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FRANCISCO ESCUDERO, UNA MUERTE PREMATURA (I) Por Asier
Vallejo Ugarte. Estudiante de piano. Tras
siete décadas de intensa dedicación a la música, el pasado mes de junio
fallecía un ciudadano donostiarra el mismo día que se elevaba a la
categoría de grande su figura como creador. Las razones del
reconocimiento nulo del valor de su obra representan una incógnita para
los que, de algún modo, nos sentíamos cercanos al músico. Tal vez fuera
verdad lo que muchos le decían, si hubiera sido vd. catalán o
norteamericano el éxito le habría sonreído, maestro. Ya, pero para bien
o para mal, yo soy vasco. (*) Nacido en San Sebastián (Guipúzcoa) el 13 de agosto
de 1.912 (1), inició sus estudios musicales en la ciudad que lo vio
nacer, empujado por su madre, para desplazarse pronto al Madrid de los
tempranos años treinta, siendo alumno allí de Conrado del Campo, y más
tarde de Paul Dukas y Paul le Flem en París y de Albert Wolf en Munich. Tras
su participación en la Guerra Cívil (1.936-1.939), se refugió en
Francia, donde no cesó en su actividad musical. En 1.942 se traslada a
Madrid, becado por la Diputación de Guipúzcoa y la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, para instalarse en Bilbao en 1.946,
trabajando en la villa vizcaína para la Sociedad Coral y para la Casa de
Misericordia. Tras obtener por oposición la cátedra de composición y
armonía en el Conservatorio Municipal de Música de San Sebastián (2) se
instala en 1.948 en Zarautz, localidad en la que el Maestro había pasado
su infancia. Durante su prolongada carrera, el músico donostiarra
fue reconocido pedagogo (3), fundador y primer director de la Banda Ciudad
de San Sebastián, director a su vez de la Orquesta de Cámara de Guipúzcoa
y un brillante investigador. Pero, si cabe, por encima de estas facetas
destacó en la de creador, y por ella su nombre perdurará,
inevitablemente, en la memoria de los melómanos. Un compositor que ha
sabido estar en la vanguardia sin por ello renunciar a las raíces y a la
esencia de los temas y ritmos del folklore vasco. Y no era este folklore
una herramienta que utilizase de manera forzada, puesto que el Maestro
Escudero gozaba de una espontaneidad a la hora de elaborar la concepción
de los temas francamente admirable. Yo no compongo sin emoción. Esa era
su filosofía. Recibió en vida numerosos premios y distinciones:
Medalla de la Diputación de Guipúzcoa y de San Sebastián, Miembro de la
Bascongada de Amigos del País, Premio Manuel de Falla, Medalla de Oro al
Mérito en las Bellas Artes, Medalla de Oro de la SGAE… Pero su deseo no
era sacarse la foto; su deseo era que su música sonase en los auditorios.
Y así era feliz Escudero. Y por eso no fue feliz. Porque su música, en
lugar de llenar de magia las salas, se instalaba en el cajón del olvido.
En el momento en el que algunos trataban heroicamente de sacarla de ese
cajón, en el mismo instante en el que las chispas de alegría y de
esperanza se asomaban con timidez, el maestro se fue. Por ello su muerte
fue prematura. Porque no quería morir; porque su fallecimiento ha puesto
un muro a los otros 90 años que Escudero decía que le hacían falta para
dar todo lo que creía que era capaz de dar; porque su ópera Zigor! (¡castigo!)
ha hecho deshonor a su propia onomástica para castigar al autor privándolo
de asistir a las representaciones que de la obra se harán en Bilbao el próximo
año. Ahora
tendrá a bien dar unas clases de armonía al Dios en el que creía y con
el que se encontró en un acorde de su inacabada “Génesis”. Seguro
que aquél, si existe, apreciará más su arte que lo que se ha apreciado
en su propia tierra. “El vasco tiene derecho a llorar mucho” decía.
Por eso lloramos, porque tenemos derecho.
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Quinto del también recientemente fallecido Xabier Montsalvatge (2)
Del que sería director desde 1.962 hasta 1.982, año de su jubilación (3)
Discípulos suyos son, entre otros, Ramón Lazkano, Ángel Illarramendi,
Alberto Iglesias… (*)
Declaraciones de Francisco Escudero extraídas de una entrevista
concedida en 1.999 al diario Gara. |