Por Mario
Arkus.
Presentamos aquí la segunda y última parte
del análisis e historia de las obras para escena de este gran músico,
que iniciáramos en
el número anterior .
En la senda de Wagner pero con estilo propio.
En 1879 Chabrier, Vincent d'Indy (1851-1931) y Henri Duparc (1848-1933) se
dirigen a Munich a iniciativa de éste último, para asistir a la
representación de Maestros Cantores, Parsifal y el Tristán.
D'Indy recuerda cómo el Preludio al Acto I de esta última, conmovió a
su amigo Chabrier hasta las lágrimas. El gusto por la obra de Wagner selló
su amistad con Duparc y con este viaje se reforzaron aún más las
inclinaciones wagnerianas que ya tenía. Cuando volvió a Francia se dedicó
a difundir la obra del compositor alemán. En 1880 participó en la
preparación de Lohengrin y de Tristan und Isolde para
la Opéra de Paris, y dirigió los ensayos generales de ambas.
Como consecuencia de esta admiración, se interesó en 1881 por Gwendoline,
un libreto que Catulle Mendès (1841-1909)
1 extrajera de un episodio de la Histoire de
la Conquête de l'Angleterre par les Normands (1825) del historiador
francés Augustin Thierry (1795-1856). La trama tenía muchos de los
elementos argumentales que aparecían en óperas de Wagner, sobre todo las
referencias mitológicas a los antiguos dioses y el ambiente de las
comunidades tribales de la Alta Edad Media. La historia romántica de
Thierry por su parte, dio servido a Mendès un relato con todos los
ingredientes novelescos que hacían falta para transformarlo en un libreto
operístico. La ópera quedó estructurada en dos actos y ocho escenas.
Gwendoline se ambienta en una aldea sajona invadida por piratas
daneses durante el siglo VIII -época durante la cual los pueblos vikingos
de Escandinavia comenzaron a saquear y a establecerse en áreas del Reino
Unido e Irlanda. En el Primer Acto, Harald, jefe de piratas daneses, luego
de asaltar diversas poblaciones, llega a la aldea donde vive Gwendoline
-joven sajona de dieciséis años de edad- junto a su padre Armel,
terrateniente y jefe de la comunidad.
Momentos antes de la llegada de los invasores la joven recuerda un sueño
que le anticipaba que un danés la llevaría consigo hacia el mar. El jefe
pirata quiere matar al viejo Armel, ya que se niega a entregar el oro y
las riquezas que la comunidad guarda; Gwendoline se interpone rogando por
la vida de su padre, y la belleza de la joven deja deslumbrado al rústico
Harald. Éste queda a solas con ella y luego de dialogar largamente, llama
a Armel y le pide su mano. Este accede, pero sólo como una forma de tomar
venganza contra los invasores; dice a sus hombres que cuando los daneses
beban y se relajen luego de la fiesta de bodas, podrán matarlos sin
esfuerzo ni peligro.
En el Segundo Acto, Armel trama la venganza junto a sus secuaces mientras
se prepara el casamiento de los jóvenes. Entran los contrayentes en la
sala, y ambos grupos -sajones y daneses- les ofrecen dones. Armel los
bendice y juran por la fe de los grandes dioses amarse hasta la muerte. El
viejo sajón fuerza a escondidas a Gwendoline a tomar un puñal, con la
indicación de matar a Harald mientras duerma. Ella parece aceptar el
pedido de su padre y esconde el arma entre sus ropas. Cuando los recién
casados quedan solos, la joven pide a su esposo que huya de allí y no
regrese jamás, dice que lo ama y revela la conjura que le tienen
preparada. El no presta atención a sus ruegos y le pide que se quede a su
lado; ambos reiteran sus votos de amor.
Se oyen los gritos de los daneses que están siendo masacrados por
sorpresa por los sajones. Harald sale en su ayuda seguido de su esposa,
quien antes le entrega el puñal que su padre le había dado. Los sajones
han vencido y Armel hiere de muerte a Harald con su propia espada; entra
Gwendoline y al ver la escena toma el puñal que éste aún conserva en su
mano y se hiere mortalmente. La pareja, frente a sus últimos momentos,
evoca la eternidad que pasarán juntos en el Walhalla, donde será posible
finalmente la realización de su amor.
Son
numerosas las referencias wagnerianas que el libreto presenta: El sueño
de Gwendoline, en claro paralelo con el sueño de Senta con el extranjero
en El Buque Fantasma -o también, el sueño premonitorio de Elsa
en Lohengrin. La relación Gwendoline-Harald-Armel reproduce con
algunos matices la de Senta con el Holandés y Daland. Harald tiene la
misma rusticidad e ingenuidad de Siegfried y como en él, su amor nace a
través de la mirada. La escena del ataque a Harald en la cámara nupcial
retoma una situación del Lohengrin. El dúo final de amor y
muerte, con su evocación a las divinidades germánicas, tiene alusiones
muy claras a Tristán e Isolda. Aparece aquí también, como en
su última e inacabada creación, Briséïs, una rudimentaria
muerte de amor (Liebestod).
Sobre el libreto tal como lo presentó su autor, Chabrier trabaja entre
1879 y 1885. Desde antes de terminarla, se trató de arreglar su estreno
en la Opéra de Paris. El músico intentó en vano negociar a través de
numerosos amigos con influencia, pero su reputación de
"wagnerista" y de compositor demasiado exigente atemorizó a
varios directores. Charles Lamoureux (1834-1899) el 9 de noviembre de 1884
ejecutó en concierto fragmentos de Gwendoline como "Escena
y Leyenda para Soprano y Coro Femenino" -año en el que Chabrier
también compuso y presentó la cantata La Soulamite- y un año
después el Preludio al Segundo Acto de la ópera. Se esperaba con ello
vencer las reticencias que pesaban sobre la obra, para posibilitar su
estreno en alguna sala de ópera. En el Journal des Débats, el
compositor Ernest Reyer (1823-1909) elogió largamente la escritura
musical de este Preludio, y criticó a quienes atacaban a Chabrier sólo
por wagnerista, sin entender nada de su música.
Finalmente la ópera se estrenó en el Théâtre de la Monnaie de
Bruselas, el 10 de abril de 1886. El éxito fue rotundo y el compositor
recibió numerosos elogios. A pesar de ello, Gwendoline bajó de
escena luego de la quinta representación, ya que el director de la
Monnaie declaró haberse quedado sin fondos. Chabrier esperó en vano que
debido a la gran aceptación de su obra, la Opéra de Paris la acogiese
prontamente, pero no fue así. Pasaron dos años para que tuviese recién
dos representaciones en forma privada en la casa de la Princesa de
Polignac, en Paris; la intepretó un coro de apenas veinticuatro personas
y un pequeño conjunto instrumental: Gabriel Fauré (1845-1924) en el
armonio, Chabrier al piano, D'Indy y André Messager (1853-1929) en la
percusión. Nadie se interesó por que regresara al teatro, hasta que en
1889 el tenor belga Ernest van Dyck (1861-1923), amigo del compositor, le
presentó a Felix Mottl (1856-1911), célebre director de orquesta
wagneriano que hizo del teatro de Karlsruhe uno de los más prestigiosos
de la Alemania de su tiempo
2 .
A
partir de ese encuentro Chabrier se hizo íntimo amigo de Mottl, y éste,
entusiasmado por Gwendoline, se empeñó en que se pusiera en
Karlsruhe el 30 de mayo de ese mismo año. El éxito obtenido llevó a que
se cantara inmediatamente en Leipzig, Dresden y Munich y con posterioridad
en Stuttgart (1891) y Düsseldorf (1893). También durante este último año
finalmente llegó a Lyon y a la Opéra de Paris, pero como vimos antes,
Chabrier no pudo disfrutar de este triunfo ya que la enfermedad había
alterado sus facultades mentales.
Entre 1893 y 1943 se representó en algunas ocasiones, y a partir de
entonces desapareció prácticamente del repertorio de todos los teatros
de ópera. Recién en 1996 apareció en el sello Harmonia Mundi una
grabación realizada en Eslovaquia y dirigida por Jean-Paul Penin. Antes sólo
se conocía una versión pirata de una transmisión de radio de la ORTF de
1977, dirigida por Henri Gallois. La nueva grabación al menos es un buen
registro, con una acertada dirección orquestal y la participación
destacada de Didier Henry en el rol de Harald. Como podemos apreciar, el
olvido de esta obra llega hasta nuestros días.
Nos encontraremos ciertamente frente a una obra notable. Su supuesto
wagnerismo queda relativizado después de una atenta escucha; notaremos
que los elementos que Gwendoline presenta, tales como el uso del
"Leitmotiv", el cromatismo sistemático y el estilo de la
orquestación, son una forma de compromiso con el drama continuo en
oposición a la ópera de números. Así Chabrier va diseñando sobre la
trama instrumental, arias, dúos o escenas de conjunto que tienen más que
ver con la línea melódica utilizada por Verdi en sus obras de madurez
que con el esquema wagneriano del arioso libre. Igualmente este estilo nos
da idea de una música que fluye permanentemente y que anuncia lo que serán
las composiciones de Satie, Debussy o Ravel.
El compositor, por encima de las influencias, estaba preocupado por
encontrar un estilo propio; como escribe en una carta a uno de sus biógrafos,
George Servières: "Mi primera preocupación es hacer lo que me
agrada, procurando, antes que cualquier cosa, expresar mi propia
personalidad. La segunda es no ser un idiota. Todo el mundo hace la misma
música; esta pieza podría haber sido firmada por éste o aquél, todo
parece haber salido del mismo taller, es música en la que se puede poner
de todo sin que nada exista en ella: no quiero eso para mí".
Comentar momentos brillantes de este capolavoro es remitirnos a
toda la obra; sin embargo podemos destacar, en primer lugar, la Obertura,
elaborada con una paleta de colores variadísima y donde aparecen,
primero, referencias al mar, a la lucha y la traición -las que crean una
tensión angustiante- para luego impregnarse de una atmósfera que nos
introduce al idilio de los protagonistas y a su tránsito a la gloria del
Walhalla. El relato del sueño de Gwendoline, es donde aparecen más
claramente los paralelos con el aria de Senta en el Segundo Acto del Buque
Fantasma; aquí también tenemos que considerar la admiración del
libretista Catulle Mendès por Wagner. El aria de la soprano evoca la
fuerza y el ímpetu de la escuadra danesa que llega del mar. Cambia su carácter
sólo por breves momentos con la mención de un sentimiento -el amor- que
transformaría esos duros corazones guerreros. La llegada de Harald, rol
para barítono, da lugar a un arioso lleno de fuerza avasallante, como el
carácter del personaje, (Nous avons frappé des épées!)
seguido del coro de daneses.
Armel está confiado a un tenor y sus intervenciones son a través de
algunos ariosos y escenas de conjunto. Chabrier ha querido restar a este
personaje la gravedad de tonos que evocan la autoridad paterna y el
respeto por la vejez y lo ha tratado como a un traidor. Similar
tratamiento al que diera Mussorgsky en su tesitura a Chuisky, en Boris
Godunov, o como luego lo hará Richard Strauss con Egisto o Herodes.
Clara oposición a la ruda franqueza de Harald.
Una consideración especial merece el tratamiento dado a los coros;
Chabrier ya en L'Etoile los había trabajado en una forma muy
particular, aquí el coro reaparece en escenas capitales con el ímpetu de
un protagonista central en la trama: a veces tiene la delicadeza y la
dulzura evocativas de algunas obras de Berlioz, -como en la escena del
Epitalamio- y en otros casos -como en el coro inicial de los daneses o el
del ataque de los sajones- una violencia y un ímpetu propio de alguno de
los coros que Puccini escribiera muy posteriormente para La Fanciulla
del West o para Turandot; pero aún así resulta difícil
hacer comparaciones, sobre todo con obras anteriores o contemporáneas a
Chabrier.
El dúo del Primer Acto de los jóvenes, contiene melodías memorables,
llenas de intenso lirismo que recuerdan la oposición de caracteres de la
pareja protagonista del Otello verdiano en su escena de amor:
Harald repite para la joven el brutal canto guerrero, mientras la dulzura
de Gwendoline va venciendo el duro corazón del danés, hasta que
finalmente se unen en la suave canción de ella: "File, file, la
belle blonde".
El Preludio al Segundo Acto es una página más que memorable. Como vimos,
fue ejecutado aún antes del estreno de la ópera. Pareciera que hubiera
sido concebido como una obra sinfónica en sí misma; posee una riqueza tímbrica
increíble, los instrumentos se alternan para el desarrollo de una melodía
que va tejiéndose delicadamente a lo largo de sus casi ocho minutos de
duración. En el momento en que pareciera concluir en un clímax intenso,
todo se apaga y nuevamente la calma reaparece, preanunciando el final. Lo
interesante en la construcción de este "prefacio sinfónico"
-como lo llamara Reyer- es su carácter impresionista; cuando intentamos
asir, fijar una melodía, se nos escapa sin que logremos reconstruirla,
entonces percibimos que ha sido una vaga insinuación que desemboca en
otra idea y así sucesivamente. Merece la pena insistir en la audición de
esta pequeña obra maestra que nos habla de espacios abiertos e infinitos
a nuestra percepción.
En el Segundo Acto son destacables, primero, la escena del Epitalamio, que
tiene un bello inicio del coro, seguido por la bendición de Armel y los
votos de los contrayentes. Seguidamente el dúo de Gwendoline-Harald que
comienza con un vibrante arioso de la joven, hasta llegar a la intensidad
romántica del de Harald: Viens! Quittons les sombres chimères!
y culminar en una comunión de almas como la que se refleja en Soir
nuptial, délice profond. El final (Bien! femme! nous mourons
ensemble!) con intervención del coro, es de una intensidad
memorable; las referencias luminosas al sol, al fuego y a la claridad
eterna del Walhalla, llevan una brillante orquestación, mientras que los
coros -convertidos casi en coros celestiales- anuncian el paso de la
pareja a la morada augusta de los dioses.
Son elocuentes las palabras del director Jean-Paul Penin en las notas que
acompañan a la edición del disco compacto de la ópera: "La
principal reacción de un músico que lea la partitura de Gwendoline es la
sorpresa. Sorpresa de que una obra tan rica y suntuosa -musicalmente
hablando- haya sido echada al olvido. Lineas melódicas magníficas, coros
vigorosos, una orquestación y una paleta sonora de una riqueza
maravillosa. Se halla presente todo eso que haría que debiéramos
preservar esta obra y mantenerla en los repertorios de los grandes teatros
líricos -más allá de la admiración que Debussy tenía por Chabrier y
por Gwendoline en particular. Un curioso e incomprensible laconismo sucede
a un período de triunfo. ¿Será que su armonía ha sido juzgada como
demasiado wagneriana y por lo tanto démodée? ¿Será que el libreto de
Mendès la desmerece? Sin embargo su música continúa siendo magnífica...
¿Cómo explicar entonces el olvido?" ¿Podremos alguna vez
responder a estas preguntas?
De regreso a la ópera cómica.
Luego de Gwendoline, Chabrier comenzó a buscar un libreto para
una ópera, pero que fuera más alegre y ligero; la opéra-comique
siempre le había sentado mejor a su temperamento. Su amigo el compositor
y libretista Victorien Joncières (1839-1903), atrajo su atención hacia
un viejo vaudeville de Jacques-Arsène Ancelot (1794-1854), representado
en el Palais-Royal en 1836: Le Roi Malgré Lui (Rey a pesar
suyo). Se pidió entonces a Émile de Najac (1828-1889) y Paul Burani
(1845-1901), dos conocidos dramaturgos de entonces 3,
que lo transfomaran en un libreto de ópera.
El resultado fue francamente malo y a pesar de todos los retoques que le
hicieron, Chabrier pensó que era mejor pedir a otro libretista que
mejorara lo hecho. El poeta Jean Richepin (1849-1926) modificó gran parte
del texto hasta que cansado del mismo dejó al músico librado a su
suerte, con lo cual éste tuvo que terminarlo por sí mismo. Deja
testimonio de esto en la propia cubierta del original donde escribió: "Manuscrito
de tres autores (y de mí mismo). He aquí el comienzo de Le Roi
Malgré Lui. Encontramos aquí un poco de todo: Una bouillabaisse de
Najac y Burani cocinada por Richepin y en la cual yo agregué las
especias. El resultado es asombroso. Se diría que hubo una batalla campal
a lo largo de su desarrollo". Ciertamente es un libreto muy traído
de los pelos; no parece, sin embargo, que esto haya afectado mucho al
genio de Chabrier para poner música a estas palabras y situaciones.
La obra, que quedó estructurada en tres actos, se estrenó la noche del
miércoles 18 de mayo de 1887 en l'Opéra-Comique y fue el éxito más
grande de la vida musical de Chabrier. Varios números fueron bisados y al
final del espectáculo los intérpretes y el compositor fueron aplaudidísimos.
Los libretistas fueron silbados. Vincent d'Indy fue terminante con
respecto a ello: "No entiendo la trama. Hay muchas puertas y
parlamentos, unos entran otros salen, hay gente que llega cuando debería
irse y otros que se van cuando deberían quedarse, no entiendo".
A pesar de ello elogió la música de Chabrier a la que calificó de
"genial"; solamente puso objeciones a la gran aria de Alexina en
el Primer Acto, diciendo que retardaba inútilmente la acción. De hecho,
el compositor se mostró de acuerdo con esta crítica ya que la suprimió
para la presentación en el Théâtre-Lyrique de ese mismo año.
La trama se basa en ciertos hechos históricos y en otros imaginarios. En
1573, luego de la muerte del rey Segismundo Augusto el año anterior,
Polonia se volvió una monarquía electiva. A pesar de la candidatura de
Iván el Terrible de Rusia y del archiduque Ernesto de Austria, el elegido
para el trono fue Henri de Valois, duque de Anjou, hijo de Henri II y
Catalina de Médicis, y hermano de Carlos IX, rey de Francia. Henri no
quería ese trono pero fue forzado por su madre a dirigirse a Cracovia
adonde llegó el 15 de febrero de 1574. Menos de tres meses después su
hermano murió y, a pesar de que los polacos quisieron retenerlo, Henri
huyó a Francia a hacerse cargo del trono como Henri III. A dos días de
su coronación el 13 de febrero de 1575, se casó con Louise de Vaudémont,
sobrina de Carlos III de Lorena. Reinó hasta 1589, cuando fue asesinado
por un monje fanático, Jacques Clément. No dejó descendencia ya que por
su notoria homosexualidad ignoró a su mujer en cualquier menester.
Las intrigas paralelas, los personajes que se cruzan, los detalles
innecesarios, hacen que el libreto -casi tergiversado al resumirlo- sea
uno de los más complejos y absurdos de la historia del teatro lírico. A
poco de intentar su comprensión nos damos cuenta de que conocerlo no
mejora nuestra apreciación de esta música maravillosa. De todos modos
vaya una síntesis como guía.
Primer Acto. La historia de la ópera comienza un día antes de que Henri
(barítono) sea coronado rey de Polonia. Piensa con nostalgia en la
Francia que dejó atrás, mientras los nobles polacos, dirigidos por el Príncipe
Palatino Laski (bajo), conspiran para llevar a otro al trono. El futuro
rey convence a su íntimo amigo el conde de Nangis (tenor) de hacerse
pasar por él, mientras que él se hará pasar por el noble para
involucrarse en el complot y buscar a su vez desembarazarse de este trono
que no desea.
Segundo Acto. En una fiesta en el palacio de Laski. Reencontrado Henri con
un antiguo amor veneciano, la princesa polaca Alexina (soprano), sobrina
de Laski y casada con un intrigante italiano, el duque de Fritelli (barítono),
comienza a reconciliarse con la tierra polaca. Mientras tanto el verdadero
Nangis se encuentra con Minka (soprano), una esclava del anfitrión a la
que lo une un apasionado amor. Henri, fingiéndose conjurado, es informado
que ha habido un cambio de planes, ya que se pensaba en secuestrar al
candidato al trono y conducirlo a la frontera, pero en lugar de eso, para
mayor seguridad, será asesinado.
Tercer Acto. Con la ayuda de Minka, Nangis, tomado por el rey, es salvado
a último momento por la guardia real que llega al palacio, mientras que
Henri perdona a los conjurados y ya no pone obstáculos a establecerse en
tierra polaca.
Desde la primera audición nos encontraremos con una obra sumamente
original para la época en la que fue escrita. Destaquemos algunos de sus
momentos más sobresalientes. El Preludio es una bella página que
comienza con una sucesión de brillantes acordes de novena -que serán
retomados por Satie y más tarde por Debussy- y con la claridad de una
instrumentación para solo de vientos. Nótese cómo las disonancias en
este principio nos preanuncian una trama cómica, la que no viene
necesariamente descrita en una música ligera, sino por el contrario, con
burlona solemnidad. La parte principal del Preludio es el Leitmotiv del
"tema de la conjura" que será desarrollado más adelante en la
obra, expresado con giros modales antiguos. El motivo de la fanfarria del
coro de soldados -que también cierra la ópera- aparece al término del
Preludio en una descriptiva síntesis temática de la composición.
El breve y rápido rondó de Nangis dentro de una música alegre y ligera
tiene una complejidad de escritura que nos asombrará en sus disonancias y
estilo. Más convencionales, pero no menos atractivos son los couplets
de Fritelli, página clásica dentro del repertorio francés que ha sido
abordada por grandes cantantes. Fritelli es el personaje cómico de la ópera
y está indicado que posea un marcado acento italiano; aquí Chabrier, en
una nueva sutileza, eligió darle al cuplé un ritmo de mazurca -danza típicamente
polaca- que en su letra elogia a los franceses por encima de los polacos.
Minka es el personaje vocalmente más atractivo en la ópera. Su primer
romanza (Hélas! A l'esclavage) es una bellísima página
introducida por un solo de oboe y cuerdas en pizzicato. En el siguiente número
-la Entrada y romance de Henri- (Beau pays, pays de gai
soleil) nos encontramos con la más bella declaración de amor a la
Francia, como se la ha llamado con acierto; es una especie de pavana nostálgica
en la que las violas recuerdan a las violas renacentistas. Otro momento
destacable en este primer acto lo constituye el dúo de Minka y Henri, en
el que la joven revela su amor por Nangis; es una melodía simple, a la
manera de un rondó, pero en el que -salvo la primera vez- es cantado
siempre a dúo.
El Segundo Acto comienza con un fragmento clave de toda la partitura ya
que es el más conocido, por ejecutárselo como pieza de concierto: la Introducción
y Fiesta Polonesa, aunque, como se le quitan los coros, su audición
se desluce muchísimo. Se trata de un momento que resume la esencia de la
música del compositor: alegría desbordante, originalidad y rico
colorido, tienen lugar en medio de un vals que nos recuerda en su estilo a
aquel de la Éducation Manquée, pero multiplicado en fuerza e
intensidad. Porque si hay un rasgo claro en Chabrier es que no se repite
ni imita a sí mismo. Estando frente a este fragmento apreciaremos que su
música siempre puede compararse en su estilo a alguien que vino después
de él -salvo cuando muestra su devoción a Wagner; pero aún en ese caso,
introduce elementos que hablan de una personalidad musical propia.
Hallaremos proximidades en el tratamiento de este número, con el que le
dieron a ese tipo de música, el ya mencionado Richard Strauss en Der
Rosenkavalier (1911) y, más modestamente, Giacomo Puccini en La
Rondine (1917), pero la referencia obligada ha de ser el poema
coreográfico de Ravel, La Valse (1920), del que se halla más próximo
todavía. Notemos que se trata de obras casi treinta años posteriores.
El ritmo luego varía hacia unos acordes de mazurca, como para que
recordemos que estamos en Polonia, para luego volver al vals más
brillante. Los polacos, mientras bailan, conspiran y hablan en contra de
todo lo francés: de la inconstancia de sus mujeres, de la frialdad de los
amantes, de su falta de valores patrióticos... la contracara de los
primeros cuplés de Fritelli. Otra parte interesante de Minka es su Chanson
Tzigane, en la que la soprano debe exhibir difíciles coloraturas.
Luego de este número le sigue el duo et barcarolle de Alexina et
Henri, con una serie de disonancias que evidencian la riqueza armónica
de Chabrier, para luego pasar a una barcarola (Ô Venise la blonde!
Ciel pur, joyeux printemps!) que recuerda a la de Cuentos de
Hoffmann. Préstese atención a las vocalises evocativas de Fauré y
Debussy, con ritmos lánguidos y esfumados.
En el Ensémble de la Conjuration, se parodia la "Bendición de los
puñales" de Les Huguenots (1836) de Meyerbeer (1791-1864).
La orquesta realiza una melodramática introducción y retoma el tema de
la conspiración ya escuchado en el Preludio. Toda la solemnidad del
comienzo deriva en un estilo cómico y chabacano en el que aparecen los
comentarios bufos de Fritelli, para terminar enlazando hábilmente ambas
melodías. Luego de la intervención de Minka y la Chanson francaise
de Nangis (Je suis le roi!) comienza el largo y memorable finale
en el que participan todos los personajes.
Tenemos un Entr'acte que retoma con variaciones la barcarolle de
Alexina y Henri. Las partes que podemos destacar en el Tercer Acto, además
del coro inicial -realizado sobre la base de la pieza orquestal Danse
Slave- son, primero, el Nocturno a dos voces de Minka y
Alexina -deliciosa página que posee evidentemente la inspiración del dúo
de Héro y Ursula de Béatrice et Bénédict de Berlioz. Este
momento debería ser tenido en consideración junto a otros grandes dúos
para soprano por la delicadeza y sutileza con la que está construido.
En segundo lugar el dúo de amor de Minka y Nangis, que comienza con un
bellísimo arioso de ésta (Il n'est plus, hélas, celui que j'aime!)
e inicia el dúo propiamente dicho, con la intervención del tenor (Pour
planer dans l'air libre et pur) seguido por la soprano y que deriva
en una segunda parte (Minka, c'est toi la reine) para retomar la
melodía inicial acompañada a plena orquesta. El finale de la ópera,
vuelve sobre varios temas a la manera de un potpourri magistralmente
compuesto y con un clima de fiesta en el que todos terminan aclamando al
nuevo soberano con la consabida última frase: Vive le Roi malgré
lui!
Merecido triunfo de esta ópera en la Opéra-Comique. Pero la desgracia
perseguía a Chabrier: tres días después del estreno, el teatro se
incendia completamente durante la representación de Mignon de
Thomas. A los seis meses de este hecho, Le Roi sube a escena en
el Théâtre Lyrique, Place du Châtelet, con varios cortes en su
partitura y, a pesar del nuevo éxito que logra, baja de cartel luego de
once representaciones.
Gracias a la ya mencionada amistad con el director de orquesta, Felix
Mottl, éste lleva la ópera a Karlsruhe en marzo de 1890 y luego a
Dresden y a Colonia. El éxito no duraría, ya que luego de la muerte del
compositor su música quedaría totalmente olvidada en Alemania. En 1892
se estrena en el Capitole de Toulouse, pero Chabrier no puede asistir por
su enfermedad. La ópera tiene una nueva puesta en la reconstruida Opéra-Comique
-y otra revisión de la partitura a cargo de Albert Carré, director del
teatro- en 1929. El mismo año que Jacques Rouché asume la dirección de
ésta -1937- elige a Le Roi para inaugurar la temporada lírica.
Luego será repuesta en 1941, como parte de los actos del centenario del
compositor. A partir de allí se presentará unas cinco veces durante la década
de los sesenta por Radio France, en la que se guardan los archivos de esas
transmisiones.
En 1978 se representó en el Capitole de Toulouse y, retomada años después,
dio lugar a la única versión comercial discográfica que existe
actualmente: la de 1984, dirigida por Charles Dutoit para el sello Erato.
Se trata de una excelente versión con Barbara Hendricks, Gino Quilico y
Peter Jeffes en los roles protagónicos, con un brillante desempeño. Lo
único que desmerece esta grabación es la presencia inexplicable de la
soprano francesa -de origen español- Isabel Garcisanz, que destroza el
papel de Alexina. Pero el conjunto es muy bueno.
Los últimos intentos por terminar una ópera.
Luego de concluída la composición de Le Roi Malgré Lui,
Chabrier fue en busca de un nuevo libreto. Trató de convencer en vano a
Victorien Sardou (1831-1908) para que convirtiera su pieza Les
Merveilleuses en una opereta o que cediera los derechos de Théodora
para hacer una ópera seria
4 .
Como otros compositores también estuvo tentado por Shakespeare y pensó
durante algún tiempo en La Tempestad, pero abandonó el proyecto
al enterarse que Ambroise Thomas (1811-1896) -de quien Chabrier recelaba
profesionalmente 5
- había pensado en hacer una opera-ballet con esa pieza. Otros
proyectos que no prosperaron por esa época fueron la adaptación de La
Hija del Capitán de Pushkin y Taras Bulba de Gogol, como
también una adaptación de Hernani de Víctor Hugo, que le
propuso Catulle Mèndes. Diferencias con Richepin hicieron fallar el
proyecto de La Glu, novela que su autor adaptara como pieza de
teatro en 1883. El tono verista y violento de la obra si bien no iban con
Chabrier, ofrecían una atmósfera marítima que éste quería describir
musicalmente 6
.
A comienzos de 1888 Catule Mèndes propuso al compositor una reelaboración
del poema dialogado de Johann Goethe (1749-1832), Die Braut von
Korinth -La Novia de Corinto (1797) 7
que va a derivar en el último proyecto de ópera de Chabrier: Briséïs
ou Les Amants de Corinthe (Briséïs o Los Amantes de Corinto).
El poema de Goethe se había convertido en obra de culto entre los
escritores y compositores de la época. Camille du Locle (1832-1903) había
elaborado un libreto para la ópera de Jules-Laurent Duprato (1827-1892) La
Fiancée de Corinthe, estrenada en la Opéra de Paris en 1867.
Anatole France (1844-1924) en 1879 escribió un drama en verso, Les
Noces Corinthiennes, una celebración del paganismo, que muchos años
después -1922- Henri Büsser (1872-1973) transformó en una ópera. Fue
sobre este poema dialogado que los reconocidos poetas simbolistas Ephraïm
Mikhaël (1866-1890) y Bernard Lazare (1865-1903), realizaron una
"leyenda dramática" en tres actos denominada La Fiancée de
Corinthe, que se presentó en París en 1888. En base a esta versión
de la historia, dedicada por sus autores a Mèndes, éste se puso a
trabajar con el propio Mikhaël para convertirla en libreto de ópera.
Desde el punto de vista del género operístico, había en la historia un
elemento que atraía a Mèndes y a Chabrier como reconocidos wagnerianos:
el tema del Liebestod (muerte de amor) que, aunque en forma
rudimentaria, se representaba al final de la obra: los protagonistas debían
morir para disfrutar finalmente de aquello que les había sido negado en
vida: su unión de amantes esposos. Era una vuelta de tuerca más sobre
este tema que ambos creadores ya habían trabajado en Gwendoline,
ya que -como vimos antes- el final de la joven y Harald no era un destino
elegido por ambos sino un producto de la traición y la fatalidad.
A medida que Chabrier comenzó a trabajar en la obra, el Liebestod se
constituyó en su elemento culminante y principal. En la balada de Goethe
este aspecto no está particularmente destacado. Die Braut es una
historia de vampirismo -tanto metafórico como real. Sobre todo refleja
esa temática de la pasión funesta, tan cara al espíritu romántico.
También encierra una cierta queja sobre el cambio de las antiguas
religiones a la nueva fe cristiana y el contraste cultural que se produce
entre ambos adeptos.
En el argumento de Mèndes la vampiresa que se alimenta de la sangre de su
primera joven víctima, deja lugar a la amante que le pide a su prometido
que muera con ella para gozar de la felicidad en el más allá. Briséïs
está mucho más cercana al sacrificio de Senta y a la muerte de amor de
Isolda. Una muerte que es el comienzo de la concreción del amor; un amor
que va más allá de aquella y vence las contingencias en un mundo que no
le da cabida.
Entusiasmado con este argumento, Chabrier comienza su trabajo. A pesar de
ello, no logra trabajar con la rapidez que quisiera: Mèndes, ocupado con
otros pedidos, no reelabora el libreto con la premura que el compositor le
exige. Mme. Chabrier debe intervenir en junio de 1888, suplicándole al
poeta que se apresure, ya que su marido se hallaba muy angustiado. Su
trabajo era una carrera contra la enfermedad y además estaba obsesionado
por la necesidad de escribir algo que fuera muy distinto de todo cuanto
había producido.
Así, dejó París y se aisló en el campo, en La Membrolle, Toureine; sin
embargo ya no componía con la facilidad con la que lo había hecho tiempo
atrás. A ello se sumaban las demoras de Mèndes o Mikhaël cada vez que
él sugería alguna modificación en el texto. El entusiasmo de Chabrier
por esta obra se ve reflejado en numerosos comentarios, como una carta a
su ya mencionado amigo, el tenor Van Dyck, en la que le dice que cree que
únicamente Mèndes está a la altura de realizar un verdadero drama lírico
y que su ópera será "tierna, emocionante y extremadamente
pasional". Con respecto al estilo que esta tendrá, dice que no
sabe si será enteramente francesa, pero de lo que sí está seguro es de
que no será wagneriana. "Podré inocularme con la estética del
hombre de la Edad de Bronce, pero jamás con su música". Se
confesaba admirador incondicional de Wagner, pero no quería hacer nada
que ya estuviese hecho. El resultado que nos ha quedado ha sido el de una
música netamente francesa, original y realmente de vanguardia desde el
punto de vista armónico.
En agosto de ese mismo año, piensa que en seis meses podrá dar por
concluida su ópera. El tiempo pasa y comienzan algunos sinsabores
financieros que trata de remediar dando lecciones de composición -a pesar
de que la docencia no es su fuerte. También compone por ese entonces
algunas mélodies y viaja a Alemania, donde gracias a los esfuerzos de
Mottl sus óperas son más solicitadas que en Francia. Coinciden
en los seis años que median entre el comienzo de Briséïs y su
muerte, en 1894, el deterioro de la salud de su mujer, su propia
decadencia física progresiva y la muerte de su vieja nodriza en 1891,
hecho que lo deja sin poder trabajar durante meses. Ya en septiembre
de1890, al concluír el primer acto de la ópera, se da cuenta de que no
va a poder continuar mucho más y expresa en una carta a Van Dyck: "Mottl
podría interpretar este primer acto que acabo de orquestar. Me deslomé
haciéndolo". Y se retira a Touraine, dice, "para
esconderme como un animal enfermo".
A fines del mes de marzo de 1894, sólo con algunos momentos de lucidez,
comprende que le será imposible terminar su querida ópera y le pide a
Vincent d'Indy, a quien considera como el único de entre sus amigos capaz
de hacerlo, que retome la composición de la obra por él. En principio éste
acepta, pero se da cuenta que lo que pensaba como un trabajo de orquestación,
es una labor de composición ardua, ya que el resto de la ópera sólo está
ligeramente bosquejada y más allá de sus buenas intenciones, abandona
finalmente el proyecto.
Ese primer acto concluído, de los tres proyectados, quedó dividido en
cuatro cuadros. La acción tiene lugar en Corinto, en tiempos del
Emperador Adriano -Siglo II de nuestra era.
Escena I. Baja sus anclas la nave de Hylas y desciende éste en dirección
a la casa de su prometida Briséïs. Va a despedirse de la joven, ya que
parte en un viaje hacia Siria a buscar riquezas con las cuales proveer de
una dote digna a la rica corintia.
Escena II. Se encuentran los amantes y Briséïs le manifiesta su temor
por los peligros y tentaciones de bellas jóvenes que le aguardan a Hylas
durante el viaje. Este reafirma sus promesas de amarla y serle fiel para
siempre. Ambos se unen en un juramento poniendo a la diosa Cipria
-sobrenombre de Afrodita- como testigo. Briséïs insiste en que ese amor
va más allá de la propia muerte y que ni ésta los prodrá separar. "Si
tu novia yace en la tumba, al final del día ella saldrá de su frío
sepulcro para sonreírte a tu regreso" -le dice casi en éxtasis
y agrega: "Muerta, pero bella aún, te hará un gesto para que
duermas a su lado en la tumba nupcial". Los marinos anuncian a
Hylas la partida y repitiendo el juramento de amor, los amantes se
separan.
Escena III. Briséïs queda sola y se escuchan los lamentos de Thanastô,
madre de la muchacha. Corre hacia la entrada y allí la detiene Stratoklès,
un viejo servidor, que le dice que un demonio atormenta a la mujer. En ese
momento, ella aparece rogando por la muerte e invocando a Jesús y a la
Virgen María. Briséïs pregunta entonces al servidor cuál es este dios
al que su madre invoca. "¡El Dios de los cristianos!" -se
lamenta Stratoklès. Thanastô ruega a Dios por su curación y ofrece a
cambio a su hija, que aún no se ha convertido, para que se consagre a
difundir la fe de Cristo. La joven dice que para sustraer a su madre de
los tormentos del Hades se ofrecería en tal sacrificio. El servidor le
recomienda orar a los viejos dioses.
Escena IV. Briséïs y los servidores elevan sus plegarias a Febo por la
recuperación de Thanastô. Llega un Catequista y anuncia al verdadero
Dios que salva. Ruega por la salud de la mujer y quiere entrar en la casa
pero los sirvientes se lo impiden. Stratoklès explica a Briséïs que el
Dios que ese hombre anuncia es un dios triste y celoso, un dios al que le
place el dolor y que no ama la vida, que detesta los esponsales y las
caricias de los amantes. El Catequista afirma que Dios es todo lo
contrario: ha sufrido para liberar a los hombres del mal, ama a todos y
perdona, y promete la vida eterna en el Paraíso. La joven le pregunta
entonces si ese dios salvará a su madre y él le responde que sólo si
ella así lo quiere. Briséïs ordena a los sirvientes que realicen los
ritos para honrar al nuevo Dios, a lo que el Catequista le responde que la
ofrenda que Dios desea es ella misma. Que su madre ha pedido para ella el
bautismo y la consagración como esposa del Único Dios. Ella rehúsa y
afirma que Hylas es ya su esposo. Aparece Thanastô y le dice que la ha
ofrecido a Dios a cambio de la curación de su mal y para la salvación de
su alma, ya que Briséïs continúa siendo pagana. Los sirvientes ruegan a
la muchacha que se quede con los antiguos dioses, mientras que Thanastô
insiste que ella ha jurado y le recuerda su promesa de hacer lo posible
por salvar a su madre. Briséïs obedece y parte con el Catequista,
mientras su madre da gloria a Dios por su conversión.
Hasta aquí la música. En los actos Segundo y Tercero, Hylas, de vuelta a
Corinto, naufraga y llega hasta la playa, al lugar en donde Briséïs ha
sido consagrada esposa de Cristo. Le recuerda su juramento de fidelidad, y
la joven, sin saber si decidirse entre el amor conyugal o el filial, se da
muerte. Como había prometido, vuelve después de muerta y demanda a Hylas
que le siga a la tumba nupcial; éste -luego de aspirar el aroma mortal de
unas flores que ella le ofrece- la sigue, lleno de gozo, ante el asombro
de cristianos y paganos.
Como vimos al analizar obras anteriores, Chabrier no era partidario de la
ópera de números, sin embargo también se manifestaba contrario a la
declamación wagneriana y a darle una unidad al drama por actos, y no por
escenas. Por ello, si bien estas cuatro escenas están unidas sin solución
de continuidad a través de puentes sonoros, no constituyen una forma melódica
infinita, al estilo de Wagner, sino que son escenas separables.
La primera de las mismas está centrada en la llegada de Hylas (tenor) a
quien acompaña un coro de marineros. Algo destacable es que se trata de
un coro mixto con un esplendor y una riqueza de sonidos increíble. Apenas
unos compases y comienza el coro su primera intervención (La nef légère
a pris l'essor) con una frescura que nos habla del mar, de su brisa y
de tranquilas navegaciones. Media la intervención del arioso de Hylas,
quien al mencionar a Briséïs la presenta musicalmente. La orquesta
reiterará su Leitmotiv varias veces antes de su llegada. El canto del
joven está lleno de pasión pagana, que veremos contrastada en las
escenas siguientes con la austeridad cristiana.
Con la entrada de Briséïs comienza la segunda escena. Esta tiene en el
comienzo un carácter menos apasionado por la referencia a la enfermedad
de la madre de la joven. Nuevamente el arioso de Hylas (Eros! Chaleur!
Lumière!) interrumpe este clima y nos sumerge en el idilio. El dúo
que da comienzo, en el que ambos recuerdan su promesa ante Afrodita de
amarse hasta el fin de sus días, está constituido por una serie de
fragmentos con forma de ariosos. Sólo la reiteración del juramento está
cantada a dúo (Par l'auguste Kypris).
Briséïs queda sola y el interludio orquestal acompaña sus reflexiones,
recorriendo los diversos temas expuestos en las primeras escenas. Entramos
en la escena tercera nuevamente con las referencias a la enfermedad de
Thanastô y los lamentos lejanos del coro; aparece luego el Leitmotiv del
amor filial que contrasta con esas imágenes sombrías. Thanastô
(mezzo-soprano) tiene una prolongada intervención en el acto. Su carácter
es contradictorio y oscila entre el miedo a la muerte y la aceptación del
martirio. Es llamativo cómo Mèndes ha desarrollado a este personaje que
en Goethe no tiene casi protagonismo. Más allá de las debilidades del
libreto, Chabrier aprovecha y la acompaña musicalmente en sus cambios
emocionales. Todas sus intervenciones son declamatorias y grandilocuentes:
desde su primera súplica (Jésus, je suis en proie à l'épouvante de
la tombe) que termina con una vibrante invocación (Christ, vois
mes pleurs!) hasta la expresión de su celo misionero en "Pour
qu'au jour des moissons superbes". Ésta última es una de las
melodías más importantes dentro de la ópera y es repetida por la mezzo
en varias ocasiones, expresando el deseo de que Briséïs se
dedique a llevar el Evangelio a los paganos.
La soprano queda eclipsada a partir de la aparición de su madre, un
personaje de un carácter mucho más fuerte. Préstese atención al bellísimo
preludio que inicia el oboe al breve arioso final de Briséïs en esta
escena (Mère au cher coeur, front vénéré) en el que
nuevamente se entrecruzan los motivos del amor filial y el de la misión
evangélica.
La última escena comienza con un breve preludio y la intervención del
coro en una vibrante invocación a Apolo. El Catequista (barítono) llega
con una fanfarria de trompetas y ruega por Thanastô dentro de un canto
gregoriano. Este personaje no despierta ninguna simpatía, tiene la misma
negación de cualquier forma de amor carnal como Yokanaan en Salomé;
a diferencia de éste, no hallaremos ninguna gloria en sus frases, la música
no transmite más que solemnidad. No es raro que esto ocurra en el libreto
ya que, como dijimos, Anatole France había hecho en base a Goethe una
apología del paganismo, lo magnífico es cómo lo refleja en su música
Chabrier. El contraste entre los temas cristianos y los paganos es muy
notorio. Los primeros están siempre expresados en forma austera y se
produce una confrontación de ambos para acabar mezclándose dentro de un
verdadero ecumenismo musical. Un momento intesante es el aria de Stratoklés
(bajo), sombría y triste ya que anuncia la muerte de Pan -metáfora sobre
el cambio de las viejas costumbres paganas- debido "al niño que ha
nacido en un establo".
El final es verdaderamente apoteósico: se inicia con la pesadumbre del
coro debido a la indecisión de Briséïs con respecto a los antiguos
dioses. A partir de su aceptación de seguir los deseos de Thanastô, con
un "J'obéirai" en un hálito de voz, seguido de la
orquesta que ejecuta el tema del amor filial, aquella comienza un himno a
Jesús con el tema de marcha triunfal "Pour qu'au jour des
moissons superbes". Sabemos que es un error intentar pensar históricamente
comenzando con la frase "¿qué hubiera sucedido si...?", pero
estaríamos tentados de preguntarnos acerca de cómo hubiera seguido esta
ópera si así es el primer acto. Nuevamente una pregunta sin respuesta.
Luego de la muerte de Chabrier, el 13 de septiembre de 1894, sus
descendientes intentaron en vano -al igual que su autor con d'Indy- que la
ópera fuera completada. Ni Antoine Mariotte (1875-1944), Alfred Bruneau
(1857-1934), Claude Debussy (1862-1918), Georges Enesco (1881-1955) o
Maurice Ravel (1875-1937) aceptaron esa tarea cuando fueron sucesivamente
consultados. El compositor y musicólogo Roland-Manuel (1891-1966) afirma
que, por lo que anticipa de la música del futuro -en particular a Pelléas
et Mélisande- este fragmento de drama lírico "marca un
hito en la historia del lenguaje y del estilo operístico francés".
También el compositor Paul Dukas (1865-1935) opinó que este Acto había
sido lo más completo que Chabrier realizó como música para la escena.
Este Primer Acto fue dirigido por Charles Lamoureux en un concierto en París
como homenaje al compositor el 31 de enero de 1897. Dos años después
tuvo lugar la primera escenificación de la obra en Berlín, bajo la
dirección nada menos que de Richard Strauss. Cuatro meses después, el 8
de mayo de 1899, subió a escena en la Opéra de Paris. De allí en
adelante hubo pocas representaciones. En agosto de 1994, durante las
conmemoraciones del centenario de la muerte del músico, se ejecutó en el
marco del Festival de Edimburgo, en el Usher Hall. Ese registro fue
llevado al disco compacto por el sello inglés Hyperion. Se trata de una
versión dirigida por Jean-Ives Ossonce con la BBC Scottish Symphony
Orchestra, en la que participan Joan Rodgers, Mark Padmore, Kathryn
Harries, Simon Keenlyside y Michael George en los papeles principales.
Podemos decir que es excelente desde todo punto de vista, con el valor
agregado de que la toma de sonido fue realizada durante una única función.
Elogios tardíos a un compositor casi olvidado.
Como hemos podido apreciar a lo largo de este trabajo, son numerosos los
reconocimientos a Chabrier por parte de músicos, musicólogos y creadores
de todas las ramas de las artes. No es fácil hallar a un compositor que
haya sido tan elogiado por sus colegas de todas las épocas y con el que
muchos acepten tener algún tipo de deuda. Y nos referimos a creadores con
escuelas y estilos tan diversos, como lo fueron Ravel, Dukas, Stravinsky,
Poulenc, Bruneau, Reyer, Richard Strauss, Milhaud, Lecoqc, Satie, Godard,
Déodat de Séverac, Albéniz, Falla, Messager, d'Indy, Duparc, Hahn o
Debussy.
En 1932, Alfred Bruneau pronunció una conferencia 8
en la cual, detrás de la prosa efusiva y grandilocuente de la época,
hallamos el elogio sincero al músico admirado y respetado por sus colegas
y hace una interesante cita de Alfred Cortot (1867-1962) en la que se
resume en forma magnífica su esencia musical: [Su música] "es
al mismo tiempo breve y generosa, primorosa y refinada. La risa, empleada
con deliciosa familiaridad, no pone obstáculos a la sensibilidad. Realiza
esa paradoja de traducir casi siempre en un lenguaje de abundante
sensualidad, ideas musicales deliberadamente ingenuas, y de asociar -en
una inesperada combinación- la jerga de los suburbios con el impuso vital
dionisíaco". Vincent d'Indy lo proclamó como el verdadero
mentor de la moderna escuela musical francesa a partir de esa búsqueda
incesante de nuevas sonoridades y armonizaciones, las que jamás eran
puestas arbitrariamente dentro de una partitura.
Convendría como síntesis, citar el comentario que el musicólogo Harry
Halbreich realiza en el estudio preliminar de la grabación de Dutoit de Le
Roi Malgré Lui: "Esa explosión de luz es la expresión de
una desbordante alegría de vivir. Pero, por detrás de la sonrisa burlona
de Chabrier, aparece también una la gravedad y la melancolía, de la
misma forma que las sombras sirven para poner en evidencia a la luz.
Chabrier exploró profundamente el cromatismo wagneriano, pero llevándolo
más adelante y usándolo de una forma expresiva típicamente francesa.
Ese cromatismo se opone, efectivamente, al diatonismo modal originario del
más remoto pasado de los países latinos, y hasta del mismo canto
gregoriano. Chabrier reunió y adicionó, por lo tanto, las riquezas de
dos grandes tradiciones de la armonía europea, alcanzando así los límites
extremos de las posibilidades tonales, con las cuales, sin embargo, no
llega a romper. [...] Bajo todos los puntos de vista, Chabrier
estaba muy por encima de su tiempo; y eso se aplica tanto al terreno melódico
como al de la invención armónica. Y cabría preguntarse si él realmente
pertenecía a su época, en la que predominaba una concepción mortalmente
seria de la música, en la que se componían sinfonías gigantescas y
dramas líricos metafísicos, mientras que él, estaba inspirado por una
musa llena de alegría, de ligereza, buen humor y ternura, que moldeaba
sus obras maestras en formas breves, incluso de opereta".
Redescubrir a Chabrier será para nosotros una experiencia muy grata.
Deberemos abordarlo sin prejuicios, considerando que toda su obra fue una
búsqueda incesante de melodías y armonías nuevas. Que, como muchos
grandes creadores, no pensó en términos elitistas sino en llegar a todo
el público, pero no con el recurso fácil que le darían las fórmulas
consagradas. Parafraseando a Halbreich, su creación se movió
incesantemente entre la tradición y la innovación, adaptándose a su
tiempo, pero a la vez tratando de ir más allá; él sabía que su misión
como artista era marcar un camino nuevo con continuidad con los
anteriores. Y que sólo en algunas ocasiones un genio descollante produce
ese giro copernicano que cambia la historia. Nuestro músico tenía
demasiada humildad para considerarse tal y trabajó de acuerdo a sus
posibilidades y talentos, los cuales -dentro de sus infortunios- supo
aprovechar al máximo.
Bibliografía consultada.
Deláge, Roger. Emmanuel Chabrier. Ed. Fayard. Paris, 1999.
------------------ Emmanuel Chabrier. Correspondance. Ed.
Klincksieck. Paris, 1994.
------------------ L'Etoile. Folleto de la grabación de John
Eliot Gardiner. EMI 7478898. 1984.
------------------ Gwendoline. Folleto de la grabación de
Jean-Paul Penin. L'Empreinte Digitale ED 13059. 1996.
Halbreich, Harry. Emmanuel Chabrier, Ignored and ill-fated genius.
Folleto de la grabación de Le Roi Malgré Lui, dirigida por Charles
Dutoit. Erato 2292-45792-2. 1992.
Lacourcelle, Eric. L'Odysée Musicale d'Emmanuel Chabrier.
Histoire d'un Compositeur. Ed. L'Harmattan. Paris, 1994.
Langham Smith, Richard. Une Education Manquée. Folleto de la
grabación de Jean-Claude Hartemann. EMI-Classics CDM5 65155 2. 1994.
Larner, Gerald. Briséïs ou Les amants de Corinthe. Folleto de
la grabación de Jean-Ives Ossonce. Hyperion CDA66803. 1995.
Machado Coelho, Lauro. A Ópera na França. Editora Perspectiva.
Sao Paulo, 1999.
Robert, Frédéric. Emmanuel Chabrier. Ed. Seghers. Paris, 1970.
Deseo agradecer particularmente la gentil colaboración del personal de la
Biblioteca del Teatro Colón de Buenos Aires para la consulta de material
bibliográfico y de hemeroteca.
1 Además de crítico literario, novelista y
poeta de la escuela Parnasiana, Mendès colaboró en libretos de diversas
óperas: Rodrigue et Chimène (1892) de Debussy y Ariane
(1906) y Bacchus (1909) de Jules Massenet. Como en el caso antes
mencionado de Verlaine, numerosos músicos tomaron sus poemas para crear mélodies.[Volver]
2 El joven Mottl había asistido a Wagner en
la preparación del Primer Festival de Bayreuth (1876), donde también en
años subsiguientes dirigió la Tetralogía. Entre 1881 y 1903 dirigió en
Karlsruhe, donde produjo las óperas de Berlioz completas.[Volver]
3 El más conocido era de Najac, que trabajó en
numerosas oportunidades con Victorien Sardou y en varios libretos de óperas
para Louis Deffès (1819-1900), tal como Les Noces de Fernande. [Volver]
4 El nombre de Sardou está asociado a
Puccini por Tosca (1900); una considerable parte de sus obras de
teatro luego se convirtieron en óperas u operetas: Madame Sans Gêne
o Fedora, -las que se hicieran más famosas por pertenecer a
Umberto Giordano (1867-1948)- L'Oncle Sam, Les Merveilleuses,
La Famille Benoîton, Bataille d'amour, Le Roi
Carotte, La Haine, Les Diables Noirs o Théodora,
finalmente dada en 1907 a un músico hoy casi olvidado: Xavier Leroux
(1863-1919) -quizá lo único que se recuerde de él hoy en día es su ópera
Le Chemineau (1907).[Volver]
5 A la vez decía como una broma no exenta de
crítica: "Hay tres tipos de música: la música buena, la música
mala y la música de Ambroise Thomas".[Volver]
6 En ese mismo año, Charles Gounod
(1818-1893), encantado por la obra que se representaba en el Théâtre de
l'Ambigu, tomó parte de su texto y compuso la "Chanson de La
Glu".[Volver]
7 Johann Wolfgang Goethe tomó esta historia
de un relato clásico recopilado por Flegón de Tralles (circa 130 dC) en
su Libro de los Hechos Maravillosos del Siglo II dC y la puso en
verso; el romántico alemán se constituyó en la fuente primaria para
todos los poemas, obras teatrales, óperas y narraciones que vinieron
después. El tema ha sido trabajado numerosísimas veces, inclusive el
poeta mexicano Amado Nervo (1870-1919) tiene un relato en prosa con el
mismo.[Volver]
8 Concierto en homenaje a E. Chabrier, Ecole
Normal de Musique de Paris s/d, 1932.[Volver]