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Número 37º - Febrero 2.003


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MARINA A LA DERIVA

Por Fernando López Vargas-Machuca. Lee su curriculum.

Sevilla, Teatro de la Maestranza. 5 de febrero. Arrieta: Marina. R. Rosique, I. Encinas, C. Bergasa, F. Santiago, F. Oliva de la Vega, O. Arabadzhieva, J. Becerra. Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, dirigido por V. Metti. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. M. Ortega, director musical. X. Albertí, director de escena. Coproducción Festival Castell de Peralada y Fundación Pablo Sarasate de Pamplona.

Un verdadero fiasco ha sido la Marina que ha presentado el Teatro de la Maestranza para saldar, según cuentan sus responsables, la deuda contraída con el famoso título de Arrieta desde hace años. De hecho, ha sido una de las funciones líricas más aburridas que se recuerdan en el teatro sevillano en los últimos años, lo que quedó en evidencia en los desganados aplausos que dispensó el habitualmente generoso público aficionado a la zarzuela.

Principales culpables de semejantes resultados son los encargados de la vertiente escénica. La escenografía de Llorenç Corbella era sencillamente inexistente, limitándose al suelo y a un par de elementos de aparición puntual de dudoso gusto. Peor aún la dirección de actores. Los solistas y el coro deambulaban como zombies por las tablas, y cuando seguían algunas de las escasas indicaciones que les daba el señor Xavier Albertí -que con toda la desfachatez afirmaba ofrecer una propuesta renovadora y carente de tópicos-, sólo lograban hacerles caer en el más absoluto de los ridículos. Bochornoso. No se entiende como José Luis Castro, que conoce bien el mundo de la dirección escénica, ha consentido en traer a su teatro engendro semejante.

Musicalmente las cosas no fueron tan mal, pero la sensación de rutina terminó imponiéndose y la marina terminó a la deriva. No podía ser de otra manera con un capitán como Miquel Ortega, cuya dirección es la más de las veces plana, errática y confusa, circunstancia que quien esto suscribe ha tenido la ocasión de comprobar ya demasiadas veces. ¿Y cómo es que este señor dirige tanto en España? Pregúntenle a su amigo el barítono Carlos Álvarez o, mejor, al agente artístico de ambos. Ya va siendo hora de que alguien lo haga.

La tripulación presentaba síntomas de amotinamiento: los miembros de la Sinfónica de Sevilla, sin ocultar su evidente antipatía al foso, ofrecieron una lectura floja y desganada como pocas. Suspenso para ellos, no por tocar mal, pero sí por hacerlo al veinte por ciento de su capacidad. En cambio, hay aprobado -y hasta notable- para el Coro de la Asociación de Amigos del Teatro de la Maestranza: al final, habremos de dar la razón a quienes afirman que la marcha de su anterior director, el maestro La Ferla, ha sido beneficiosa para la formación.

Muchos tenemos depositadas grandes esperanzas en Ruth Rosique, joven soprano lírico-ligera que ha lucido su buena voz -bonita aunque no muy grande- y notable sensibilidad en repertorios de lo más variopinto, destacando sus colaboraciones con diversos grupos de música antigua (Capella de Ministrers, Música Ficta). Su Marina ha sido buena, pero aún dará más de sí cuando desarrolle determinadas habilidades propiamente operísticas -y más concretamente belcantistas- en las que aún está algo verde. Y cuando cuide la dicción.

De Ignacio Encinas no se pueden decir muchas cosas positivas: alardes en los agudos -le beneficia su extenso fiato- y poco más. En el otro extremo, estrangulamientos varios y medias voces molestas para el oído. El estupendo barítono Carlos Bergasa se vio contagiado por la desgana del foso, ofreciendo una interpretación plana e impersonal; al menos cantó todo lo bien que suele. Ni siquiera logró eso Francisco Santiago, que con muy buena voluntad venía a reemplazar a última hora al bajo previsto. Lo dicho: una función a olvidar.