|
|
Los
caprichos de una diva Por
Víctor Pliego de Andrés.
Lee su curriculum. Barabara
Hendricks (soprano); Love Derwinger (piano). Canciones y Lieder de
Schubert, Grieg, Rangström, Poulenc y Manuel de Falla. Teatro de
la Zarzuela. Madrid,
14 de octubre de 2002. El primer recital del noveno Ciclo de Lied, que normalmente se desenvuelve en un clima de sosiego e intimismo, estuvo agitado por la expectación que produjo la presencia de una figura tan famosa como es la soprano Barbara Hendricks. A pesar del éxito (que tampoco fue clamoroso), el recital me pareció muy irregular. El pianista tuvo dificultades y arrancó del teclado un sonido duro y metálico. La soprano mostró su maravilloso instrumento, bien proyectado, de un color conmovedor y timbrado, con registros amplios, gran agilidad y una excepcional elasticidad, pero ofreció una actuación fría y distante. Durante la primera parte no movió un dedo y estuvo de cuerpo presente, casi como una momia en su sarcófago. Cantó con seguridad y dominio los Lieder de Grieg y de Schubert, pero con una sencillez y claridad completamente alejadas de la estética romántica, sin llegar a encontrar el mediotono intimista que conviene a esta música y sin hacer saltar ni una chispa de emoción. En la segunda parte del recital fue mejorando, especialmente en las canciones de Francis Poulenc sobre poemas de Vilmorin y Moréas, donde dio lo mejor de si misma. Evidentemente, su personalidad se desenvuelve mucho mejor en el repertorio francés del siglo XX. Cerró con las Siete canciones populares españolas, en las que por fin puso esfuerzo, movió las manos y dio vida al cuerpo. Aunque cantó con fuerza y gracia, sus versiones no fueron muy convincentes. Hendricks no interpreta el repertorio, sino que lo adapta a su personalidad y a sus propias condiciones. Es una postura legítima, pero que no da siempre resultados óptimos solo cuando las piezas cuadran. Hubo aplausos y la diva concedió cinco propinas en las que fue animando al público, hasta convertir su presencia en un triunfo. La Canción española de Delibes dibujó un nacionalismo imaginario y circense más cercano a la intérprete que el Falla. El Ave María de Schubert fue una concesión al efectismo más probado y por fin desembocó en los esperados espirituales, con los que emocionó y puso en pie al público que lo estaba esperando. Este final, y algún otro momento, hicieron que la velada mereciera la pena. La actuación tuvo carácter de recital lírico, más que de velada liderística.
Próximos
recitales de Lied en Teatro de la Zarzuela
12 de noviembre
Mathias Goerne
2 de diciembre
Felicity Lott
28 de enero
Banse, Danz, Prégardien, Baer
|