DIE
DREIGROSCHEN ZARZUELA
(LA VERBENA DE LA PERRA GORDA)
Jerez,
Teatro Villamarta. 4 de octubre. Tomás Bretón: Estudiantes y alguaciles.
La verbena de la Paloma. S. Chávez, R. Muñiz, L. Álvarez, M. Martín,
A. Puente, M. Moreno, M. Abascal, T. de la Guerra. Coro del Teatro
Villamarta; A. Hortas, director. Orquesta Arsián Música; L. Remartínez,
director. F. Matilla, director de escena. Producción del Teatro Cuyás de
Las Palmas.
Por
Fernando López
Vargas-Machuca. Lee su curriculum
Las
producciones líricas del jerezano Teatro Villamarta se caracterizan por
la inteligencia con que se sortea el obstáculo de un presupuesto harto
reducido para ofrecer espectáculos de calidad media muy digna, tanto en
el apartado escénico como en el musical. Incluso se ha contado aquí -gracias
al fino olfato del director, Francisco López- con intervenciones de
verdadero lujo a cargo de cantantes que poco después darían la
campanada. Así, pudimos escuchar en su momento la Rosina de Silvia Tro
(que ahora hace El Barbero en la Deutsche Staatsoper de
Barenboim), unas Bodas de Fígaro con Elisabete Matos (actual
Condesa de Muti) y una Traviata con Ángeles Blancas (aclamada
Violetta en México). Incluso se descubrió un nuevo valor jerezano, Ismael
Jordi, que debutó con Don Pasquale y pronto será Ernesto
junto a José Van Dam en el Teatro Real de Madrid.
Claro
que a veces la jugada resulta fallida. Ha sido el caso del comienzo de la
nueva temporada, séptima desde su reapertura. En escena la obra maestra
del género chico, La verbena de la Paloma, completada de manera
inteligente con otra pieza de Tomás Bretón, Estudiantes y alguaciles,
breve página de feliz inspiración que ha sido rescatada por el director
musical de esta producción procedente del Teatro Cuyás de Las Palmas.
Todo atractivo sobre el papel, pero el resultado decepcionó: no pueden
salir bien las cosas si, además de contar tan sólo con tres perras
gordas, se escogen mal los mimbres.
Quizá
lo único realmente destacable, al margen de la recuperación del
"Juguete lírico de capa y espada" escrito por el joven Bretón,
fuera la recreación de los hermosos decorados que diseñara en 1937 el
prestigioso pintor canario Néstor de la Torre para La Verbena.
Porque la dirección escénica de Francisco Matilla, uno de los nombres más
repetidos en las producciones de zarzuela en Jerez, estuvo en su línea
habitual; es decir, fue tan correcta y convencional como gris y aburrida.
Sólo el buen hacer de grandes cantantes-actores como Milagros Martín
(espléndida Señá Rita), Marta Moreno (convincente Tía Antonia) y el
gran barítono Luis Álvarez (poco convencional, interesantísimo Don
Hilarión) insuflaron auténtica vida a la propuesta escénica.
Musicalmente
no se llegó ni al aprobado. El principal responsable fue Luis Remartínez,
incomprensiblemente la batuta que más ha pisado el foso del Villamarta:
después de haberle escuchado una y otra vez en ópera y zarzuela, y aun
teniendo muy en cuenta la discreta calidad de las orquestas con que ha de
lidiar, no me cabe la menor duda de que es un director mediocre.
Ciertamente no cae en arrebatos de mal gusto, algo muy a tener en cuenta
en este género a veces tan maltratado. También es verdad que obtuvo un
aceptable rendimiento de la orquesta de jóvenes contratada para la ocasión
(la cual, por cierto, cuenta con algunos solistas notables). Pero a la
postre su dirección fue el colmo de la superficialidad, la grisura y el
aburrimiento.
Muy
triste el caso de la mezzo porteña Soraya Chávez, una voz altamente
prometedora hace años que ahora no pasa de lo correcto; cumplió, sin más.
El tenor Ricardo Muñiz volvió a demostrar en el Villamarta que sus
indudables cualidades -voz hermosa, buen gusto, talento dramático- no son
suficientes si se carece de un mínimo de formación técnica: vocalmente
estuvo menos que regular. Eso sí, podemos destacar nuevamente a Luis Álvarez,
ya mermado vocalmente pero sabio a la hora de administrar sus recursos. El
resto, discreto.
En
los partiquinos, diversos miembros del Coro del Teatro Villamarta
-voluntarioso pero tan gritón y destemplado como de costumbre- tuvieron
sus segundos de gloria; por desgracia, el resultado dejó bastante que
desear. Eso sí, se ahorró mucho dinero en un momento en el que no está
el horno precisamente para bollos. En
resumen: elenco desequilibrado y con errores de bulto, dirección escénica
del montón y batuta deficiente. Eso sí, el público -de edad media muy
avanzada-, aplaudió a rabiar. ¡Qué fuerza tan poderosa la de la música
de Don Tomás Bretón!