sin cortarle ningún cable importante". En otro
local como el Korova, ahora llamado "Duque de Nueva York", hacen
las paces. Alex piensa que todo líder debe saber cuándo ceder en algo
ante sus subordinados, y aprueba el proyecto de estos de asaltar, en otra
"visita sorpresa", a una mujer que vive aislada, con la sola
compañía de sus gatos. El truco para entrar es el mismo que en casa del
escritor, pero esta vez la mujer desconfía, no abre la puerta y llama a
la Policía, contando que las circunstancias son muy parecidas al caso que
ha aparecido en la prensa. Tanta precaución no basta, pues Alex trepa por
la pared y entra por una ventana mal cerrada; la mujer, de fuerte carácter,
al verle dentro presenta batalla empuñando un busto de Beethoven,
mientras que Alex enarbola una escultura de un pene gigante que ha
encontrado en esa habitación. Finalmente, Alex la mata estrellándole el
pene sobre la cabeza. Va a la puerta a abrir a sus "drugos",
pero se oyen las sirenas de la policía y sus compañeros le traicionan,
estrellándole una botella de leche en la cara, dejándole momentáneamente
ciego, e indefenso ante los "militsos".
En la comisaría, Alex es golpeado por los policías, para demostrarle que
ellos "conocen la ley pero también que la ley no basta". Se
enfrenta a los agentes, y le golpean aún más. Llega P.R. Deltoid y le
escupe. Finalmente, es condenado a 14 años de prisión. En la cárcel se
le hace pasar por los mismos trámites que a todo recién llegado, un
recuento de sus pertenencias con minuciosidad que llega a lo ridículo, un
interrogatorio al que debe contestar siempre añadiendo la palabra
"señor", un "examen rectal" por si padece rastros de
enfermedades venéreas y un tratamiento de despiojamiento. Se le asigna un
número.
La vida en la prisión le parece a Alex tiempo perdido, y solamente desea
poder salir cuanto antes. Se convierte en el "niño mimado" del
capellán, que lanza sermones a los presos afimando que ha tenido una visión
de lo que es el Infierno, y que es un pobre desgraciado el que se arriesga
a ir a ese sitio a cambio del poco beneficio que pueda lograr aquí,
argumento que no parece convencer a los reclusos. También recibe Alex
insinuaciones homosexuales de otro preso; todo ello le resulta asqueroso.
Los únicos buenos momentos en la prisión los pasa leyendo la Biblia por
indicación del capellán, que quiere regenerarlo; en realidad halla
muchas historias que le recuerdan sus fechorías pasadas: las guerras de
exterminio del Antiguo Testamento, los reyes de Israel rodeados de
concubinas, los soldados romanos azotando a Cristo (en todos estos
episodios se imagina participando él). Un día se entera de la existencia
de un tratamiento nuevo que le puede sacar de la cárcel, con la garantía
de no volver nunca más, y aprovecha la visita del nuevo Ministro del
Interior (decidido partidario de esas técnicas "modernas" pues
desea dejar sitio en la cárcel para presos políticos) para tener la osadía
de ofrecerse voluntario.
Dicho y hecho. Se le traslada de la cárcel al Centro Médico Ludovico,
donde tras aplicársele la técnica del mismo nombre, podrá quedar en
libertad a los 15 días (llevaba por entonces dos años preso). La "Técnica
Ludovico" consiste en inyectar a Alex una sustancia que al cabo de
cierto tiempo le provoca náuseas y espasmos horribles; como cuando le
lleguen va a estar viendo películas de apaleamientos, asesinatos,
violaciones, etc. su cerebro quedará afectado, "condicionado",
y relacionará estas acciones con la misma sensación que le produce la
droga, siendo incapaz de ejecutarlas. Para garantizar que la vista no se
aparte de la pantalla, se le mantienen sujetos los párpados (con pinzas
quirúrgicas) y la cabeza, para que no la pueda girar. No obstante, el
tratamiento le provoca también un "efecto colateral": al
ilustrar unas imágenes de Hitler en desfiles nazis y de Stukas y Panzer
en acción, como fondo suena la Novena de Beethoven; Alex se
revuelve diciendo que "Es pecado, no hay derecho a usar así al pobre
Ludwig Van, que nunca hizo mal a nadie", pero los doctores se niegan
a interrumpir el tratamiento. Por tanto, también queda condicionado
contra la Novena. El último día antes de su puesta en libertad
hay una demostración pública sobre un escenario, con asistencia del
Ministro y otras importantes personalidades: Alex se muestra incapaz de
responder ante los malos tratos de un provocador, al que termina lamiendo
la suela del zapato, y tampoco se le activa la "libido" ante una
mujer semidesnuda. La demostración es un éxito, con la única protesta
del capellán, que clama contra la violación del libre albedrío. La
prensa es unánime en sus elogios al nuevo sistema.
Una vez libre, Alex se dirige a casa de sus padres, pero allí se
encuentra con una desagradable sorpresa: otro joven, Joe, ha ocupado su
cuarto, en régimen de alquiler; para sus padres es más un hijo (su
"sustituto") que un huésped. Sus cosas han sido vendidas para
pagar las indemnizaciones que marca la ley, y su serpiente "ha
sufrido un accidente" y ha muerto. Alex decide irse de su casa, ya
nada le une a su familia. Paseando por el muelle parece acariciar la idea
de tirarse al agua, pero aún le espera un verdadero infierno. Un mendigo
se acerca y le pide una limosna; Alex le da una moneda, pero el mendigo
reconoce en él a uno de los que le apalearon, y lo lleva a golpes ante un
grupo de otros viejos mendigos, que se ensañan con él hasta que llega la
policía; pero esto no es sino otra etapa más de su calvario, pues en los
policías que se hacen cargo de él, Alex reconoce con horror a sus ex
"drugos" Georgie y el Lerdo: "dos jóvenes en edad de
trabajar que han encontrado trabajo". Ambos arrastran a Alex a un
descampado, y tras pegarle numerosas veces con sus porras, casi le ahogan
metiéndole la cabeza en un abrevadero.
Alex, abandonado en tan lastimoso estado, consigue a duras penas llegar a
una casa ante la que hay un letrero que pone "Hogar". Es la casa
del escritor al que en una ocasión anterior asaltaron él y su pandilla,
pero Alex inicialmente no se da cuenta, necesita urgentemente ayuda de
donde sea. El escritor, desde la paliza recibida ha quedado inválido y
vive ahora con un joven forzudo, Julian; su mujer murió. Es Julian quien
abre la puerta y ve a Alex medio muerto. Inicialmente, el escritor no
sospecha que es el mismo que le asaltó, pues en aquella ocasión iba
cubierto por una máscara. Sí reconoce en él a la víctima de la técnica
Ludovico que ha salido en la prensa, lo que le llena de esperanzas de
poder utilizarle políticamente para minar la popularidad del gobierno
ante las próximas elecciones, presentándolo como víctima de la tortura
policial. Ofrece a Alex comida y alojamiento, y telefonea a sus compañeros
de partido para comunicarles la baza que tiene en su poder, pero mientras
lo hace, Alex (que se está dando un baño) no tiene mejor idea que
ponerse a cantar Singin' in the Rain, con lo que el escritor se
da cuenta de a quién ha metido en casa. Llegan los "camaradas",
y Alex es obligado a beber vino con un somnífero. Se lo llevan en coche
hasta otra casa, y allí se despierta en una habitación escuchando la Novena
de Beethoven, reproducida en el piso de abajo a volumen ensordecedor
mediante un magnetofón. La sensación de angustia de Alex es tal que
intenta suicidarse tirándose por una ventana; eso es lo que quería el
grupo opositor, que se matara para conseguir titulares de prensa como
"El Gobierno empuja al suicidio a un joven".
Alex sale del trance con múltiples contusiones y huesos rotos, pero aún
vivo. En el hospital, con casi el cuerpo entero escayolado, recibe la
visita de sus padres, que admiten que fueron injustos con él y le
comunican que "Nuestro hogar es tuyo y sigue siéndolo"; luego
la de una psiquiatra, la Dra. Taylor, quien le enseña unos dibujos y le
pide que cuente la primera reacción que se le ocurra. Entre las
respuestas que da, y el sueño recurente que le cuenta a la doctora que ha
tenido (que le manipulaban dentro del cerebro) nos damos cuenta de que los
efectos de la técnica de Ludovico han sido eliminados en su estancia en
el hospital. Ahora ya vuelve a ser el Alex de antes. Y acto seguido recibe
una importante visita: nada menos que el Ministro del Interior. El
Ministro se presenta como su amigo, incluso se "rebaja" a darle
de comer en la boca como a un niño mimado. Le comunica que la gente que
quería hacerle daño (el escritor y sus amigos) han sido encerrados. Para
compensar las penalidades que ha sufrido Alex, el Gobierno le proporcionará
un empleo con un buen sueldo. Ahora bien, también ellos necesitan que
Alex les ayude a recuperarse en las encuestas, porque su caso ha influido
muy negativamente en la popularidad del Gobierno. Alex comprende los
oscuros intereses que mueven la política, y que él se ha convertido en
una pieza importante en los manejos de las altas esferas. De momento, el
Ministro necesita una foto junto a un Alex sonriente, y como muestra de
buena voluntad, le trae un regalo: una cadena de música donde está
sonando la Novena, que a Alex ya no le produce efectos negativos;
mientras los fotógrafos disparan sus flashes, Alex se imagina revolcándose
con una rubia en la arena ante los aplausos de aprobación de unos
encopetados ingleses victorianos ("el Sistema") que parecen
asistir a las carreras de Ascot. Es decir, podrá vivir a lo grande si se
integra dentro del Sistema en vez de enfrentarse a él; dentro podrá
hacer aquello por lo que le castigaban si lo hacía fuera. Su frase final
resume este descubrimiento de que el Sistema no es mejor que él:
"Estaba curado".
Debe hacerse alguna aclaración sobre el propio título de novela y película,
pues en esta última su significado no queda explicado. En lo que sigue,
nos basamos sólo en la novela. Burgess explicó que, en la jerga
londinense "cockney", la expresión "ser más raro que una
naranja mecánica" equivaldría a lo que nosotros diríamos "más
raro que un perro verde". De ahí se explica la reacción de extrañeza
de Alex, cuando entra con su pandilla en la casa del escritor y ve que está
escribiendo un libro titulado La naranja mecánica:
"Caramba, este es un título bastante glupo (=estúpido): ¿Quién oyó
hablar jamás de una naranja mecánica?" Y agarra las hojas ya
escritas, y lee que en ellas el autor se manifiesta en contra de imponer
al ser humano "leyes y condiciones sólo apropiadas para una creación
mecánica". Más tarde meditará sobre el significado de las palabras
de ese título, y cree llegar a comprenderlas. Ante el auditorio que
asiste a la "demostración" de la técnica de Ludovico, antes de
su puesta en libertad, Alex pronunciará (hablamos siempre de la novela)
las palabras: "¿Qué hay de mí? ¿Dónde entro en todo esto? ¿Soy
un animal, o un perro? ¿No soy más que una naranja mecánica?", y
los presentes mantendrán un minuto o dos de silencio.
Está claro con todo ello que "naranja mecánica" significa algo
como "ser humano forzado a comportarse como un robot".
En su segunda visita a la casa del escritor, Alex leerá otro pasaje del
libro que refuerza el símil "ser humano = fruta": "Según
parece, F. Alexander [el escritor] pensaba que todos crecemos en lo que él
llamaba el árbol del mundo, y el jardín del mundo, que el mismo Bogo o
Dios había plantado [...]" Y podríamos seguir con que, dentro de
las frutas, la naranja se considera a veces como el cítrico de sabor
digamos "dulce" o agradable, por oposición al limón que es el
"agrio" o desagradable. De hecho, basándose en ese símil, en
España son de todos conocidos los Premios Naranja y Limón que otorgan
los periodistas, concedidos respectivamente a quien haya sido más amable
y más desagradable en su trato con la prensa. Si partimos de la analogía
"naranja = dulce, agradable, amable" podríamos llegar a que una
"naranja mecánica" es alguien hecho amable a la fuerza, como el
propio Alex tras pasar por el método de Ludovico.
No acaban aquí, por supuesto, las interpretaciones que se han dado a tan
sugerente título, aunque las demás se alejen de la intención original
de Burgess. Así, en la época del estreno se dijo que una naranja con un
mecanismo por dentro no recordaba sino a una bomba de relojería, algo muy
propio de las actividades "terroristas" de la banda de Alex.
Como dato anecdótico, alguien tuvo la idea de llamar "naranja mecánica"
a la selección de fútbol de Holanda (que viste camiseta naranja) en
aquella época, cuando jugaba en ella Cruyff; al parecer, la mortífera
precisión con que perforaban la portería enemiga era comparable a la
contundencia con que actuaban Alex y sus "drugos".
Hoy en día tendemos a pensar que la característica más destacable de La
naranja mecánica es su violencia, pero ya vimos que el enfoque de la
novela de Burgess era otro, y además durante el rodaje no fue la
violencia lo que se cuidó especialmente, sino el "look" visual
futurista y fuertemente erótico, basado en el "pop art" de la
época (pensemos en un Andy Warhol). La "profecía visual" que
nos hacen las imágenes de la película es la de una época en la que el
arte erótico ha pasado a ser de consumo de masas, desde el pene gigante
que tiene en su casa la mujer de los gatos ("No toques eso", le
dice a Alex, "es una obra de arte muy valiosa") hasta los cuatro
Cristos desnudos danzantes que hay en la habitación de Alex, obras ambas
de dos escultores holandeses, los hermanos Makkink. O los numerosos
cuadros que adornan los interiores de las casas mostradas, también de
tema erótico, entre los que hay alguno de la propia esposa de Kubrick,
Christiane, una reconocida pintora. O el mismo decorado del bar Korova,
donde las mesas son estatuas de mujeres desnudas a cuatro patas y boca
arriba, obra de la escultora Liz Jones, que en 2001 había diseñado
la figura del Hijo de las Estrellas. Asimismo, como grifos se utilizaban
esculturas de mujeres arrodilladas que manaban Leche Plus por los pezones
(por cierto, la leche -auténtica- se cuajaba con el calor de los focos y
había que cambiarla cada hora). En realidad, Kubrick deseaba utilizar los
diseños del artista "pop" Allen Jones (las mesas eran mujeres
con indumentaria sadomasoquista, a cuatro patas y boca abajo), pero no
pudo llegar a un acuerdo económico con él.
La mitificación del erotismo, y por tanto de la juventud, que vemos en la
película no se refleja sólo en los decorados, se supone que refleja la
mentalidad de los personajes, y por tanto tiene repercusión en su
indumentaria: por un lado los bragueros que llevan los "drugos"
de Alex, con penes tan destacados, por otro lado vemos a la madre de Alex
(que tiene el aspecto de una venerable abuela) vestida como una jovencita,
con minifalda de cuero y botas, todo en colores chillones; recordemos que
el "look" visual quiere ser una "profecía" de lo que
nos aguardaba: al verla así vestida, ¿cómo no acordarse de tantas
operaciones de "lifting" e implantes de silicona como se hacen
hoy en día, explicadas por la obsesión de parecer más joven o
sexualmente más atractiva? Asimismo, la imaginería erótica popular
convive con las grandes obras de arte del pasado, cuyo destino en la
sociedad anunciada en la película es poco menos que servir de
"florero decorativo", como un objeto de consumo más, como
ocurre con el comienzo de la Quinta de Beethoven, degradada hasta
servir como sonido de un timbre en la casa del escritor.
Toda la película está llena de la imaginación sexual de Kubrick, que
dio rienda suelta a sus fantasías eróticas, entre las que destaca una
constante atención a los pechos femeninos: la chica que desnuda e intenta
violar la pandilla de Billyboy; la mujer del escritor, también desnudada
y violada; las dos chicas de la tienda de discos, a las que Alex se lleva
al catre; las concubinas que rodean a Alex cuando él se ve como un Rey bíblico
de Israel; la mujer sometida a una violación múltiple en una de las películas
del "tratamiento Ludovico"; la modelo que aparece en la
demostración final del tratamiento para probar la impotencia de Alex; la
misma enfermera que le cuida en el hospital, que se ve con un médico tras
un biombo; o la rubia "explosiva" de su fantasía final. Una
buena ración de desnudo femenino, que nos hace creer al director de
"casting" cuando contaba que Kubrick pedía a todas las actrices
de Londres que acudieran a una prueba que consistía en "enseñar las
tetas" (al parecer no se pedía otra cosa para salir en la película,
sólo tenerlas de buen ver). Por otra parte, también vemos a Alex desnudo
y acosado homosexualmente. Y el fetichismo, por supuesto, que no falte: la
mujer del escritor, violada mientras sólo le quedan puestos unos
calcetines rojos (el resto de ropa se lo han arrancado), las dos chicas de
la tienda de discos, que llevan tan sólo unas botas mientras Alex les
hace el amor, la rubia de la fantasía final de Alex llevando guantes
largos, medias y una gargantilla...
En cuanto a la violencia de la película, si hemos de creer lo que
declararon los participantes en el rodaje, ninguno pensó que fuera mayor
que lo que se podía encontrar en el cine de aquella época: casi simultáneamente
al estreno de la La naranja mecánica, se estrenaba Perros de
paja de Sam Peckinpah, bastante más violenta. Cierto es que la
novela original contenía escenas como la de la violación de la mujer del
escritor, que por cierto estaba basada en un episodio de la vida del
propio Burgess (su mujer fue violada en Londres durante la Segunda Guerra
Mundial por soldados norteamericanos, mientras él servía en Gibraltar),
aunque Burgess no veía con buenos ojos convertir su novela en una película
de desnudos; paradójicamente, gracias al film se convirtió en su novela
más conocida e influyente, y sobre la que le invitaban a dar conferencias
en todo el mundo, convirtiéndose poco menos que en el embajador de la película,
mientras el sedentario Kubrick, según expresión de Burgess, "se
quedaba en su mansión limándose las uñas". En uno de estos viajes,
contó que entró a verla en un cine de Nueva York, y que el público
estba lleno de negros que se ponían en pie y jaleaban a Alex sus acciones
con frases como "¡Vamos, tío!". De hecho, la acusación que la
película recibió nada más estrenarse era que "fomentaba la
delincuencia", naciendo así una leyenda injustificada que aún
perdura.
Resulta curioso establecer paralelismos entre La naranja mecánica
y la película anterior de Kubrick, 2001, más allá del detalle
humorístico de que en la tienda de discos que visita Alex se halla a la
venta el disco de la banda sonora de 2001; como dijo Adrienne
Corri, que interpretaba a la mujer del escritor, con su película anterior
Kubrick había mostrado lo que podríamos llegar a ser, y con esta lo que
realmente somos; el argumento de La naranja mecánica bien podría
haberse titulado también 2001, refiriéndose a cómo se viviría
el 2001 aquí en la Tierra, y no en el espacio. De hecho, en ese aspecto
el mensaje de la película parece claro, aquí abajo no hemos ido mucho más
allá del estado de simios: véase la escena del ataque al borracho,
cuando las figuras de los "drugos" armados con bastones
recuerdan inevitablemente a los monos de 2001 compitiendo por el
agua; o la salvaje expresión, simiesca, de Alex cuando ofrece la mano al
Lerdo para salir del agua y en realidad le da un navajazo.
Como hemos dicho, no estaba el presupuesto de la película para contratar
en el reparto a grandes figuras, pero sí hay que destacar la labor de
algunos actores sin los que La naranja mecánica no sería lo que
es, y el primero de todos ellos el protagonista, Malcolm McDowell, en el
papel de Alex DeLarge. El propio Kubrick declaró que si McDowell no
hubiera estado disponible, posiblemente no hubiera hecho la película. El
actor, a pesar de que su edad doblaba a la del Alex de la novela y de lo
extraño que se nos hace el que su madre lo llame para ir a la escuela,
llevó a cabo una interpretación perfectamente adaptada a lo que requería
su personaje, aunque tal vez sus limitacones interpretativas en otros
registros distintos hayan hecho que su carrera posterior no llegara a
despuntar, recordándosele hoy sobre todo, aparte de la Naranja,
por su papel protagonista en el Calígula (1979) de Tinto Brass.
Durante el rodaje conservó una buena amistad con Kubrick, a pesar de las
penalidades que el director le hizo pasar: perdió temporalmente la visión
de un ojo durante el rodaje del "tratamiento Ludovico", se rompió
unas costillas durante la escena de la "desmostración final" de
la eficacia del método, cuando un matón le golpea y él debe lamerle el
zapato; casi se ahoga de verdad en el abrevadero a donde le llevan los dos
policías "ex-drugos"; por último, Kubrick le trajo una
serpiente para que la guardara en el cajón de su mesita sabiendo que a
McDowell le aterrorizaban estos reptiles.
El resto del reparto estaba constituido por sólidos actores de carácter,
de lo mejor del cine británico. Habría que destacar, al menos, a Patrick
Magee como el escritor "Frank Alexander", a Michael Bates (que
hizo un papel similar en Frenesí de Hitchcock) como un perfecto
policía de la cárcel, a Anthony Sharp como impecable ministro típicamente
"tory" o a Paul Farrell como el mendigo, en su penúltima
aparición en pantalla antes de morir. Magee y Sharp volverían a aparecer
en Barry Lyndon, la siguiente película de Kubrick. En general,
sus personajes nos aparecen como caricaturas, debido al gusto de Kubrick
por la exageración y los rostros desencajados, histriónicos: obsérvese
el rostro de Farrell al increpar a la pandilla de Alex o de Magee al
descubrir que Alex es el violador de su mujer.
El escaso presupusto disponible, que tampoco permitía resonorizar la película
en estudio, hizo que se grabara el sonido directo mediante "micrófonos
de solapa". La mayoría de los escenarios se aprovecharon de
edificios realmente existentes, y sólo fue necesario construir cuatro
decorados: el bar Korova, la sala de admisión de la cárcel, el vestíbulo
de la casa del escritor, y su cuarto de baño; se utilizaron lentes lo
bastante rápidas y anchas como para poder rodar en interiores de
viviendas normales. Luego, el Centro Médico Ludovico era la Universidad
Brunel de Londres (luego llamada Universidad del Oeste), la tienda de
discos a donde acude Alex era el American Drugstore de King's Road,
Chelsea, etc. Para seleccionar lo que les interesaba, Kubrick compró
ejemplares atrasados de revistas de arquitectura de los últimos 10 años.
La fotografía (espléndido trabajo de John Alcott) se realizó con cámaras
ligeras y fáciles de transportar, de las que una de ellas (de 1.000
libras esterlinas) sería destruida tirándola por una ventana, para
filmar de modo "realista" el intento de suicidio de Alex.
La música de La naranja mecánica es en su mayoría música clásica,
correspondiendo a los gustos de Alex, aunque hay una variación importante
con la novela, puesto que todas las obras que se mencionan allí (de
autores reales o imaginarios) se han condensado, por razones de
"economía dramática" en solamente la Novena de
Beethoven: todo un guiño irónico a la idea de que "escuchar música
le hace a uno mejor persona", y especialmente con un canto a la
fraternidad humana como es la Novena Sinfonía. En la novela, lo
que canta la mujer en el Korova es "un fragmento de la ópera Das
Bettzeug de Friedrich Gitterfenster" (?); lo que elige Alex para
escuchar por placer tras el asalto a la casa del escritor son tres obras,
"el nuevo Concierto para violín del norteamericano Geoffrey
Plautus" (?), la Sinfonía Júpiter de Mozart y un Concierto
de Brandenburgo de Bach; lo que suena como fondo en las películas
nazis que le hacen ver con motivo de su "tratamiento" es el
final de la Quinta Sinfonía de Beethoven; lo que el escritor y
sus "camaradas" utilizan para empujarle al suicidio es "la Tercera
Sinfonía del danés Otto Skadeling" (?)... Todas estas músicas
son sustituidas por la Novena, en la que novela y película sólo
coinciden en la escena final, cuando el Ministro le regala el "estéreo".
También en la novela el condicionamiento de Alex es contra toda la música
que le gusta, no sólo contra la Novena.
Para representar el ambiente "pop" y "psicodélico",
incluso "hortera" si se quiere, de la época supuestamente
futura en la que se desarrolla la acción (que, como hemos dich,o
trivializa la función que tuvieron en el pasado las obras de arte) muchas
veces la música clásica aparece en versiones "adaptadas" para
sintetizador por el compositor "pop" Walter Carlos, quien más
tarde se cambiaría de sexo y por tanto de nombre, pasando a llamarse
Wendy Carlos, y que era conocido por entonces como autor del álbum Switched
on Bach. De hecho la música que más veces se escucha en el film es
un arreglo de W.C. (llamémosle así sin que estas iniciales quieran
encerrar una segunda intención sobre su calidad) sobre la Marcha de la Música
para el funeral de la reina Mary de Purcell, apareciendo como motivo
recurrente de la historia que nos narra Alex: suena en los créditos
iniciales y en la primera escena del bar Korova, en la fechoría en casa
del escritor (después de acabar de cantar el Singin' in the Rain)
y posterior retorno al Korova, en el retorno de Alex a su casa tras la
"agitada noche"... Más tarde, en el momento de la aparición de
la mujer semidesnuda durante la "demostración pública" de la
eficacia del método Ludovico, luego cuando le arrastran al campo sus
ex-amigos (ahora convertidos en policías) para apalearle, o cuando sus
padres le visitan en el hospital.
Otro arreglo de W.C. utilizado es la llamada "Beethoviana",
sobre el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven,
que comienza en la marcha que precede a la entrada del tenor, "Froh,
wie seine". Se escucha en la visita de Alex a la tienda de discos,
donde "ligará" con las dos jovencitas que lamen helados, y en
el documental sobre el nazismo que le proyectan durante su tratamiento.
También suena "arreglado" por W.C. el 2º movimiento de esta
misma obra (Molto Vivace, aunque muchas veces se le conoce como Scherzo)
cuando se lo hacen escuchar los "conspiradores" izquierdistas
para inducirle al suicidio. El último arreglo de W.C. es el final de la
Obertura de Guillermo Tell de Rossini, que acompaña a la orgía
con las dos jovencitas, filmada a cámara rápida. Además de todos estos
"arreglos" hay una composición original de W.C. llamada Time
steps (Los Pasos del Tiempo), escrita expresamente para la película
a partir de conocer la novela, y que tras ser ofrecida a Kubrick, se
incluiría en la escena donde Alex comienza su tratamiento con imágenes
violentas.
La música clásica no sólo suena en La naranja mecánica en
versiones "arregladas", también en versión
"original" escuchamos varias piezas. Entre ellas vuelve a estar
la propia Novena de Beethoven, con cuyo segundo movimiento
"original" se deleita el protagonista al llegar a su casa la
misma noche que atacó al escritor y a su mujer, y cuya Coda final se oye
como cierre de la película, antes de los créditos finales (que se
dedican al Singin' in the Rain), en el momento en que entra en el
hospital el regalo del Ministro, una cadena de música, llegan los fotógrafos
y Alex se imagina tirándose a la rubia con el beneplácito de la sociedad
biempensante. Junto a la Novena, si hay otra música clásica (en
"versión original", se entiende) que se asocie con el film es
sin duda la Obertura de La gazza ladra de Rossini, que ilustra
musicalmente la aplicación de la "ultraviolencia" , tanto en el
combate del principio de los "drugos" de Alex con la banda de
Billyboy, como en el momento en que Alex se pelea con sus compañeros en
el muelle (inspirado por "una música que salía de un estéreo")
y en el posterior ataque a "la mujer de los gatos", que también
implica una lucha, escultura de pene contra busto de Beethoven. Una música
que parece sugerir que los combates poseen una estética comparable a la
de una coreografía de ballet.
Sin llegar a tener un papel tan destacado en el film, hay que mencionar
también las Marchas de Pompa y circunstancia de Elgar, símbolo
aquí del sistema policial británico (la nº 1 suena cuando el Ministro
llega de visita a la prisión; la nº 4 cuando Alex es trasladado al
Centro Ludovico); la propia Obertura de Guillermo Tell, cuya
parte final dijimos que sonaba "arreglada" durante la "orgía
rápida", pero cuyo elegíaco comienzo suena en "versión
original" al verse las primeras imágenes de la cárcel (una vista aérea)
y durante la tensa conversación que desarrolla Alex con sus padres de
vuelta a casa tras su liberación; por último, y sin que siquiera
aparezca en los créditos, durante la evocación de escenas bíblicas por
Alex en la cárcel, oímos el comienzo de Sheherezade de Rimsky-Korsakov.
Tiene su cierta importancia hablar de las interpretaciones elegidas para
todas estas obras. En los créditos finales se nos informa tan sólo de
que las marchas de Elgar están dirigidas por Marcus Dods, y que las
piezas de Bethoven y Rossini proceden "de grabaciones de la Deutsche
Grammophon". En el caso de Rossini parece claro que la única
posibilidad es que se haya utilizado el disco de Oberturas que grabó
Karajan con la Filarmónica de Berlín; algo lógico, pues las versiones
de Así habló Zarathustra y El Danubio Azul que suenan
en 2001 son también de Karajan. Sin embargo, para la Novena
había más posibilidades y, curiosamente, aquí no fue Karajan el
elegido. En el momento en que Alex introduce en su "estéreo"
una especie de cassette con la etiqueta de la Deutsche Grammophon, vemos
en la carátula que la interpretación es la dirigida por Ferenc Fricsay;
todo un detalle de buen gusto al elegir esta versión, la preferida de
quien esto escribe entre las grabadas en estéreo.
Y hay también más música "no clásica" que también cumple en
el film un papel importante, de la que por supuesto la más recordada es Singin'
in the Rain (Cantando bajo la lluvia), la famosísima canción de
Arthur Freed y Nacio Herb Brown escrita originalmente para el film Hollywood
Revue of 1929 pero que hoy se asocia universalmente con la película
del mismo título que la canción, dirigida en 1956 por Stanley Donen y
protagonizada por Gene Kelly y Debbie Reynolds. La elección de esa música
fue algo totalmente inesperado: al rodar (o "improvisar") la
escena del apaleamiento del escritor y la violación de su mujer, Kubrick
sopesaba la posibilidad de hacerlo en silencio o con palabras. Se le
ocurrió preguntar a Malcolm McDowell: "¿Sabes cantar?" Y él
le contestó: "Sólo sé una canción". Y empezó a cantar:
"I'm singin' in the rain..." En esto Kubrick se levantó y
abandonó bruscamente la habitación. Volvió una hora más tarde. Había
llamado a la Warner para que consiguieran los derechos de la canción.
También había llamado a Stanley Donen, entonces en Londres, para
preguntarle si tenía alguna objeción que hacer al nuevo uso de la canción,
a lo que Donen no se opuso. El modo de anunciarlo fue típico del humor de
Kubrick: dijo a Adrienne Corri, "Tú haces el papel de Debbie
Reynolds". En la película, Alex canta dos veces Singin' in the
Rain, como se ha dicho, en sus dos visitas a la casa del escritor
(raro que en toda la película no se le ocurra cantarla más que en el
momento más inoportuno, cuando le pueden reconocer). Además, en los títulos
de crédito finales, suena cantada por Gene Kelly en la versión de la película
de Donen.
La mayor rareza de la banda sonora de este film son dos piezas del grupo
norteamericano "Sunforest", que Kubrick había oído en la radio
y le dio por incluir. De Terry Tucker es la Obertura al sol, una
pieza instrumental que suena totalmente a danza del Renacimiento, y que
ilustra la primera "actuación" en el show montado para mostrar
la eficacia del método Ludovico: la del matón que provoca a Alex y le
obliga a lamerle la suela del zapato. Por su parte, la canción Quiero
casarme con un farero (I want to marry a lighthouse keeper),
compuesta e interpretada por Erika Eigen, suena cuando Alex regresa a casa
de sus padres tras su puesta en libertad, sin saber lo que va a encontrar
allí. No es necesario decir que tras este único momento de gloria, el
conjunto Sunforest volvió a sumirse en el anonimato. Para terminar con la
música utilizada, digamos que incluso tienen su importancia en la acción
las cosas que cantan, o canturrean, los personajes en distintos momentos:
el Himno a la alegría que canta una mujer en el bar Korova
(tantas veces como sale la Novena de Beethoven, y este tema sólo
se escucha aquí); Molly Malone, la famosa canción irlandesa que
los "drugos" escuchan cantar al mendigo borracho; o I was a
wandering sheep (Yo era una oveja errante) con música tomada del Líbano
(1855) de John Zundel y letra de Horatius Bonar, que es la elegida como
"Himno 258 del devocionario del prisionero" para insuflar
valores cristianos a los reclusos.
Hoy en día, lo que más perjudica a la comprensión de La naranja mecánica
es la leyenda creada en torno a ella. Al poco tiempo del estreno, se
multiplicaron las denuncias de incitación a la delincuencia: este
asesinato o aquella violación eran atribuidos a jóvenes influidos por la
película que previamente (se suponía) habían visto. El asunto ocupó
bastante espacio en la prensa y la televisión de la época, llegando
incluso al Parlamento británico y a las argumentaciones ante los
tribunales, en los juicios por estos delitos. La Warner en el fondo estaba
encantada, pues todo ello suponía publicidad gratuita para la película y
aumentaba el morbo por ir a verla, aunque el propio Kubrick decidió
finalmente hacer uso de las prerrogativas de su contrato y retirarla de la
circulación, sin cederla ni para festivales, una vez acabado su tiempo
normal de exhibición. Así se agrandaba el mito. No es extraño,
entonces, que cuando hace algo más de una década Kubrick volvió a
permitir las exhibiciones de su película, los comentarios que más se
escucharan fueran "Pues no había para tanto", "Pues no
tiene tanta violencia como decían"... Por lo que llevamos dicho,
quienes hablan así sólo conocen la leyenda de La naranja mecánica,
pero no la finalidad con la que fue hecha.
Lo que nos resulta turbador en la película de Kubrick no es que haya más
escenas de violencia o menos; comienza por su ambigüedad moral frente al
Mal. Estamos acostumbrados, por un "reflejo condicionado" como
los creados por el tratamiento de Ludovico, a identificarnos con los
protagonistas de las películas, y más si son jóvenes y guapos;
Hollywwod nos ha acostumbrado en este sentido. ¿Pero qué sucede si ese
protagonista es un criminal? Entonces comenzamos a sentir la fascinación
del crimen, vemos que el cometer un crimen puede ser un acto que dé
placer. Ahí Kubrick se aparta de la violencia en las películas de
Peckinpah, donde los protagonistas son siempre seres humanos empujados a
matar por las circunstancias de la vida; más bien su único precedente
conocido sería el Monsieur Verdoux de Chaplin.
Un factor que pudo desencadenar el rechazo que aún hoy pesa sobre esta
película es que pulverizó el mito de "Kubrick, intelectual de
izquierdas". Parecía indudable el izquierdismo del autor de la
antimilitarista Senderos de gloria, de esa sátira contra el Pentágono
y la Guerra Fría que es Dr. Strangelove o de ese inolvidable Espartaco,
que tan magistralmente ha simbolizado la lucha de todas las épocas entre
la clase trabajadora y sus explotadores. La realidad, como siempre, era
muy otra. Espartaco era un proyecto al que Kubrick se incorporó
con el guión ya terminado, que inicialmente iba a dirigir Anthony Mann,
despedido tras una semana de rodaje. Sobre su pretendido
"antimilitarismo", que no es sino realismo frío e implacable,
Kubrick a menudo declaró que los personajes siniestros y tortuosos como
los generales de Senderos de gloria le parecían infinitamente más
interesantes que los "chicos buenos", y todos los que trabajaron
con él afirmaban que, en el caso de no ser Kubrick director de cine, el
oficio que mejor le sentaría era el de general.
Estamos acostumbrados a oír de los pensadores de la izquierda que las
causas de los delitos están en la miseria, las injusticias, etc.
Solucionemos estas y se terminará la violencia. Algo así se ha escuchado
hace poco a raíz de los atentados de Nueva York. Una mentalidad así de
limitada es la que demuestra P.R. Deltoid (antes de beber de un vaso de
agua sin advertir una dentadura postiza en su interior): tienes una casa,
unos padres que te quieren... ¿por qué lo haces? En cambio, la reflexión
que sobre las causas de la delincuencia hace La naranja mecánica
tenía por fuerza que levantar ampollas: Alex no roba, viola y mata como
protesta por alguna injusticia previa, sino por puro placer, así de
simple. Esta idea está anatemizada como típicamente conservadora: si es
así, no hay ninguna injusticia que remediar, puede dejarse todo como está,
sólo hay que reprimir.
Si esto es lo que se puede leer entre líneas sobre la izquierda digamos
"moderada", mucho peor parada resulta la extrema izquierda,
simbolizada en el escritor y sus "camaradas" cuya falta de escrúpulos
para conseguir sus fines llega hasta buscar la muerte de Alex para hacer
caer al gobierno (y así el escritor se vengará de lo que le hizo). Un
fanatismo casi religioso que no se detiene ante nada, que nos recuerda la
típica frase "Toda revolución necesita muertos".
No por ello la visión del gobierno, que se supone conservador, es
precisamente idílica, todo lo contrario: el mensaje que se nos da es que
en cualquier estado democrático la tentación totalitaria está ahí, a
la vuelta de la esquina, y que todo el que ocupa el poder quiere controlar
la vida de los demás: una profecía que treinta años después del
estreno del film parece que va camino de cumplirse, a la vista de las
nuevas leyes que surgen para luchar contra el terrorismo tras los
atentados del pasado 11 de septiembre. Sólo que según la visión
pesimista de Burgess y de Kubrick, los que supuestamente deberían luchar
contra ese intento son peores aún que aquello contra lo que luchan.
Por lo expuesto hasta aquí, tal vez a nadie le sorprenda que a veces se
escuche hablar de La naranja mecánica como "una película
fascista". Recuerdo ahora mismo una crítica en un diario madrileño,
con motivo de su última reposición, que la definía de este modo antes
de otorgarle una calificación de cero sobre cinco (el nombre del
esclarecido crítico que firmó eso no hace ahora al caso). ¿Ha dado
realmente Kubrick algún motivo para este calificativo? El cineasta declaró
en alguna ocasión que compartía la fascinación que tanta gente sentía
por el período nazi y su maldad, y llegó a pensar en llevar al cine la
vida de Albert Speer, el arquitecto personal de Hitler; un proyecto
desechado quizás por la mala imagen que daría ver a un judío como
Kubrick metido en eso, aunque después de todo el mismo personaje de Alex
tiene muchos puntos en común con los nazis, comenzando por su gusto por
la música (la Novena de Beethoven era la obra favorita de Hitler
y a menudo se la hacía interpretar en su cumpleaños). La misma
presentación de la violencia como algo que tiene su estética (peleas al
compás de la música de Rossini) nos puede traer a la memoria a
escritores de la época fascista o nazi. Por otro lado, Brian Aldiss, que
trabajó con Kubrick durante la preparación de Inteligencia
Artificial, le recuerda a menudo contando chistes racistas.
Ciertamente, si algo hubiera en este sentido, sería bien ocultado por una
persona tan preocupda siempre por las relaciones públicas como Kubrick.
De hecho, en una ocasión en que un crítico norteamericano insinuó algo
en ese sentido sobre La naranja mecánica ("un liberal podría
reconocer la voz del fascismo"), Kubrick contraatacó con citas de
libros como el Génesis Africano de Robert Ardrey, El
fantasma en la máquina de Arthur Koestler, y las Confesiones
de Rousseau. Por lo que sabemos, Kubrick se consideraba un mero observador
de la realidad, señalando los problemas sin proponer ninguna solución
concreta, y muchísimo menos una solución consistente en regímenes políticos
de corte fascista, y de ahí que ese calificativo no se le deba aplicar. La
naranja mecánica, en fin, aunque no sea la mejor película de
Kubrick es, por lo que hemos expuesto, la más personal de las suyas, y es
una obra de visionado imprescindible para reflexionar sobre nuestra
sociedad.
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