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DANIEL
BARENBOIM:
UNA SEMBLANZA DISCOGRÁFICA
Por
Fernando López Vargas-Machuca.
Lee su curriculum.
No
cabe duda de que Daniel Barenboim (Buenos Aires, 1942) está de moda en
España. Aún tenemos recientes sus intervenciones en Festival de Verano
del Teatro Real, que han suscitado entre la crítica -con alguna
previsible excepción- un entusiasmo aún superior al de las dos
anteriores temporadas. Estas actuaciones han venido acompañadas de un
importantísimo descuento (que podía llegar al 60%) de su catálogo
disponible en Warner, esto es, Teldec y Erato, lo que ha hecho que muchos
aficionados se lanzaran a por su discografía. A esto hay que sumar la
llegada a tierras andaluzas de la
cuarta edición de su West Eastern Divan, proyecto de
colaboración anual entre jóvenes músicos israelíes y palestinos del
que es cabeza visible junto con el candidato a Premio Nóbel de la Paz
Edward W. Said.
El
maestro llegará al antiguo seminario de la localidad aljarafeña de Pilas
a mediados de agosto, para preparar junto a estos jóvenes músicos (a los
que se sumarán marroquíes y andaluces, otorgando así
mayor significación al evento) la Leonora III, el Concierto
para tres pianos de Mozart y la Quinta Sinfonía de Beethoven,
páginas que ofrecerán primero en Ronda, luego en el Teatro de la
Maestranza de Sevilla (sábado 24), y finalmente en Lübeck y Berlín.
Un proyecto
sin duda admirable desde el punto de vista musical y desde el político,
que se podría repetir en Andalucía los próximos cuatro años si se
alcanza ahora suficiente éxito y apoyo.
Pues
bien, dada la actualidad de la figura de Daniel Barenboim vamos a realizar
un repaso por su ingente legado discográfico que pueda servir de
orientación a quienes se estén empezando a introducir en el conocimiento
de esta relevante figura del piano y la dirección musical. Relevante y
controvertida, toda vez que su modus operandi puede no ser del gusto de
algunos. Éste
se
distingue por su intensidad dramática y su radical -mas no caprichosa-
subjetividad.
Su
sonido (orquestal o pianístico) empastado, denso y profundo, “germánico”
si se quiere, no ofrece concesiones al hedonismo. Sus interpretaciones,
tensas y rebeldes, se encuentran con frecuencia al borde del abismo
emocional, hasta tal punto que la perfección técnica o la propiedad
estilística pueden verse arrolladas por la furia no siempre controlada
-sobre todo en directo- de los sentimientos De esta manera, quienes
busquen en la música pasar ratos placenteros, degustando plena belleza
formal dentro de un saludable equilibro emocional, podrán no sentirse cómodos
ante el universo sonoro de Barenboim. Preferirán a pianistas como la
Pires o a directores como el Abbado de hoy, por ejemplo.
Por
el contrario, quienes deseamos dejarnos llevar por el torbellino de la
emoción, por agria y terrible que ésta pueda ser, reflexionar sobre la
existencia desde la angustia y la desesperación si es necesario, le
consideramos insuperable -aun contando con inevitables irregularidades- a
la hora de profundizar en un repertorio extraordinariamente amplio, trátese
de Mozart, Brahms, Wagner, Schönberg o Berio.
Realizada
esta
reflexión previa, necesaria para advertir al lector de la postura que
adoptamos a la hora de valorar al artista, pasamos a relacionar los
principales hitos de su discografía. Para ello vamos a dividir su
trayectoria en cuatro etapas.
Los
años de EMI
Es
decir, sus primeras grabaciones importantes, realizadas en la segunda
mitad de los sesenta y buena parte de los setenta. Aunque no estén aquí
sus más geniales logros, los registros realizados para el sello británico
por el por entonces jovencísimo artista son aún los que despiertan con
mayor unanimidad la admiración de la crítica. De hecho, hasta los
antibarenboinianos más furibundos reconocen el carácter referencial de
su primera integral de las Sonatas de Beethoven, o de los Conciertos
para piano del mismo autor bajo la dirección de Klemperer, por no
hablar de las Sonatas para violín junto a su amigo Pinchas
Zukerman, de las Sonatas para violonchelo junto a su esposa
Jacqueline du Pré, o los Tríos con la complicidad de los mismos.
También
ya entonces mostraba un muy especial interés hacia Mozart, otro de sus
caballo de batalla, grabando sus últimas Sinfonías, el Réquiem,
los Conciertos para piano y, ya en los años setenta, Las Bodas
de Fígaro y Don Giovanni. En todos los casos, la labor de la
English Chamber Orchestra garantizaba la excelencia de los resultados bajo
una batuta vehemente y dramática, apartada de viejas tradiciones pero
también muy alejada de los aires de renovación que pronto iban a llegar
de mano de Marriner y de los historicistas.
Aunque
podríamos hacer referencia a muchas otras grabaciones de estos tiempos
(lieder de autores diversos con Fischer-Dieskau o la Baker, Conciertos
de Brahms con Barbirolli), terminamos recordando los Conciertos de
Haydn, Schumann y Dvorák acompañando a la llorada Du Pré, o las Sonatas
de Brahms junto a la misma, impagables testimonios de una de las artistas
más excepcionales que se han conocido.
Nuevos
aires con Deutsche Grammophon
Su
colaboración con D.G. a partir de 1972, in crescendo hasta
principios de los ochenta (y coincidente con algunos trabajos para RCA y
CBS), iba a ofrecer testimonio de la titularidad de la Orquesta de París
y el comienzo de un romance con la Sinfónica de Chicago. Con la primera
grabaría ante todo repertorio francés: Sinfonía Fantástica, Beatriz
y Benedicto, el Réquiem y otras páginas de Berlioz,
compositor quizá por "germanizado" más afín a su
temperamento, y obras diversas de Franck, Saint-Saëns (Sansón y
Dalila), Debussy o Ravel, entre otros, en los que mostró una decidida
heterodoxia y, en ciertos casos, cierta inmadurez e inadecuación.
Con
la orquesta norteamericana grabó su primera integral de las Sinfonías
de Bruckner, hoy sin duda superada por la más reciente, pero en aquél
momento extraordinariamente renovadora por presentar un espíritu mucho
menos "católico" y más agnóstico, es decir, menos confiado y
más inquietante, que el de la gran tradición interpretativa, Furtwängler
aparte. También con Chicago grabó piezas angulares del repertorio sinfónico
como pueden ser el Concierto para violín de Beethoven (con un
maravilloso Zukerman), las Sinfonías de Schumann o las más
famosas páginas orquestales de Tchaikovsky, estas últimas con óptimos
resultados que años más tarde no lograría repetir.
Con
la English Chamber realizaría una última colaboración: seis de las Sinfonías
Sturm und Drang de Haydn -hoy sólo disponibles en una colección de
quiosco española-, intensísimas y admirablemente realizadas, amén de
muy centradas en lo estilístico (historicismo aparte, claro). Pero fue
sin duda en su faceta de pianista donde dio lo mejor de sí. Ahí están
hitos como su Viaje de Invierno de Schubert con Fischer-Dieskau, la
totalidad Lieder de Brahms con el gran barítono y Jessey Norman,
las Canciones sin palabras de Mendelssohn, los Nocturnos de
Chopin y, sobre todo, su segunda integral de las Sonatas de
Beethoven, más arriesgada y visionaria -por tanto, también más
controvertida- que la primera. Lástima que tras semejantes éxitos
llegara la ruptura con la discográfica de Karajan.
Años
de peregrinaje
Buena
parte de los ochenta vieron a Barenboim retornar a sellos con los que ya
había trabajado, EMI y CBS. Junto a un reciente amor llamado Filarmónica
de Berlín (que terminaría dándole calabazas para optar por el mucho
menos interesante Simon Rattle), ofrecería sensacionales realizaciones
como una nueva Fantástica, la integral de las Sinfonías de
Schubert y, sobre todo, más Beethoven: el Concierto para violín
(ahora con Perlman, con quien también graba el de Brahms) y los Conciertos
para piano. En estos últimos se dirigiría a sí mismo, obteniendo
unos resultados diferentes -y complementarios- a los que logró con
Klemperer.
Como
pianista, y dejando al margen realizaciones menores, vería la luz por
fin, una integral de la obra para piano solo de Mozart. Su concepto,
opuesto al de una Pires o un Brendel, no la hacen plato para todo los
paladares, pero no se le puede negar la seriedad y coherencia de su
concepto y su capacidad para revelar los aspectos más avanzados de esta
admirable música. Para quienes compartan los puntos de vista de
Barenboim, imprescindible.
Artista
Warner
A
partir de 1986 comenzaría una fructífera colaboración con el grupo
Warner, es decir, con Teldec y Erato, que culminaría con un contrato en
exclusiva que está en estos momentos a punto de concluir. Las primeras
realizaciones serían irregulares, incluyendo una Consagración de la
Primavera decididamente mediocre, pero en poco tiempo llegarían los
grandes logros, centrados en la maduración de obras ya llevadas al disco,
en la grabación de páginas muy trabajadas en directo pero aún no
registradas, y en la indagación en nuevos repertorios. Eso sí, situándose
más en el podio que en la banqueta del piano, y con la complicidad de un
instrumento de primerísima magnitud como es la Sinfónica de Chicago,
cuya titularidad ostenta.
Realmente
resulta difícil señalar hitos, toda vez que la mayor parte de lo grabado
alcanza extraordinarias alturas o, al menos -caso de sus acercamientos a
Mahler o Verdi-, indica fructíferas vías para el futuro del artista. La
realización más representativa de esta etapa es el registro de todas las
óperas importantes de Richard Wagner, con la excepción de Holandés,
que no sabemos si está por venir. Grabando a veces en estudio con la
Filarmónica de Berlín o con la Staatskapelle de la misma ciudad, o bien
en directo en el Festival de Bayreuth, la alta calidad media de sus
realizaciones y la novedad de sus propuestas le han convertido en el gran
wagneriano de nuestros días. Tristán e Isolda está considerado
con unanimidad como su mejor logro, si bien quien esto suscribe no duda al
poner a su altura el Parsifal, de nuevo con la espléndida pareja
Sigfried Jerusalem-Waltraud Meier. El
Anillo, muy bien dirigido, se ve lastrado por un Wotan y una Brünnhilde
insuficientes. El resto es notabilísimo, siempre dentro de una vertiente
más lírica que épica, pero su desmitificador -y discutible, que duda
cabe- enfoque de títulos como Tannhäuser y Maestros le ha
propiciado más de un varapalo crítico por quienes prefieren
acercamientos más tradicionales, menos "políticamente
comprometidos".
En
directa relación con estas realizaciones wagnerianas habría que poner su
nueva integral Bruckner, esta vez no con Chicago sino con Berlín, que
cuenta con logros importantísimos como la Primera, la Tercera
y la Séptima. No menos destacables son sus Sinfonías de
Beethoven, que conforman la integral más importante de la era digital, al
menos de entre las entroncadas con la línea filosófica de un Furtwängler;
con una toma de sonido portentosa y un precio de lo más ventajoso, su
disfrute permite al mismo tiempo apreciar las cualidades de la
Staatskapelle de Berlín, cuyo sonido resulta de lo más adecuado para
este repertorio.
Para
Teldec y Erato ha grabado otros muchos discos importantes. Brillan con
especial fulgor sus nuevas realizaciones de la Sonata en Si Menor
de Liszt (ya tenía una para D.G.), su tercera (!) grabación de las Variaciones
Diabelli de Beethoven y de la Sinfonía Fantástica, un
personal disco Boulez, la trilogía Mozart-Da Ponte, algunos de los
principales poemas sinfónicos de Strauss -falta Zaratustra-,
diversos Conciertos para piano de Mozart (la serie está por
completar), los Conciertos para violín de Sibelius y Nielsen con
Maxim Vengerov, la Sonata nº 3 de Brahms junto al mismo
violinista, una muy celibidachiana integral de las Sinfonías de
este autor y su Réquiem Alemán, de nuevo La Consagración
(esta vez con geniales resultados), los dos primeros cuadernos de Iberia
de Albéniz, etc.
Sumemos
a todo ello los Conciertos de Brahms, Schumann y Tchaikovsky junto
a Celibidache, sólo en video: un apabullante testimonio de cómo se
pueden compenetrar dos temperamentos bien diferentes e igualmente
geniales. Señalemos
finalmente la grabación de diferentes productos "crossover",
entre los cuales el disco de tangos fue un verdadero hito de ventas a
escala internacional y logró la difusión del nombre de Barenboim en ámbitos
por completo ajenos al mundo de la clásica.
La
era del DVD
La
crisis discográfica que vivimos va a poner punto y final al contrato de
Barenboim con Warner. No sabemos qué ocurrirá entonces (se dice que podría
retornar a EMI), pero lo cierto es que ese maravilloso formato que es el
DVD está deparando realizaciones portentosas. Así, Arthaus Musik ha
lanzado un Lago de los cisnes y un Cascanueces que no dudo
en calificar como las más arriesgadas y reveladoras interpretaciones
tchaikovskianas que jamás he escuchado. Extraordinaria altura alcanzan el
Concierto de Sibelius con Vengerov y las Noches en los jardines
de España de Falla bajo la dirección -al menos en teoría- de
Domingo, muy interesante la Quinta de Mahler y divertidísimo el
Concierto de Nochevieja de la Staatsoper de Berlín. Sensacional Las
bodas de Fígaro, con un referencial René Pape al frente del reparto.
TDK
también ha publicado maravillas. Entre ellas, el concierto veraniego del
Waldbühne de la Filarmónica de Berlín (Noche latinoamericana) o
los del 1 de mayo de 1992 y 1997 de la misma orquesta (en El Escorial y
Versalles respectivamente, especialmente memorable el primero). Pero
destaca, sobre todo, un concierto en Colonia en el año 2000 donde ofrece
frente a la Sinfónica de Chicago versiones insuperables de las Notations
I-IV de Boulez, La Mer de Debussy y El sombrero de tres
picos de Falla.
Como
parece de momento difícil que salgan en este nuevo formato los
importantes fondos videográficos de Teldec (algunas Sonatas de
Beethoven, el Anillo y el Tristán e Isolda en Bayreuth, Parsifal,
los conciertos con Celibidache), confiemos al menos en que nos sorprendan
con algunas de sus realizaciones televisivas, cuyos derechos tienen compañías
como Unitel o Arthaus, entre otras: Te Deum de Berlioz, nueva y
reciente integral de las Sonatas de Mozart, primer libro de Preludios
de Debussy, su primer Tristán (con puesta en escena de Jean-Pierre
Ponelle, editado en su momento por Philips) y sus recientes Maestros
Cantores de nuevo en Bayreuth, unas Variaciones Goldberg de
1992, etc. Por lo pronto, se anuncia Otello.
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