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En
el límite Compañía
de Danza de Blanca Li. Coreografía y puesta en escena: Blanca Li. Borderline,
un espectáculo de Blanca Li, Lucy Orta y Jorge Orta. Música de
Matthew Herbert y Tao Gutiérrez, Bailarines: Stéphanie Andrieu, Andrea
Bescond, Marina Boismené, Eva Devis Daban, Gerald Dorseuil, Rodolphe
Fouillot, Marjorie Hannoteaux, Barbara Jaquaniello, Yana Maltseva Le Gac,
Nathanaël Mari, Pascale Paladan, Bruno Peré, Sébastien Sfedj. Teatro de
la Zarzuela. Madrid,
17 al 20 de octubre de 2002. Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. Borderline no es un ballet sino, como muy justamente rezan los impresos, un “espectáculo” firmado por tres autores que son Blanca Li (coreografía y puesta en escena), Lucy Orta (geniales arquitecturas textiles) y Jorge Orta (fantásticas esculturas e instalaciones plásticas). También hay que mencionar, por su fuerza y calidad, las constantes proyecciones de Charles Carcopino. El movimiento es el protagonista pero al mismo tiempo es lo menos importante. Los elementos secundarios –-trajes, aparatos, proyección— cobran una gran relevancia y son explotados con ingenio. Todo es fresco, pero un poco plano y de un diseño muy a la moda del último grito, con reminiscencias inesperadas del Bosco. La coreografía es en cierta manera insustancial, poco innovadora y mal aprovechada (abusa del plano frontal y apenas explora el espacio). Es teatro de la danza, en el que los bailarines anteponen, de forma intencionada, la teatralidad a la técnica de la danza. El espectáculo es de una enorme exhuberancia y riqueza visual: los colores, los objetos, los trajes, las luces y los movimientos le otorgan un dinamismo que debe mucho a la competencia con la televisión, el cine y el vídeoclip. Y hay que decir que el espectáculo triunfa en este difícil reto, aún combatiendo a menudo en terrenos comunes a estas otras expresiones contemporáneas; afirma la vigencia del escenario, que sigue siendo un lugar mágico en esta era de los grandes medios de difusión, cuyos hallazgos se pueden integrar armoniosamente con la tradición viva del cuerpo a cuerpo. Borderline es una ceremonia visual repleta de alegría y desenfreno, es una gozosa locura que roza a veces lo sublime y a veces lo chabacano. Hay infantilismo, como en tantas propuestas de la plástica contemporánea, y esta constatación no implica desdén: el mundo infantil aporta ímpetu y riqueza. El problema surge con el argumento: una gran metáfora o un espejo de nuestro tiempo que entremezcla sus grandezas y sus miserias. La idea es ambiciosa y pretende tocar todos los grandes asuntos: la locura, la muerte, la alegría, la política, la guerra, la soledad... El tratamiento de tanto material resulta superficial. Sintoniza con los aspectos frívolos de la era actual pero apenas aporta enjundia al representación. Aunque no estorban, se podría prescindir de estos brindis al sol. Configuran un trasfondo icónico, como un televisor al que nadie presta atención, pero que nos ubica en el presente. El público que llenó el teatro era joven e inhabitual. Disfrutó mucho de un espectáculo que, como el título indica, se desenvuelve en el límite haciendo piruetas al borde de los abismos. Fotografía
de Joerg Reichardt
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Zarzuela.
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