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SECCIÓN DEL APÓCRIFO (HUMOR): Por Antonio Pérez Vázquez. Lee su curriculum. Siempre se ha dicho que la música une a la gente. Uno de los fenómenos en los que se produce este efecto es en el deporte. Concretamente en los estadios de fútbol. Como en otras ocasiones, este artículo está basado en un hecho real. El cielo amenazaba lluvia, la noche era desapacible. El viento movía las ramas de los árboles mientras yo, el apócrifo, caminaba con paso decidido hacia la casa de un amigo con el que había quedado para ver el partido. Finalmente cayeron algunas gotas que amenazaban con desbaratar los planes de aquella noche. El viento se llevó los nubarrones y el cielo nocturno quedó totalmente despejado. Luz verde para el plan. Cuando llego a mi destino descubro con sorpresa que no vamos a ir solos. Una bella dama nos acompaña. Concretamente acompaña más concienzudamente a mi amigo. Yo también intenté llevar compañía, pero el plan no salió (aunque no crean que he arrojado la toalla). Tras un rato de caminata y animada charla llegamos al objetivo final: el estadio. Como era un partido amistoso no tuvimos problemas a la hora de conseguir las entradas. De hecho estaban muy bien de precio y en una parte de la grada realmente inmejorable. Ya sólo quedaba entrar y tomar posesión de nuestros aposentos. Por el camino que conducía a nuestras localidades pudimos contemplar algunas manifestaciones musicales que después veríamos con más detalle. Las trompetas sonaban cual sonido celestial (en realidad el ruido era estridente), el repique de los tambores embriagaba el aire (un señor con el tambor estaba empeñado en que ése fuera el último día de su instrumento) y coros de angelitos entonaban cánticos que ensalzaban las virtudes del equipo rival (sin comentarios). Estaban afinando antes del concierto. Nos acomodamos en nuestros asientos justo antes de que el árbitro diera comienzo al encuentro. Por cierto, la música comienza con el silbato del árbitro. No sé por qué pero ese sonido me recuerda muchísimo al de la samba brasileña. A veces imagino que los jugadores en lugar de ponerse a darle patadas al balón comienzan a contonear las caderas al estilo brasileño. No me digan que no sería cómico. Y el comienzo del concierto de la grada comenzó inmediatamente. Las trompetas, los tambores y las gargantas de los aficionados se unieron en una increíble fanfarria que deleitaba los sentidos. La dama que nos acompañaba (a mi amigo más que a mí) coreaba en ocasiones algunos fragmentos de canción. Pero cuando parecía que las demostraciones de bellas artes habían terminado sucedió otro fenómeno que me tomó por sorpresa. A veces lo había visto por la televisión, pero nunca lo había vivido de cerca: la ola. Estoy hablando de un movimiento coordinado de cientos de personas (un macro ballet amateur) que se repite varias veces a lo largo de un partido. Ves cómo se acerca desde lejos, se mueve muy rápido y no hay nada que pueda pararla. Cuando la tienes encima y cualquier escapatoria es del todo imposible sólo queda una salida: convertirse en ola. Y cuando te conviertes en ola sonríes y miras a tu alrededor y en lo único que piensas es en la próxima vez que pase por aquí. Orquesta, coros y ballet. Con tanto que ver y oír a uno se le olvida que en el césped se esta jugando un partido de fútbol. Y la verdad es que no recuerdo cómo quedó el partido. Más bien me quedé con la sensación de haber asistido a un concierto. De hecho esto parece la crítica de un concierto y no una crónica deportiva. Qué cosas. Como era de esperar la bella dama se quedó con mi amigo y yo regresé a casa solo. Pero antes disfrutamos de una agradable cena y un encuentro con seres tan pintorescos como los que habíamos visto en el partido. Pero estos iban vestidos de otra forma. Por cierto, ya van tres años de artículo del apócrifo y de la revista. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
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