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ENTREVISTA A DAVID MORROW
Entrevista
realizada por Alejandra Pin Zambrano
(Guayaquil, Ecuador).
“Los negro spirituals son canciones religiosas
desarrolladas por afro-estadounidenses
entre 1690 y 1806, período
de esclavitud en los EE.UU. Surgieron
a medida que aprendían el
cristianismo, añadiendo conceptos musicales africanos a varias de las
ideas europeas que adquirieron sobre
la música y cómo era creada. Canciones
con variadas y diferentes
emociones: gozo,
esperanza, tristeza... Algunas
muy rápidas, como las
llamadas jubilee spirituals, de
compás acelerado,
como Every time I feel the
Spirit. Otras, en
cambio, sufridas y
lentas. Un tipo de
canción sacra de gran tristeza podría ser el
spiritual titulado
Sometimes I feel like a motherless child.
Otras adoptaron estilos musicales de cantos africanos de llamado y
respuesta (call and
response), donde
el líder o solista, dice
una frase para que el coro responda inmediatamente, vuelve a intervenir el líder,
el coro a responder, y
así... También las hay
más líricas, suaves, con
mayor legato, como se
dice habitualmente en teoría musical, por ejemplo, Swing low, sweet
chariot”. Así expresa
el maestro David Morrow, radicado
en Atlanta, Georgia; dirige
el mítico Glee Club del
Morehouse College, su alma máter.
Casi un siglo de trayectoria acredita a esta nutrida agrupación
masculina como una de las mejores del mundo.
En 1980, David Morrow obtuvo su Bachelor of Arts, graduado a la cabeza de su promoción y acreedor al
Kemper Harreld Award for Excellence in Music.
Ya en 1995 se doctora en Artes Musicales
(University of Cincinnati College Conservatory of Music). Celebrado
arreglista de piezas vocales, Morrow
ha dictado
conferencias y dirigido talleres corales en diversos países.
De hecho, lo atrapamos
en Guayaquil tras venir como invitado por el Centro Ecuatoriano
Norteamericano, para especializar
directores en la
música del viejo del sur estadounidense:
“Tomaron temas bíblicos como recurso para atravesar sus propias
experiencias como esclavos. Tal
como dije a los participantes del taller,
algunos spirituals tenían doble sentido.
Por ejemplo, llegar al ‘cielo’ u
obtener la ‘salvación’. O cuando
alguien cantaba Swing
low, sweet chariot coming for
to carry me home (Corre bajo,
dulce carroza que llegas para llevarme al hogar).
‘Hogar’
también significaba norte, es
decir, si llegaban al norte
podrían ser libres. Algunas veces intercambiaban señales así,
acaso refiriéndose al
llamado the underground railroad
(las rieles subterráneas); cierto sendero
-no subterráneo en verdad, pero
secreto- que esclavos atravesaban por la noche para llegar al norte. Lo
usaban de muchas maneras. No quisiera que se malinterprete este fenómeno,
abrazaron el cristianismo con sinceridad,
mas también usaban las canciones para,
clandestinamente, comunicarse entre ellos”.
Conocí a David temprano por la
mañana, hora poco sociable.
Pero este caballero
nacido en Rochester, Nueva
York, es de sonrisa fácil y
saludo cálido. Confieso que
tras leer su currículum esperaba alguien
veinte años mayor.
En 1995 dirigió el himno nacional de los EE.UU. con los coros
combinados de Atlanta University Center acompañando a Natalie Cole
para el vigésimo octavo Super Bowl,
evento deportivo que inspira tanta devoción popular como el fútbol
en nuestras tierras. Además,
en sus hombros recayó dirigir
el Morehouse College Glee
Club tanto en apertura como en clausura
de las Olimpiadas de Atlanta en 1996.
Como todos los grandes, empezó
en chiquito: “A
los veinte años tuve un lindo coro de iglesia en Rochester”, recuerda
casi con ternura. “Iglesia
pequeña, personas muy
buenas. Nada
numeroso; a veces no
contábamos con las voces necesarias,
pero eran responsables para
reunirse a ensayar, se
esforzaban al máximo para crear
algo bueno que ofrecerle a
Dios la mañana del domingo.
Era divertido porque yo era la persona más joven del grupo,
todo los demás eran mayores,
pero me trataban con mucho respeto.
Al poco tiempo obtuve el trabajo que me llevó a mi cargo actual
en el Morehouse College. De 1981 a 1987 fui director asistente del Glee Club cuando
estaba a cargo el maestro Wendel Whalum.
Falleció en 1987 y me
colocaron en su reemplazo, tras
asistirlo por seis años. Para
mí fue gran honor y gran
responsabilidad, me asustaba
de sólo pensarlo”. Los
blues del colegio
“Cuando estaba en el college estudiando canto,
además tomé dirección [de coros y orquesta]
junto a literatura
coral, allí empecé a dudar sobre cambiar mi carrera de voz a sólo
dirección de coros.
En realidad, anhelaba ser director,
pero a la vez quería ser cantante.
Así comencé, y
finalmente seguí ambas carreras.
Tiempo después dirigí un
coro ad hoc como parte
de las pruebas para obtener mi maestría en la Universidad de Michigan.
Debía escoger integrantes entre el alumnado y -sin planearlo-
conseguí seis
sopranos que se odiaban mutuamente por varias razones... ¡de
verdad sonaban como si no soportasen trabajar juntas! Insistí en que lo hicieran,
busqué maneras de hacérselos entender.
En un caso tuve que decir, ‘Mira,
esta es mi maestría, no
la tuya, y necesito que cooperes conmigo o simplemente decidas no
cantar’. Finalmente
admitieron haber
actuado tontamente y rectificaron. Esa es una de las cualidades más importantes para ser
director de coros o jefe
de cualquier cosa. Resulta
imprescindible poder tratar a
todo tipo de personalidades”. Ah, los
solistas. A través de la
historia han hecho leyenda. Y
no siempre buena: “La
persona segura es el tipo de cantante
requerido, pero debe
actuar de acuerdo a la situación. Que no se imponga sobre todo y
todos, sin embargo es
necesaria suficiente autoconfianza para que haga cuanto sabe hacer.
Normalmente las cosas salen bien,
aunque a veces es
preciso halar algunas colas de pavorreales y,
de vez en cuando estar
listo para trabajar sin ellos
porque, incluso por alguien
talentosísimo, siempre hay
otro que lo puede hacer igual o mejor. Como director,
prefiero dar oportunidad
a quien tal vez no parezca tan
bueno en vez de andar con miramientos o acatar caprichos de personas poco cooperativas”.
Cuando uno pasa a estar detrás de la batuta y no frente a ella,
es común olvidar a los seres humanos, desechar sentimientos en
aras de perfección y orgullo. Cómo
hablar sin lastimar, corregir
sin reprimir: “De distintas
formas. Una de ellas es
demostrarles si están
cantando por debajo de la tonalidad.
Espero a que terminen de cantar
y luego toco en el
piano exactamente lo que hicieron, así
descubren por ellos mismos cuál fue el error.
O digo cosas como ‘ah, esta
vez no salió tan bien’, pero
nada más. Nunca diría algo demasiado negativo, como ‘suenan HORRIBLEMENTE’.
Intento ser lo más alentador posible,
si bien lo bastante sincero para expresar lo mejorable. Me
aseguro de decir lo que
hicimos bien y lo que se puede hacer mejor”.
Ya después del concierto,
¿valdrá la pena poner puntos sobre las íes? Responde riendo:
“¡Nooooo! En
realidad no. Necesitan
disfrutar lo que hicieron. Siempre hay alguien encargado de grabar
nuestros conciertos, pero no reviso las cintas sino hasta mucho después,
incluso semanas: como director, sé
perfectamente cuál fue cada error...”
David separa las palabras para enfatizar, “no me es necesario volver a escucharlos para descubrirlos.
Después de todo, quieres ser capaz de ver el vaso, como decimos, medio
lleno y no medio vacío.
Si en general el concierto fue bueno, con pocos detalles
imperfectos, no es
preciso señalarlos
inmediatamente, sino talvez
hasta el próximo ensayo o algo así. Al momento deben disfrutar que
hicieron su mejor esfuerzo y han
ganado sentirse lo mejor posible”.
En julio contrajo nupcias con Karan,
asistente legal y futura investigadora musical,
por eso de que el amor cambia los planes mejor trazados.
Imaginé que el primer
mundo no enfrentaría la prueba del para qué. La música y todo lo
que no sea rápidamente redituable llevan
aquel velo de inutilidad, enfrentan
ese maquiavélico para qué. Padres
de todas las épocas prefieren
ver a sus hijos atrincherados tras una pila de libros,
no cantando. ¿Lo
habrán sometido al para qué?
“Me hacen esa pregunta todo el tiempo.
Especialmente como profesor en centros de estudios superiores,
muchos alumnos me dicen ‘No
necesito perder mi tiempo en ese coro’. Bien, si la
persona tiene talento para cantar, debería
integrar un coro,
aparte de únicamente
estudiar, sólo para
disfrutarlo. Segundo,
en cualquier tipo de música,
ya sea coro, orquesta, banda, lecciones particulares...
pero especialmente en coros o en música de ensemble,
hay tanto más por aprender aparte de música”... separa las palabras otra
vez. “Número uno: ser capaz de trabajar con otros para crear algo.
Número dos: poder
crear y ser parte de un
proceso creativo. Tercero:
la disciplina requerida por la música es parte de otras cosas de
la vida, que no son música.
Desarrolla disciplina en muchas otras áreas.
Cuarto, implica el
valor humanístico de ver formas
que la gente encuentra para expresarse a sí misma,
distintas de hablar o escribir.
Como puedes deducir de mi entusiasmo,
siempre me lo preguntan y
por lo general estoy listo para animarlos a entrar al coro porque
es triste que piensen que hacer música no
sirve para nada”.
Amante
además de la vieja escuela coral europea:
“Me
apasiona cualquiera de los oratorios de Haendel.
Amo a Brahms... ambos
tienen fantásticas obras corales. Prefiero
la música sacra talvez porque la conozco mejor.
Tuve el privilegio de dirigir el Réquiem de Brahms;
Elijah, de
Mendelssohn, algo de J.S. Bach. Al
mismo tiempo he estudiado magníficos compositores corales
afro-estadounidenses, admiro sobre todo a Robert Nathaniel Dett”.
Dett (1882-1943) nació
en Canadá, sin embargo es uno de los
padres de la música estadounidense.
Tomó varias canciones conservadas sólo por tradición oral,
realizó los arreglos necesarios y las plasmó en partituras.
Director musical del Hampton Institute,
llevó a su coro en gira mundial y presentando los spirituals a
todo el planeta.
Hoy más que nunca el ser humano precisa puentes.
El mismo diablo que sopla al oído del Ku Klux Klan,
anima a quienes ponen coches bomba en el centro de Madrid,
vuelan hogares palestinos o cafeterías israelíes. Con tantos
disfraces, tantos argumentos,
el mismo demonio incendia una iglesia miserable repleta de niños y
madres de Colombia o derrumba
el opulento World Trade Center. ¿Cuántas generaciones de mutilados y
traumatizados deberán venir para que, en el peor de los casos,
nos resignemos a compartir el mismo planeta? Si no por decencia, por
sensatez, acerquémonos en
paz, empecemos a conocernos.
Es el primer paso para aceptarnos,
y, quién sabe, hasta amarnos: “He observado
coros cantando spirituals;
no sólo coros negros,
sino también coros
blancos o de ciudades más
integradas de los Estados Unidos. Chicos
de escuelas de todos los niveles que cantan spirituals realmente
lo disfrutan”, dice casi en susurros.
“Disfrutan quienes oyen y
quienes cantan, no sólo como
pasatiempo sino por su
significado espiritual e histórico. La música es en realidad más
universal de lo que la gente quizás piensa.
Martín Luther King lo comprendía muy bien porque usó spirituals
durante concentraciones y
reuniones en general, mientras
preparaba su gran marcha y realizaba su trabajo. Sí,
creo que tienen ese valor de unificar a la gente”.
Si bastara fe para crear belleza,
nadie desafinaría en la iglesia.
Pero no es así. El talento se nutre con estudios y tiempo.
Una vez distribuidos los dones,
Dios rehúsa hacer milagros en
arte o en fútbol. Pero no todos comparten semejante apostasía:
“La música es una de las cosas que han cobrado ánimo con mi fe
cristiana, van hombro con
hombro en términos de fuerza. Eso
es lo maravilloso de esta música, tan
inspirada por Dios... debe
serlo para haber perdurado
tanto”.
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