MARINA
A LA DERIVA
Por Fernando
López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.
Sevilla,
Teatro de la Maestranza. 5 de febrero. Arrieta: Marina.
R. Rosique, I. Encinas, C. Bergasa, F. Santiago, F. Oliva de la
Vega, O. Arabadzhieva, J. Becerra. Coro de la A. A. del Teatro de la
Maestranza, dirigido por V. Metti. Real Orquesta Sinfónica de
Sevilla. M. Ortega, director musical. X. Albertí, director de
escena. Coproducción Festival Castell de Peralada y Fundación
Pablo Sarasate de Pamplona.
Un
verdadero fiasco ha sido la Marina que ha presentado el
Teatro de la Maestranza para saldar, según cuentan sus
responsables, la deuda contraída con el famoso título de Arrieta
desde hace años. De hecho, ha sido una de las funciones líricas más
aburridas que se recuerdan en el teatro sevillano en los últimos años,
lo que quedó en evidencia en los desganados aplausos que dispensó
el habitualmente generoso público aficionado a la zarzuela.
Principales
culpables de semejantes resultados son los encargados de la
vertiente escénica. La escenografía de Llorenç Corbella era
sencillamente inexistente, limitándose al suelo y a un par de
elementos de aparición puntual de dudoso gusto. Peor aún la
dirección de actores. Los solistas y el coro deambulaban como
zombies por las tablas, y cuando seguían algunas de las escasas
indicaciones que les daba el señor Xavier Albertí -que con toda la
desfachatez afirmaba ofrecer una propuesta renovadora y carente de tópicos-,
sólo lograban hacerles caer en el más absoluto de los ridículos.
Bochornoso. No se entiende como José Luis Castro, que conoce bien
el mundo de la dirección escénica, ha consentido en traer a su
teatro engendro semejante.
Musicalmente
las cosas no fueron tan mal, pero la sensación de rutina terminó
imponiéndose y la marina terminó a la deriva. No podía ser de
otra manera con un capitán como Miquel Ortega, cuya dirección es
la más de las veces plana, errática y confusa, circunstancia que
quien esto suscribe ha tenido la ocasión de comprobar ya demasiadas
veces. ¿Y cómo es que este señor dirige tanto en España? Pregúntenle
a su amigo el barítono Carlos Álvarez o, mejor, al agente artístico
de ambos. Ya va siendo hora de que alguien lo haga.
La
tripulación presentaba síntomas de amotinamiento: los miembros de
la Sinfónica de Sevilla, sin ocultar su evidente antipatía al
foso, ofrecieron una lectura floja y desganada como pocas. Suspenso
para ellos, no por tocar mal, pero sí por hacerlo al veinte por
ciento de su capacidad. En cambio, hay aprobado -y hasta notable-
para el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la
Maestranza: al final, habremos de dar la razón a quienes afirman
que la marcha de su anterior director, el maestro La Ferla, ha sido
beneficiosa para la formación.
Muchos
tenemos depositadas grandes esperanzas en Ruth Rosique, joven
soprano lírico-ligera que ha lucido su buena voz -bonita aunque no
muy grande- y notable sensibilidad en repertorios de lo más
variopinto, destacando sus colaboraciones con diversos grupos de música
antigua (Capella de Ministrers, Música Ficta). Su Marina ha sido
buena, pero aún dará más de sí cuando desarrolle determinadas
habilidades propiamente operísticas -y más concretamente
belcantistas- en las que aún está algo verde. Y cuando cuide la
dicción.
De
Ignacio Encinas no se pueden decir muchas cosas positivas: alardes
en los agudos -le beneficia su extenso fiato- y poco más. En el
otro extremo, estrangulamientos varios y medias voces molestas para
el oído. El estupendo barítono Carlos Bergasa se vio contagiado
por la desgana del foso, ofreciendo una interpretación plana e
impersonal; al menos cantó todo lo bien que suele. Ni siquiera logró
eso Francisco Santiago, que con muy buena voluntad venía a
reemplazar a última hora al bajo previsto. Lo dicho: una función a
olvidar.
|