Revista mensual de publicación en Internet
Número 33º - Octubre de 2.002


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DIE DREIGROSCHEN ZARZUELA
(LA VERBENA DE LA PERRA GORDA)

 

Jerez, Teatro Villamarta. 4 de octubre. Tomás Bretón: Estudiantes y alguaciles. La verbena de la Paloma. S. Chávez, R. Muñiz, L. Álvarez, M. Martín, A. Puente, M. Moreno, M. Abascal, T. de la Guerra. Coro del Teatro Villamarta; A. Hortas, director. Orquesta Arsián Música; L. Remartínez, director. F. Matilla, director de escena. Producción del Teatro Cuyás de Las Palmas.

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Las producciones líricas del jerezano Teatro Villamarta se caracterizan por la inteligencia con que se sortea el obstáculo de un presupuesto harto reducido para ofrecer espectáculos de calidad media muy digna, tanto en el apartado escénico como en el musical. Incluso se ha contado aquí -gracias al fino olfato del director, Francisco López- con intervenciones de verdadero lujo a cargo de cantantes que poco después darían la campanada. Así, pudimos escuchar en su momento la Rosina de Silvia Tro (que ahora hace El Barbero en  la Deutsche Staatsoper de Barenboim), unas Bodas de Fígaro con Elisabete Matos (actual Condesa de Muti) y una Traviata con Ángeles Blancas (aclamada Violetta en México). Incluso se descubrió un nuevo valor jerezano, Ismael Jordi, que debutó con Don Pasquale y pronto será Ernesto junto a José Van Dam en el Teatro Real de Madrid.

Claro que a veces la jugada resulta fallida. Ha sido el caso del comienzo de la nueva temporada, séptima desde su reapertura. En escena la obra maestra del género chico, La verbena de la Paloma, completada de manera inteligente con otra pieza de Tomás Bretón, Estudiantes y alguaciles, breve página de feliz inspiración que ha sido rescatada por el director musical de esta producción procedente del Teatro Cuyás de Las Palmas. Todo atractivo sobre el papel, pero el resultado decepcionó: no pueden salir bien las cosas si, además de contar tan sólo con tres perras gordas, se escogen mal los mimbres.

Quizá lo único realmente destacable, al margen de la recuperación del "Juguete lírico de capa y espada" escrito por el joven Bretón, fuera la recreación de los hermosos decorados que diseñara en 1937 el prestigioso pintor canario Néstor de la Torre para La Verbena. Porque la dirección escénica de Francisco Matilla, uno de los nombres más repetidos en las producciones de zarzuela en Jerez, estuvo en su línea habitual; es decir, fue tan correcta y convencional como gris y aburrida. Sólo el buen hacer de grandes cantantes-actores como Milagros Martín (espléndida Señá Rita), Marta Moreno (convincente Tía Antonia) y el gran barítono Luis Álvarez (poco convencional, interesantísimo Don Hilarión) insuflaron auténtica vida a la propuesta escénica.

Musicalmente no se llegó ni al aprobado. El principal responsable fue Luis Remartínez, incomprensiblemente la batuta que más ha pisado el foso del Villamarta: después de haberle escuchado una y otra vez en ópera y zarzuela, y aun teniendo muy en cuenta la discreta calidad de las orquestas con que ha de lidiar, no me cabe la menor duda de que es un director mediocre. Ciertamente no cae en arrebatos de mal gusto, algo muy a tener en cuenta en este género a veces tan maltratado. También es verdad que obtuvo un aceptable rendimiento de la orquesta de jóvenes contratada para la ocasión (la cual, por cierto, cuenta con algunos solistas notables). Pero a la postre su dirección fue el colmo de la superficialidad, la grisura y el aburrimiento.

Muy triste el caso de la mezzo porteña Soraya Chávez, una voz altamente prometedora hace años que ahora no pasa de lo correcto; cumplió, sin más. El tenor Ricardo Muñiz volvió a demostrar en el Villamarta que sus indudables cualidades -voz hermosa, buen gusto, talento dramático- no son suficientes si se carece de un mínimo de formación técnica: vocalmente estuvo menos que regular. Eso sí, podemos destacar nuevamente a Luis Álvarez, ya mermado vocalmente pero sabio a la hora de administrar sus recursos. El resto, discreto.

En los partiquinos, diversos miembros del Coro del Teatro Villamarta -voluntarioso pero tan gritón y destemplado como de costumbre- tuvieron sus segundos de gloria; por desgracia, el resultado dejó bastante que desear. Eso sí, se ahorró mucho dinero en un momento en el que no está el horno precisamente para bollos. En resumen: elenco desequilibrado y con errores de bulto, dirección escénica del montón y batuta deficiente. Eso sí, el público -de edad media muy avanzada-, aplaudió a rabiar. ¡Qué fuerza tan poderosa la de la música de Don Tomás Bretón!