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Número 37º - Febrero 2.003


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BELLÍSIMA MOLINERA

Por Ignacio Deleyto Alcalá. Lee su Curriculum.

 
¡Descansa, descansa! Cierra tus ojos,
cansado caminante, por fin has llegado a casa.

En una obra tan grabada como Die schöne Müllerin no es suficiente que un artista tenga el deseo de dar su visión, si ésta no es capaz de aportar algo sensiblemente diferente a las anteriores, o al menos, descubrir matices que otros no hayan conseguido captar. En otras palabras, una nueva versión no llegará muy lejos si es simplemente buena, o incluso muy buena, porque seguramente haya más de una docena a las que se les pueda aplicar tal calificativo. Por ello, cuando llegó a nuestras manos el disco del barítono alemán, Matthias Goerne -alumno de Dietrich Fischer-Dieskau y Elizabeth Schwarzkopf- estábamos impacientes por saber si habría justificación para esta nueva grabación. Antes de valorarla, trataremos de describir la voz de este barítono de treinta y cinco años nacido en Weimar y que desde siempre ha mostrado afinidad por el Lied alemán como lo acredita el buen número de recitales y grabaciones que tiene ya a sus espaldas. 

Goerne es un barítono lírico, de voz oscura y amplio registro grave, con un timbre no particularmente bello (para eso está Hermann Prey) pero capaz de moldear su instrumento en función de las exigencias de texto y música. Su voz es maleable, flexible y pocas veces queda fija. No cabe duda que tanto Goerne, como muchos otros de su generación, han crecido escuchando a Dietrich Fischer-Dieskau, sin que ello suponga caer en una imitación manifiesta de sus modos y maneras. Pero la influencia del berlinés en la generación posterior ha sido tan grande que, casi inconscientemente, todos han sucumbido a su embrujo. De todas maneras, Goerne demuestra ser un cantante con la suficiente personalidad como para no dejarse tapar por la sombra del maestro. 

Algunos aspectos que llaman la atención en Goerne son su canto legato, delicado, poético y suave, su maravillosa mezza voce y un rápido vibrato que hemos encontrado muy atractivo. Su control de la respiración se hace patente en las largas frases que es capaz de mantener sin perder color o fulgor en la voz. Su dicción, sin ser ejemplar, es clara pero, en ocasiones, como le pasaba a su maestro, se deja llevar por la fuerza de la música en un afán de rematar una frase o dar un acento determinado como en “Mein” donde afortunadamente no muestra los amaneramientos del berlinés, ni el afeminamiento de Bostridge. 

No es que sea excesivamente intervencionista con el texto, casi se podría decir que su interés recae más en la música que en el texto, pero sin duda está lejos del objetivismo de un Wunderlich o un Prey. Y por ello se puede echar de menos algo de la frescura y espontaneidad que estos artistas aportan a la obra. Otro aspecto positivo, es su tendencia a suavizar las consonantes fuertes, muchas veces destacadas innecesariamente por otros. Algo que puede molestar es su sonora respiración que se hace más audible de lo aconsejable.

Entremos ahora en la obra. A medida que vamos escuchando, nos encontramos con una lectura tranquila y sosegada, muy atenta al detalle, de tempi en general lentos que ciertamente atrae. “Morgengruß” es un ejemplo de esa atmósfera ensoñadora que Goerne es capaz de hacer con su acariciante y cálida voz y el sensible acompañamiento de Eric Schneider. También en otros momentos más alegres o nerviosos, como la aparición en escena del cazador, el barítono sabe dar a la interpretación el tono exacto con una voz varonil muy en su sitio y un pulso adecuado. Hasta aquí todo bien, el ciclo sigue adelante con sus contrastes, mostrando fielmente el hilo narrativo subyacente. Pero nada sorprende mayormente, o casi nada, pues los bellísimos pianissimos que inundan su lectura son toda una proeza interpretativa. 

Pero sí hay sorpresa mayor...y cuando llega, la versión da un giro introspectivo formidable. Está en las tres últimas canciones, muy importantes desde el punto de vista narrativo pues conforman el desenlace de la historia del molinero. Aquí, Goerne y Schneider traspasan la frontera del día, adelantándose a la noche más radiante y sublime, creando una especie de reconfortante marcha fúnebre hasta el último compás. Ambos artistas consiguen que el tramo final de esta obra suene diferente y hacer eso no es fácil (aunque avisamos que no gustará a todos). 

La magia empieza en “Trockne Blumen” donde, como decimos, la música parece entrar en una esfera diferente: un tempo sosegado, una rica gama dinámica y una música que con su lentitud y delicadeza preludia el fatal final del protagonista. La misma tónica se repite en “Der Müller und der Bach” pero con mayor recogimiento y quietud: un momento de reflexión donde el molinero finalmente decide unirse al “fresco reposo” que le proporciona el arroyo. Goerne con una concentración casi hipnótica muestra una aterciopelada mezza voce a la que es imposible resistirse y que se convierte en su principal arma hasta el final.

Pero el auténtico éxtasis llega con la última canción “Des Baches Wiegenlied”, una canción de cuna aquí interpretada como tal, donde ambos artistas se sumergen en una atmósfera ensoñadora, donde lo real se funde con lo irreal, como vista a través de las ondas del agua. Con un hilo de voz y un pulso quedo, marcando pianissimo a lo largo de toda la canción, Goerne hace que la música fluya lenta, espaciosa e inevitable y ofrece una lectura de reposada y resignada quietud: el molinero ha aceptado su final y descansa pacíficamente en las profundidades del arroyo “hasta que todo vuelva a despertar”. La frase final, hecha como en un susurro, es de una belleza increíble y corona una versión infrecuente pero cautivadora. 

Los nueve minutos largos que dura esta última canción (rebasando con creces a las once versiones que hemos manejado en la comparación) se hacen cortos. Goerne sale más que airoso de la prueba aunque la dificultad de mantener la voz relajada, equilibrada y firme, sin moverse de su sitio (a ese tempo) es manifiesta y sólo al alcance de cantantes con una gran técnica. Puede que a algunos les disguste la lentitud de la versión pero tras varias escuchas uno tiene la sensación de que el significado y alcance de la música están mejor servidos así. 

También hay que felicitar a Eric Schneider que consigue que el piano suene cercano, íntimo, mullido y muy humano. Ni una nota suena mecánica o artificiosa. Por el contrario, cada nota aporta contenido semántico a la música. Además, pocas veces hemos sentido una comunión mayor entre cantante y pianista.

Estamos ante una versión polémica que despertará reacciones encontradas. A nosotros, al menos, nos ha convencido pues, entre otras virtudes, realza como ninguna el contraste entre las primeras y las últimas canciones: el largo viaje emocional que el protagonista ha recorrido hasta anhelar su descanso final. Máxima concentración, lectura reflexiva aunque no cerebral, profundo estudio de la partitura, madurez interpretativa, y lo más importante, un concepto propio (y arriesgado) hacen que esta versión cobre vida propia, especialmente en su último tramo. Incluso los menos entusiastas querrán tener este disco por su novedoso enfoque de una obra tan conocida. 

Por tanto, nueva versión que tiene razón de ser pues enriquece el espectro interpretativo de esta magnífica obra (que es lo que se espera) y se coloca a la misma altura que las de Aksel Schiøtz (Preiser), Fritz Wunderlich (DG), Fischer-Dieskau (DG I) o Hermann Prey (Philips), todas de mucho interés y muy diferentes entre sí. 



REFERENCIAS:

SCHUBERT, F.: Die schöne Müllerin, D795. Matthias Goerne, barítono. Eric Schneider, piano. DECCA 470 025-2 DH.