|
|
Cuatro
cuartos de cobre y plata Por
Víctor Pliego de Andrés.
Lee su curriculum.
Calixto Bieito es uno de los directores de escena de mayor éxito en la actualidad. Sus versiones de La verbena de la Paloma, Un ballo in maschera o La vida es sueño han reflejado todo su talento de una manera revulsiva por su manejo de lo obsceno y de la violencia. El montaje que ha realizado de La ópera de cuatro cuartos (Die Dreigroschenoper) se aguardaba en Madrid con expectación. Su talento ha quedado de relieve en innumerables invenciones y detalles de la puesta en escena, pero la producción no ha llegado a cuajar en su conjunto. La versión de Pablo Ley deja mucho que desear y no aporta nada al texto original. Enfatiza la sátira gruesa e introduce chistes relativos a la actualidad hispana que rompen con la poesía del texto original, lo degradan, lo hacen banal y panfletario. La traducción y adaptación de las canciones, firmada por Josep Galindo, también es desafortunada y fluye con dificultad. La adaptación del texto fue empobrecedora y también su dicción, más cerca del género chico que de la afectación del cabaret berlinés, donde cada palabra, cada frase, está cargada de múltiples intenciones. Con esta obra que tanto se presta a ello, Bieito da rienda suelta a los excesos que tan eficaces le han resultado en otros trabajos, pero que en este caso chirrían. Creo que, si se hubiera ceñido más al texto original, la puesta en escena habría funcionado mejor. Ha pretendido hacer un montaje “sobre la vulgaridad” sin advertir los matices exquisitos de la obra original. Cayó es una estética más propia del comisario Torrente que de Brecht. La parte musical no estuvo a la altura de lo que el título merece. La amplificación fue pobre y la orquesta quedó eclipsada frente a unas voces muy reforzadas. La sonorización fue mala y además inadecuada para un espectáculo cuya esencia está más cerca del cabaret que del musical. La interpretación de las canciones resultó poco expresiva. Era evidente que los actores no se sentían cómodos cantando; únicamente Cecilia Rosetto introdujo con su presencia y sus canciones la gracia que conviene a este género singular e híbrido: es una fiera de escena. También destacó Santi Pons en su creación del diabólico cura legionario. Con todo, la puesta en escena estuvo repleta de fantasía, de detalles teatrales y muy valiosos. Un camión de tómbola, lleno de luces, altavoces, peluches y electrodomésticos, obra como moderno barracón de feria y adquiere en el escenario desnudo una aspecto siniestro. El aire castizo y zarzuelero de los personajes resulta igualmente eficaz. Los músicos de la orquesta aparecen disfrazados entre los peluches, con un aire tragicómico. Todos los actores son de carácter y han sido muy seleccionados con una clara intención. El luminoso que descubre mensajes publicitarios y titulares de prensa es una ocurrencia estupenda: glosa la acción generando un espacio textual complementario. Había ingredientes de calidad pero la tarta no cuajó. Por un lado, el excesivo lujo del montaje, emulador del gran musical americano y coproducido, entre otras entidades, por Salamanca 2002, Ciudad Europea de la Cultura, vulnera la estética “pobre” de la obra y su militancia política. La sinceridad de las convicciones que alumbraron este arte son completamente transgredidas en este entorno del teatro oficial de gran presupuesto (600.000 euros). Por otro lado, el público no sintonizó con la versión ofrecida y encajó bastante mal las burlas. En el descanso se advirtieron muchas deserciones. Tal vez la producción fue demasiado industrial y carente del punto de cercanía que proporciona un trabajo artesanal. En general fue una apuesta arriesgada, con luces y sombras, con algunos aciertos y yerros graves.
Próximos
espectáculos del Teatro de la Zarzuela
Noviembre
La Bruja de Chapí, nueva producción del Teatro de la
Zarzuela.
|